La Vanguardia
03-11-2014
Europa, su crecimiento en entredicho, y
la política exterior del Occidente en crisis
Alemania
está técnicamente en recesión y no crea empleo. Estancamiento puro y duro. Son
los datos de la oficina federal de estadística del año 2012 (crecimiento del
PIB, 0,4%) y del 2013 (0,1%). Cifras fundamentales de su (engañosa)
contabilidad, que en Alemania vienen siempre rodeadas de toda una sinfonía de
índices del Instituto IFO, sobre la “confianza empresarial” (casi siempre en
aumento) y el “buen ambiente” del raquítico consumo interno nacional. El número
de empleados está estancado, las cifras de paro (3 millones) siguen sin moverse
y el número de horas trabajadas ha retrocedido (un 0,3%) en ambos años. Desde
2008 el PIB alemán ha crecido un 2,2%. A eso antes se le llamaba estancamiento.
¿Ha venido para quedarse?
No
es que creamos en su “crecimiento”. Ese desastre consiste en consumir más de lo
que el planeta es capaz de generar y transferir una factura inconmensurable a
las futuras generaciones. La política de austeridad de los últimos años parece
condenar a Europa a un largo proceso de estancamiento a la japonesa. Quizá el
“crecimiento” se ha acabado. El estancamiento puede ser una buena noticia, una
invitación a reformar las engañosas contabilidades basadas en el incremento del
PIB que ignoran la degradación humana del cambio global; en el clima, en los
océanos, en los ecosistemas, y, por supuesto, en las sociedades.
Sin
creer en ello, lo que constatamos es la contradicción de su disparatada
doctrina: La estrategia europea para continuar alimentando ese errado ídolo no
funciona. Toda la construcción austeritaria del eje Berlín-Bruselas, con sus
vasallos incondicionales en Madrid, y sus comparsas, socialdemócratas o
conservadores, un poco por todas partes, se viene abajo a la luz de las cifras
alemanas que pasaban por ser ejemplo continental. ¿En nombre de qué se va a
justificar ahora la prioridad del pago a los causantes del casino? Por mucho
que se reste a la esfera social no hay “crecimiento”. ¿Cómo van a seguir justificando
el recorte?
El
otro gran vector europeo del momento es el Acuerdo comercial con Estados
Unidos, negociado en secreto en nombre de los europeos, para incrementar la
primacía de las finanzas y las transnacionales sobre el control público, es
decir todo aquello que está en el origen de la crisis. La crisis del proyecto
europeo es la suma de esos dos vectores; el estancamiento, por un lado, y el
esfuerzo manifiestamente antidemocrático por incrementar la regresión humana,
por el otro. Es la fórmula perfecta para la desintegración que propone la
tecnocracia oligárquica de Bruselas. Las sociedades de consumidores cada vez
más desiguales (entre ellas y en su interior) que componen la UE, difícilmente
volverán a apoyar un “proyecto europeo” privado de la promesa de prosperidad y
visto cada vez por más gente como la autopista de la involución, el recorte y
la desposesión. Pero, ¿se rebelarán?
De
la indignación a la organización
En
Francia, el país con la tradición social más despierta de Europa, la resistencia
de la sociedad a las “reformas” —cuando “reforma” en el actual contexto solo
puede equivaler a “cambio a peor”— y las acusaciones de “conservadurismo” —que,
tratándose del propósito de conservar lo que queda de derecho laboral y de
soberanía, es todo menos denigratorio—, confluyen en un panorama turbio. Por un
lado el Partido Socialista está en vías de “psoización” o “pasokización”, por
el otro las aguas de ese más que justificado desencanto generacional con la
“gauche” (recordemos que su abrazo al neoliberalismo, vía el europeísmo, data
de 1983 con Mitterrand) las recoge más el ultraderechista Frente Nacional de la
Señora Le Pen que el Front de Gauche de Mélenchon y compañía. No es que la
sociedad gire hacia la ultraderecha, es que el Frente Nacional tiene mayor
credibilidad antisistema que incluso que el Front de Gauche salpicado por sus
parentescos con una gauche sin credibilidad: el PCF sigue
empeñado en pactar con las “fuerzas sanas” del PS, un partido de gente
favorecida, como los verdes alemanes, en el que, “la mitad de los miembros son
cargos electos y la otra mitad aspirantes a serlo”, explica un observador.
