Periódico Diagonal
03-03-2015
Vivimos como podemos nuestras ciudades, asumimos
incomodidades, distancias, espacios públicos escasos –en algunos barrios– y
excesivos –en otros–, barrios que se vacían o llenan según los horarios
laborales, calles en las que las personas son avasalladas por los coches. En
estas ciudades las personas que se encuentran en extremos vitales no son
autónomas, todas perdemos tiempo, y vida, en desplazamientos que tal vez no
serían necesarios.
¿A qué se
deben esas disfunciones? ¿No pueden hacerse las ciudades pensando en las
personas? ¿No pueden ser amables y vitales? Sí que es posible, pero las
ciudades han sido pensadas y construidas siguiendo los patrones y valores
imperantes en la sociedad patriarcal y capitalista. Se han aplicado criterios
considerados abstractos, neutrales y normales que, sin embargo, obedecen a
experiencias bien concretas: la de una minoría masculina, de mediana edad,
heterosexual, con trabajo estable, y con las tareas de la reproducción
resueltas de manera invisible.
Como
resultado tenemos ciudades que devoran el territorio en un modelo de
extensión insostenible, tanto en términos energéticos como vitales. Ciudades
en las que las actividades cotidianas se encuentran separadas y esparcidas por
el territorio, unidas por vías rápidas de circulación para el vehículo privado.
Este modelo de crecimiento urbano es el paradigma desarrollista, que valora
solo lo productivo y remunerado menospreciando las tareas reproductivas y de
cuidados, que se basa en la falsa dicotomía que asocia la esfera productiva con
el ámbito público y la reproductiva con el ámbito de lo privado. Estos
preceptos han dado lugar a espacios urbanos donde al priorizar esa experiencia
particular, otras realidades y subjetividades han quedado invisibilizadas.
Desde el feminismo como propuesta trasformadora
de los estereotipos y mandatos de género se puede construir otro tipo de
ciudades, otros barrios que nos incluyan a todas las personas. Analizando la
influencia del género en la construcción y uso de los espacios desde su
interseccionalidad, relacionándolo con otras variables como edad, condición
socioeconómica, etnicidad, identidad sexual a partir de las que también se
construyen relaciones de desigualdad… Actuando desde las experiencias micro
como fuente de conocimiento real y tangible. Experiencias subjetivas, ya
que desde las múltiples subjetividades en sus particularidades y sus
necesidades es como se puede construir una ciudad realmente inclusiva.
Para ello es necesario cambiar la forma de mirar, escuchar, preguntar y preguntarse, desarrollando metodologías de análisis, participación, propuestas y construcción que permitan recoger la complejidad social poniendo en el centro la vida cotidiana, reconociendo y poniendo en valor las tareas reproductivas y de cuidados, valorando la proximidad como cualidad urbana e integrando la realidad de tener un cuerpo sexuado femenino como usuario de pleno derecho del espacio público. Por ello frente al modelo dominante de ciudad funcionalista y segregada, la ciudad de distancias próximas y compacta con mezcla de usos y actividades, en la que se otorgue prioridad a los recorridos peatonales y el transporte público es la que mejora las condiciones vitales de las personas en el espacio urbano, genera entornos más seguros, promueve la interacción social y enfatiza las relaciones entre las personas gracias a la proximidad y la diversidad de funciones.
Para ello es necesario cambiar la forma de mirar, escuchar, preguntar y preguntarse, desarrollando metodologías de análisis, participación, propuestas y construcción que permitan recoger la complejidad social poniendo en el centro la vida cotidiana, reconociendo y poniendo en valor las tareas reproductivas y de cuidados, valorando la proximidad como cualidad urbana e integrando la realidad de tener un cuerpo sexuado femenino como usuario de pleno derecho del espacio público. Por ello frente al modelo dominante de ciudad funcionalista y segregada, la ciudad de distancias próximas y compacta con mezcla de usos y actividades, en la que se otorgue prioridad a los recorridos peatonales y el transporte público es la que mejora las condiciones vitales de las personas en el espacio urbano, genera entornos más seguros, promueve la interacción social y enfatiza las relaciones entre las personas gracias a la proximidad y la diversidad de funciones.
Una ciudad
feminista debe garantizar el derecho a la ciudad a todo tipo de personas,
entendido como la libertad de utilizar y disfrutar cualquier espacio de la
ciudad tanto por las cuestiones perceptivas de seguridad como por cuestiones de
autonomía y accesibilidad (económica y motriz), de tener
espacios que sirvan para el desarrollo de las actividades cotidianas y que
permita compatibilizar las diferentes esferas de la vida (productiva,
reproductiva, personal, comunitaria-política). Desde la escala más pequeña como
la vivienda, a espacios públicos o equipamientos.
Donde las
mujeres no tengan que ser las proveedoras de cuidados familiares como mandato
de género pero que las personas que eligen cuidar puedan hacerlo con espacios
que sirvan como apoyo físico y puedan ampliar los espacios de cuidado fuera del
espacio doméstico-familiar, con espacios de crianza y cuidado colectivo.
En la que las esferas y los tiempos de la vida cotidiana estén delimitados o
compaginados según las necesidades de cada persona y no porque así lo delimita
el espacio.
Esta ciudad
es posible, hay experiencias que nos lo muestran desde mediados del siglo XIX.
Experiencias feministas de transformación urbana que no sólo incluyen la
reconstrucción física, ya que el paradigma de que toda mejora pasa por hacer
tabla rasa es una visión profundamente capitalista y patriarcal que no tiene en
cuenta el carácter limitado de los recursos y la posibilidad de impulsar
mejoras a partir de cambios en la gestión y organización de lo existente,
aprovechando los recursos y haciendo un uso colectivo.
Desigualdades espaciales
Hay
diferentes experiencias dentro de la práctica urbana que funcionan, pero hay
muchas otras propuestas anónimas, organizadas desde la base y sustentadas en el
apoyo mutuo y la solidaridad que suceden en nuestros barrios día a día para
resolver las diferentes actividades de la vida cotidiana y mejorar nuestra
calidad de vida. Propuestas que van desde la transformación a partir del diseño
urbano, como el proyecto de las Frauen-Werk-Stadt en Viena, un conjunto
habitacional diseñado por la arquitecta Franziska Ullman con perspectiva de género, o los
proyectos del colectivo Matrix en Inglaterra en los años 80, o las pequeñas
reformas para mejorar la vida cotidiana en el barrio de Mariahilferstrasse,
también en Viena, a proyectos impulsados por colectivos feministas para
visibilizar el acoso callejero perpetuo que sufrimos las mujeres en los
espacios públicos y que condiciona nuestra libertad y autonomía como la
plataforma No
Me Llamo Nena o el Observatorio Contra el Acoso Callejero Colombia.
Sería
ingenuo pensar que la configuración espacial va a modificar comportamientos y
relaciones de poder profundamente arraigados en la sociedad, sin embargo, el
entorno físico no es solo escenario de la desigualdad sino que también actúa
como reproductor de valores y principios que promueven las desigualdades
económicas, étnicas, de género, por eso es importante intervenir en el
territorio no solo para tener mejores hábitats, sino también para que el
espacio deje de reproducir y reforzar estas desigualdades.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196020
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