18-06-2015
El artículo:
“SOCIALISMO DEL SIGLO XXI: de la esperanza a la decepción” escrito por el
profesor André-Nöel Roth y publicado recientemente en el portal: Palabras al
Margen (http://bit.ly/1ebKAnW), se
propone realizar un balance actualizado sobre las situaciones y los procesos en
los “países del socialismo del siglo XXI”: Venezuela, Bolivia y Ecuador. Estas
“revoluciones democráticas de un nuevo tipo”, al decir de Roth, en contraste
con la esperanza y los entusiasmos que habrían generado en sus inicios (no sólo
en sus propios países sino también en otras partes del mundo), hoy provocarían
todo lo contrario: escepticismo y decepción.
Varios de
los juicios hechos por Roth resultan válidos y ciertamente contribuyen a los
debates académicos y políticos que hoy por hoy, desafortunadamente, brillan por
su ausencia. Sobre todo cuando en varios contextos, entre ellos Colombia, las
aproximaciones a este asunto se caracterizan por la irreflexividad y en otros
casos más puntuales simplemente por la deformación desinformativa. No obstante,
el artículo al que hacemos referencia en su conjunto cae en varios lugares
comunes desde los cuales valdría la pena interponer algunas precauciones y
pensar este asunto a partir de nuevas premisas instalando una mirada
complementaria que explore este tema bajo nuevas claves.
1
Proponer los
“Socialismos del Siglo XXI” (en adelante: SSXXI) como “revoluciones
democráticas” y desde allí sacar conclusiones definitivas, resulta ser un
ejercicio interpretativo ambiguo para caracterizar los procesos registrados
recientemente en Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Stricto
sensu los episodios aludidos no son “revoluciones”.
Si quisiéramos describir grosso modo el significado político de los
procesos venezolano, ecuatoriano y boliviano deberíamos precisar mejor a qué
nos referimos con “revolucionario”.
Si se
respetan ciertos niveles de análisis sobre la realidad se puede advertir que
una cosa es un proyecto revolucionario, el cual tiene como
horizonte político transformar el modo de producción y reproducción de las
relaciones sociales vigentes (hoy capitalistas); y, otra cosa es un programa
político y/o de políticas revolucionarias, es decir: parte de
un proceso que está materializando la Revolución. Un proyecto político,
desde luego, puede (auto)proclamarse revolucionario. Sin
embargo, esta sola enunciación no es performativa y, por lo tanto, no permite
decir que el proyecto efectivamente lo sea. Bien recordaba Hugo Chávez en Golpe
de Timón: “la revolución no se decreta”, de lo contrario – también lo
planteó Marx – estaríamos al borde de caer en un cretinismo constitucional.
Para el caso que nos ocupa, los SSXXI presenciamos a lo sumo una enunciación de
un propósito, la proyección de un horizonte, lo que potencialmente puede
ser (o no ser): La Política. Un asunto diferente es referirse al diagnóstico
sobre el aquí y el ahora: las trayectorias de lo actualmente existente: Lo
Político.
Por lo
tanto, para ser y estar en medio de un proyecto político revolucionario
el cual pretende materializarse, entre otras cosas, mediante un programa
político y de políticas revolucionarios, habría que hacer antes la
revolución. No es el caso de los SSXXI.
Venezuela,
Bolivia y Ecuador son, ante todo, reformismos radicales ya que la
ruptura revolucionaria es un horizonte deseado pero no una realidad en concreto
ni firme. Los SSXXI se diferencian de otros casos – en principio – tomando en
cuenta el grado de profundidad de las “reformas” (a lo que Roth apunta al
referirse a “las vías ‘socialdemócratas’ o ‘moderadas’” por las que han optado
otros procesos; sin referirse cuáles son esos casos) sólo por contraste
y comparación. Estas diferencias serían distinciones de grado. La disyuntiva
entre reforma o revolución como alguna vez la postuló Rosa Luxemburgo en
términos dicotómicos no aplica para un contexto drásticamente distinto como el
de los SSXXI.
2
La anterior
aclaración tiene otras implicaciones. Dado que no estamos en presencia
de gobiernos “revolucionarios” hic et nunc sino de reformistas radicales
con un horizonte revolucionario, los procesos de los SSXXI están a su vez
sometidos y condicionados a lo que podríamos denominar las oportunidades y
restricciones de una doble transición.
Si los
procesos de ruptura revolucionaria en el siglo XX se plantearon como transiciones
socialistas, los reformismos radicales del nuevo milenio enfrentan el
desafío de lograr primero una transición desde el neoliberalismo,
donde el punto de partida es cierto, pero el de llegada es incierto.
