13-08-2015
A “los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos…”
Roque Dalton
Cuenta
Diógenes Laercio que Tales de Mileto, considerado uno de los siete sabios en la
antigua Grecia, ante la pregunta de uno de sus discípulos acerca de quién es
feliz, respondió lo siguiente: “El sano de cuerpo, abundante en riqueza y
dotado de entendimiento”. Mientras que para John Lennon y Paul McCartney en
los años sesenta del siglo pasado, la felicidad era un arma caliente –“Happiness
is a warm gun”–, tan caliente como el cañón del revólver que utilizó Marc
David Chapman para asesinar a John aquella gélida noche de diciembre de 1980, y
para muchas personas en el mundo actual, globalizado y neoliberal, la felicidad
consiste en poseer “cosas” materiales, sobre todo dinero.
La Grecia de
Tales estaba dividida en tres clases sociales: Los ciudadanos, los metecos y
los esclavos. Los primeros eran los únicos que podían poseer tierras y
dedicarse a la política. En esta clase social militó, sin duda alguna, Tales el
Sabio. Los metecos, es decir los extranjeros residentes, podían meter sus
narices libremente solo en la banca, en los asuntos sociales, comerciales y
administrativos de la polis (ciudad). Y, por último, en el escalafón más bajo,
estaban los esclavos, los parias de la época, los que sudaban la gota gorda,
para que los ciudadanos y los metecos pudieran dedicarse a las actividades
políticas, sociales, artísticas y académicas.
Tales de
Mileto se dedicó –según dicen– a observar el cielo y la tierra. Hermipo, el
poeta ateniense, cuenta que una vieja en una ocasión habiendo sacado a Tales de
casa para que observase las estrellas en el firmamento, éste salió a la calle
como un bólido celeste, sediento por conocer los secretos del cosmos, con tan mala
suerte que no reparó en el hoyo que tenía ante sus pies. Todavía no se conocía
en aquellos días la existencia de los agujeros negros, aunque, los había por
todos lados. Al escuchar el feroz grito doloroso del Sabio la vieja contestó
compungida: “¡Oh Tales, tu presumes ver lo que está en el cielo, cuando no
ves lo que tienes a los pies!“. La sabiduría de Tales de Mileto –a pesar
del famoso traspié o tortazo– es indiscutible y su aporte en el campo de las
matemáticas, de la geometría aprendida de los egipcios, de la física, de la
astrología y de la filosofía, lo convirtieron en el primer pensador del
hemisferio occidental, quien buscó una explicación racional del mundo en que
vivimos.
Muchas de
las sentencias filosóficas que se le atribuyen como propias todavía tienen
aplicación en la sociedad moderna. Por ejemplo, sabemos por experiencia propia
que no hay algo más difícil en la vida que conocerse a sí mismo o que es muy
fácil dar consejos a otros o que es más sabio el tiempo, porque todo lo
descubre o que raras veces veremos a un tirano viejo (con la excepción de
Pinochet, quien murió en sus cómodos aposentos a la avanzada edad de 91 años).
Ahora, si
bien es cierto que el concepto de “felicidad” de Tales de Mileto, es en sentido
estricto egocentrista, elitista y discriminante, la “búsqueda de la felicidad”
ha sido fuente de inspiración para el neoliberalismo anglosajón. Tales de
Mileto descendiente de una familia noble fenicia fue producto de su época y
como tal, reflejó el pensamiento autosuficiente de la élite intelectual griega.
Hermipo escribe en su obra “Vidas” que Tales daba gracias a la fortuna por tres
cosas: la primera, por haber nacido hombre y no bestia; la segunda, por ser
varón y no mujer; y la tercera, por ser griego y no bárbaro. Y no pudo ser de
otra forma ya que Tales no cuestionó ni la organización social ni la
organización política de la sociedad en que vivió, la que excluyó del derecho
de ciudadanía, la quintaesencia en la Grecia antigua, a las mujeres, a los
extranjeros, a los esclavos y a los libertos (esclavos liberados).
¿Qué es la
felicidad?
