Lunes, 09
Noviembre 2015.
Los postextractivismos son
pensados como procesos de transición, donde se coordinan medidas que van
reduciendo el peso de esas actividades en nuestras economías, para
reemplazarlas por otras de menor intensidad en el aprovechamiento de recursos
naturales. Se comienza por medidas de urgencia, deteniendo los casos más graves
de impacto social y ambiental. Su meta está en erradicar la pobreza y en evitar
cualquier nueva extinción de especies de nuestra biodiversidad.
Palabras al Margen
Eduardo Gudynas es investigador
del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), en Montevideo. Es
además investigador del sistema nacional de investigadores en su país, y es
investigador asociado en el Departamento de Antropología, Universidad de California
en Davis. Durante varios años coordinó los informes sobre el estado del
ambiente en América Latina para el Programa de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente, y fue experto en la iniciativa de Desarrollo Sostenible
Amazónico, que trabajó en toda la cuenca. Regularmente es profesor visitante
en distintas universidades latinoamericanas, y trabaja junto a grupos y
organizaciones de base en diferentes países del continente. Sus últimos
libros son “Derechos de la Naturaleza”, con ediciones en Argentina, Colombia,
Bolivia, Perú (y en prensa en Ecuador), y “Extractivismos. Ecología, economía
y política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza” con
ediciones en Bolivia y Perú (en prensa en Argentina, Brasil, Ecuador y
Colombia). Se lo puede seguir en twitter en: @EGudynas.
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Palabras
al Margen (PM): Países como Colombia han estructurado su economía en la
extracción de recursos naturales, particularmente petróleo y minerales. ¿Cómo
entender los postulados postextractivista a corto plazo a la luz de la
realidad económica y social que deben atender los gobiernos de turno?
Eduardo Gudynas (EG): El primer punto para
responderles es definir qué se entiende por “postextractivismo”. Este es un
término genérico usado para englobar las alternativas de salida de la
dependencia de los extractivismos. O sea, son las opciones para reducir o
terminar con el enorme papel que desempeñan los extractivismos mineros,
petroleros o agrícolas.
Esta pretensión choca
inmediatamente con el profundo arraigo que tienen los extractivismos. Se los
defiende como indispensables para el crecimiento económico, como necesarios
para atraer inversores y mantener las exportaciones, y así sucesivamente.
Entonces, cuando las comunidades locales resisten a esos emprendimientos, la
respuesta desde sus defensores, sean empresas, gobiernos, empresarios o
académicos, más tarde o más temprano dirá: ¿si no hay extractivismos cuál es
su alternativa? Agregan que tan sólo pensar en alternativas
postextractivistas pone en riesgo el desarrollo de un país, llevaría al
atraso, o sumiría a las mayorías en la pobreza.
Esto explica que la primera
tarea del postextractivismo es desarmar todos esos mitos, y volver a colocar
esta discusión en sus justos términos. Cuando se hace eso, ¿qué se encuentra?
Pues que los extractivismos no generan los supuestos beneficios que se
prometen, sino que en realidad deterioran la calidad de vida de las
comunidades locales, a veces por la contaminación, otras veces por robarles
sus suelos o dejarlas sin agua, y así sucesivamente. También encontramos que
la generación de empleo es bajísima; por ejemplo, en países muy recostados en
la minería el promedio es que solamente un 1% de la población económicamente
activa trabaja en ese sector.
Hay muchas, pero muchas dudas
sobre el balance económico final. Es que los economistas convencionales solo
miran los ingresos extractivistas, pero una contabilidad en serio tendría que
descontar o restar los costos económicos de los daños que produce, y de los
subsidios que recibe. La pérdida de la salud, la caída de producción
agrícola, o la contaminación del agua, todo eso tiene un costo económico que
se le debe restar.
Además, en paralelo, los
gobiernos destinan enormes cifras de dinero a sostener los extractivismos.
Entonces, por un lado entra dinero cuando se exportan recursos naturales,
pero por otro lado, perdemos dinero para otorgar a esos emprendimientos
energía barata, infraestructura, reducciones de impuestos, etc. Un caso
dramático se observa en Bolivia, bajo el gobierno de Evo Morales, donde se
acaba de anunciar un megaplan de subsidios a la exploración petrolera de más
de 3500 millones de dólares. Es una cifra enorme. A su vez, para hacer eso
posible han aprobado nuevas normas que permiten iniciar la exploración
petrolera dentro de parques nacionales y territorios indígenas, y han
recortado los mecanismos de consulta e información ciudadana. Nadie en el
gobierno o las empresas contabiliza el costo económico de todo eso. Pongo
estos ejemplos para dejar en claro que la supuesta ganancia económica de los
extractivismos es más que discutible.