Posteriormente y en segundo lugar, se advierte otra transición hacia
el socialismo durante siglo XXI, donde el punto de llegada es un locus
de incertidumbre, un proceso en construcción y por construir; si se quiere, un
no-lugar que no pretende ser “calco ni copia” (Mariátegui). Esta distinción
debe incorporar además el contexto político bajo el cual se han desplegado
estos procesos neo-socialistas y, especialmente, lo que
significa el dispositivo democrático, el cual - hay que subrayarlo – fue la
democracia reducida al ámbito (neo)liberal-electoral. Los márgenes para
maniobrar políticamente aquí son drásticamente distintos.
En la
muestra específica de casos a los que alude Roth como los SSXXI, por ejemplo, ninguno
de los candidatos presidenciales llega al poder con un discurso socialista.
Adicionalmente, estamos hablando de conquistas electorales del poder gubernamental,
es decir, un nivel bastante bien acotado en las relaciones sociales e
institucionales del poder, en sentido más amplio. Las primeras victorias
electorales de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa se destacaron por ser
discursos reformistas los cuales, incluso, en su momento fueron
calificados de “tercera vía” (es decir, un reformismo en y no del neoliberalismo).
Cómo no recordar que el proyecto boliviano giraba inicialmente en torno a un ¡capitalismo
amazónico! (García Linera).
A diferencia
de los “demás casos” (aquí no omitimos los más representativos: Argentina,
Brasil, Uruguay) una vez en el poder de gobierno la retórica anti-neoliberal de
los SSXXI fue poco a poco procesando, adoptando y adaptando diferentes
perspectivas sociales y, al final, transformándose. Pasaron de ser una
resistencia meramente defensiva anti-neoliberal hacia un programa
político y de políticas ofensivo contra el neoliberalismo. O para
decirlo coloquialmente: en los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador,
políticamente, se pasó de los NO’s a los SÍ’s, y en esa medida se constituyeron
distintos programas políticos que no sólo pretendían el
cambio de las políticas en el neoliberalismo sino enarbolaron la
posibilidad de procesos que condujeran hacia la desinstitucionalización y destitución
del neoliberalismo, dos cosas que también son distintas sobre todo en relación
a los “otros casos”.
Finalmente,
bajo distintas versiones: Socialismo del Siglo XXI (VEN), Revolución Ciudadana
(ECU) o Socialismo Comunitario (BOL) se constituyeron horizontes (proyectos)
políticos “revolucionarios” aunque en medio de una (primera) transición que
hoy por hoy se encuentra en curso y que resulta - además - sumamente
compleja en tanto articula toda una variedad de relaciones de poderes y
dimensiones, actores y sujetos de las sociedades nacionales y también del
escenario internacional.
3
La
metamorfosis que conduce hacia la instalación de los SSXXI hay que valorarla
entonces no moralmente sino por el significado político que implica para la
economía política global en el siglo XXI.
No hay que
omitir que, al inicio de este milenio, nos encontrábamos, aquí sí, en medio de
la gris pesadilla y la desesperanza absoluta del holocausto neoliberal,
recordémoslo: la fase del capitalismo tardío donde se exacerban todos
los salvajismos inherentes a sus lógicas y contradicciones, tales como la
explotación económica (humana y de la naturaleza), la opresión social, la
alienación ideológica, y las violencias constitutivas que lo inauguran desde la
década de 1970s con el debut de las dictaduras cívico-militares. De hecho,
menos de una década antes de que Hugo Chávez llegara al Palacio de Miraflores,
se había sentenciado históricamente el triunfo definitivo del capitalismo y
afincado la frustración según el destino de la humanidad no podía ser otro que
el del neoliberalismo, con todo lo que ello implica.
De allí que
la auténtica decepción (“primera”, digamos, para no hacer desde ya
futurología), en medio de todos estos acontecimientos históricos son los
procesos que bajo una retórica anti-neoliberal y reformista volvieron al
neoliberalismo, y actualmente lo refuerzan, más allá que esta vez sea un
neoliberalismo de nuevo cuño, menos visible pero no por ello menos peligroso
que el del siglo inmediatamente anterior. Porque si por algo se caracterizan
los (auto)proclamados neo-desarrollismos (argentinos, brasileños,
uruguayos) es haber aprovechado en forma oportunista la crisis neoliberal, la
oleada de contestaciones sociales contra el neoliberalismo y, aquí sí, las
esperanzas populares, para redimir al capitalismo neoliberal bajo una nueva
versión.
