“Una revolución sin baile no es una revolución que merezca la pena”
Emma Goldman
Anarquista y escritora
(1869/1940)
Establecimiento Penal, Huacariz,
Cajamarca, 9 de agosto de 1999.
Señor
Roy Rivasplata,
Conductor del programa radial “Salsa picante”.
LIMA.-
Es frecuente que al escribir una carta
al conductor de un programa radial se le felicite por su buen programa y todo
eso... Yo no quiero felicitarlo. Lo que quiero darle es mi agradecimiento
personal por difundir un verdadero legado de cultura musical del folklore
"afro-latino-caribeño-americano”, frase acuñada por su amigo el Dr.
Aparicio Delgado Porta.
Hay un dicho popular que refiere que el
perro es el mejor amigo del hombre. Sin embargo, aquí, en la cárcel, el
mejor amigo del interno es su radio Y en medio de tanta decadencia de
música comercial y los llamados ritmos de moda, podríamos decir que "Salsa
picante" es un oasis. También es un
querido punto de reunión de los amigos de la buena música que sábado tras
sábado confluimos para departir con usted cuatro horas de excelente
programación, sentimiento, saoco y sandunga.
Es común en la mayoría de la gente,
escoger el día sábado para salir a tomar un poco de esparcimiento y diversión
que endulce y reconforte el espíritu luego del duro trajín de la vida cotidiana.
Aquí, también, a través de las ondas de frecuencia modulada de CPN Radio, cada
sábado nos preparamos entre cigarrillos y tazas de café a disfrutar de la
fiesta que es escuchar "Salsa
picante".
Un último agradecimiento, ya no sólo
por hacernos llegar el sentimiento y la esperanza de un pueblo cuyos
intérpretes recogieron un legado para darle sus más ricas y expresivas formas a
través de la música que usted difunde; sino, también por enseñar buen gusto y
por educar con su programa.
Gracias por todo su esfuerzo y
perseverancia. Hace ya más de ocho años que estoy recluido -pasando por
diversas prisiones del Perú- y su programa, como su música, me ha ayudado a
conservar la alegría, el buen humor y el optimismo necesario para salir
adelante en la contingencia diaria.
Quería aprovechar esta oportunidad y
pedirle -por favor- si a través de su micrófono pudiera enviarle un saludo a
mi padre, el Sr. Antonio Rengifo Balarezo, el hombre que me enseño desde niño a
descubrir el universo de la música.
Es todo.
Atte.
Claudio Rengifo Carpio.
Alegría y reafirmación cultural
Antonio
Rengifo Balarezo
Es lo que ha llevado a los hogares
limeños "La República" el viernes 22 de noviembre con el Cd de Celia Cruz. Lo puso al alcance de la mano en los kioskos
de cada esquina de la ciudad por 10 soles. Dio satisfacción a una necesidad
primaría. Así como el pan no debe faltar en ningún hogar, tampoco la música,
es decir, la alegría; por lo demás, la música y el baile alejan a los
malos espíritus de la casa.
El día que apareció el Cd de Celia Cruz, mis amigas y amigos,
conocedores de mi preferencia por la música tropical, me lo recordaron desde
temprano por teléfono. Cuando me reuní con Cecilia, mi esposa, después de salir
del trabajo, nos bailamos de un solo “queco” todo el Cd. La alegría desencadenó
nuestras energías adormiladas. Concluimos sudorosos y alegres. Y, sobre todo,
queriéndonos más. Todas las catorce piezas nos gustaron, aunque en grado
superlativo: Tamborilero, Bajo la luna,
Para tu altar y Vamos a guarachar. Explicaré porque gozamos con la música
tropical. Lo que es sumamente fácil ya que la música suscita la evocación.
Cecilia nació y se crió en el lugar en
donde se encuentran las zambas más hermosas de Lima: Chorrillos. Desde muy pequeña escuchó indirectamente a
Celia Cruz acompañada por la Sonora Matancera en la cantina "El
Verde", así la llamaban en el barrio, aunque no tenía letrero. Ella vivía
frente a esa cantina y en todas las cantinas elevan el volumen de la rockola. Ya adolescente, su hermano
mayor le enseñó a bailar.
