Owen
Bennett Jones
En los meses
después del 11-S, los estadounidenses se preguntaban: "¿Por qué
nos odian?"
Hoy en día, los
políticos, periodistas y académicos europeos todavía buscan una explicación de
por qué tantos jóvenes musulmanes se están radicalizando.
La religión, la
privación económica y la política exterior de Occidente son todas teorías que
se plantean como posibles impulsores del yihadismo.
En lo que la
mayoría de la gente coincide es que las potencias de Occidente no están seguras
de cómo reaccionar contra el autodenominado Estado Islámico (EI).
La confusión queda
reflejada en la actitud incierta de Estados Unidos y Europa
hacia la democracia en el mundo árabe.
Unas semanas antes
de ordenar la invasión de Irak, en 2003, el presidente de EE.UU., George W. Bush,
dijo que una vez Saddam Hussein fuera derrocado, Irak se convertiría en
"un luminoso ejemplo de democracia a través de Medio Oriente".
Sus adeptos
neoconservadores pensaron que los beneficios de la democracia eran tan
inherentemente evidentes que, dada la oportunidad, los iraquíes se lanzarían a
aprovecharlos.
Había funcionado
en la Europa Oriental postsoviética, así que, ¿por qué no en Medio Oriente?
Pero, lejos de
acoger el liberalismo occidental, Irak descendió en una guerra civil.
Y muchos en Occidente se recibieron la lección que no se puede forzar a un país
a volverse democrático.
Y, si Irak
convenció a algunos de que no era posible imponer la democracia, la Primavera
Árabe resucitó la duda de si las potencias de Occidente realmente quieren
democracia en Medio Oriente.
O, ¿estarás, en
realidad, temerosas de los que la democracia pueda traer?
Financiando a Mubarak
Durante décadas,
los yihadistas –al igual que muchos liberales en Occidente– han argumentado que
la eterna retórica occidental sobre la democracia es vacía. Después de
todo se preguntan: ¿Acaso la realeza de Arabia Saudita que viola los derechos
no es apoyada por Occidente?
Y, ¿por qué el expresidente
de Egipto, Hosni Mubarak, fue financiado por Washington
durante tanto tiempo?
También citan lo
ocurrido en Argelia, en 1992, como tal vez el caso más claro de la hipocresía
de Occidente.
Cuando el Frente
de Salvación Islámico estaba encaminado a ganar las elecciones
parlamentarias, hubo palpables suspiros de alivio en las capitales occidentales
cuando el ejército intervino, vetó el frente y detuvo a muchos de sus miembros.
El temor de
islamistas radicales llegando al poder se siente tal vez más agudamente en
Israel.
Ese país podrá ser
la democracia más desarrollada en Medio Oriente pero, ¿qué pasaría si la
hostilidad antiisraelí encontrara una expresión democrática?
Si los gobiernos
de Medio Oriente hicieran lo que quieren sus pueblos, Israel tendría un
problema.
La situación quedó
expuesta de la manera más evidente cuando Hamas ganó las elecciones en
los territorios palestinos, en 2006. Israel y representantes de las
potencias occidentales rehusaron reunirse con los recién elegidos funcionarios
palestinos so pretexto de que querían la destrucción de Israel.
Meses después,
muchos de esos funcionarios electos terminaron en cárceles israelíes.
En Egipto,
las sucesivas victorias electorales de los Hermanos Musulmanes, tras la salida
de Mubarak, una vez más dejaron expuesto el dilema de Occidente.
Hay que recordar
que, tanto EI como al Qaeda rechazan la postura de los Hermanos Musulmanes de
que los islamistas deberían buscar el poder a través de las urnas.
Apuesta más segura
Pero, temiendo que
los Hermanos Musulmanes desafiaran su propio poder, los gobiernos autócratas de
Arabia Saudita y países del golfo convencieron a Occidente de que no podían
aceptar el riesgo de un Egipto gobernado por el islamista presidente Morsi.
El ejército
egipcio, de la mano de miles de manifestantes que querían anular el resultado
de las elecciones, se veía como la apuesta más segura.
Fue una política
que surgió de una cautela tal vez comprensible. ¿Cómo podrían los líderes de
Occidente confiar en las garantías de los Hermanos Musulmanes de que su primera
victoria electoral no sería seguida de una intento de aferrarse permanentemente
al poder como preludio al establecimiento de su meta declarada: un estado
islámico?
Sin embargo, al no
apoyar el gobierno de los Hermanos Musulmanes, Occidente les entregó la
victoria a los islamistas radicales.
"No hay
sentido en votar por los Hermanos Musulmanes –podrían argüir los extremistas–
porque no les permitirán tener el poder aún si ganan. Más les valdría combatir
con nosotros".
De hecho,
el desenlace político en Túnez sugiere que sí se puede confiar en la eficacia
de la democracia.
El equivalente a
los Hermanos Musulmanes en Túnez, Ennahda, ganó las elecciones tras Primavera
Árabe y, luego, demostró su voluntad de hacer concesiones.
En una medida que
probablemente ningún partido secular en Túnez emularía, Ennahda dejó el
poder voluntariamente en el interés de lograr un amplio consenso para
una nueva constitución.
Pero Túnez siempre
sería un país secundario. Egipto es de mayor importancia.
Y tras el
encarcelamiento de los líderes de los Hermanos Musulmanes y otros pensadores
liberales por el presidente Sisi, el campo quedó despejado para que los
yidahistas pudieran ofrecer la única clara alternativa para resistir el
represivo gobierno de El Cairo.
Estos asuntos
afectan a toda la región. Las contradicciones son más urgentes ahora en
Siria.
Los gobiernos
occidentales todavía instan a la caída del presidente Al Asad pero titubean a
la hora de hacer algo por temor de lo que su salida podría representar.
¿Cómo
sería la Siria de después? ¿Qué
traerían las elecciones sirias? ¿Podrían llegar al poder los islamistas
sunitas? ¿Cómo beneficiaría eso a Occidente? Y, ¿qué hay de Israel?
Que las potencias
occidentales no hayan sido capaces de transformar el deseo por la democracia,
libertad y seguridad en Medio Oriente en derrotas de EI y Al Qaeda, es en parte
el resultado de la contradicción inherente en fomentar la democracia
pero temer sus resultados.
Fuente: http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/11/151119_medio_oriente_democracia_potencias_occientales_wbm
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