Red Pepper
22-06-2015
Traducido del inglés para Rebelión por Sara
Plaza.
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Durante meses y por toda Irlanda se han sucedido
las protestas en contra de la aplicación de tasas al agua de uso doméstico,
que, hasta que llegó la primera oleada de facturas el pasado mes de abril, se
había financiado con los impuestos generales. La oposición a las tasas alcanzó
su punto culminante el 1 de noviembre, cuando más de 150.000 personas
participaron en más de 90 manifestaciones diferentes a lo largo y ancho del
país, después de meses de campaña a nivel local. De manera igualmente
espectacular, y solo unas pocas semanas antes, casi 100.000 personas se
manifestaron por las calles de Dublín para expresar su enojo ante una reforma
que fue acordada como parte del rescate de 2010 que negoció el Gobierno
irlandés con la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI). La
campaña sigue teniendo bastante fuerza y podría recibir un nuevo aliento a
medida que el pago se convierta en una cuestión acuciante.
Los hechos
en Irlanda recuerdan a lo ocurrido en Bolivia 15 años atrás, durante la famosa
"guerra del agua" en Cochabamba. En abril de 2000 los habitantes de
esta ciudad de medio millón de personas –más o menos del tamaño de Dublín– se
unieron por encima de las divisiones de clase y etnia y, literalmente,
paralizaron la ciudad con tres huelgas generales cuyo objetivo común era
recuperar el servicio de suministro de agua de las manos de una multinacional
extranjera.
La victoria
de las organizaciones de base sobre la multinacional Bechtel en una lucha que
recordaba a David contra Goliat, hasta el punto de que en las calles se
emplearon tirachinas, se volvió una historia conocida en todo el mundo. Sin
embargo, lo que se ha entendido menos es cómo esa lucha por el agua transformó
radicalmente la política del país de manera profunda y duradera.
Los ecos de
Bolivia en el actual conflicto del agua en Irlanda son claros. Uno es el hecho
de que la lucha ha despertado a un gigante dormido, movilizando a la gente de
un modo que hasta hace poco parecía imposible. Y el otro es que, dependiendo de
cómo se desarrolle esa lucha, también puede tener efectos profundos y duraderos
en la cultura política irlandesa.
Algo pasa
con el agua –ya sea en Cochabamba o en Coolock– que consigue tocar a la gente,
tanto a nivel racional como instintivo, como no lo hacen otras cuestiones.
Dependemos de ella para cubrir la mayoría de nuestras necesidades. Y cuando las
elites empiezan a meterse por medio, ya sea contaminando nuestros recursos
hídricos, utilizándolos para la minería o el proceso de fractura hidráulica, o
bien impidiendo potencialmente que las personas puedan acceder a ella
convirtiéndola en un "producto" del mercado, la gente se enfada. El
equivalente español de la expresión "the straw that broke the camel's
back" [literalmente, "la brizna de paja que rompió el lomo del
camello"] es, muy apropiadamente, "la gota que colmó el vaso"
Prácticas
económicas abusivas
En Bolivia
entonces y ahora en Irlanda, las personas han sido las víctimas de las
políticas económicas abusivas. Lo que en Irlanda se está llamando austeridad, en
Bolivia se conoció como "ajuste estructural": recortes sobre los
recortes y tendencia inexorable hacia la privatización de las infraestructuras
y los servicios públicos. De manera obsesiva se fueron vendiendo las joyas de
la familia para equilibrar los asientos, un proceso que a menudo se llevó a
cabo sin consenso democrático y sin cuestionar las condiciones bajo las cuales
había aumentado la deuda pública. Mientras que en Irlanda son el Banco Central
Europeo (BCE) y el FMI quienes dictan las reglas, en Bolivia fue el Banco
Mundial quien insistió en la privatización del agua.
Los
activistas bolivianos no denunciaron inmediatamente el ajuste estructural al
comenzar la guerra del agua, lo mismo que los activistas irlandeses no
empezaron hablando de las injusticias de la austeridad cuando se inició el
conflicto del agua en su país. Sin embargo, ambas luchas sacaron a la
superficie la punta de un iceberg que permanecía oculto y lo mantuvieron a la
vista el tiempo suficiente para que la gente que nunca se hubiera considerado a
sí misma activista pudiera ver claramente que el sistema económico funcionaba
en contra de sus intereses.