Yo nací en El Rímac y pasé mi niñez en
El Callao, en una casa huerta de mis tías, en la esquina del Jr. Ancash con
Arequipa Sur, cerca a La Mar brava. Era la única que en esa zona tenía
teléfono. Muy poco me dejaban salir a la calle. Solamente recuerdo a dos
zambitos de mi edad que vivían frente a mi casa: "Pitti” y
"Panceta", eran hermanos. La casa de ellos también formaba esquina;
era de madera, pero sólida. En la
siguiente cuadra del Jr Ancash, en donde vivía, y en la esquina con el Jr.
Apurimac quedaba una célebre cantina llamada El Arca de Noé.
El barrio se alborotaba cuando
irrumpían al anochecer los Humiteros con guitarra, tumbadora, bongó, huiro y
maracas; vestidos con camisas de bobos en las mangas y de colores encendidos
con figuras de palmeras. Tocaban música
de solar cubano al estilo del Trío Matamoros o de Celina y Reutilio. Recuerdo una guaracha que nunca la he vuelto
a escuchar: Quiero un sombrero de huano una bandera y un son para bailar… Los niños éramos los primeros en
congregarnos para verlos tocar y bailar.
Los padres de familia en las puertas de sus casas esperaban que se
acerquen a ofrecerles las humitas que traían calientitas en un canastón. Y así iban los Humiteros de esquina en
esquina…
La huerta de mi casa colindaba con "El
Ají verde" un prostíbulo de cierta categoría, se atendía previa cita y con
santo y seña. Y la música de Celia Cruz y La Sonora matancera también la
escuchaba indirectamente. Dicho prostíbulo era regentado por una mujer madura a
quien todos la trataban con sumo respeto y la llamaban madam, por ser francesa. Los
parroquianos asistían vestidos con terno.
Al Ají verde se ingresaba por una
puerta estrecha con una ventanita para certificar quien era la persona que
pretendía ingresar. La puerta de entrada
daba inicio a un corredor con habitaciones a ambos lados. Cada habitación tenía
una claraboya en el techo y los implementos para librar “un combate” cuerpo a
cuerpo a media luz y con efluvios misteriosos.
Al final del corredor se iniciaba una explanada con un bar, mesas con
sillas y espacio para bailar.
Ustedes dirán, cómo sabía el niño
Toñito tanto si no había ingresado al prostíbulo. Les explico. La explanada del prostíbulo la separaba únicamente
una pared de la huerta de la casa de mis tías. Para satisfacer mi curiosidad de lo que para
mí estaba envuelto en un halo de misterio, me hice cómplice de las jóvenes de
la servidumbre de la casa. Ellas, con tal que no las delatara, me subían al
techo para mirar furtivamente.
Otra influencia infantil para apreciar
la música tropical ocurrió cuando mi abuelita me llevaba de visita a la casa
sin niños de una amiga que vivía en los altos del entonces restaurante
"España", al costado de la iglesia Matriz en la parte antigua del
Callao. Frente a la iglesia, en el Jr. Constitución, estaban ubicados algunos
bares atendidos por copetineras. Ahí recalaban los vaporinos a disiparse
después de una larga travesía. En esos bares se bailaba con música cubana y
puertorriqueña. Al anochecer salía a la plazuela de la iglesia para recoger
"padrino cebo*y apreciaba el ambiente del frente.
En el Callao también visitaba la
plazuela del muelle de guerra. Ahí los sábados o domingos los músicos de la
marina de guerra yanki trataban de entusiasmar a los concurrentes; pero como
únicamente interpretaban música norteamericana no lo conseguían. También invitaban
a visitar sus buques y a ver las películas que proyectaban. Lo mismo hacían en
los otros puertos del litoral peruano. Pero todos esos lugares, eran bastiones
inexpugnables de la Sonora matancera. En suma, la Sonora mantancera impidió el
avasallamiento cultural de la política exterior yanki.