Un estado
emocional transitorio de satisfacción plena que percibe el ser humano al
alcanzar exitosamente una meta deseada, sea ésta una experiencia física y/o
mental percibida como agradable. La felicidad es un estado emocional primario
–como también lo es la sorpresa, el asco, el miedo, la ira y la tristeza–, cuyo
patrón de conducta, tales como respuestas motrices, endocrinas y autonómicas
son reconocibles independientemente de diferencias culturales, raciales o
sociales en los seres humanos. Si la “felicidad” dependiera única y
exclusivamente de las condiciones materiales, de las facultades cognitivas y de
la salud física y mental del individuo, de acuerdo al juicio de Tales de
Mileto, deberíamos concluir que la “felicidad” le es ajena a la mayor parte de
los seres humanos. Pero esta conclusión es falsa, ya que la felicidad es uno de
los estados emocionales básicos en el ser humano. Más bien, diría yo, que la
sentencia de Tales de Mileto coincide mejor con el concepto moderno de
bienestar. En consecuencia con ello, es erróneo suponer que los ciudadanos
suizos, islandeses, daneses y noruegos son más felices que los habitantes de
Togo, Burundi, Siria y Benín, por tener los primeros un desarrollo económico
más fuerte y una superestructura más eficiente y organizada. Pero no nos
confundamos, bienestar socio-económico no es sinónimo de felicidad ni tampoco
el vivir en la opulencia.
¿Quién
garantiza la felicidad?
Nadie. Ni
siquiera las naciones más ricas y poderosas del planeta pueden garantizar la
felicidad; por la sencilla razón de que la “felicidad” no es un traje Armani
que vestimos el sábado por la noche ni un Patek Philippe ni un Porsche Panamera
Turbo ni la más bella sortija ni tampoco la más sonora carcajada de un payaso
del Cirque du Soleil. Aunque no me sorprende ni es blanco de mis
críticas que alguien pueda “sentirse feliz” conduciendo un coche deportivo de
lujo. La felicidad no conoce fronteras ni mediciones, así pues, no es de
extrañar que un guajiro pobre también pueda sentirse feliz y contento cantando
la Guantanamera allá en su bohío o un cipote mocoso cazando lagartijas en la
campiña cuzcatleca con una hondilla de guayabo. La felicidad, por ser una
emoción inherente a la naturaleza humana no se encuentra en ningún lugar del
universo, salvo en el cerebro de cada individuo. Por lo tanto, la “búsqueda de
la felicidad” en la sociedad de consumo más que un “derecho inalienable” es una
fatamorgana político-ideológica para obnubilar el alma y la razón de los
consumidores. No así, el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad
social, a la educación y al trabajo, que sí son derechos inalienables del
hombre.
¿Quién
garantiza entonces los derechos humanos de todos los ciudadanos?
La sociedad
moderna ha hecho de las “cosas” materiales un fetiche y ha convertido al
“poderoso caballero, Don Dinero”, en el nuevo Mammon de la humanidad.
¿Es que el
hombre moderno no tiene la capacidad ni la disposición para vivir en una
sociedad, en la cual todos los ciudadanos contribuyan, de acuerdo a sus
capacidades y facultades, al desarrollo de una economía socialista sostenible,
a fomentar el acopio cultural y a garantizar el ejercicio pleno de los derechos
humanos?
Al parecer
sí. Pues hasta la fecha, todos los intentos por construir una sociedad en la
cual no haya explotadores ni explotados han fracasado.
¿Es que
nadie puede imaginarse vivir en una sociedad de personas íntegras, cultas y
libres? Este es el dilema de la humanidad: ¡Socialismo o barbarie! Tal como lo
expresara Rosa Luxemburg hace 99 años.
En su
insistente y obcecada búsqueda de maximizar el rendimiento en sus
transacciones, el capitalismo neoliberal impuso su voluntad a rajatabla a nivel
mundial en 1989 a través del decálogo del consenso de washington, las “nuevas
tablas de la ley” del mercado internacional. Mientras tanto, el intercambio
comercial desigual entre países ricos y pobres seguirá produciendo hambre,
enfermedades, desempleo y éxodo económico, pues el bienestar y “felicidad”
de unos pocos significa la miseria y desgracia de muchos.
Esta asimetría socio-económica de las políticas neoliberales es el germen de la
violencia, el crimen organizado y la corrupción en los países catalogados como
los “más tristes” del mundo (http://worldhappiness.report/).
En este
sentido, la felicidad no es un arma de fuego, como dice la canción de los
Beatles, sino el hambre y la pobreza.
Blog del autor: http://robiloh.blogspot.de/
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