12-10-2015
"Hemos venido aquí a servir
a Dios y al Rey, y también a hacernos ricos". Bernal Díaz del Castillo,
Guatemala, siglo XVI
"¿Lograremos exterminar a
los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin
poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes
mandaría colgar ahora si reapareciesen. (…). Se los debe exterminar sin ni siquiera
perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre
civilizado". Domingo Faustino Sarmiento. Argentina, Diario El Nacional
del 25/11/1876
"Los pueblos indios además
de nuestros problemas específicos tenemos problemas en común con otras clases y
sectores populares tales como la pobreza, la marginación, la discriminación, la
opresión y explotación, todo ello producto del dominio neocolonial del
imperialismo y de las clases dominantes de cada país". Declaración de
Quito, 1992
Hace 523 años el grito proferido por Rodrigo de
Triana la madrugada de un 12 de octubre desde su puesto de vigía en el palo
mayor de la Pinta informando de la tierra avistada, cambiaría dramáticamente el
curso de la historia. Sus repercusiones siguen estando presentes: son, sin más,
el cimiento de nuestro mundo actual. Puede decirse sin temor a equivocarnos que
el amanecer de ese día comenzó el verdadero proceso de globalización,
completado hace unas décadas con la caída del campo socialista con su grito
triunfal de “terminó la historia”, siendo al mismo tiempo el ocaso de las
civilizaciones americanas originarias.
Más de cinco siglos han pasado desde aquel
entonces, y la deuda pendiente no parece llegar a su fin. En un sentido, esa deuda
es impagable. ¿Por qué?
El "descubrimiento" de América
–eufemísticamente llamado "encuentro de dos mundos"– (lo que, más que
encuentro, fue "encontronazo")–, o lo que con más precisión podemos
llamar "el inicio del mundo moderno capitalista", es un hecho de una
trascendencia sin par en la historia de la Humanidad: inaugura un escenario
novedoso que sienta las bases para la universalización de la cultura del
imperio dominante, ya a escala planetaria en aquel entonces, mucho más
solidificado en la actualidad, cinco siglos después, con la entrada triunfal de
las tecnologías de la comunicación e información que vuelven al planeta una
verdadera aldea global. El imperio dominante del siglo XVI era el incipiente
–pero ya avasallador– capitalismo europeo (representado en ese momento por la
España imperial y la Gran Bretaña que se empezaba a industrializar). "Modo
de vida occidental", podría llamarse ahora, o libre empresa, o economía de
mercado. La llegada de los europeos a tierra americana y su posterior conquista
fue la savia vital que alimentó la expansión del capitalismo.
Estas circunstancias de la historia colocan ese
encuentro de civilizaciones en la perspectiva de una relación absoluta y
radicalmente desigual; en términos estrictos fue más que un "encuentro":
fue el sojuzgamiento (sanguinario) de una sobre otra. Fue, en principio, una
invasión militar, seguida luego de un avasallamiento cultural. Hubo vencedores
y vencidos, sin lugar a dudas, por lo que la idea de "encuentro" es
demasiado débil, ingenua en el mejor de los casos. ¡O hipócrita!
El 12 de octubre marca la irrupción violenta de la
avidez europea (capitalista) en el mundo, llevándose por delante –religión
católica mediante– toda forma de resistencia que se le opusiera, y haciendo de
su cultura la única válida y legítima, la presunta "civilización". Lo
demás fue condenado al estatuto de barbarie. En tal sentido, entonces, lo que
se produce en ese lejano 1492 es, con más exactitud, un encontronazo
monumental, sangriento, despiadado. Por cierto, salen mejores parados del
mismo los que detentaban la más desarrollada tecnología militar. Y para el
caso, fueron los españoles. Al día de hoy, esa relación no ha cambiado en lo
fundamental, y de la espada y la cruz pasamos a la dependencia tecnológica y a
las impagables deudas externas de nuestros países.
Han pasado 523 años desde aquel grito, y ningún
habitante originario del continente americano se siente
"descubierto". En realidad no hay nada que festejar el 12 de octubre,
no hay "día de la raza" o "día de la hispanidad" que venga
a cuento. Hay una historia forjada a sangre y fuego, sigue habiendo una herida
abierta, y fundamentalmente hay una deuda no saldada. ¿Quién la va a pagar? ¿Es
posible pagarla?
Por otro lado: ¿qué "raza"? La historia
la escriben los que ganan, por lo que ese encontronazo de civilizaciones fue
contado por los vencedores –los españoles, para el caso, luego los anglosajones
en relación a América del Norte– en la forma de "hazaña", de
"gesta gloriosa". Los pueblos americanos no tienen la misma versión.
No digamos la población negra de África, que más tarde fue transplantada al
continente "descubierto" en calidad de mano de obra esclava. ¿Cuál es
la proeza en todo ello? Si a alguien benefició todo esto, seguro que no fue ni
a los africanos ni a los americanos.
