Ofensiva Intelectual
24-02-2015
La discusión sobre la importancia del pensamiento
crítico y de las y los intelectuales para la transformación social y la
construcción de un mundo más justo para todos y todas no es nueva. Tampoco son
nuevos los argumentos y las posturas reduccionistas que imputan esta
importancia y pretenden menospreciar el trabajo intelectual. Las
posturas anti-intelectuales no son para nada ingenuas y tienen una consecuencia
política muy clara y de largo alcance: despojar a los pueblos de su capacidad
para construir un horizonte alternativo de pensamiento contrahegemónico al
sistema capitalista. En otros términos, buscan impedir el despertar de las
conciencias[1] antes de que ellas se unifiquen en un bloque de poder para la
transformación.
La historia
nos muestra que el pensamiento puede ser instrumento para la dominación o para
la liberación.
En el primer
reglón (pensamiento para la dominación) encontramos a los y las intelectuales
burgueses. Este tipo de intelectuales personifican la división del trabajo que
motoriza al capitalismo y que quiere separar, para los fines de ordenar mejor
las tareas en vistas a la acumulación, el trabajo manual y el trabajo
“intelectual”. Con ello, se montan sobre la estructura de dominación
capitalista para preservarla, ampliarla y perfeccionarla; pero ya no a nivel
material, sino a nivel de las mentes de los hombres y mujeres explotados y
explotadas[2]. Como ejemplos podemos mencionar los llamados tanques de
pensamiento del imperialismo norteamericano y los cuantiosos recursos que
invierten para la investigación social, cultural, antropológica, etnológica y
hasta arqueológica para conocer mejor a las sociedades dominadas (o por
dominar). Un estudio agudo del uso de la antropología para la acción
contra-insurgente la encontramos en el libro de Gilberto López y Rivas Estudiando
la Contrainsurgencia de Estados Unidos. Manuales, mentalidades y usos de la
antropología. Junto con los marines y las bombas que colonizan el
territorio y los cuerpos, llegan los “asesores” que colonizan las mentes (y los
bolsillos).
Otro ejemplo
histórico lo encontramos en influyentes ideólogos como Georg Kennan, principal
creador de la política de contención implementada por Estados Unidos en
contra de la extinta Unión Soviética. En 1951 Kennan lograría la creación, con
el apoyo del presidente Harry Truman, del Consejo de Estrategia Psicológica;
desde este se desarrollaría la tesis (aún vigente e instrumentada) de utilizar
las élites locales de los países intervenidos como correa de transmisión de los
intereses estadounidenses.
En el
segundo reglón (pensamiento para la liberación), encontramos a los y las
intelectuales orgánicos/as (o de izquierda). Los y las intelectuales
orgánicos/as personifican las voces de las/os excluidas/os y dominadas/os (sin
ser, evidentemente, su última expresión), hacen parte de las luchas que libran
los pueblos contra los diversos mecanismos de dominación e interpelan la
división del trabajo reconociendo que la separación entre trabajo físico e
“intelectual” tal y como la postula el capitalismo es falsa. Es falsa, primero,
porque todo trabajo es trabajo físico en cuanto implica gasto de energía,
movimiento corporal de músculos, cerebro, etc; y, a su vez, todo trabajo es
también trabajo intelectual porque conlleva la aplicación práctica de un saber
particular.
En segundo
lugar, la diferencia recae, entonces, no en el trabajo en sí mismo, sino
en el producto de los diversos procesos de trabajo; es decir, el trabajo que
implica una mayor actividad manual tiene un producto inmediatamente tangible,
por ejemplo, una casa. Por el contrario, el trabajo llamado intelectual tiene
un producto inmaterial, por ejemplo, un discurso político. Ambos son producto
del esfuerzo corporal (físico y mental a un mismo tiempo) de alguna persona o
grupo de personas, que pudieran estar siendo explotadas o no. Además, el y la
intelectual orgánico/a vive en carne propia el pulso político de su época,
haciendo parte de una comunidad de lucha y tributando en todo momento a dicha
comunidad.