Poco antes de mi adolescencia y al
concluir tercero de primaria en el colegio particular de Curas La Merced fui -en 1950-
a vivir al precioso conjunto habitacional llamado Unidad Vecinal No. 3, la
ciudad hogar. Ahí en el colegio fiscal de 2do. Grado 473. José Martí, y en la
vecindad me encontré con muchachos provenientes de todos los barrios populares
de Lima y Callao. Tanto en las casas de
los vecinos como en le rockola de la
cantina del barrio –de los esposos japoneses José y María Tokumori- se
escuchaba a Celia Cruz y a otros cantantes de la Sonora Matancera. Era una
cantina típica de barrio populoso, pues tenía aserrín regado en el piso.
Ya adolescente hice amistad con
Juancito que era mayor que yo y trabajaba como obrero en la Av. Argentina. Él
se disipaba, como la mayoría de obreros, tomando licor los sábados en la tarde
en la cantina; cuando ya estaba algo "picado" bailaba frente a la rockola y algunas veces desafiaba para
demostrar sus dotes de bailarín. A él lo llamábamos cariñosamente: Juancito Trucupey en alusión a la canción
de Celia Cruz y que integra el Cd lanzado por “La República".
En la Unidad Vecinal No. 3, los
carnavales se celebraban con bailes infantiles y juveniles en el Salón comunal,
engalanados con la presencia de la Reina de nuestra Unidad Vecinal. Una de esas
reinas fueron Queta Rodríguez, la hermana de nuestro amigo de barrio “Chupetín”,
Maruja Herencia y Enma de la Barra. Las
fiestas de matrimonio también se celebraban en el Salón comunal, pues los
numerosos invitados rebasarían en la casa y los vecinos no podrían dormir con
tranquilidad. La casa se reservaba para los cumpleaños.
Entre los jóvenes bailarines más
notables recuerdo a "culebrita" Estrada, "Peluca" Paniagua,
"Ojo de uva" (Italia) Bassa, "Cachito" Urrutia y a Joaquín
Hidalgo “Tronquiño”. Cuando éramos invitados a otros barrios llevábamos a
alguno de ellos para que quede bien la Unidad Vecinal No. 3.
Entre las notables bailarinas
mencionaré en primer lugar a "La loca Tilín”, una zamba que movía muy bien
hasta las orejas; a ella todos los discos le resultaban cortos, puesto que
cuando terminaban, seguía bailando; "La tía Tula", tenía una
combinación de rasgos físicos de negra, india y blanca; era alta y mayor que
todos nosotros; la naturaleza había sido demasiado pródiga con ella y ella como
retribución, también se prodigaba. Aprovechaba sus ostensibles cualidades
"antero-posteriores" en el baile, especialmente cuando Celia Cruz
cantaba Vamos a guarachar. Jalaba a cualquiera de los jóvenes y se
ponía a bailar; a base de arrumacos, iba situando a su pareja en una esquina
para que no tenga escapatoria; y en el preciso momento en que la música
"picaba" por la intensa percusión en los cueros; movía rítmicamente los hombros y situaba sus
enormes "pechereques" en la nariz de su pareja. El joven concluía
sofocado y "birlocho". Por
último, mencionaré a "La flaca Pilancho"; ella se caracterizaba por
su entusiasmo desbordante y por ser "eléctrica", acelerada; nunca
sincronizaba con el ritmo. Todos los long-plays
de 33 revoluciones los bailaba como si fuesen de 78 r.p.m. (En esa época aún no empezaban a usarse los
cassettes).
Para ponernos al día con la música de
la Sonora matancera -y a pesar de nuestra edad- fuimos algunas veces al bar
"El Sabroso", en el Callao, ubicado en la parte antigua y cerca a la
Av. Constitución. Ahí tos vaporinos, cuando ya no tenían dinero, trocaban los
nuevos discos que traían de Cuba por cajas de cerveza que les proporcionaba el señor
Rospigliosi, dueños del bar... En ese bar éramos marginales, pues estábamos en
plena etapa de aprendizaje para luego adquirir cultura alcohólica; es decir,
para conducirnos con corrección; a pesar de los tragos ingeridos.
