Alainet
09-09-2015
Las reacciones que las olas migratorias de
refugiados provenientes del Oriente Medio, de Siria y otros países, están
causando en los países de la Unión Europea (UE) confirma que las elites
europeas nada aprendieron de su propia historia pasada y reciente, y que por
esa razón son incapaces de pensar y proponer soluciones a problemas cruciales
que afligen y afligirán a esa región.
Nada aprendieron estas elites de las consecuencias
de las políticas coloniales e imperiales en los pueblos de los otros continentes,
ni en sus propios pueblos.
La rigidez del “patrón oro” y el liberalismo a
ultranza que lanzó una rebatiña imperial y condujo a la Gran Depresión, al
fascismo y a la segunda Guerra Mundial es reproducida en el euro, que está
provocando depresiones económicas y disolución social en Grecia y otros países
de la UE con deudas impagables.
Tampoco aprendieron las lecciones del pasado de que
no hay que coquetear con el fascismo, como muestra el apoyo (sin problema de
consciencia) al régimen oligárquico-fascista en Ucrania que está llevando a
cabo la política anti-rusa de Washington.
Porque nada aprenden, para seguir la misma
política, es que no quieren ver que los flujos de refugiados que llegan a las
costas de Grecia o Italia, después de haber dejado una espantosa estela de
náufragos y muertos en el Mediterráneo, son el producto directo de las
políticas de países de la UE y de Estados Unidos (EEUU), de la creación de
extremistas y fanáticos religiosos para luchar contra la Unión Soviética en
Afganistán y luego en Chechenia, y muy particularmente de las agresiones
militares que destruyeron a los regímenes seculares en Irak y Libia, y que
están desestabilizando y destruyendo la economía y la sociedad secular en
Siria.
Tampoco estas elites neoliberales quieren recordar
que histórica y repetidamente las grandes potencias europeas y EEUU han
impedido, en beneficio de sus empresas monopolistas y de sus objetivos
geopolíticos, que hubiera un desarrollo socioeconómico autóctono en los países
del Oriente Medio, de África y Nuestra América, como desde los años 60 y 70 los
países reclamaban los países No-Alineados al proponer en la ONU la creación de
un Nuevo Orden Económico Mundial.
Los países del imperio, porque así debemos
llamarlos, siguen sin cambiar sus políticas, como se ha visto recientemente en
las abstenciones y oposiciones en la ONU, a partir de la propuesta argentina,
para crear un marco internacional destinado a una más justa y segura
renegociación de las deudas soberanas (1).
De nuestro lado, en los países de América, sí
conocemos muy bien las causas de los flujos de migrantes porque desde hace ya
dos siglos hemos estado del lado “receptor” de esas migraciones que trajeron a
nuestros países a millones y millones de europeos huyendo del hambre, de las
guerras y las persecuciones políticas, de las periódicas y destructivas crisis
económicas del capitalismo.
Y antes de esas migraciones bien definidas de los
siglos 19 y 20 fueron las potencias coloniales europeas que trajeron a nuestro
Continente a millones de africanos esclavizados para que trabajaran como
bestias en las plantaciones (si no trabajo me matan, y si trabajo me matan,
como decía Nicolás Guillen), y eso tampoco parece formar parte de la
consciencia europea cuando se habla de movimientos masivos de población, de
migraciones forzadas, prefiriendo en muchos casos seguir viendo esa sanguinaria
etapa que marca la historia de África como la época en que el “hombre blanco”
europeo “llevaba sobre sus espaldas la pesada carga de la civilización al
Continente africano”.
Y no hablemos de la era colonial en la cual las
potencias europeas y EEUU causaron tanto daño y destrucción social en los
países de América, en particular en las sociedades de los pueblos originarios.
Ni mencionemos lo que esas políticas neocoloniales e imperiales siguen causando
en nuestros pueblos, en las heridas nunca cicatrizadas que aun tenemos, desde
Las Malvinas hasta Puerto Rico.
Y a pesar de eso, o quizás por todo eso, la
hermandad de los pueblos forjada durante las luchas por la independencia nos enseñó
a evitar las guerras entre nuestros pueblos, y las que hubo (preguntemos a los
paraguayos) fueron bien preparadas por los intereses extranjeros y llevadas a
cabo por los cipayos criollos, que aún no hemos erradicado.
Y aunque todavía tampoco hemos erradicado el
racismo y los políticos racistas de nuestros países, es el masivo mestizaje y
el despertar de los pueblos originarios lo que caracteriza la historia reciente
de muchos países de Nuestra América.
La revolución dirigida por Fidel Castro que creó la
actual sociedad cubana nos mostró la dirección para estar en la vanguardia de
una humanidad que se proclama pacifista, que busca resolver los problemas
mediante el diálogo y no las armas, que brega por el progreso sin exclusión
social, que lucha contra el racismo.
Las elites políticas e intelectuales del imperio
capitalista deben asumir el pasado de toda una historia que, desde hace cientos
de años, estuvo basada en imponer el capitalismo mediante guerras, invasiones,
colonización, esclavización y destrucción de pueblos en varios continentes.
Lo que tampoco quieren ver, las elites del imperio,
es que las migraciones forzadas, de refugiados por los conflictos militares o
la falta de medios de subsistencia que llegan a las costas europeas o a la
frontera sur de EEUU, seguirán existiendo e irán aumentando a menos de que se
ponga fin a las actuales políticas económicas y militares.
Pero, y esto lo sabemos, la naturaleza del sistema
capitalista actual no admite cambios. En lugar de solucionar los problemas los
irán agravando, en el exterior y hasta en sus propias sociedades, como ocurre
en las etapas finales de las decadencias imperiales.
A la vista de todos, la UE practica ahora la rapiña
colonialista en el interior de sus fronteras, como muestra el caso de Grecia.
En este contexto y recordando que el imperialismo todo lo resuelve
bombardeando, es difícil anticipar cambios reales, pacíficos y destinados a
hacer que nadie, en el Oriente Medio o en África, tenga que arriesgar la vida
para migrar o pedir refugio.
A nadie le gusta emigrar si vive en una sociedad
pacífica, organizada, con una cultura incluyente y una economía al servicio de
los intereses generales de la población. Esa verdad la escuchamos de las bocas
de nuestros abuelos que venían de Italia, de España, de Alemania, Polonia y
demás países europeos, y que llegaban a Nuestra América expulsados por la
pobreza, las crisis económicas, las guerras y persecuciones religiosas, étnicas
y nacionales que han jalonado la historia europea.
Alberto Rabilotta es periodista
argentino-canadiense.
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