José David Copete
Miércoles, 15 Julio 2015
El caso griego, aún con marcadas diferencias,
coincide con el rechazo a las lesivas políticas neoliberales y al capitalismo
como lugares ineludibles de la “democracia” contemporánea. Una democracia en la
que las mayorías no se contentan con elegir funcionarios públicos sino que
entran a jugar activamente en las decisiones trascendentales, reservadas
actualmente a las élites tecnocráticas.
La semana pasada en Grecia se
configuró un episodio vital para la política global contemporánea que no ha
recibido mayor renombre ni, mucho menos, análisis en Colombia. El 61% por el
NO debe asumirse como un paso, valioso pero un paso, en el largo camino de
superación de las nocivas recetas neoliberales. Un ejercicio necesario, que
pone de presente la importancia de palabras como soberanía y democracia a la
vez que refuerza el camino andado por otros pueblos en contra del
neoliberalismo.
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El referendo griego y sus
resultados revelan una práctica democrática de gran valía para caminar hacia
la superación del capitalismo. En este marco, huelga recalcar que, como
planteara De Sousa Santos: “la radicalidad de la lucha hoy no se mide por
los medios que se usan -por ejemplo elecciones- sino por el modo en que
aquella afecta al capitalismo. Cuando el capitalismo se siente afectado –una
petrolera, un empresa minera, etcétera- hay una lucha radical”1.
Si bien el referendo griego no
alcanza para poner en vilo la eurozona, sí permite asir cambios palpables en
torno a la irrefutabilidad de la democracia liberal y su maridaje con el
neoliberalismo. Más allá de que se tomen las medidas por las cuales votó el
pueblo griego, se debe resaltar el potencial democrático de las mismas. Aun
cuando el gobierno griego llegue a capitular ante la Troika -cuestión
altamente factible, tanto en el sur de Europa como en Nuestra América se
avizora que al capitalismo solo puede ser superado por pueblos demócratas,
soberanos y que hayan perdido el miedo.
El miedo puede y va a cambiar
de bando
No erró Eduardo Galeano cuando
aseveró que vivimos agobiados por el miedo. La dinámica política
contemporánea nos ha enseñado con creces que el miedo es un elemento esencial
a la hora de conservar el statu quo y de imponer un modelo económico
arbitrario excluyente y, en palabras de Naomi Klein, amante del desastre.
Entonces, en la cotidianeidad se produce todo el miedo que se puede y que se
debe generar para invisibilizar, paliar y/o atenuar los agravados conflictos
sociales y políticos exacerbados por el devenir neoliberal.
La importancia de lo que
decidió el pueblo griego radica en que, como plantea De Sousa Santos, “el
capitalismo solo se siente seguro si es gobernado por quien tiene capital o
se identifica con sus necesidades”2. Las instituciones que
salvaguardan las dinámicas de la acumulación capitalista además de imponer
inseguridad y miedo, también pueden experimentarlos. En este marco, es
necesario tener en cuenta dos elementos.
En primer lugar, hasta ahora la
inseguridad, el miedo y la preocupación se ligan a las mayorías, no a las
instituciones. La satisfacción de las insaciables y dispendiosas necesidades
de la acumulación ha llevado a que, desde los setenta, en el sur global las grandes
mayorías se vean abocadas a la zozobra, la inseguridad y precarización como
elementos esenciales de la vida diaria. Se ha venido configurando una suerte
de “shock” cotidiano.
Es con base en el miedo
irrigado en la sociedad que las élites han impuesto toda suerte de
arbitrariedades contra la ciudadanía a la vez que han salvaguardado la
estabilidad, cada vez más exigente, del régimen de acumulación. Así, la
dinámica social nos enfrenta a un escenario en el que el miedo se ha ligado
al diario vivir de millones de personas que son, valga la pena recalcarlo,
vulnerables a las depredadoras lógicas del capital.
Eso es, precisamente, lo
normal: que el ciudadano del común tenga miedo, mientras las instituciones,
que se supone han de protegerles, laceran sus derechos y no son cuestionadas
ni puestas en tela de juicio. Los múltiples recortes del gasto social, la
edificación de estructuras tributarias regresivas, las políticas económicas
que profundizan las existentes brechas sociales y la precariedad laboral
golpean millones de hogares, que sienten el miedo en carne y hueso. Esos
complejos y permanentes miedos se adhieren al miedo de terminar sin vida o en
las mazmorras del Estado por hacer oposición política.
En segundo lugar, a pesar de lo
anterior, el pueblo griego -como varios de los pueblos de Nuestra América
desde los albores del siglo XXI- ha hecho frente a las máquinas productoras
del miedo desde el replanteamiento de la democracia. Se demostró que la
ciudadanía no tiene que asumir sin más cada una de las “sabias” y “técnicas”
decisiones que emanan de las todopoderosas instituciones multilaterales, en
este caso de la Troika.
Los helenos le han puesto una
importante cortapisa al miedo consustancial al neoliberalismo. Saben que no
han generado la crisis y que no tienen por qué sacrificar sus derechos. La
Troika es cuestionada y retada, no desde los voceros de Siryza3
sino desde la voluntad de la mayoría de ciudadanos griegos. Pero esta actitud
no se avizora excepcional.
Así como llegó Siryza al
gobierno griego, en España vienen escalando posiciones gubernamentales
víctimas del neoliberalismo galopante que ha impuesto la Troika. Muestra de
ello es el éxito de Podemos y la reconfiguración de los gobiernos de las
principales ciudades españolas. ¿El hecho de que Ada Colau funja de alcaldesa
de Barcelona no es una muestra de clara inconformidad con un sistema que
desahucia a empobrecidos mientras rescata a multimillonarios bancos?
