Estimados amigos:
Estamos próximos a las elecciones;
muchos somos residentes en Lima y votaremos en consecuencia en Lima ciudad.
Como hemos visto, el ambiente pre electoral ha sido de muy baja intensidad.
Esto se ha debido principalmente a que todos los candidatos se han enfrentado a
las dos candidaturas iniciales que las encuestadoras señalaban: a Luís
Castañeda, con más del 50%; y a la señora Villarán con un promedio del 12%.
Los que siguen tratando de atacar
como sea a estos dos primeros, ha sido como hemos dicho por once candidatos,
que en su mayoría no tienen calidad como para ser Alcaldes de Lima
Metropolitana, son mediocres para abajo, a excepción de Enrique Cornejo, y tal
vez, Fernán Altuve, que si estarían a la altura de ser alcaldes de Lima ciudad.
La semana pasada hicimos un apretado
análisis de Castañeda, la señora Villarán, Heresi, Altuve y Enrique Cornejo;
sobre este último comentamos que es tanto político, como un profesional
calificado y con experiencia; ello permitía considerar un candidato diferente
al resto, incluidos los mencionados como mediocres. Sobre Castañeda y a la
señora Villarán, hacíamos hincapié sobre la diferencia de accionar de un
Castañeda plomizo y muy dueño de sus votos, mientras Susana Villarán muestra a
una mujer atrevida, que ha hecho el doble de obras que el susodicho Castañeda
en sus 8 años de Alcalde de Lima.
Asimismo, la señora Villarán había
roto el espasmo limeño de 50 años en que no se tocaban los santuarios: la
comercialización sanitaria del mercado de La Parada y el transporte de la gran
Lima. Sobre estos dos últimos aspectos, insistimos, no tocados y congelados por
décadas, con todas las fallas y faltas iniciales, pero, importantes por los
avances que, dudamos que el ganador se las ingenie para seguir adelante.
Porque de ser Castañeda no tiene
intención de cambiar, porque sabemos que no es un líder, no tiene una elite de
confiar, tiene ayayeros, etc., recordemos COMUNICORE y que “roba, pero hace
obras”; y, hasta tememos que Orión con la anuencia del Chimpun Callao de
Kouri, siga matando gente en Lima y el Callao. Así también seguirán el
clientelaje tan peruano de los seudo empresarios de las combis, pues ellos,
ahora con mayor razón se pondrán como los boyscauts, listos para la venganza
trapera, en su permitido afán de seguir medrando, sobornando y adulando
al ganador.
El competitivo candidato Enrique
Cornejo Ramírez, ha significado una luz en la penumbra en que por muchos años,
los llamados partidos políticos tradicionales: APRA, AP, PPC. Se ha lanzado a
un señor de las calidades de Cornejo. Qué interesante y laudable habría sido si
de los 10 u 11 mediocres que no se debieron presentar y fueran reemplazados en
el caso de AP y el PPC por candidatos de la talla de Cornejo Ramírez.
Además de esa luz que apareció en el
escenario pre electoral, tenemos que decir que surjan líderes, no caudillos,
que forman clanes. Necesitamos no sólo juventud, que significa renovación, sino
personalidades con conocimiento y experiencia, eso es lo que ha puesto de
manifiesto la presencia de Enrique Cornejo, esta presencia pone de manifiesto
que con este tipo de líderes los partidos políticos tradicionales, se renueven
y encuentren a muchos Cornejos.
Finalmente nos permitimos para
vuestra lectura, un artículo de Alberto Adrianzen Merino, donde nos escribe
sobre: “¿Quiénes son los reales deshonestos y corruptos?”. El artículo del
sociólogo Adrianzen no sólo es importante por su calidad de análisis, sino que
nos pinta el panorama del Perú y sus inefables grupos conservadores del
anticambio.
Discrepamos con Alberto Adrianzen en
el asunto siguiente: para él y para muchos, los mandones, los caudillos son
líderes, y los clanes, como el clan alanista del partido aprista sean elites.
Las cosas por su nombre en el Perú no
hay líderes, ni tampoco elites. Repito, hay mandones/caudillos y sus clanes
aliados a los grupos de poder políticos y económicos.
Atentamente,
Fernando Arce Meza
¿QUIÉNES SON LOS
REALES DESHONESTOS Y CORRUPTOS?
Alberto Adrianzen Merino
Diario “UNO” 28 de septiembre de 2014
Sin que ello justifique las prácticas
deshonestas ni la tolerancia ante ellas, el voto por los corruptos, además de
pragmatismo, revela malestar político.
Luego de conocer los resultados de la
encuesta de Datum que muestra que un 41% de la población entrevistada votaría
para el municipio de Lima por alguien “que robe pero que haga obras” y que
alude a Luis Castañeda Lossio (49% asocia su candidatura a dicha afirmación),
quien va adelante en la carrera municipal, cabe preguntarnos si es verdad que
los limeños nos hemos vuelto “cínicos” y nos hemos convertido en una sociedad
con ciudadanos deshonestos. ¿Estamos, como le gusta decir a Aldo Mariátegui,
frente a “electarados”?
Para responder a estas preguntas y
para no caer en respuestas que esconden ciertos prejuicios, incluso hasta
racistas, habría que reconocer que un sector mayoritario de los encuestados
está enterado o acepta que existe corrupción. El problema es que, aún
sabiéndolo, este elector está dispuesto a votar por el corrupto. Aquí algunas
explicaciones.
Seymour M. Lipset señala que en el
paso de una sociedad tradicional a otra moderna -que es lo que viene sucediendo
en nuestro país- existen dos modelos de transición: el primero es uno en que
los sectores sociales que se modernizan imitan el comportamiento de las elites.
