La precarización está en todas partes
Público.es
16-03-2015
El mundo vive hoy una situación laboral intolerable
asentada en el desempleo, la precariedad laboral y la desigualdad. Según la
OIT, en el mundo hay más de 200 millones de desempleados, casi 1.700 millones
de trabajadores pobres (menos de dos dólares diarios), una incontable y
desconocida legión de personas que trabajan en la economía informal y, lo que
produce aún mayor escalofrío, un mínimo de 21 millones de esclavos, la cifra
más alta de toda la historia de la humanidad.
Europa es
una región, que con apenas un 6,5% de la población, concentra una cuarta parte
de la riqueza y la mitad del gasto social planetario y, sin embargo, el aumento
global de la precariedad comporta que, tras décadas de luchas sindicales y de
desarrollo de los derechos laborales, los mecanismos de protección garantizados
por leyes y convenios sean cada vez más débiles. Uno a uno se quiebran los
derechos laborales: contratación, despido, organización del trabajo, salario,
jornada y tiempo de trabajo, huelga, negociación colectiva, representación
sindical…
El objetivo
de la ofensiva sobre el trabajo impulsado por gobiernos e instituciones
neoliberales y por las grandes corporaciones es diáfano: dar la máxima libertad
a las empresas y explotar, disciplinar, dividir y debilitar a una clase
trabajadora cada vez más precarizada, que no sólo se ve expuesta a múltiples
riesgos laborales que dañan su salud, sino que también soporta una buena parte
del riesgo económico que inquieta a las empresas. A la vez que aumenta el poder
empresarial, los trabajadores, aislados, divididos en un mar de subcontratas y
centros fragmentados, pierden no sólo el control de sus ocupaciones, sino
también la capacidad de desarrollar una conciencia colectiva y solidaria que,
en otras épocas, les permitió organizarse, luchar y mejorar sus condiciones de
trabajo y de vida.
Vivir bajo
la precariedad laboral quiere decir trabajar bajo un sustrato de vulnerabilidad
y explotación. Los trabajadores en precario carecen de seguridad contractual,
tienen un salario escaso, una gran inseguridad sobre sus posibles prestaciones
o pensiones futuras, así como un menor control sobre el tiempo y los horarios
de trabajo; a menudo simplemente esperan una llamada que les permita
unas horas de baja retribución. Precariedad significa vivir bajo una amplia
gama de situaciones: estar desempleado, tener un empleo intermitente
alternando empleo y paro, estar subempleado con un contrato temporal o a
tiempo parcial involuntario o realizando tareas muy inferiores a la educación
adquirida, ser un falso autónomo o un autónomo dependiente, trabajar en
situación de informalidad y trabajo sumergido, o ser un trabajador pobre con un
salario por debajo del umbral de la pobreza.
En un
mercado laboral enormemente complejo, entender las distintas precariedades
no es tarea sencilla. Contrariamente a una visión ampliamente extendida, la
precariedad laboral no sólo afecta a grupos concretos de trabajadores jóvenes,
los nimileuristas, ni-nis, freeters, generación perdida
o precarios ilustrados. Y tampoco parece pertinente utilizar la
expresión precariado, en el sentido de Standing, es decir, una nueva
clase social emergente, peligrosa y sin identidad, compuesta por una
amplia amalgama de jóvenes educados y frustrados, inmigrantes y minorías
sometidos y resignados, y trabajadores descolgados de la antigua clase obrera.
Ninguna de
esas etiquetas permite entender adecuadamente qué es la precariedad ni cuáles
son sus causas ni consecuencias. En realidad, debemos entender la precariedad
laboral como un proceso de dominación que podemos llamar precarización,
donde las trabajadoras y trabajadores se ven obligados a aceptar la explotación
o la autoexplotación. Un proceso social que hace referencia al desigual poder y
al secular conflicto entre capital y trabajo (léase empresarios y
trabajadores), donde millones de personas sólo poseen su fuerza de trabajo para
vender, y trabajan (o son relegados al paro) con el consentimiento de quienes
controlan el mercado laboral y las condiciones de trabajo.
La
precarización acompaña una de las formas de presión laboral más conocidas: la
existencia de un inmenso ejército industrial de reserva con millones de
desempleados (en España hay 1,3 millones de parados de larga duración de más de
45 años), y el miedo generado entre una gran masa de trabajadores precarizados
pobres que, a su vez, se transmite entre quienes aún tienen un trabajo estable.
La escasez de trabajo y el excedente de fuerza de trabajo comporta aquello de
“si no lo haces tú lo hará otro”. De ese modo, el chantaje de la necesidad
obliga a muchos a aceptar un trabajo por un salario mísero, de mera
subsistencia, o situaciones cercanas a la esclavitud.
El proceso
de precarización es por tanto un fenómeno estructural, endémico, que existe en
todos los trabajos y sectores y que, en mayor o menor medida, afecta a la
inmensa mayoría de trabajadores, ya sea en el ámbito privado y público, en la
industria, agricultura y servicios, o distintos tipos de contrato. Pero además
del empleo asalariado, la precarización es omnipresente en gran número de
trabajos no asalariados y sin relaciones contractuales, muchos de los cuales
quedan ocultos, como es el caso de quienes trabajan por un alojamiento y
manutención sin ningún sueldo, en diversas situaciones de servidumbre y
esclavitud, con múltiples tipos de empleo informal, o el enorme número de
mujeres en el trabajo doméstico, incluido el trabajo de cuidados y de atención
a las personas dependientes. La crucial importancia del trabajo reproductivo
femenino, invisible y no remunerado, o bien precarizado, radica en que
constituye un factor clave en la organización de la producción y en el proceso
de acumulación capitalista.
Aunque el
sistema de información estadístico español (y el europeo) es actualmente incapaz
de medir la precarización, hemos podido analizarla para España a través de
varias características (cuestionario EPRES): la inestabilidad en la relación
contractual y los bajos salarios, el escaso poder de los trabajadores para
negociar sus condiciones de trabajo, la elevada vulnerabilidad a sufrir
situaciones de intimidación, discriminación o amenaza de despido, la
eliminación de derechos y la falta de poder para que estos se cumplan.
En el año
2010, hallamos que más del 83% de los trabajadores con contrato temporal y más
del 40% de quienes tenían contratos estables formaban parte de una población
asalariada precarizada (Encuesta ISTAS-21 Barcelona). Las consecuencias de una
precarización en aumento (48% en 2005 por 51% en 2010) son numerosas, casi
inabarcables. La precarización desestructura la vida cotidiana e impide
planificar el futuro, genera inseguridad y sufrimiento, alienación,
frustración, exilio económico y desesperanza, sumisión y miedo. La
precarización es un determinante social dañino, tóxico para la salud, que
aumenta el riesgo de enfermar y morir prematuramente, no sólo para quienes
trabajan en esas condiciones, sino también para sus familias. Por ejemplo, el
impacto sobre la salud mental es mucho mayor (2,5 veces más riesgo) en los
trabajadores más precarios. La peor situación se observa en las mujeres,
inmigrantes, obreras, y jóvenes, cuya precariedad es elevadísima (alrededor del
90%).
Europa se
enfrenta a una ofensiva sin miramientos de acoso y derribo hacia los
trabajadores (agricultores, asalariados de la industria y de los servicios,
autónomos, pequeños propietarios de comercios y empresas), un cataclismo ya
vivido en etapas anteriores (sean los cercamientos, las leyes de pobres, o la
proletarización y marginación de enormes masas de la población). En esta
ofensiva, como en las anteriores etapas, vale todo: guerras, paro, desahucios,
subidas de precios e impuestos, falta de libertades y reducción de derechos,
pobreza, inseguridad y desprotección. Y todo ello en nombre del falso ídolo de
la libertad absoluta para las empresas, los mercados y… los individuos. Cuando
esa libertad es sólo para los que poseen enormes riquezas y poder y, para el
resto, miseria.
En un mundo
laboral donde la diversificación de productos y mercados, las nuevas
técnicas de gestión y organización de la mano de obra y las innovaciones
tecnológicas siguen proletarizando y taylorizando el trabajo a
gran velocidad en la industria y los servicios, la batalla política por
conseguir una organización del trabajo democrática se plantea decisivamente con
toda crudeza. Además, el uso de internet y las nuevas tecnologías con la
llamada uberización (que seguiría el modelo de la empresa Uber de
taxistas no convencionales) permiten que una empresa requiera trabajadores
independientes, según sus necesidades de cada momento. Si, como es previsible
bajo el neoliberalismo de la troika, ese modelo se extiende, se producirá una
fragmentación laboral aún mayor, más aislamiento y pérdida de poder negociador
de sindicatos y trabajadores, y una mayor mercantilización del trabajo.
La
precarización del trabajo no es un destino o una fatalidad con la que se nos
quiere culpabilizar, sino el resultado de un régimen político y un modelo
económico impuestos a conciencia. Por ello, es necesario pensar un modelo
alternativo de sociedad y economía que asegure la vida material de las
personas; un modelo donde se trabaje menos pero quizás en diversas actividades
y de modo diferente, mucho más respetuoso con el medio ambiente y con las
capacidades de las personas (mujeres y hombres de orígenes y etnias diferentes)
para trabajar y vivir mejor. Los cambios deberán ser radicales.
Por un lado,
habrá que aumentar la protección social y la seguridad material al margen de
tener empleo o trabajo. Sea mediante una reedición de un contrato social de
bienestar que asegure el pleno empleo como mecanismo básico de redistribución,
pero que también consolide los servicios sociales indispensables (salud, educación,
vivienda, energía, transporte, etc.), o sea mediante algún mecanismo de
garantía de rentas a la ciudadanía, se han de poner en marcha mecanismos que
alejen la miseria económica del trabajador pobre, así como la incertidumbre y
la arbitrariedad en la que vive.
Por otro
lado, habrá que respetar y desarrollar los derechos de los trabajadores y
democratizar radicalmente la organización y las condiciones de trabajo. Habrá
que avanzar en una economía que incentive la solidaridad y la cooperación con
proyectos nuevos, alternativos, que creen ilusión y esperanza, y que sean
creativos, ecológicos y socialmente útiles. En esta encrucijada histórica, hay
que repensar nuevas propuestas que conformen una alternativa para emanciparnos
a las cadenas con que nos ata el neoliberalismo capitalista. Ante la progresiva
destrucción de los derechos laborales y de la negociación colectiva, y la
extensión global de la precarización, hay que reivindicar la importancia
decisiva de luchar por la democracia laboral y evitar que el trabajo sea una
mercancía.
Joan Benach
es Investigador sobre condiciones de empleo y trabajo y desigualdades en salud;
Pere Jódar es Investigador sobre condiciones de empleo y trabajo, relaciones
laborales y movimientos sindicales. Ambos trabajan en GREDS-EMCONET
(Departamento de Ciencias Políticas y Sociales, UPF) y son coautores de “Sin
trabajo, sin derechos, sin miedo” (Icaria).
Fuente
original: http://blogs.publico.es/otrasmiradas/4193/la-precarizacion-esta-en-todas-partes-el-trabajo-no-debe-ser-una-mercancia/
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