Los oligarcas de Davos hacen bien en tener miedo al
mundo que han construido
The Guardian
Traducido del inglés para Rebelión por Carlos
Riba García
|
29-01-2015
Los milmillonarios y los oligarcas de las
corporaciones que se encuentran esta semana en Davos (*) están empezando a
sentirse preocupados por la desigualdad. Quizá sea difícil de digerir que los
caciques de un sistema que ha desembocado en la peor desigualdad económica de
la historia de la humanidad estén nerviosos por las consecuencias de sus
propias acciones.
Pero hasta
los arquitectos del orden que está en el origen de la crisis económica
internacional están empezando a ver los peligros. No se trata solo del
heterodoxo financista George Soros, a quien le gusta decir de sí mismo que es
un traidor de clase. Paul Polman, jefe ejecutivo de Unilever, está inquieto
porque el “capitalismo amenaza al capitalismo”. Christine Legarde, directora
ejecutiva del Fondo Monetario Internacional (FMI), tiene miedo de que
efectivamente dentro del “capitalismo podría estar la semilla de su propia
destrucción”, como aseguraba Marx, y advierte que se debe hacer algo.
La magnitud
de la crisis ha sido descrita por la organización benéfica Oxfam. Hoy día,
apenas 80 personas poseen la misma riqueza que 3.500 millones de habitantes del
mundo, es decir, la mitad de la población del planeta. El año pasado, el 1 por
ciento más adinerado era dueño del 48 por ciento de la riqueza mundial; hace
cinco años, lo era del 44 por ciento. Si se mantiene la tendencia, el año que
viene el 1 por ciento más rico poseerá más que el 99 por ciento restante. Desde
los ochenta, a ese 1 por ciento le ha ido siempre bien y desde entonces ha
cuadruplicado sus ingresos.
Se trata de
una apropiación de la riqueza de una dimensión grotesca. Durante 30 años, bajo
el imperio de lo que Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, llama
“fundamentalismo del mercado”, la desigualdad de ingresos y riqueza se ha
inflado, tanto entre la mayoría de países como dentro de ellos. En África,
según crecía la lista de milmillonarios, el número absoluto de personas que
viven con menos de dos dólares por día se ha doblado desde 1981.
En la mayor
parte del planeta Tierra, la parte del Producto nacional que corresponde al
trabajo ha venido cayendo sin cesar, y los salarios se han estancado en este
régimen de privatización, desregulación y bajada de impuestos para los ricos.
Al mismo tiempo, las finanzas han succionado riqueza del sector público para
ponerla en manos de una reducida minoría, aunque eso signifique desechar el
resto de la economía. Ahora, la evidencia acumulada muestra que esa apropiación de riqueza no solo es un
atentado moral y social; además, estimula el conflicto social y climático, las
guerras, la migraciones masivas y la corrupción política, atrofiando las
posibilidades de salud y vida plena, incrementando la pobreza y ensanchando las
divisiones de género y étnicas.
La espiral
de desigualdad también ha sido un factor crucial de la crisis económica de los
últimos siete años, que ha restringido la demanda y dado alas al boom del
crédito. Esto no solo lo sabemos por las investigaciones del economista francés
Thomas Piketty o por los ingleses autores del estudio social The Spirit
Level. Después de años de promover la ortodoxia de Washington, incluso la
OCDE, dominada por Occidente, y el FMI argumentan que el ensanchamiento de la
brecha de ingresos y riqueza ha sido el factor clave del lento desarrollo de
las pasadas dos décadas neoliberales. La economía británica habría sido casi un
10 por ciento mayor de no haber crecido desenfrenadamente la desigualdad.
Ahora, los ricos están utilizando la austeridad para coger un trozo aún más
grande del pastel.
La gran
excepción en esta marea de desigualdad en los últimos años ha sido América
latina. Los gobiernos progresistas de la región le han dado la espalda a un
modelo económico desastroso, recuperaron el control de los recursos en mano de
las corporaciones y atacaron a la desigualdad. El número de personas que vivían
con menos de dos dólares por día ha caído de 108 millones a 53 en a apenas un
poco más de una década. China, que también ha rechazado buena parte de su
catecismo neoliberal, ha visto crecer intensamente la desigualdad en su
interior pero también sacó de la pobreza a más personas que el resto del mundo,
compensando así la creciente brecha global en los ingresos.
Estos dos
ejemplos demuestran que el incremento de la desigualdad y la pobreza de ningún
modo es algo inevitable. Es el resultado de decisiones políticas y económicas.
Las personas que piensan entre los oligarcas de Davos se dan cuenta de que es
peligroso permitir que las cosas continúen así. Entonces, algunos quieren un
“capitalismo más inclusivo” –con, entre otras cosas, impuestos más progresivos–
para salvar al sistema de su inherente amenaza.
Pero, por
cierto, no será ese el resultado de las cavilaciones o preocupaciones presentes
en los ágapes en el Ayuntamiento. Sean cuales sean los sentimientos de algunos
barones corporativos, los intereses de la elite y las corporaciones –incluyendo
las organizaciones que ellos dirigen y las estructuras políticas que han
colonizado– han mostrado siempre que se opondrán con dientes y uñas incluso a
las reformas más modestas. Para tener una idea, solo hace falta escuchar los
gritos de protesta provocados por los planes de Ed Miliband –impugnados por
algunos compañeros de su propio partido– de gravar las viviendas cuyo valor
supere los dos millones de libras para financiar el sistema sanitario, o el
pedido de la otrora reformista Sociedad Fabiana de que el líder laborista sea
más “pro negocios” (léase pro corporaciones), o el muro de resistencia
construido en el Congreso contra sus tímidas propuestas de fiscalidad
redistributiva.
Quizás un
sector de la preocupada elite esté preparada para pagar un poco más de
impuestos. Lo que nunca aceptaran es cualquier cambio en el equilibrio de poder
social, desde donde, en todos los países, se resiste cualquier intento de
fortalecer los sindicatos, aunque las cada vez más débiles organizaciones
laborales han sido un factor decisivo en el crecimiento de la desigualdad en el
mundo industrializado.
Solo
mediante un desafío a los afianzados intereses que han contribuido a la
formación de un orden económico disfuncional se podrá revertir la marea de
desigualdad. El partido Syriza, contrario a la austeridad, favorito en las
elecciones griegas de este fin de semana* está tratando de hacer precisamente
eso, como lo hizo exitosamente la izquierda latinoamericana en los últimos 15
años. Para conseguir eso hacen falta movimientos sociales y políticos más fuertes,
que rompan o eviten el bloqueo que impone la colonizada política dominante. Las
lágrimas de cocodrilo en relación con la desigualdad son el síntoma de una
elite asustada. Pero el cambio solo llegará como consecuencia de una presión
social sin desmayos y del desafío político.
* La fecha
de publicación del original de esta nota es 22 de diciembre de 2014 (N. del
T.)
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=194855
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