Paralelamente a todo esto, es
evidente que no podemos seguir siendo extractivistas. Esas prácticas están
destruyendo nuestra base ecológica en cada uno de los países. Además, en el
caso de los hidrocarburos, sabemos que si queremos mantenernos dentro de una
temperatura segura para la vida humana en el planeta, debemos dejar bajo
tierra el 80% de los hidrocarburos. Si los sacamos y los quemamos, el cambio
climático se desbocaría.
Existen muchos otros problemas
que he englobado bajo la idea de los “efectos derrame”, que se discuten en mi
reciente libro sobre extractivismos. Esos son cambios que se introducen para
permitir los extractivismos, pero tienen efectos que alcanzan a todo el
territorio nacional y a muchas esferas de la vida política, social y
económica. Incluyen desde distorsiones en la economía nacional hasta una
redefinición de la democracia a formas más presidencialistas pero menos
garantistas.
Todo esto nos lleva a pensar
vías de salida postextractivistas. El extractivismo es cada vez más resistido
por las comunidades locales, tiene efectos ambientales y sociales muy duros,
es de dudoso beneficio económico, y agrava el cambio climático. Es un
callejón sin salida. Esto hace que pensar postextractivismos sea necesario,
diría indispensable, pero además es urgente para terminar con todos los
graves impactos que estamos padeciendo.
En su esencia, los
postextractivismos son pensados como procesos de transición, donde se
coordinan medidas que van reduciendo el peso de esas actividades en nuestras
economías, para reemplazarlas por otras de menor intensidad en el
aprovechamiento de recursos naturales. Se comienza por medidas de urgencia,
deteniendo los casos más graves de impacto social y ambiental. Su meta está
en erradicar la pobreza y en evitar cualquier nueva extinción de especies de
nuestra biodiversidad. Se utilizan medidas que van desde la reforma del gasto
del Estado, para terminar con los subsidios perversos a los extractivismos,
hasta las medidas de zonificación económica y ecológica del territorio.
Medidas que van desde reconstruir una agricultura y ganadería orgánica, que
nos asegura la seguridad alimentaria y el empleo rural, a una reforma de los
sistemas tributarios. Y así sucesivamente.
Lo que ha sucedido en los
últimos años en varios países es que se han armado agendas muy potentes y
detalladas sobre cómo sería un país postextractivista. Entonces, cuando un
ministro o un empresario nos pregunta, ¿cuál es su alternativa?, ahora
tenemos muchas respuestas y muchos ejemplos para poner sobre la mesa de
discusión. Hay muchas formas de entender el postextractivismo, y eso es muy
bueno.
PM: En
los últimos años varios países de Suramérica han vivido bajo gobiernos
progresistas y de izquierda. No obstante, usted ha sido muy crítico de estos
gobiernos por mantener sus dinámicas extractivistas. ¿Esto significa que la
perspectiva postextractivista se expresa de la misma forma en gobiernos de
izquierda y de derecha?
EG: Es evidente que el peso del
extractivismo es enorme tanto en gobiernos conservadores como en aquellos que
son progresistas. Eso no siempre es entendido por muchos sectores en países
como Colombia, y por esa razón se postula, por ejemplo, que la alternativa a
la “locomotora minera” sería algo así como una minería estatizada. Basta
observar la marcha de la minería estatizada, e incluso aquella que es
cooperativizada, en Bolivia, para ver que se repiten los serios problemas
ambientales y sociales. Y además se cae en una situación triste, porque esos
emprendimientos mineros, estatales o cooperativizados, terminan vendiendo sus
minerales a las grandes empresas transnacionales. Y ellas están aprendiendo
que a la larga les resulta más cómodo dejar la extracción en manos locales, y
dedicarse solamente a la comercialización. Con eso se evitan todas las
polémicas y disputas con las comunidades locales, las que son llevadas
adelante por los propios gobiernos progresistas.
Dicho eso,
se puede considerar si hay diferencias en los senderos postextractivistas
desde gobiernos conservadores con aquellos que se discuten bajo el
progresismo. La respuesta es sencilla: hay diferencias muy importantes. Por
ejemplo, en el caso de administraciones conservadoras, como Perú o Colombia,
el papel del Estado es más bien de cobijar y respaldar al empresariado
extractivista. En cambio, bajo los progresismos el Estado toma partido más
activo por el extractivismos de variada manera, a veces obteniendo tajadas en
los excedentes, y legitima todo esto con invocaciones a la justicia social.
Entonces, las discusiones políticas son muy distintas, porque se parte de
contextos políticos muy diferentes.