En esa época la música tropical bailable
era asociada a los lugares licenciosos. Razón por la cual, los miembros de las
clases medias influidos por el catolicismo se privaron de liberar sus energías
vitales y expresar sus sentimientos a través del baile, la música y el canto
tropical. Tal es así, que cuando egresé
de la universidad de San marcos hice una reunión en mi casa. Invité a mis amigos de barrio y a mis amigos
de la universidad, los que procedían de Miraflores y Barranco. Eran dos mundos aparte. Mis amigos de la universidad no sabían
guarachar.
Sin embargo, la música tropical se fue
haciendo presente hasta en los lugares más insospechados. Cuando fui a trabajar
a Puno, al concluir mis estudios universitarios, un hacendado me contó que
cuando alguno de ellos se enteraban de la llegada de una orquesta tropical con
sus bailarinas al "Embassy” (Plaza San Martín) o al "Olímpico" (Estadio
Nacional), hacían una bolsa y financiaban su presentación -privada- en alguna
de las señoriales casas-hacienda del altiplano puneño, previa aclimatación
del personal en Arequipa. (Debe
recordarse que la Sonora matancera debutó en Lima, en la Plaza de Acho, el año 1957.
´El cantante Celio González salió en hombros seguido por una multitud de
seguidores de la Sonora matancera.
Luego de varios años retorné a Puno, a
la meseta del Collao, como jefe de un equipo de diversas profesiones, entre
limeños y puneños, con la finalidad de identificar proyectos de inversión y
generar empleo. Tuve a mi disposición
una camioneta pick up de doble cabina
y doble tracción en la que deposité unas cajas de cerveza y un equipo de sonido
portátil. Al anochecer y después de
recorrer el campo puneño, llegamos a Llachón, ubicado en la punta de la
península de Capachica en el lago Titicaca.
Le solicité al señor Cleto Mamani, director de la escuela que nos
permitiera pernoctar en sus instalaciones con nuestras bolsas de dormir. Gustosamente aceptó nuestra inopinada
visita. Pero, antes de dormir, empezamos
a beber algunas cervezas y escuchar música.
El director, que tenía evidentes rasgos indígenas, nos sorprendió a todos
cuando escuchó Llorarás interpretado
por la orquesta Dimensión latina en donde Oscar de León cantaba y tocaba el
contrabajo. Como es sabido, Oscar de León tuvo desde niño la fuerte influencia
de la Sonora matancera; pues, su mamá cuando oficiaba de lavandera se
acompañaba escuchando los programas musicales de la Sonora matancera con su
radio y Osquítar al lado. Pero, como
así, Cleto Mamani cimbreaba la cintura al bailara y hasta nos desafiaba a salir
al ruedo?. Luego de aceptar el reto, y
concluido el baile, le pregunté sobre su habilidad para bailar ritmos
tropicales. Me respondió que cuando se
fue a estudiar pedagogía a la escuela normal de Arequipa se juntaba con sus
condiscípulos originarios del puerto de Mollendo; quienes con otros mollendinos
salían a bailar los sábados. Por lo
demás, les diré que Puno es una tierra de bailarines y fecunda en danzas.
En fecha cercana y en la isla Penal de El
Frontón –frente al puerto del Callao- los senderistas prisioneros en el día de
visita no sólo bailaban: ¡¡fuerza
sicuri!!, de Puno; sino también música tropical, el recluso
"Figurita" destacaba en los concursos. Díganme ustedes, si la Sonora matancera no
estará en todas partes.
Felizmente, ahora la música tropical se
mantiene vigorosa y trasciende a todas las clases sociales, sin los prejuicios
y la imposición cultural que intentó reprimirla. Felicitaciones al diario
"La República" por tan oportuna iniciativa. Ahora apreciemos la clara
y precisa vocalización de Celia Cruz y la disciplinada orquesta tropical La
Sonora Matancera. Tanto la cantante como el conjunto musical han pasado la
prueba del tiempo y mantienen su frescura. Eso le confiere el carácter de
clásicos.
(Lince, sábado 23 de noviembre de
1996).