Lipset pone como ejemplo el caso inglés. El otro modelo es aquel en el que
existen instituciones igualitarias e inclusivas que garantizan ese tránsito de
los nuevos sectores sociales, como en EE.UU.
La pregunta pertinente es qué pasa
cuando no existen élites a imitar ni tampoco instituciones inclusivas e
igualitarias que es lo que sucede en nuestro país. Porque podemos afirmar que
las élites peruanas nunca han jugado un rol civilizatorio o han tenido un
comportamiento ejemplar.
Ellas tipifican un modelo de conducta
contrario a las prácticas democráticas: son excluyentes, prepotentes y
abusivas, mientras que las instituciones niegan a la mayoría de ciudadanos
cualquier posibilidad de igualdad e inclusión. Por ello, es común leer en las
encuestas que una mayoría de entrevistados, podemos llamarlos sectores
populares, afirman que la justicia casi siempre beneficia a los blancos y a los
ricos.
La honestidad y el rechazo a la
corrupción requieren, además de un conjunto de valores que legitiman dicho
comportamiento, determinadas condiciones materiales como tener capacidad
económica, posición social y educación, que los pobres no tienen o que tienen
muy poco.
Tampoco las élites políticas y
administrativas son dignas de imitar con políticos vinculados al narcotráfico,
tecnócratas que se mueven en el espacio gris que linda con el tráfico de
influencias, y burócratas y administradores de justicia que tienen un precio.
Se podría agregar que las élites,
para convivir con los sectores populares -también podemos emplear la palabra
pobres- han decidido que estos vivan en un mundo paralelo llamado “informal”
que aumenta su tamaño como consecuencia de la aplicación de las políticas
neoliberales y al que se suma una activa economía ilegal. Su propuesta no es,
por tanto, la convivencia a partir de una noción de igualdad aceptada entre
élites y sectores populares sino, más bien, la segregación y la separación social.
Los pobres son una suerte de Tercer
Estado que sobrevive cotidianamente y los ricos una imitación de lo que
podríamos llamar “nobles”. Un remedo sudamericano de la Francia del siglo
XVIII.
Los pobres se mueven, por ello, en un
espacio ambiguo donde los límites de la legalidad e ilegalidad son difusos y
que, generalmente, son transgredidos para sobrevivir. La vida cotidiana se
convierte en una especie de campo de batalla donde la sobrevivencia es
prioridad.
Algo parecido se puede decir cuando analizamos
el campo político. Si la mayoría no encuentra una razón para imitar a las
elites, o no puede cambiar su realidad cotidiana o no halla quién la represente
políticamente y dé solución a su precaria condición social, también debe
sobrevivir en un mundo político que le es lejano y que no puede cambiar ni
controlar. Entonces, este universo, igualmente, se convierte en fuente de
ansiedad, incertidumbre y permanente frustración.
Aquí se podría decir que se cumple el
refrán “si no puedes derrotarlos, únete a ellos”. El voto es una forma de
unirse a ellos pero expresa, además una señal de rechazo a la política. En este
contexto, el voto por los corruptos, además de pragmatismo, revela malestar
político. A este sector, para sentirse incluido, solo le queda identificarse
con el candidato, más allá que este sea corrupto, como lo muestra la encuesta
aludida. Es cuando las obras se convierten en el nexo principal entre el
candidato y los electores porque es lo único que la política puede ofrecer.
Con ello no justifico prácticas
deshonestas, más bien me permito llamar la atención sobre el hecho de que las
mismas requieren de un contexto adecuado para hacerse realidad. Dicho de otra
manera, necesitamos valores y condiciones materiales (en lo económico,
cultural, político y social) que es, justamente, lo que no tenemos, lo
inexistente en el país.
Pensar que todo está perdido sería un
error. David Sulmont, en su interesante trabajo “Líneas de frontera y
comportamiento electoral en el país. Diferencias del voto en las elecciones
presidenciales peruanos: 1980-2006”, señala que a pesar de la volatilidad de
los electores y de la oferta política de los candidatos, existen “patrones
sistemáticos en la correlación entre líneas de división social que caracterizan
a la sociedad peruana y las orientaciones electorales de la ciudadanía”.
En otras palabras, los sectores
sociales que sufren exclusión, discriminación sociocultural y son parte del
contingente indígena votan por aquellos candidatos que critican el sistema
político y económico y que cuestionan las desigualdades sociales, es decir, por
candidatos que formulan propuestas izquierdistas o progresistas.
Finalmente, pienso que sostener que
el culpable de esta situación es el Estado (al respecto, leer el Infodiario
¿Cómo hacer frente a la frase “roba pero hace obra”?, N. 462 de Otra Mirada) es
“ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.
Las elites no solo han decidido
“arrojar” a las clases populares al mundo de la informalidad y a los servicios
y espacios públicos deteriorados como lo demuestra la situación actual de la
educación y la salud, sino también, junto con la tecnocracia neoliberal, son
los principales responsables de ese Estado que tanto critican y que hoy
pretenden achicarlo aún más para mantener la desigualdad y la exclusión
sociales, económicas y culturales.
Son las elites que han decidido
escindirse del mundo popular privatizando el Estado y su vida cotidiana. Ellas
tienen -además de ser endogámicas- seguridad, salud, educación, cultura y
diversiones en su mundo privado. Es la rebelión de las elites contra las masas.
Viven en un mundo segregado y deshonesto y esto es lo que contribuye a esta
visión extendida del “roba pero hace obras”.
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