Partido Socialista del que el propio Mélenchon fue miembro y ministro del
gobierno hasta no hace mucho.
Mélenchon,
un líder potente, menos brillante que Oskar Lafontaine pero con la ventaja de
que predica en terreno mucho más fértil para la rebelión, no cree en la “unión
de la gauche”, sino que va más allá: llama a “reunir al pueblo” por
encima de partidos para iniciar un proceso constituyente. Palabras mayores.
Dice que las de 2017, “no serán unas elecciones, sino una insurrección”… Aún es
pronto para vislumbrar hacia donde evolucionará toda esa bien fundada cólera
que hay en la sociedad francesa, que ya no se expresa a través de los canales tradicionales
vigentes desde el siglo XIX: las fuerzas políticas y los sindicatos, sino por
medio de movimientos parecidos a una jacquerie como el de los bonnets
rouges. Esa cólera se ha expresado también en decenas de atentados e
incendios, apenas noticiados, contra sedes de hacienda un poco por todo el
país, o en las movilizaciones conservadoras de la manif pour Tous que
tanto recuerdan al Tea Party. En Halluin, localidad de 20.000 habitantes del
norte de Francia, el alcalde explica que se han quemado 23 coches en dos
semanas. Es el tipo de sucesos de la crónica de provincias que no llegan a
París. El alcalde de Halluin, de derechas, le pide a Hollande que en lugar de
meterse en guerras contra el Estado Islámico, envíe policías a su ciudad…
En
España, donde finalmente la indignación se está organizando —esa es la ventaja
con Francia, en todo lo demás se va claramente por detrás— sigue incubándose la
tormenta perfecta: un big bangen el que saltan por los aires todas
las instituciones sobre las que se apoyó la modélica transición. ¿Será Grecia
el detonante, con una victoria electoral de Syriza que cuestione la legitimidad
de la deuda e inspire la contestación de toda la región? De momento, allá se
vuelven a pagar intereses astronómicos por la deuda.
Política
exterior
Ese
panorama de latente polvorín tiene su correspondiente política exterior. Una
política violenta. Dos crímenes de distinta envergadura marcaron la crónica
estival: la última masacre de Gaza a cargo de Israel, con una destrucción
inmensa, 2.000 muertes palestinas (la mayoría civiles, entre ellas 500 niños y
13 periodistas), y la guerra que Estados Unidos y la Unión Europea apadrinan en
Ucrania contra Rusia.
En
Palestina todo fue según el guión habitual: comprensión y apoyo occidental al
decimonónico colonialismo del Herrenvolk israelí hacia los
subhumanos (Untermenschen) palestinos, todo ello acompañado del
establecimiento de 7500 colonos más en tierra ocupada de Cisjordania en el
primer semestre del año: ya son 382.000. El crimen no es la ampliación de esta
ocupación, sino la ocupación misma. Suma y sigue.
En
el frente del Este el derribo sobre el cielo de Donetsk del vuelo de Malaysia
Airlines (MH17) en el que perecieron 283 pasajeros y 15 tripulantes el 17 de
julio de 2014. El examen del tono con el que los medios de comunicación rusos
informaron de aquel suceso dejó la sensación de que se trató de un criminal
error de los rebeldes de Ucrania Oriental, pero, pasado el intercambio de
acusaciones, por razones desconocidas se ha dejado de hablar del asunto. Si en
el caso del crimen de Gaza, la impunidad es lo corriente, en un avión cargado
de pasajeros holandeses de primera clase, lo es mucho menos. Tarde o temprano
esto traerá cola judicial. No es este el mayor misterio de la serie Malaysia
Airlines…
Mientras
tanto, el ejército ucraniano ha sido batido en el frente de Donetsk y la
criminal chapuza euroatlántica en Ucrania comienza a cobrarse sus facturas. Los
encargos a la industria alemana cayeron un 5,7% en agosto en relación al mes
anterior. Fue en julio cuando la Unión Europea estableció, por primera vez
desde la guerra fría, sanciones directas contra Rusia. Con la eurozona
económicamente estancada por su propia política económica y con China enfriada,
las sanciones contra Rusia son la guinda que corona el pastel al que nos ha
llevado la política de austeridad alemana. Al mismo tiempo, el “Consejo de
Seguridad” de la Unión Europea (es decir, la OTAN, otro concepto que debemos a
Pepe Escobar), confirmaba en su cumbre de septiembre en Gales el intento de Estados
Unidos de aprovechar la crisis inducida con Rusia para integrar la Europa del
Este con mayor fuerza en su esfera. El resultado es ambiguo.