En estos
casos sí que se advierten las decepciones y sobre todo las frustraciones. Aquí
los gusanos que salieron del queso no llegaron a mariposas. Y en medio de esta
coyuntura ni siquiera emergieron alternativas ni alguna nueva utopía tan
necesaria como urgente que sirviera “para caminar” (decía Eduardo Galeano) o,
al menos, empezar a desandar la larga noche neoliberal como un primer paso para
intentar salir del horror que hoy por hoy representa el capitalismo y su
crisis. Pues no hay que olvidar que este sistema actualmente amenaza con acabar
la civilización humana, nada más y nada menos; conspiración en la cual –
no sobra añadir - están comprometidos regímenes del neoliberalismo recargado y
su clases dirigentes como sucede en Colombia, los cuales – por ahora – no los
sometemos a la discusión pues en estos casos el queso ni siquiera germinó los
gusanos.
Para
ilustrarlo de otra manera: una cosa es proponer la reconstrucción de un “Capitalismo
en serio” (frase de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner) o
“capitalismo humano” (una contradicción en los términos) para el nuevo milenio
y otra muy distinta, políticamente hablando, es postular el “Socialismo
Comunitario” como proyección del siglo XXI.
Una cosa es
la apuesta (fallida, bien es cierto) “Yasuní” en Ecuador, donde después de
varios años y esfuerzos no se logró una compensación para el pueblo ecuatoriano
ante la decisión de no explotar los recursos naturales, y contribuir al
medioambiente y las ecologías comunales (finalmente se explotará el 10% de la
cuenca), y otra - bastante bien lejos de esa apuesta - es el yacimiento de Vaca
Muerta en Argentina donde YPF utiliza fracking bajo la figura neoliberal
de la asociaciones público-privadas y en la cual el principal socio es uno de
los más infames ecocidas del planeta: la usamericana Chevron.
Así también
saltan a la vista las diferencias políticas de lo que significaría la
explotación de hidrocarburos por YPFB (Yacimientos Petrolíferos Fiscales
Bolivianos, la empresa estatal) y sus alianzas estratégicas donde el gobierno
retiene un alto porcentaje de regalías (70% circa) para programas
sociales, y otra, lo que significa YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales),
empresa donde el Estado argentino tiene un 51% de las acciones y el porcentaje
restante es propiedad de capitales privados transnacionales (incluyendo a las
redes empresariales pertenecientes al hombre más rico del planeta: Carlos
Slim).
Ejemplos
análogos que muestran los contrastes de este tipo sobran y sería engorroso
alargarlos para insistir en una distinción políticamente evidente. Así las
cosas, hay que pensar en qué tipo de proyectos y horizontes políticos se
plantean (incluso, en su dimensión “formal”) los diferentes procesos, y
articularlos con los programas políticos y de políticas que materializan
distintas trayectorias reales. Aquí las vías son por completo distintas
y conducen hacia distintos caminos, una clave que a la hora de los análisis,
resulta crucial.
4
Existe un
lugar común desde el cual se desarrollan los análisis sobre los SSXXI que
instalan una mirada simplificadora sobre las realidades y que afectan los
balances sobre el significado político que implican estos acontecimientos.
Interpretar
que el desarrollo de estos y otros procesos se debe, casi exclusivamente, a una
serie de personalidades, carismáticas o no (carismáticas respecto a quién?,
es una interrogante que la más de las veces no se responde ni se explica), es
un error analítico sobresaliente. Para el caso de los SSXXI, es innegable la
impronta específica de personalidades políticas como Chávez, Correa o Morales.
Sin embargo, simplificar al extremo que estos procesos son producto de estos
personajes sería estrangular las aproximaciones.
Los sucesos
relativos a los SSXXI han sido fruto de complejos procesos social-populares. De
allí que la Revolución Bolivariana no es privativa de Chávez o Maduro y tampoco
el Socialismo Comunitario del Suma Qamaña pertenece a Evo Morales o
Álvaro García Linera. Identificar estos procesos con individualidades, por más
importantes que puedan ser para su construcción (incluso si la tesis es la
“degeneración”) es un ejercicio que sólo puede permitirse como una reducción
didáctica. Pero al nivel analítico resulta ser un obstáculo que atenta contra
la comprensión y explicación de los mismos. Otra cosa distinta es que los SSXXI
se han personificado – como sucede en todos procesos sociales pues éstos
se revelan así, son realizados por seres humanos en singular y en plural – y
que también exista un grado (para algunos, inquietante) de personalización.
