Publicado por Francisco
Umpiérrez Sánchez
sábado, 24 de octubre de 2015
El enfado que tengo
encima me mata. No comprendo ciertas cosas. No hace un mes que los medios de
comunicación nos informaban de la enorme desigualdad que había en el mundo. Un
1 % de la población es propietario de la mitad de la riqueza patrimonial mundial.
Los periodistas y comunicadores hablaban en tono grave, preocupado y
reivindicativo de la injusticia de esta extrema desigualdad. En todos los
foros, menos la derecha recalcitrante,
todo el mundo hablaba de que esta situación era inadmisible y culpaban a
los políticos por ello. Hace un par de días hemos tenido otra noticia: Amancio
Ortega, socio mayoritario de Inditex, es el hombre más rico del mundo. Y
aquellos periodistas que nos hablaban con aparente seriedad y preocupación de
la extrema desigualdad, nos hablan ahora con plena alegría y satisfacción de
que Amancio Ortega amasa una fortuna de 71.700 millones de euros. ¿Cómo es
posible que los periodistas que nos hablaban ayer con voz crítica de la extrema
desigualdad nos hablen ahora con alegría de la manifestación más extrema de
dicha desigualdad? Solo tiene una
explicación: la piel burguesa que los atrapa, la concepción capitalista que los
domina, los convierte en unos hipócritas y en unos inconsecuentes, por no decir
en unos cobardes.
Después, en tonos apologistas, algunos destacados periodistas y
comunicadores nos dicen que Amancio Ortega se ha hecho a sí mismo. Nos dicen
también que la plantilla de Inditex la constituyen 141.000 empleados. Tratan al
facilitarnos esta información de darnos a entender del enorme bien que Amancio Ortega hace por la economía al
ser el creador de esos empleos. Pero la cuestión es otra: Amancio Ortega no
puede conservar y multiplicar su capital sin trabajadores. La creación de puestos de trabajo, que supone
que los trabajadores tengan la posibilidad de percibir un salario, es al mismo
tiempo la necesidad que tiene el capital del trabajo para poderse conservar y
multiplicar. Objetivamente entonces se debería decir no que Amancio Ortega se
ha hecho a sí mismo, sino que se ha hecho a sí mismo por medio de esos 141.000
empleados. ¡Ay, las mediaciones, cuánto
se olvidan los aparentemente sesudos economistas y comunicadores de las
mediaciones!
Veamos algunos datos. Los he tomado de la memoria anual de 2013 de
Inditex: Las ventas de ese año ascendieron a 16.724 millones de euros y los
beneficios a 2.382 millones de euros. Amancio Ortega como tiene el 60 % de la
propiedad de Inditex, se embolsa el 60 % de dichos beneficios, esto es, 1.429
millones de euros: una verdadera salvajada. Amancio Ortega no hace los modelos
de ropa, tampoco los fabrica y tampoco los vende. Supongamos que su trabajo de
directivo represente el 1 % del trabajo total. Resulta por tanto evidente que
aquel que hace solo el 1 % por ciento del trabajo se lleve en concepto de
beneficios 1.429 millones de euros, mientras que los 128.000 empleados que
hacen el trabajo no se llevan nada por el mismo concepto. (No entro a detallar
que el cuerpo directivo de Inditex pueda llevarse una parte de los beneficios o
que sus sueldos sean notablemente superiores a los de la mayoría de la
plantilla. Este dato no cambiaría sustancialmente los hechos). ¿Qué hecho
económico social y no político explica que Amancio Ortega pueda ganar tanto y
los empleados tan poco? La propiedad privada. El capital acumulado por Amancio
Ortega desde que fundó la primera tienda
en 1963 solo se explica por el sistema capitalista, que gracias a la propiedad privada sobre los medios para
producir la riqueza permite que los capitalistas se hagan inmensamente ricos y
que los trabajadores lleguen a duras penas a final de mes. Amancio Ortega no se
ha hecho a sí mismo, se ha hecho por medio de la propiedad privada.
Hablemos ahora de la contradicción entre capital y trabajo y las rentas
que arrojan: salario y beneficio (dividendos). Supongamos que en razón de la
productividad del trabajo, dado los grandes beneficios de Inditex,
incrementamos los salarios en 500 euros, que en términos de costos serían unos
700 euros. Multipliquemos estos 700 euros por los 128.000 empleados que tenía
Inditex en el año 2013 y por los doce meses del año. Esto nos daría un costo
salarial anual añadido de 1.075 millones aproximadamente. Si a los beneficios netos, 2.382 millones de
euros, le restamos los 1.075 millones de incremento salarial, los beneficios
quedarían reducidos a 1.307 millones. Todavía así el beneficio sería una
exageración; y el ingreso por este concepto de Amancio Ortega, el 60 % de 1.307
millones, sería de 784 millones de euros: otra exagerada desproporción. Mientras
que cada empleado percibiría un salario extra de 700 euros, Amancio Ortega
percibiría en concepto de dividendos 784 millones de euros. No hay duda: así y
todo, habiendo mejorado el salario de los empleados de Inditex en 700 euros, el
resultado de las rentas arrojadas seguiría expresando la extrema desigualdad
entre capital y trabajo. Yo iría más lejos: Habría que obligar a estas
macroempresas a pagar mucho más dinero a la seguridad social y más impuestos de
sociedades que las medianas y pequeñas empresas. Esto sería igualmente un
método para remediar la extrema desigualdad. De todos modos queda en evidencia
que trabajo y capital no son aliados sino enemigos. Las grandes rentas que
arroja el capital, en el caso evidente de Inditex, están estrechamente interrelacionadas
con las bajas rentas que arroja el trabajo.
Vuelvo al inicio. No me fío de la actitud de preocupación de los
periodistas que anuncian la injusticia que representa la extrema desigualdad.
Tampoco me convence la crítica que llevan a cabo los economistas reformistas
como Krugman y Stiglitz. No ponen sobre la mesa la causa básica de la extrema
desigualdad: la contradicción entre trabajo y capital, entre salario y
beneficio. Sin denunciar la lógica del capital y la propiedad privada como las causas de la
extrema riqueza y de la extrema pobreza, no será posible cambiar el mundo y
hacerlo más justo. Así que menos
apariencia de honda preocupación y más
crítica radical.
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