Formalmente
no miembros, Suecia y Finlandia pasan a ser países “anfitriones” de la OTAN, se
crea una “fuerza de reacción rápida” con varios miles de hombres para ser
desplegada de urgencia y se apoyan las sanciones. Al mismo tiempo, por doquier
señales de descomposición y recomposición en las placas tectónicas imperiales.
En
Berlín un debate, que apenas trasciende a los medios de comunicación, sobre la
necesidad de reformular el vínculo con Estados Unidos. Durante veinte años
Europa ignoró los intereses de seguridad rusos y sus reiteradas quejas,
conforme la OTAN se saltaba, una tras otra, todas las “líneas rojas” formuladas
por Moscú. Llegados a Ucrania, cuando el forzado cambio de régimen en Kíev y el
avance de la OTAN a las mismas fronteras de Moscovia, han hecho reaccionar
defensivamente al Kremlin, esa reformulación está al rojo vivo. Merkel se
debate ahora entre la necesidad de una entente con Moscú y su disciplina
atlántica.
Entre
Moscú y Pekín un idilio ambiguo. Moscú hace ver que considera a China como su
alternativa de repuesto a la Unión Europea, cuando en realidad el sueño de
Putin sigue siendo llegar a un acuerdo con Merkel que integre a Rusia en la
“seguridad continental” (el problema de Merkel es que eso tiene un precio con
Washington, de ahí las vacilaciones). Respecto a China, algo parecido: quienes
ya dan por hecho un bloque ruso-chino opuesto a Occidente, ignoran la enorme
desconfianza que China suscita en Moscú desde los años setenta. En el Kremlin,
en el ejército y en el espionaje (incluso en la sinología soviético-rusa),
siempre ha habido una corriente que consideró a China como el “principal
peligro”. El sueño de Pekín es alcanzar algún tipo de acuerdo, un modus
vivendi, no con Rusia, sino con su principal quebradero de cabeza: Estados
Unidos. Tanto Rusia como China tienen cartas marcadas en el juego de su idilio.
Aunque una locura del tamaño de una guerra occidental contra Irán, podría
cambiar el sentido de muchos sueños.
En
la zona petrolera
Nueva
espiral de caos junto a los pozos de petróleo, la sangre vital de ese
crecimiento que ha costado la desaparición de la mitad de los animales salvajes
del planeta en solo cuarenta años. Hagamos memoria.
El
resultado de la segunda guerra de Irak (la de Bush, hijo) fue un país dividido
en reinos de taifas controlados por sunitas, chiítas y kurdos, con el gobierno
de Bagdad reducido a una camarilla corrupta alimentada por dinero americano,
explica Peter van Buren, un ex funcionario del Departamento de Estado
norteamericano que participó en la “reconstrucción” de Irak. El precio de tan
magnífico resultado fue el siguiente, recuerda; 25.000 millones para entrenar
al ejército iraquí, 60.000 millones para la “reconstrucción”, 2 billones para
la guerra, 4.500 soldados de Estados Unidos muertos y más de 32.000 heridos. A
todo ello hay que sumar un verdadero holocausto iraquí que las diferentes
estimaciones cifran entre 190.000 y un millón de muertos.
En
Afganistán la cuenta de costes, humanos y económicos, y resultados alcanzados,
es igualmente reveladora: trece años después los talibán siguen dominando gran
parte del territorio y la mayoría del ejército occidental está haciendo las
maletas. La estrategia occidental contra el “Estado Islámico” continúa sobre la
estela de esos mismos desastres. Nacido entre las ruinas de Siria, primero fue
subvencionado y armado y ahora es bombardeado. ¿Puede concebirse algo más
demencial?
Los
dos componentes esenciales de esta obra de arte son el militarismo más la
“diplomacia de la exclusión”: acuerdos internacionales para bombardear (creando
nuevas víctimas civiles y desastres parejos a los que en su día generaron la
actual crisis), que dejan siempre fuera a los países y organizaciones capaces
de contribuir a acuerdos pacificadores, sea Siria, Rusia e Irán, o Hamas,
Hezbollah u otros.