Sea una
vía o la otra, los debates sobre postextractivismos no son apolíticos. Por
ejemplo, los compañeros que animan esta discusión en Perú luchan por defender
derechos ciudadanos muy debilitados, y aquellos que están en Ecuador quieren
otros roles del Estado. Uno y otro caso son discusiones cargadas de política,
y por ello los gobiernos les responden acusándoles de eso, de ser
precisamente políticos. En unos casos los denuncian como izquierdas
radicales, y en el otro como conservadores o izquierdistas infantiles.
En el
caso específico de las propuestas postextractivistas que defiendo
personalmente, tampoco son apolíticas. Por varias razones. Pongamos un
ejemplo: se parte del compromiso con la justicia social, la justicia
ambiental y la justicia ecológica. Estos son tres conceptos distintos,
superpuestos pero diferentes, y están fuertemente cargados de contenidos
políticos. La centralidad de ideas como justicia, ciudadanía o derechos, ya
expresa un marco político, al dejar subordinadas ideas como mercado o
utilidad. Eso explica, en parte, que se concluyera en diferenciar a los
progresismos, que son extractivistas, de la izquierda que les dio origen a
fines de los años noventa.
PM: La
Ecología Política se ha posicionado a nivel internacional en un importante
campo de reflexión de las problemáticas socioambientales contemporáneas. ¿Qué
rasgos particulares encuentra usted en los enfoques latinoamericanos de
Ecología Política?
EG: Esta no es una pregunta
sencilla de responder. Quisiera comenzar por señalar que dentro de la
ecología política hay varios grandes campos de trabajo, y a su vez, al
interior de cada uno de ellos, hay unas cuantas corrientes. O sea que estamos
ante varias ecologías políticas. Algunas son académicas, y no siempre se
conocen o dialogan entre ellas. Por ejemplo, me llama mucho la atención la
creciente distancia entre unas ecologías políticas de los ecólogos y
biólogos, y aquella que discuten, por ejemplo, algunos antropólogos o
geógrafos. A la vez tenemos las ecologías políticas desde partidos políticos,
organizaciones, colectivos o incluso movimientos, que se expresan sobre todo
en su militancia. En ese flanco también hay bastante diversidad, desde
agrupamientos que se presentan como “políticos verdes” que pueden llegar a
ser conservadores, hasta otros que desean un ecosocialismo o una renovación ecológica
de la izquierda. Me parece, además, que algunas iniciativas que fueron
potentes en la década de los noventa regresarán, y estoy pensando en
distintas ecoteologías populares.
Siguiendo
con su pregunta, es cierto que hay muchos aportes, debates y ensayos en esas
distintas ecologías políticas, y que bastante se habla de América Latina.
Pero aquí hay que tener cuidado, porque no todo eso es dicho, construido o
generado desde América Latina. O a veces, si bien es escrito o dicho desde
aquí, en realidad es una conversación con la academia del norte global.
Entonces se habla de ecologías políticas “en” América Latina, pero está todo
escrito en inglés, o las citas son casi todas al inglés o al francés.
Continuamente
estamos recibiendo visitas o pasan temporadas en distintas localidades
latinoamericanas investigadores, estudiantes o militantes de muchos otros
continentes. Muchos de ellos luego son muy activos en sus publicaciones, en
generar debates muy importantes e incluso generosos en la solidaridad. Pero aún
reconociendo esos aportes, tenemos que saber distinguir las cosas. A mi modo
de ver, la idea de “enfoques latinoamericanos” se refiere a las ideas y
prácticas generadas por latinoamericanos que viven en nuestro continente, y
responden a los problemas y necesidades que nosotros padecemos, y que siempre
tienen algún diálogo con nuestra producción cultural.
Con
esto me refiero a un paso previo a las distintas posiciones, que podrán ser
más conservadoras o más transformadoras. Posturas con las que uno podría estar
en acuerdo o discrepar. Me refiero a la situación previa de construir
ecologías políticas que estén “enraizadas” en América Latina, si se me
permite tomar la imagen de prácticas y saberes “raizales” de Orlando Fals
Borda.
O sea,
ecologías políticas hechas por latioamericanos, a partir de los problemas
actuales en nuestro continente, que dialogue o interactúe en castellano o
portugués con las corrientes de pensamiento propias en nuestros países, y que
sirva para acompañar, ayudar, a movimientos sociales en la construcción de
alternativas. En ese terreno la producción no es tan frondosa como muchas
veces se cree, y creo que una de las prioridades es potenciarla,
fortalecerla, ampliarla.
