28-05-2015
Finalmente, el gobierno optó por enfrentar los
conflictos sociales con las armas en la mano. Dio así, de ese modo, curso a un
proceso incierto. Todos saben cuándo y cómo comenzó, pero nadie sabe cuándo, ni
cómo, acabará.
Grave error,
sin duda, que trastoca todos los valores del análisis político y arrastra a la
confusión a muchísima gente.
Las
declaraciones de Keiko Fujimori abogando por el “diálogo” y la “suspensión
indefinida del proyecto Tía María”, o las de García condenando “el uso de la
violencia armada contra el pueblo”, parecen extraídas de una serie de ficción.
Ahora las
expresiones más turbias de la reacción, se dan el lujo de dar lecciones de
civismo, ponderación, ecuanimidad y buen criterio.
Que eso
ocurra, no constituye ninguna lección provechosa para la ciudadanía. Al
contrario. Sólo sirve para que la desorientación cunda y la gente no sepa
realmente quién -o quiénes- representan realmente los verdaderos intereses del
país.
El tema de
fondo es ciertamente complicado. Se trata de definir la ejecución, o la muerte,
del proyecto minero “Tía María”, que -asentado en el Valle de Tambo, en la
región Arequipa- ha despertado la ira de la población.
Es claro que
la responsabilidad del tema, la tiene el gobierno de García, que entregó la
concesión a la Southern incluso con estudios medio ambientales que
desaconsejaban severamente cualquier actividad minera en la zona.
Pero eso, ya
no importa a nadie. El conflicto se ha desarrollado y ha madurado de tal modo
que carece de sentido saber quién dio el puntapié inicial en este oscuro
partido. Lo que importa, es lo que está ocurriendo ahora, y lo que podrá
acontecer en el futuro inmediato y luego mas adelante.
Para los
días 27 y 28 de mayo está previsto un Paro Regional en todo el sur
peruano. Siete Grandes ciudades se sumaran masivamente a la acción, convencidos
que la causa de los pobladores es justa. Pero ella ha ganado aún más
adhesiones.
En diversas
ciudades del norte y del oriente, ha tenido lugar manifestaciones y otras muestras
de activa solidaridad con quienes -al recusar la inversión minera- cuestionan
la contaminación de las aguas y la atmósfera, así como la destrucción de la
flora y la fauna silvestre.
Y nadie
necesita analizar sesudos estudios ambientales para entender eso. La gente
tiene a su lado la expresión viva de lo que habrá de ocurrir: en 1953 el valle
contiguo –Moquegua- era un prodigio de la naturaleza: sembríos cosechas,
pastizales, ganado, producción lechera, agricultura boyante y bio diversidad
eran el común denominador en una zona en verdad paradisiaca que me tocó conocer
siendo aún niño.
Después,
vino la Southern -la misma empresa de “Tía María”- y destruyó todo. De valle,
solo quedaron zanjas y carreteras en espiral. Se extrajo el cobre de Toquepala
a “tajo abierto” y desapareció toda expresión de cultivos. El valle se
extinguió, al tiempo que el preciado mineral salió del país para nunca más
volver.
Los
“extractivistas” -unidos a los exportadores de uno u otro pelaje- batieron
palmas, pero fue la empresa la que se llevó las joyas de la corona, en tanto
que al Perú apenas le quedó el valor de los impuestos y el olor de la pobreza
convertida en desolación.
También en
esa circunstancia, hubo muertos. Los agricultores del valle de Moquegua
opusieron valerosa resistencia. Y a partir de allí, los obreros mineros de Toquepala
se sumaron a la lucha contra el Poder financiero del consorcio beneficiado en
ese entonces por la dictadura de Odría.
¿Quién podrá
pedir a los agricultores de Tambo que confíen esta vez? ¿Quién podría
asegurarles que su valle permanecerá intocado en tanto que ellos mismos podrán
acumular fortunas gracias al mineral obtenido gracias a una “explotación
limpia”?, ¿Quién, en definitiva, podrá jugar el papel de “garante” para avalar
esa felonía?
El
Presidente Humala dice que el Estado Peruano no puede “denunciar” e “incumplir”
el tratado suscrito con la Southern, y que, por eso mismo, él está “obligado” a
llevarlo a cabo. Pero no fundamenta nada ni deslinda las responsabilidades. No
explica a la gente las posibilidades y alternativas. No da la cara para
responder las inquietudes de millones de peruanos que se movilizan en torno al
tema.
Prefiere
esconderse tras la pantalla de la tele, o hablar pegado a un micrófono, o
dictar disposiciones que dictan el uso de la fuerza, contra quienes protestan o
reclaman.
La paz de
los cementerios parece ser la opción escogida por el régimen.
Esa opción
bien pudo haberse extraído de los planes de gestión de Alan García, o de los
archivos y canteras del fujimorismo, cuyas manos manchadas de sangre se agitan
hoy pidiendo “tranquilidad y paz”.
Pero esa paz
es incompatible con la demanda de los pueblos porque asoma desligada de un
concepto que la complementa de modo natural: justicia.
Justicia
para el pueblo, para el valle, la agricultura, los cultivos y la bio
diversidad. Justicia para “los de abajo”, aquellos que apenas tienen la fuerza
de sus manos para sembrar y labrar la tierra, y no poderosas máquinas de acero
que se tragan el oro, la plata y el cobre.
En torno al
tema de “Tía María” se habló de una “tregua” de 60 días. Ella, ha sido superada
por la realidad. El propio gobierno se ha olvidado de ella porque no ha
dispuesto nada para debatir con los pobladores, y sí mucho por reprimir su
voluntad de lucha.
Se ha
creado, bajo el telón de la violencia, un escenario propio para todo tipo de
provocaciones. Cualquier interesado en fomentar el caos, y atraer las más
variadas expresiones del terror puede activar un cartucho de dinamita en Tarata
o en cualquier lugar, en Lima o en cualquier otra ciudad. Y cualquier
aventurero puede pedir lo que salga de sus entrañas en un cúmulo de odio
contenido, o de rabia alimentada.
Las
pasiones, sin embargo, no sus buenas consejeras. Hace muchos años -no lo olviden-
un activo luchador caucásico nos dijo: “hay que tener siempre la cabeza
fría, y el corazón ardiente”. ¿Lo recuerdan?
Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra
Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe
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