El Callao, capital peruana de “la Salsa”
La he pasado muy bien
Bailando con Willy
Colón por 13 soles
...se trata de eso; pagar, entrar y disfrutar de la
música.
Y llegar a la casa y decir la he pasado muy bien,
he disfrutado con la música,
que es un placer, uno de los grandes placeres.
Sea la música que sea, culta o no.
Carles Santos.
Quimera
Revista de literatura. No. 168.
Barcelona, abril, 1998.
No vayas al Callao y menos de noche y solo, te pueden hacer daño. Ahí
está la gente más maleada. Este fue el consejo de mis familiares
y amigos. Sin embargo, los desoí. Liberé mis impulsos vitales y acudí, el
viernes 20 de agosto, a la cita con Willy Colón y su orquesta en el Complejo
Deportivo Yahuar Huaca del Callao,
(3er. Festival Chim Pum Callao).
Llegué cerca de la media noche. Ni bien
bajé del micro, ya una joven me ofrecía una entrada sin recargo. Era una
gentileza chalaca. El ingreso se efectuó sin colas ni tumultos, en pequeños
grupos. Los miembros del servicio de seguridad revisaban las ropas con
amabilidad y firmeza. A pesar del doble chequeo, la chata de ron Bacardi que
llevaba en el bolsillo trasero de mi pantalón se hizo impalpable. No la
detectaron. Parecería que por mi buen ánimo irradiaría una aureola de santidad.
Al trasponer la puerta de ingreso unas chicas me regalaron una cajetilla de
cigarrillos.
Me ubiqué en la parte lateral y
delantera. Luego de un vistazo a la muchedumbre me dije: el Callao es la
capital peruana de la salsa. Las letras de las canciones estaban en boca de
todos y se movían al son de la música. Los jóvenes hacían pirámides humanas que
rápidamente se desmoronaban, unos lucían polos estampados con la bandera
portorriqueña y otros el rostro del cantante Héctor Lavoe. Había más mujeres
que hombres. ¡Qué bacán!
Estaba tocando un conjunto colombiano y
cantaba alguien que me resultó familiar. Consulté a una autoridad, a cualquiera
de mi alrededor, fue una señora que tenía una vincha del club de fútbol Boys; me confirmó, si era el mismo del
tema La Chica de Chicago. Al poco
rato interpretó ese tema. De los músicos quedé maravillado por la niña
angelical que tocaba el teclado. Era cachetoncita con una papadita apetecible y
un sombrerito que le cubría las cejas como si tratara de pasar desapercibida.
Sin embargo, produce tal estimulación auditiva que concita la total atención
del público. Uno se pregunta quién es ese ángel caído del cielo y cuando
miramos de donde provienen los sonidos, nos damos con la sorpresa que es una
nínfula. La nínfula de la música tropical. ¡Si la vida nos da sorpresas!
Sale la orquesta de Willy Colón y todos
nos preparamos para apreciar algo extraordinario, algo así como la aparición de
un cometa o el Che Guevara resucitado. Los músicos ejecutan una Salsa con los
variados ritmos caribeños y con su vibrante energía, electrizan la atmósfera.
De esta manera preparan la aparición de su- Director. Se produce una
retroalimentación emotiva entre Willy Colón, los músicos y el público. Es un
momento similar a la Eucaristía de la misa. Todos comulgamos de la misma
hostia, todos somos hermanos. La individualidad de los concurrentes desaparece.
Nadie deja de bailar ni está solo. Y así llegamos simultáneamente al éxtasis.
Yo, que ya estaba “sazonado” -pues, me
tomaba un trago entre las canciones- siento una mirada puñalera que me hincaba
y que provenía de mi costado. Volteo y era una chalaca que me estaba clavando los
ojos. Sin mediar palabra le pasé la chata de ron. Y entre los dos la
terminamos. Ella exclamó: ¡acá, el qué no
baila, es un huevón!. Nunca había escuchado una lisura que dejara de ser
lisura, pues era oportuna y exacta. Luego añadió: ¡Imagínate, bailar por seis
soles con Willy Colón!!