Pero hay algo bien importante: el triunfo de la
conquista fue muy grande, y los latinoamericanos seguimos sufriendo hoy
"complejo de inferioridad". No es infrecuente ver en cualquier ciudad
latinoamericana, o incluso en sus regiones rurales, a algún ciudadano (hombre o
mujer) de aspecto aindiado, moreno, en definitiva: no-blanco desde el punto de
vista fenotípico, con el cabello teñido de rubio. En esta sufrida región del
mundo, para ambientar un programa cultural radial o televisivo, en principio a
cualquiera se le podría ocurrir usar música llamada "clásica" (música
académica europea de los siglos XVII, XVIII o XIX) y no, seguramente, cumbia o
ranchera. Y si se trata de organizar una cena de lujo muy probablemente
cualquier habitante latinoamericano pensaría en ofrecer langosta, algún plato
con un complicado nombre en francés –aunque no se sepa bien qué es–, lasagna
quizá… pero seguro que no arepa, humita ni indio viejo. Y por supuesto, para ir
"bien" vestido, un varón debe llevar saco y corbata y una mujer
tacones altos con joyas y mucho perfume; sería de "mal gusto"
presentarse en güipil o con chaqueta de colores típicos como el actual
presidente de Bolivia, Evo Morales. Los palacios gubernamentales, aún rodeados
de palmeras y bajo abrasadores soles tropicales, deben tener muchas columnas
jónicas y dóricas con amplias escalinatas de mármol como los de los
"hombres blancos" del norte, y la juventud "chic" canta en
inglés. ¡¿Cómo habría de tararear una canción en guaraní o en mapuche?! Y en
diciembre, ¡por supuesto!, los malls (también se puede decir shopping
centers) se llenan de pinos plásticos y nieve artificial con un viejo
barbudo vestido con trajes de piel (que nunca se sabe de qué se ríe…) y que
viaja en trineo (¿trineo para la nieve en nuestros países?). Y si pensamos en
pirámides fabulosas, pensamos en las de Egipto, olvidando que en Mesoamérica
hay otras tan fantásticas como aquéllas (la más grande del mundo, por cierto,
está en Guatemala: El Mirador). Dato marginal: la civilización maya llegó al
concepto de número cero hace más de mil años, cuando en Europa se perseguían
brujas por herejía. ¿Por qué lo latinoamericano no es "civilizado"?
¿Maldición de Malinche? Ah, por cierto: la "civilizada" Europa aún
mantiene reyes. Sí, sí: monarcas, majestades, ¡parásitos que viven lujosamente
sin trabajar! ¿Civilización?
Mucho tiempo ha pasado desde la llegada de los
europeos al "Nuevo Mundo"; la historia siguió su paso, y de aquel
momento inaugural del capitalismo hoy tenemos un Norte desarrollado, opulento,
y un Sur que se debate en la pobreza y la dependencia. Por cierto que mucho ha
cambiado el mundo en estos más de cinco siglos. Que "la rueda de la
historia haya avanzado" es una cuestión abierta que llama a la discusión;
para las grandes civilizaciones como la inca, la azteca, la maya, no parece que
este "descubrimiento" haya tenido grandes beneficios. Para el
capitalismo europeo, fue toral: consistió en su acumulación originaria, su
empuje inicial. Sin la conquista de América no podría haber habido capitalismo
europeo.
Hoy, 523 años después del grito que comenzaba a
cambiar la historia, los pueblos americanos (hay quien los llama
"precolombinos"… ¿Antes de Colón? ¿No suena ostentoso eso: antes de
Colón no había historia?), no se han recuperado aún del trauma que significó la
llegada "del hombre blanco"; de grandes civilizaciones, tan o más
desarrollados que los europeos, pasaron a ser mano de obra casi esclava,
destruyéndoseles buena parte de su rico acervo cultural, condenados a grupos
subalternos. Las empleadas domésticas y los trabajos más mal pagados en
cualquier punto de América no lo hacen los blancos.
¿Cómo limpiar esa afrenta histórica?
La historia siguió su curso; la historia oficial,
aquella que cuentan los ganadores, intentó borrar esas grandes culturas
transformando a sus miembros en ciudadanos de países inventados en estos
últimos siglos: los incas pasaron a ser peruanos, los mayas guatemaltecos, los
aymarás bolivianos, los aztecas mexicanos, los guaraníes paraguayos, los mapuches
chilenos, etc. Las tierras saqueadas en la conquista, los recursos robados y
enviados a España –que terminaron enriqueciendo a la emergente industria
europea–, los miles y miles de vidas de amerindios segadas, la humillación a
que se sometió a los pueblos americanos, la postración histórica a la que se
les condenó y de la que hoy, como Tercer Mundo, cuesta tanto remontar… ¿se
puede resarcir? ¿Quién lo va a pagar? ¿Cómo? La entrega del Premio Nobel de la
Paz a la dirigente maya-quiché Rigoberta Menchú el día del 500 aniversario del
inicio de la conquista es un buen gesto, pero no basta.
El 12 de octubre, más que día de festejo (¿qué
festejar?) debería ser un día de vergüenza humana.
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