Como muestra
de intelectual orgánico podríamos mencionar ejemplos históricos como los de
Antonio Garamci, encarcelado por el fascismo italiano, o Miguel Hernández
encarcelado por la dictadura franquista, personas cuyas obras intelectuales
significaban un peligro para el sostenimiento de los respectivos regímenes de
dominación contra los cuales lucharon; y significaban un peligro por las
consecuencias prácticas que tenían sus ideas plasmadas en papel y tinta.
Monseñor Romero, obispo del Salvador, asesinado durante una homilía en la que
reflexionaba sobra la situación política de su país es otro ejemplo de
intelectual orgánico comprometido con las causas populares y justas de la
humanidad, y quien hizo de su pensamiento un arma para alimentar y despertar
conciencias.
Las
enseñanzas de la historia están para quienes se aboquen a su escudriñamiento.
Ahora, si bien las posturas anti-intelectuales no son nuevas, sí son novedad
los problemas particulares que plantean en la actualidad. Al hacerse eco de la
visión burguesa arriba mencionada, pretenden descalificar todo trabajo
intelectual orgánico, cuyo proceso es parte del movimiento de lucha de los
pueblos. De igual manera, generan matrices de opinión contrarias a la formación
y educación sistemática, obviando que toda civilización siempre se ha
preocupado por la educación sistemática de los sujetos que la conforman; por
ello, la construcción de nuestro socialismo bolivariano no puede dejar de lado
éste elemento fundamental en el andar histórico de las sociedades para la
superación de sus condiciones de alienación y dominación.
A nivel de
la vida pública, estas posturas han venido accediendo a espacios medios de toma
de decisiones que imponen una visión distorsionada de la relación entre las
instituciones estatales y las comunidades organizadas obviando, entre otras
cosas, que los cuadros revolucionarios que hacen vida en estas instituciones no
son ajenos ni a la realidad comunitaria de la que provienen y en las que muchas
veces hacen militancia política, ni al pulso político que vive la sociedad. De
igual manera, pretenden hacer una apertura de las instituciones y sus
mecanismos de administración burocrática para la participación popular,
consiguiendo, no una transformación revolucionaria de las mismas y sus procesos
de ejercicio del poder, sino una desarticulación completa de ellas y su
destrucción sin superación, es decir, sin beneficio político alguno más allá de
su funcionalidad a corto plazo para intereses particulares.
Un proceso
revolucionario que se ha propuesto la construcción de una sociedad socialista
no puede permitir que el proceso de transición esté marcado de fisuras y
grietas que puedan horadar, desde el comienzo, las bases de la sociedad nueva.
Como postulará nuestro Che Guevara, conciencia más productividad
era igual a socialismo[3]; y en la transformación de las conciencias,
como nunca dejó de señalar nuestro Comandante Chávez[4], el pensamiento crítico
y los y las intelectuales orgánicos/as son fundamentales.
Notas:
[1] En un
artículo anterior mostré la concepción de nuestro Comandante Chávez sobre la
importancia del Pensamiento Crítico para el despertar de las conciencias.
Véase: http://humanidadenred.org.ve/chavez-pensador-critico-por-roger-a-landa-reyes/
[2] Uno de
los pensadores latinoamericanos que mejor atendió está situación fue Ludovico
Silva. Véase en especial su libro: La plusvalía ideológica. Fondo Editorial
Ipasme:Caracas, 2006. Para un resumen de la postura de Ludovico esbozada en
dicho texto véase: http://humanidadenred.org.ve/plusvalia-ideologica-por-roger-landa/
[3] Véase su
discurso de entrega del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2008 en: Un
grito desde la humanidad y por la humanidad, Editorial El Perro y la Rana:
Caracas, 2014. También la cita en el artículo arriba mencionado: http://humanidadenred.org.ve/chavez-pensador-critico-por-roger-a-landa-reyes/
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=195765
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