Willy Colón le rindió un homenaje
musical a la memoria de Héctor Lavoe. Cantó algunos temas de él. Volví a
recordar una frase de contenido filosófico de una de sus canciones: Si Dios te da limones, has limonada.
Terminado el homenaje, Willy Colón solicitó al público que le hiciera
peticiones. Y le llovieron: Gitana,
Varón, Idilio, etc. Colón estaba tan bien sintonizado con los chalacos que
prolongó su permanencia y complació todos los pedidos.
Antes de terminar quiero mencionar dos
episodios. Colón anunció con cierto pudor que iba a cantar en inglés; pero en
vista de la fría receptividad, se retractó. El otro episodio sucedió cuando los
músicos se endiablaron e hicieron gala de su virtuosismo individual y de su
capacidad de hechizar, todos nos quedamos inmóviles y en un silencio
reverencial. Se llegó al éxtasis colectivo.
Bueno, pues, todo tiene su final, como dice Héctor Lavoe. Cuando se retiró la
orquesta de Willy Colón se retiraron muchos concurrentes, entre ellos, yo
también. Me despedí de la chalaca; no sé quién es, ni su nombre. Lo único que
sabemos es que nos gusta la salsa. A ella le costó la entrada tan solo seis
soles. A mí, 13 soles incluyo la chata de ron Bacardí (cinco soles en la
licorería de las chinitas de la cuadra 20 de la Av. Arenales) y los pasajes.
Con poco dinero se puede gozar. ¡Chim-Pum!
¡Callao!
Al salir encontré un micro que estaba a la espera. Tomé asiento junto a una persona que dormía como si estuviera en la suite del mejor hotel de San Isidro. Me bajé en la esquina de Los Fresnos y Javier Prado en San Isidro. Pero, bien podría haber llegado caminado a mi casa, pues me sobraban energías. Llegué a mi casa a las 4:15 a.m. le dije a Cecilia, mi mujer, la he pasado muy bien, tal como reza el epígrafe.
Antonio Rengifo Balarezo.
rengifoantonio@gmail.com
Lince, 24 de agosto de
1999
La familia Reyes/Ballesteros, nuestros
vecinos de la Unidad Vecinal Nº 3.
DE:
|
Muy buenas tus experiencias Antonio.
Lo
que puedo recordar de la música tropical es que mi afición comienza desde muy
niño, así como tú lo narras en tus artículos. Contando con uno o dos años de
edad, paraba más en casa de la familia Reyes/Ballesteros que en la mía.
Recuerdo mucho a don Guillermo (esposo de la Sra. Elena) hombre muy fornido,
grande, callado, recuerdo que me hacia dormir en su pecho cuando llegaba de
trabajar al medio día.
La familia Reyes Ballesteros ha sido para mí
el referente de la música tanto criolla como tropical cubana. El ritmo y la
música vienen por el lado de los Ballesteros. Cuando tenía cinco años más o
menos y se reunían en la casa de la “mama” Elena, que era como yo la llamaba de
cariño; el abuelo Pancho,(el abuelo "cañería" por su afición al ron)
tocador de guitarra, su hijo Alejandro "el mocho" le faltaba un dedo
por su oficio de zapatero y, por último, Angelito que era el
"ayayero" y, eso si, el bailador indiscutible de marinera limeña, en
medio de guitarras y voces entrecortadas por el ron y la cerveza y la
chispa incontrolable de los negros de los Barrios Altos; porque de allí
procedían; eran vecinos de las famosas Cinco esquinas Jr. Junín, si
mal no recuerdo:
Es que con la familia Reyes/Ballesteros aprendí
a gustar de la música y de manera muy particular de la música tropical cubana,
que dicho sea de paso nunca ha dejado de estar de moda.
Muy buena Antonio por hacerlo notar.
Miguel
NOTA.- La familia Reyes/Ballesteros vivían en la
Unidad Vecinal Nº3 en el Block 56-C-7.
Miguelito Maldonado en el 56-C-8 y Antonio Rengifo en el 56-C-6.- Todos
vecinos y, más que eso, como si fuéramos familia. (A:R:B)
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