Ahora bien,
¿esta característica resulta ser un atributo de los SSXXI?, o por el contrario:
¿no se trata de una “herencia” de la política latinoamericana y caribeña,
especialmente, un legado inercial de la particular institucionalización de las
“democracias” regionales producto de las transiciones desde los
regímenes burocrático-autoritarios (las dictaduras cívico-militares de las
décadas 1960s-1980s) tentativas que precisamente instalan los proyectos
políticos y modelos económicos del neoliberalismo en América Latina y el
Caribe? Los perturbadores deslizamientos autoritarios que representan los
liderazgos carismáticos y personalistas - para varios analistas, parte de la
tradición regional de larga data -, no se refuerzan y profundizan en los
SSXXI en particular sino en la época neoliberal en general. Este tipo de
democracias con grados llamativos de autoritarismo, conceptualizadas por
Guillermo O’Donnell como Democracias Delegativas, están relacionadas
genéticamente con el tipo de democracias neoliberales, no con los SSXXI. Este
es un sendero de dependencia que hay que identificar no para “avalarlo” sino,
precisamente, para todo lo contrario, advertirlo y revaluarlo.
Nadie niega
el peso político que le imprimen las personalidades a los SSXXI en “positivo” o
en “negativo”, insistimos. Pero mantener esta afirmación sin hacerla reflexiva
sería desconocer que existe una dimensión más compleja donde existen procesos
de personalización y también de personificación políticas en los
procesos sociales. Es bien cierto también que bajo diferentes circunstancias
personalización y personificación coinciden “para bien y para mal”.
A partir de
lo anterior, y según se exalta en la tesis de la personalización, proponer que
existen en los SSXXI tendencias ya no autoritarias sino directamente
“autocráticas”, resulta ser una extralimitación.
Primero,
como planteamos antes, porque esto desconoce la formación primordial
característica de los regímenes realmente existentes en la región: una
coalescencia entre grados de autoritarismo e instituciones democráticas (así
éstas sean formales y aquellos muy reales; el caso más llamativo como
lamentable y excepcional es Colombia donde hace décadas no se desarrolló una democracia
delegativa sino que subsiste y se refuerza un régimen anocrático:
“mitad dictadura, mitad democracia”). En segundo lugar, porque es improbable –
al menos desde los pronósticos humanamente posibles – pensar en un regreso o
instalación de la autocracia (cosa diferente al autoritarismo,
incluso si se lo piensa estrictamente en tanto cuestión “de grado”) como
tendencia política regional ni en los SSXXI ni en otras muestras. De hecho, ni
siquiera existen elementos que permitan suponer esta idea en Colombia, el caso
más extremo de la combinatoria demo-dictatorial.
No se puede
negar que los avances relativos o absolutos en los intentos por profundizar los
elementos democráticos (no sólo políticos sino trayendo a colación el significado
de la democracia más allá del componente “representativo-electoral”, incluyendo
las dimensiones económicas y sociales), con todas las contradicciones que eso
pueda suponer ponen al frente de la grilla regional a los denominados SSXXI.
Baste revisar empíricamente algunos ejemplos puntuales: las novedades
constitucionales respecto a distintos dispositivos ideológicos e
institucionales (lo comunal, lo protagónico, los umbrales paradigmáticos del Suma
Qamaña, Sumaj Kausay, Ñandereco), así como también diferentes resultados
concretos que se evidencian en varios indicadores de todo tipo, y que verifican
esta afirmación.
Eventualmente
se podría objetar que estos ejemplos son mera retórica política, una especie de
engañifa y que - valga la redundancia - simplemente en la realidad “real” son
inexistentes, “letra muerta” o eclipsada. Sin embargo, si se analizan en
relación a otros acontecimientos regionales del mismo ciclo, la conclusión
no deja duda y, al menos, en los SSXXI estos elementos permiten pensar en
senderos auténticamente alternativos. Estos insumos posibilitan forjar
expectativas y esperanzas en tanto instrumentos institucionalizados que
potencialmente permitirían radicalizar varios aspectos de la democracia,
un déficit que precisamente resulta ser uno de los principales obstáculos que
impiden el convivir sociopolítico y económico que por siglos los pueblos y
naciones latinoamericanas y caribeñas han soñado. En otros casos, - hay que
subrayarlo - estas alternativas formales ni siquiera existen o se encuentran
débilmente institucionalizadas lo cual aumentaría las probabilidades de su
desconocimiento o regresión. Por eso mismo, en estos últimos la desesperanza y
la decepción políticas sobre un no-futuro, más allá de las propuestas
enarboladas por las minorías hegemónicas, sí que se verifican.