Hecha
esa aclaración me parece que hay unos cuantos nudos temáticos que son
particularmente latinoamericanos. Me parece apropiado citar como uno de los
más importantes a las ecologías políticas organizadas alrededor de los
derechos de la Naturaleza o la categoría del Buen Vivir. Si esos derechos son
reconocidos, inmediatamente se acepta que la Naturaleza, o alguna categoría
análoga, como Pacha Mama, pasan a ser un sujeto, y por lo tanto tienen
valores intrínsecos. La formulación actual de estas ideas, y su articulación
con algunos saberes indígenas, son exclusivamente latinoamericanas. Esta es
una construcción criolla, indígena, y claramente andina. Es intercultural, en
el sentido de mezclar saberes y sensibilidades.
Pero no
siempre se la entiende en toda su profundidad. Por ejemplo, derechos de la
Naturaleza no es lo mismo que los derechos humanos a un ambiente sano. O Buen
Vivir no es lo mismo que bienestar. La ecología política de esas dos ideas
impone rupturas sustantivas con las tradiciones propias de la Modernidad. Es
que tanto liberales, conservadores como socialistas, las tres grandes
corrientes políticas, están todas ellas basadas en que solamente los humanos
pueden ser sujetos, y lo no-humano siempre son objetos. Los derechos de la
Naturaleza, el Buen Vivir, y otras corrientes, cuestionan esa aseveración. Y
esto genera muchos conflictos con las ideas convencionales, por ejemplo del
desarrollo.
PM:
Conceptos como el “biocentrismo” son importantes en su obra. ¿Cómo entender
este concepto en contextos altamente intervenidos (como las grandes ciudades)
dependientes del uso y aprovechamiento intensivo de la naturaleza?
EG: El biocentrismo dicho en forma
muy esquemática es reconocer que plantas y animales tienen valores en sí
mismos. Unos valores que les son intrínsecos, y que son independientes de la
utilidad o apreciaciones de los humanos. Son la base de los derechos de la
Naturaleza. Hasta ahora lo que prevalece es valorar a la Naturaleza a partir
de la utilidad que nos pueden brindar algunos de sus recursos naturales, de
los costos en nuestra economía de algunos impactos, o de los placeres
estéticos que nos puedan dar ciertos paisajes. El biocentrismo sostiene que
además de esos valores asignados por las personas hay otros, que son
esenciales a los seres vivos. Por ello, no es necesario demostrar que una
especie tenga, pongamos por caso, una potencialidad utilidad económica, para
asegurarnos su preservación. Se la debe proteger por ella misma.
Cuando
reconocemos los valores propios en los seres vivos no-humanos, tenemos que
asegurar que puedan seguir sus proyectos vitales, su evolución, que pueda
sobrevivir. Para asegurar esa sobrevida es indispensable conservar la
Naturaleza, no hay otra opción. O sea que volvemos a llegar a los derechos de
la Naturaleza.
Hay que
observar que esta valoración no está enfocada en los individuos aislados.
Esto es importante y ofrece varias alternativas para las ciudades. Es que ese
mandato no dice que el ambiente debe ser intocado. Lo que indica es que los
humanos pueden obtener recursos de la tierra, por ejemplo, pero deben hacerlo
con una intensidad que no ponga en riesgo la sobrevida de las especies. Esto
obliga a bajar los patrones de consumo intensos en las ciudades, obliga a
usar prácticas tales como la agroecología para reducir los impactos sobre la
tierra y acompasarse a los ritmos de regeneración de la Naturaleza. Obliga a
otros cambios, como despetrolizar la sociedad o pensar en producciones de
mucho menor intensidad en el consumo de materia, para reducir los
extractivismos mineros. Y claro, una reforma sustancial de la vida en las ciudades,
recuperando opciones de agricultura urbana, transporte social, uso de
tecnologías apropiadas, consumo juicioso del agua, intensas prácticas de
reciclaje y reuso.
Con
estos ejemplos quiero indicar que existen muchas opciones de compatibilizar
los derechos de la Naturaleza, el biocentrismo, con la vida en ciudades.
Claro que habrá que transformar muchas cosas, comenzando por lo que
entendemos por ciudad. Pero ello es posible y existen experiencias ciudadanas
en todos esos rubros que testifican su viabilidad y oportunidad. Nosotros en
América del Sur tenemos muchos márgenes de maniobra para eso, ya que la mayor
parte de los recursos que extraemos de la Naturaleza los estamos exportando
hacia otros continentes. Por lo tanto, si sólo tomamos lo que realmente
necesitamos, bajaríamos enormemente los impactos sociales y ambientales. Con
esto, una vez más, queda en claro que los extractivismos exportadores son
posiblemente el más grave e importante problemas social y ambiental actual.
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