07-02-2015
Todo lo que pueda ayudar a los oprimidos a
autoorganizarse e independizarse del Estado y de los órganos de mediación de
éste y todo lo que pueda reafirmar su conciencia crítica y ayudarles en su
lucha contra el sistema de opresión es válido. Una táctica política activa,
positiva, sirve además para impedir que un movimiento se desmoralice o
desorganice ante la falta de perspectivas y posibilidades de acción o, peor
aún, caiga en acciones desesperadas y aventureras y estallidos armados
prematuros que podrían serle funestas.
La
participación o no en las elecciones convocadas para renovar las instituciones
estatales (gobernadores, alcaldes, legisladores) no es una cuestión de
principios sino meramente táctica, a pesar de que costó mucho conquistar el
derecho al voto y, en las ocasiones en que tiene algún sentido utilizarlo, lo
mejor es votar aunque sea para expresarse con el voto de repudio.
Las
elecciones de junio son, para el gobierno, un intento de demostrar una supuesta
“normalidad democrática” para encubrir la dictadura de una oligarquía
sangrienta y corrupta y mantener mal que bien la marcha -desastrosa para los
pobres de México- de quienes regalan el país al gran capital financiero y hacen
negocios lucrativos por todos los medios lícitos e ilícitos.
En algunos
estados no existe aún una fuerza popular suficiente como para rechazar esa
maniobra legal y oponerle una alternativa pero Guerrero, como siempre en su
historia, presenta una situación diferente que legitima y hace posible el
boicot a unas elecciones en las que pretenden renovarse o refrendarse los
siervos de Los Pinos y los cómplices del terrorismo de Estado y del
narcotráfico.
En Guerrero,
con las policías comunitarias, con las asambleas municipales, con la unidad
creciente de los movimientos sociales para enfrentar a la delincuencia
organizada y al caciquismo político-militar, se están organizando las bases de
un poder popular incipiente.
Las raíces
del mismo se afirman en la historia campesina, a partir de la Independencia,
pasando por el socialismo de Acapulco a principios del siglo pasado y por las
luchas de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en los setenta o por las luchas contra
el despojo de los madereros. También impulsan las protestas, el descontento, el
odio a los asesinos y hambreadores las políticas neoliberales que desde
mediados de los años ochenta vienen despoblando y empobreciendo al Guerrero
rural y que ahora, en la actual crisis económica con las resoluciones
gubernamentales le darían el tiro de gracia a la agricultura campesina.
Después de
Tlatlaya y sobre todo de las desapariciones de los normalistas de Ayotzinapa no
sólo los estudiantes y los campesinos sino también varios otros sectores y
sacerdotes rurales se organizan detrás de los padres de los desaparecidos, los
cobijan y resguardan, apoyan sus decisiones políticas, que pesan también en las
organizaciones y movimientos que se están uniendo y les respaldan.
El llamado a
boicotear las elecciones en Guerrero tiene así una base de masas y una
dirección en rápida formación. Además, el boicot es una política activa y que
organiza, a diferencia de la abstención, que es pasiva y que diluye el voto de
protesta en el mar de los indecisos, despolitizados, enfermos y ausentes.
El boicot
presupone una campaña para evitar la asistencia a las urnas, el cierre del
acceso a las mismas, la negativa a prestar cualquier asistencia electoral y,
también y sobre todo, la presentación de una alternativa. O sea, de asambleas
municipales, comunales, regionales para elegir auténticos representantes populares
no designados por los partidos sino surgidos directamente de la comunidad en
lucha.
Esto
diferencia profundamente el boicot propuesto por los padres de Ayotzinapa de la
mera abstención propuesta en las dos últimas elecciones generales por el EZLN,
que no convenció ni en Chiapas y sólo sirvió para que Calderón ganase por un
puñado de votos a su oponente que, pese a sus limitaciones políticas, habría
ahorrado a México miles de muertos y desapariciones y la destrucción completa
de la legalidad.
Porque el fondo
de la cuestión reside en que el boicot a las elecciones en Guerrero sólo es
posible y tiene sentido si sirve a la organización del poder popular,
desconociendo el poder estatal, sus instituciones, sus instrumentos políticos
(como los partidos del régimen). Boicotear sólo es posible construyendo redes
de resistencia, politizando y organizando en masa, separando amigos y enemigos
a nivel nacional.
En este
sentido, MORENA, que nombró candidatos para Guerrero en buena parte
seleccionados entre ex militares del PRD, un partido palero del PRI, se
encuentra en una encrucijada: o apoya a los padres de los normalistas y al
movimiento en sus decisiones, optando por la lucha social o, por el contrario,
prefiere transformarse en PRD-bis, o sea, en un partido electoral funcional a
la política del peor gobierno que jamás ha tenido México. Para MORENA no hay
vía intermedia ni tergiversación posible pues decir que presenta candidatos
para evitar que los puestos sean ocupados por gente del gobierno y para
denunciar a éste desde ellos es simplemente ridículo y no convence a nadie de
modo que tampoco acarrea muchos votos a una elección que, a la vista de todos,
aparece como una imposición de Los Pinos para dar por acabado el caso
Ayotzinapa.
Hay momentos
para nadar “de muertito” y otros en los que es indispensable una posición clara
que definirá de una vez por todas el objetivo de una organización política.
Este es uno
de ellos. O con la protesta, junto a los valientes padres y madres de los
normalistas y el poder popular naciente en Guerrero, o con los alquimistas
políticos del PRI-PAN-PRD, los narcos, Washington, el gran capital. Todos
deberán elegir su posición.
Rebelión ha
publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
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