La mayor
parte del tiempo ese sistema opera por debajo de la superficie, de manera que
la corrupción y la intrusión de las empresas en nuestros espacios democráticos
solo son visibles para los activistas y los investigadores especializados. Y
bajo la superficie el sistema está seguro. Pero cuando el barco choca contra el
iceberg, súbitamente salen a la luz sus mecanismos y las personas que
normalmente no son activistas pueden ver las cosas como realmente son.
La opinión
pública
Hay algo en
las luchas como éstas sobre el agua que despierta el interés de la opinión
pública de un modo que la mayor parte de las veces solo imaginamos. Como
señalaba Óscar Olivera, líder sindical de la Coordinadora del Agua en
Cochabamba durante las revueltas del agua: "Siempre repetíamos aquellas
consignas de 'Muerte al Banco Mundial', 'Muerte al FMI', 'Abajo con el
imperialismo yankee', pero creo que [la guerra del agua fue] la primera
vez que la gente lo entendió de manera directa".
La lección
de Cochabamba hace 15 años y de Irlanda en estos momentos es que, partiendo de
situaciones cuidadosamente planificadas, solo raramente acumulamos poder
popular suficiente para desafiar el sistema. Por lo común, esa acumulación de
poder resulta de reconocer el momento preciso –normalmente provocado por
nuestros adversarios– en el que el sistema se muestra como es y permite ver y
entender claramente cómo afecta negativamente la vida de las personas. Es en
esos momentos cuando entre las sombras de un público generalmente al margen
surgen nuevos activistas.
Según María
Eugenia Flores, una joven activista que alcanzó la mayoría de edad durante las
revueltas del agua: "Ese momento histórico en Cochabamba me permitió ver
claramente lo que estaba sucediendo en mi país, entender la política del agua,
la privatización, la lucha para defender este recurso y, sobre todo, conocer a
otras personas como yo que estaban despertando y abriendo los ojos ante las
injusticias que estaban viviendo".
Cuando estos
espacios se abren, la posibilidad de que se produzca el cambio parece
alcanzable. Puede que mucho de lo que se daba por sentado en una cultura
política resulte bastante menos seguro de lo que se pensaba.
Perder el
miedo
En Bolivia,
después de las revueltas del agua y en menos de cinco años, los partidos que
habían gobernado el país durante décadas desaparecieron del mapa político junto
con sus políticas económicas. Tan pronto como se vio claro que podían ser
desafiados y vencidos, la gente perdió el miedo y las estructuras de poder
político tradicionales se derrumbaron.
En Irlanda
muchos de los acuerdos políticos que parecen inmutables podrían resultar tan
débiles y frágiles como lo fueron en Bolivia, y como están demostrando ser en
lugares como Grecia y España.
Como ha
expresado el sindicalista y portavoz de la campaña Right2Water, Brendan
Ogle, a propósito de los logros de ese movimiento en Irlanda: "Hasta ahora
la gente se sentía sola; sentían que el Gobierno hace lo que quiere la Troika,
lo que quiere el FMI, lo que quiere el BCE, no lo que quieren los ciudadanos.
Ahora saben que no están solos".
Hay algo en
el agua y en la manera como une a la gente en torno a una causa común que puede
ensanchar nuestros horizontes ante la posibilidad de un cambio social más
amplio. Y aunque –al desmoronarse las estructuras– los momentos de victoria son
impredecibles, huidizos y raros, cuando ocurren a veces sentimos que todo ha
cambiado.
En palabras
de María Eugenia Flores: "Ante tanta injusticia nos pusimos de pie y
perdimos el miedo".
Thomas McDonagh es investigador y coordinador de proyectos del Centro de Democracia con sede en Cochabamba, Bolivia. Como autor ha colaborado en Unfair, Unsustainable and Under the Radar: How Corporations Use Global Investment Rules to Undermine a Sustainable Future y en Corporate Conquistadors: The Many Ways Multinationals Both Drive and Profit from Climate Destruction.
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