Publicado
por Francisco Umpiérrez Sánchez
viernes, 18 de septiembre de 2015
Entiendo por precio
irracional el precio que no refleja adecuadamente el valor, ya sea porque el
precio esté muy por encima del valor o porque esté muy por debajo. Siempre hay diferencias cuantitativas entre
precios y valores, pero no nos debemos preocupar de aquellas diferencias que no
afectan de forma alarmante a la retribución de los esfuerzos laborales. De
todos los componentes que constituyen el valor de las mercancías y de los
servicios presto especial atención al valor de la fuerza de trabajo. Y aquí hay
siempre que considerar la calidad de la fuerza de trabajo, puesto que esas
diferencias suponen diferencias de valor. En la actualidad nos encontramos con
ingenieros, economistas y otros jóvenes con titulaciones universitarias que
cobran muy por debajo del valor de su fuerza de trabajo. Y en el otro extremo
nos encontramos con deportistas o vividores televisivos que cobran muy por
encima del valor de su fuerza de trabajo. El mercado capitalista en su etapa de
globalización ha generado un sinfín de diferencias sociales injustas. De ahí
que yo sea partidario del mercado, pero de un mercado altamente intervenido que
corrija de raíz las desigualdades sociales que genera.
El otro día le comentaba a mi hija que si tuviera dinero compraría un
cuadro que retrataba unas calles de Viena por valor de seis mil euros. Ella me
miró con cara de objeción: yo jamás pagaría seis mil euros por un cuadro. Y
añadió: no creo que cuadro alguno pueda valer esa cantidad. Ante semejante
objeción la invité a que siguiera la reflexión que ahora les expongo. Cada vez
que un cantante interpreta sus canciones para un auditorio de tres mil o cuatro
mil personas, cada uno de los asistentes puede pagar 50 euros por su
entrada. Si multiplicamos los cuatro mil
asistentes por 50 euros, nos da un total de 200.000 euros. Si suponemos que el
cantante interpreta 20 canciones, cada una de ellas tiene un precio de 10.000
euros. De ahí concluimos que una sola canción del artista en cuestión vale más
que un cuadro. Sé que en la producción de ese evento hay más gastos, pero eso
no resta nada: puesto que se trata de cuál es valor total que cuesta producir
un concierto. Y el concierto del que hablamos cuesta 200.000 euros.
¿Cuál es la diferencia mercantil que existe entre el cuadro y la
canción? La primera es que el cuadro es de consumo personal y la canción de
consumo colectivo. El cantante no hace una canción para cada uno de los
asistentes, sino que la hace para todos. De manera que es la naturaleza
colectiva del consumo, ¡el gran poder de las masas sociales!, lo que convierte
el precio de la canción en un precio irracional, un precio que está muy por
encima de su valor. Pero la cosa no queda ahí: ese mismo cantante celebra ese
mismo concierto, por ejemplo, en veinte ciudades españolas. Si multiplicamos
los 200.000 euros de cada concierto, suponiendo una media de asistencia
idéntica, por los 20 conciertos, tenemos que el costo total de producir las 20
canciones se eleva a 4 millones de euros. Si dividimos esos 4 millones por las
20 canciones, tenemos que cada canción
tiene un precio de 200.000 euros. Lo que demuestra el carácter tremendamente
irracional de esos precios. Imaginen los cantantes famosos que recorren el
mundo celebrando los mismos conciertos. Calculen como se elevarán los precios
de sus canciones. Añadan además que esas canciones después existen en forma de
disco compacto. La irracionalidad del precio de cada canción llega al extremo
de la irracionalidad. Piense, apreciado lector, que en cada concierto el
artista interpreta las mismas canciones. Es este efecto multiplicador del
producto proveniente del consumo de masas el que hace que estos precios sean
del todo irracionales. Lo mismo sucede en el mundo del futbol. Mientras que el
Real Madrid y el Futbol Club Barcelona, por ejemplo, celebran un solo
encuentro, la imagen televisiva de ese encuentro se multiplica por millones.
Vuelve a ocurrir lo mismo que en el caso de las canciones de los artistas
famosos, el efecto multiplicador proveniente del consumo de masas, consumo que
se ha multiplicado de forma desmesurada por la globalización, es el que provoca
el carácter irracional de los precios de las emisiones televisivas de los
encuentros futbolísticos.
Vuelvo al principio. El mercado a diferencia de la planificación central
es un mecanismo económico que permite el desarrollo de las fuerzas productivas
de una manera colosal. Pero esto no impide que los Estados puedan intervenir de
forma radical en esos precios y adecuarlos a su valor. Cada generación se
encuentra al nacer con una suma de fuerzas productivas que al decir de Marx
constituye lo que los filósofos han llamado la sustancia. Y lo que sucede es
que el capitalismo permite a las personas y
a las entidades privadas usar las grandes conquistas sociales en todos
los terrenos de la ciencia, de la técnica y de las relaciones sociales para
provecho individual. Este es el gran mal del capitalismo. Está bien criticar la
pobreza y las tremendas injusticias; preocuparse, por ejemplo, de los
inmigrantes sirios, pero hay que vincular esos hechos con las grandes
acumulaciones de riqueza que van a parar a manos de quienes cobran unos precios
por sus servicios muy por encima del valor de sus esfuerzos. Cuando la
burguesía conquistó el poder anunciaba que a partir de ese momento predominaría
la razón. Pues bien, llevemos a rajatabla el cumplimiento de esa consigna,
hagámosla realidad en toda su amplitud y acabemos con los precios irracionales.
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