La grieta que abrió el pueblo
griego con su manifestación democrática en torno a los abusos de los
especuladores ha crispado a muchos y, lo que es más interesante, se aúna al
caminar de las alternativas en Nuestra América, poniendo en evidencia el
miedo y la inseguridad que pueden sentir quienes se han enriquecido a costa
del miedo, las penurias y el dolor de millones y millones de personas en el
globo. Esa fisura puede y debe ser ensanchada por la acción política
democrática de las mayorías expoliadas.
La necesidad de superar la
democracia liberal
En las modernas democracias
representativas de corte liberal, aferradas al neoliberalismo, se ha
restringido el espacio político a la refrendación de las instituciones
existentes. En dicha dirección, es necesario resaltar que, como plantea De
Sousa Santos, “la democracia pudo desarrollarse en la medida en que su
espacio quedó restringido al Estado y a la política que éste sintetizaba”4.
Frente a esta arbitraria acotación de lo político, varios pueblos del mundo
han cuestionado la democracia representativa como horizonte último. Se
cuestiona tanto la democracia representativa como el paquete de políticas
neoliberales. Sea desde la misma dinámica electoral o desde otras, es
necesario superar la democracia representativa.
En primer lugar, no se puede
olvidar que la “democracia” liberal se presenta como la única posible y
plausible. En ella las élites -nacionales y transnacionales- se han
parapetado para legitimar sus segregadoras, excluyentes y polarizadoras
prácticas, a la vez que imponen fuertes cargas a las mayorías. En los últimos
años hemos visto cómo los grandes bancos, corporaciones y en general los
conglomerados económicos a lo largo y ancho del globo han acumulado capital
tranquilamente, gozando del rule of law que a gritos pedían Hayek y
Friedman hace ya algunas décadas.
Además de acumular mucho
capital, han dado rienda suelta a prácticas especulativas que están en el
corazón de la profunda crisis capitalista, que no se ha podido superar. No
solamente acumularon tranquilos, sino que tras el estallido de la crisis, han
sido rescatados “democráticamente” con los recursos de todos los ciudadanos.
En últimas, el refuerzo de la democracia liberal y del despliegue neoliberal
ha derivado en un cambio central: los free riders contemporáneos, a
diferencias de los setenta, no son los ciudadanos de a pie sino los bancos y
los grandes conglomerados económicos.
Hasta ahora, estos gorriones
han hecho lo que han querido, socializando las enormes pérdidas que han
generado y quedándose con las ganancias previas a la crisis, con el dinero
público de los inadmisibles rescates, y gozando de las políticas de
austeridad que desmantelan la intervención estatal en simultáneo con la
expansión de operadores privados. Esa es una práctica de la democracia
liberal y que, se supone, no es susceptible de crítica ni, mucho menos, de
transformación. Por ello, hasta ahora los magnates no han tenido miedo, pues
la actual “democracia” moviliza al Estado para salvaguardarles, darles
garantías y hasta para rescatarles.
En segundo lugar, en contravía
de la receta democracia = neoliberalismo, desde inicios del siglo XXI varios
pueblos, en especial de Nuestra América, se han manifestado a favor de una
democracia distinta, impulsando gobiernos que frenaran la debacle y el horror
propios del neoliberalismo. Grecia se une a la marcha de pueblos que rechazan
la polarización y la exclusión como cuestiones inherentes a la “democracia”.
Contrario a lo que muchos piensan, el primer rechazo del pueblo griego a la
Troika no fue el referendo del pasado 5 de julio.
Fue la situación de millones de
griegos, desde mucho antes del referendo, lo que les llevó a elegir un
gobierno que hiciera frente a la debacle generada por el paquete de medidas
neoliberales impuestas desde la Troika. Entonces, no es que los griegos vayan
a sufrir penurias y precariedades, el neoliberalismo ya los golpeó
fuertemente. Las mayorías helenas, soberana y democráticamente le han quitado
la otra mejilla a los banqueros y especuladores, tratando de evitar la
bofetada que se ha dado en llamar austeridad.
Tanto en Nuestra América como
en el sur global, la necesaria reinvención de la democracia implica, de suyo,
un redimensionamiento de la política democrática. Las elecciones y los
referendos, si bien dan cuenta del horizonte político de los pueblos, no agotan
la vida de múltiples proyectos de vida buena que se confrontan
cotidianamente. El caso griego, aún con marcadas diferencias, coincide con el
rechazo a las lesivas políticas neoliberales y al capitalismo como lugares
ineludibles de la “democracia” contemporánea. Una democracia en la que las
mayorías no se contentan con elegir funcionarios públicos sino que entran a
jugar activamente en las decisiones trascendentales, reservadas actualmente a
las élites tecnocráticas.
***
1DE SOUSA SANTOS, B. (2009). Pensar
el estado y la sociedad: desafíos actuales, Buenos Aires, Waldhuter Editores.
p. 23.
2DE SOUSA SANTOS, B. ¿Democracia
o capitalismo? Recuperado en http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-237107-2014-01-06.html
3Es recurrente que en prensa se
equipare a Siryza y al pueblo griego con Alexis Tsipras. Muestra de ello es
que CNN plantee que el referendo era, ante todo, un medidor electoral del
gobierno de “Tsipras”. Ver http://www.cnnexpansion.com/economia/2015/06/29/tsipras-o-euro-el-dilema-para-los-griegos
4DE SOUSA SANTOS, B. (2003).
Reinventar la democracia. Reinventar el Estado. Madrid, Sequitur. p. 15.
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