Los avances
alcanzados en los SSXXI al igual que en otros proyectos o programas políticos
de distinto tenor nunca podrían ser defendidos, materializados, profundizados o
radicalizados exclusiva ni linealmente por personalidades individuales,
por más “carismáticas” o poderosas que sean. Son los sujetos sociales, actores
y agentes históricos concretos, los protagonistas principales de estas
propuestas que en el devenir de los acontecimientos se construyen (también se
deconstruyen y reconstruyen dinámicamente) especialmente cuando hablamos
de la historia en presente, es decir, la dialéctica entre lo político y la
política, como bien advirtió Antonio Gramsci.
Agotar el análisis
de estos procesos a la suerte de la dependencia de las personalidades o
liderazgos, y de allí extrapolar rasgos autocráticos como signo de los SSXXI,
es una hipótesis falseable y, sobre todo, inconveniente para analizar
críticamente estos procesos.
5
Lo anterior
no pretende sugerir que cualquier análisis sobre la economía política
latinoamericana y caribeña más reciente, debe automáticamente eximir de
responsabilidades, virtudes o errores, a los SSXXI, como si esos proyectos en
abstracto o sus trayectorias en concreto fueran una suerte de paraísos de
mermelada y en los cuales la avenida hacia el cumplimiento riguroso de “sus”
promesas estaría asegurada. No. Al contrario.
Estos
procesos están repletos de complejidades y contradicciones y en los cuales
constantemente existen múltiples desafíos. Sobre todo: amenazas, internas y
externas, pues respecto a ésas últimas se caería en una ingenuidad cándida si
se cree que la región en general y estos proyectos en particular, más allá o
más acá de su retórica o autenticidad contra-hegemónica, no están expuestos al
poderío político, económico y militar estadounidense. ¡Si los EEUU aún
sostienen que somos su patio trasero! Es una obligación identificar las desviaciones,
también las exigir rectificaciones, en las conducciones de este tipo de
procesos.
Sin embargo,
pedirle a Venezuela, Bolivia y Ecuador que resuelvan, en una especie de fiat, todas
y cada una de las contradicciones del capitalismo en sus respectivas fronteras
y que, además, lo hagan en un abrir y cerrar de ojos, es algo que se resiste a
cualquier análisis. Hay que añadirle una pizca de pensamiento geoestratégico y
pensar qué significan estos países en la dinámica global (inclusive, en la
regional). El tipo de transiciones de las que hablamos implican diferentes
ritmos, desafíos y amenazas.
Ahora bien, si se evaluara comparativamente la velocidad de estos procesos políticos no hay duda que los mecanismos, secuencias y episodios que sintetizan los SSXXI en general se caracterizan por haber sido excepcionalmente versátiles en su profundidad y rapidez, especialmente, “al principio”. No por casualidad se les ha otorgado el mote de “radicales”.
Ahora bien, si se evaluara comparativamente la velocidad de estos procesos políticos no hay duda que los mecanismos, secuencias y episodios que sintetizan los SSXXI en general se caracterizan por haber sido excepcionalmente versátiles en su profundidad y rapidez, especialmente, “al principio”. No por casualidad se les ha otorgado el mote de “radicales”.
Esta
observación que surge de estos fenómenos es lo que permite concluir que si los
procesos de este tipo no se siguen profundizando y radicalizando con relativa
celeridad y resolución pueden tender a disolverse y, aquí sí, correr el riesgo
de regresiones y degeneraciones las cuales, evidentemente, atentarían contra
los horizontes democráticos (política, económica, social, etcétera) que ellos
mismos originalmente han enarbolado.
Esta es una
dinámica compleja, no-lineal y que debe combinar audacia. Pero también, para
ser sólida políticamente, exige parsimonia, táctica y estratégica. Por eso
estos procesos en especial hay que analizarlos en-alerta sopesando sus
idas y venidas y, sobre todo, atendiendo si haciendo el camino al andar no está
ensombreciendo el sendero.
No hay que
confundir pues desesperanza con desesperación. Las reflexiones simultáneamente
deben combinar una perspectiva de interpretación íntegra e integral, articulada
siempre en perspectiva histórica y siendo conscientes que las lógicas y
contradicciones presentes en este asunto – no nos cansaremos de insistir - son
sumamente complejas. Hay que asumir una perspectiva que permita estructurar la
multiplicidad de dimensiones que exigen diagnósticos sobre fenómenos políticos
de este tipo equilibrando ciudadosa aunque no selectivamente los “avances” (los
hay!) y los “retrocesos” (los hay!).
De lo que se
trata en últimas es de continuar – como lo propone Eric Ollin Wright – envisionando
esta utopía pues hasta el momento resulta ser la única que posibilita
contrarrestar la contra-utopía del capitalismo neoliberal y, por lo tanto,
parafraseando al Che Guevara: seguir siendo realistas, exigiendo y
construyendo lo que parece imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario