Guillermo Almeyra
Los trabajadores mexicanos, como todos los explotados y
oprimidos del mundo, anhelan un cambio social logrado con métodos pacíficos y
democráticos, pues conocen en carne propia y por la historia el precio en
sangre y en sufrimientos de los cambios violentos. Pero cuando no pueden
mantener su modo anterior de vida, ni asegurar su existencia misma, pueden
verse obligados a reaccionar colectivamente y a responder a la violencia
criminal del Estado y de los delincuentes y a la injusticia con la autodefensa
y con una acción violenta liberadora.
Para que hoy en México un cambio por vía electoral fuese
posible debería imperar un grado mínimo de legalidad y de democracia, y el
Estado de la oligarquía y del capital financiero internacional debería ser
capaz de respetar lo que dicen las urnas, aunque el veredicto le fuese
desfavorable. Pero ¿quién puede creer en la posibilidad de elecciones limpias,
con resultados honestos, cuando la violencia desenfrenada decapita, como en
Guerrero, candidatos, decidiendo así por anticipado quiénes representarán al
Estado capitalista, y cuando la llamada justicia y las fuerzas del
orden a su servicio consolidan la alianza entre el aparato estatal y un
narcotráfico sostenido y alimentado desde Estados Unidos para someter y dominar
a México y obtener mano de obra y recursos baratísimos?
Si Estados Unidos amenaza a Venezuela porque ese país es
políticamente independiente, aunque siga siendo dependiente en materia
económica, y porque ayuda a las economías cubana y caribeñas, ¿es posible creer
que aceptaría en México –que está integrado a la economía y la sociedad
estadunidenses– un gobierno con veleidades de independencia? Si durante la
Revolución Mexicana, cuando Washington no tenía aún un ejército, Estados Unidos
invadió México y ocupó Veracruz, ¿permanecería ahora pasivo cuando es la
primera potencia mundial y decide sin apelación quién amenaza su seguridad
interna?
¿Podría ser garante de elecciones libres un gobierno nacido
del fraude y derivado de otro gobierno que militarizó el país, mató a decenas
de miles de personas y metió el narcotráfico dentro de las fuerzas armadas?
Si en Guerrero los comuneros, los campesinos, con el apoyo de
los demás explotados y oprimidos, eligen el camino de la autodefensa porque no
creen en los aparatos del Estado ni en su justicia tuerta, que ve sólo los
intereses de los poderosos, y se autorganizan y arman para garantizar sus vidas
y la democracia, ¿es sensato y moralmente aceptable dejarlos solos para
colaborar en la farsa de elecciones regionales, imposibles de realizar en las
actuales condiciones?
Durante mucho tiempo los capitalistas negaron el voto a los
trabajadores y a las mujeres, que conquistaron con duras luchas su derecho a
sufragar. El voto es algo que debe defenderse. No se trata hoy, pues, de negar
las elecciones por principio, sino de contraponer a esta farsa electoral en
Guerrero las elecciones democráticas, en asamblea, de los representantes
populares y de los ciudadanos en armas designados por esas asambleas para
combatir los delitos y los abusos de todo tipo. Se trata de garantizar el
derecho democrático de seleccionar –y revocar, si es necesario– los propios
representantes elegidos por voz popular.
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