Esta
estrategia —si se puede llamar así a algo tan disparatado en su desastrosa
reiteración— es tan contradictoria como sugiere el hecho de que en esta
excluyente coalición bombardera figuren países como Turquía, Arabia Saudí y los
Emiratos Árabes Unidos que desde el principio financiaron y armaron —incluso
con recursos químicos propagandísticamente achacados al adversario, como
explicó el periodista Seymour Hersh en otro gran informe silenciado— al
extremismo sunita contra el régimen sirio, convirtiendo en guerra abierta la
fractura de Siria que con una genuina diplomacia (la que reúne en la
negociación a todas las partes implicadas con un objetivo de evitar violencia)
podría haberse evitado.
Esos
países, “estaban tan decididos a derrocar a el-Assad y a promover una guerra
entre sunitas y chiítas, que inundaron con centenares de millones de dólares y
miles de toneladas de armas a cualquiera que luchara contra el”, reconoció
cándidamente el vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, en una charla
ante estudiantes de Harvard el pasado 2 de octubre. La consideración fue
disciplinadamente silenciada por los medios de comunicación, aunque Biden no
dijo lo principal: que Washington y sus agencias formaban parte de “esos
países” y que el “Estado Islámico” ha sido producto de los métodos
habitualmente empleados por Estados Unidos en la región desde 1979. Fue
entonces cuando, ante la revolución iraní y la intervención de la URSS en ayuda
del régimen laico afgano, se decidió promocionar y organizar una “internacional
radical sunita”, de las que los talibán, al-Qaeda y el Estado Islámico han sido
epígonos más o menos desmadrados. Primero se financia, organiza y arma al
sujeto para utilizarlo contra un adversario, luego, cuando el sujeto (talibán o
al Qaeda) se vuelve contra uno, se le combate. La película del Estado Islámico
es una vieja reposición. La novedad es la rapidez del giro: entre 1979 y el
11-S neoyorkino pasaron más de 20 años. Ahora, entre el apoyo a la oposición
siria y el combate a su principal vector, apenas pasaron tres años. La misma
rapidez en el paso de los amigos que se arma y financia convertidos en amenaza,
se observa en Libia.
El
auge del tradicionalismo religioso radical y de derechas representado por el
actual integrismo, tiene, naturalmente, raíces propias, pero no se entiende sin
recordar la sistemática destrucción de la izquierda árabe que Occidente, y
especialmente Estados Unidos, vino practicando durante la guerra fría, cuando
casi todos los movimientos de liberación nacional árabes eran laicos y
“progresistas”, lo que solía llevar implícito la voluntad de salvaguardar sus
recursos naturales de la rapiña extranjera, y, lo que era aún más grave,
utilizar esos recursos hacia el desarrollo de sus propias poblaciones o
proyectos nacionales.
Mucho
de todo eso fue recordado por el Presidente iraní, Hassan Rujani, en el
discurso que pronunció el 25 de septiembre ante la Asamblea General de la ONU,
igualmente silenciado, pese a la actualidad del más que moderado sentido común
que expresó:
“Todos
aquellos que tuvieron un papel en la financiación y apoyo de estos grupos
terroristas deberían reconocer sus errores que condujeron al extremismo,
deberían disculparse no solo ante las pasadas generaciones sino hacia las
futuras”. (…) “la experiencia de la creación de al-Qaeda, los talibán, y otros
grupos extremistas, ha demostrado que esos grupos no pueden ser utilizados
contra Estados adversarios, manteniéndose al mismo tiempo inmune a las
consecuencias. La repetición de estos errores, a pesar de tantas y tan costosas
experiencias, es desconcertante”.
Y
como resumen, una constatación: se cumple, en todos los frentes, el pronóstico
de Immanuel Wallerstein acerca de la volatilidad de esa multipolaridad que
sucede al mundo de la guerra fría. El de ahora es, verdaderamente, aún más
convulso y revuelto que el anterior. El fin de la bipolaridad ni siquiera ha
traído pasos significativos en materia de armas de destrucción masiva. Tanto en
las relaciones internacionales, como en el calentamiento global —y en el cambio
global en general— se observa la misma peligrosa dinámica de aceleración.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=191521
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