Autor(es): Lebowitz, Michael
A.
Lebowitz, Michael A.. Autor de
Beyond Capital: Marx’s Political Economy of the Working Class (2003), ganador
del Premio Deutscher como el mejor libro de tradición marxista (en el mundo de
habla inglesa) en 2004; la versión española, Más allá de El capital, fue
publicada en 2005 por Akal Editores. ML ha trabajado entre 2004 y 2005 como
asesor del gobierno venezolano. También ha publicado The Socialist Alternative:
Real Human Development (2010), Contradictions of ‘Real Socialism’: The
Conductor and the Conducted (2012), y recientemente, The Socialist Imperative –
From Gotha to Now
“Marx
era, ante todo, un revolucionario. La verdadera misión de su vida, era cooperar
en el derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones
políticas creadas por ella, y contribuir a la emancipación del proletariado
moderno” (Engels, 1883). ¿Podríamos hoy decir lo mismo de los economistas
marxistas? ¿Que son revolucionarios cuya verdadera misión es cooperar en el
derrocamiento del capitalismo?
Los
economistas marxistas se enorgullecen de comprender mejor al capitalismo que
los no marxistas. Ellos no estudian la forma en que la conducta de los
individuos tiende a generar el mejor de los mundos posibles, y de qué forma la
interacción de esas conductas en el mercado los premia o no. Tampoco analizan a
las crisis económicas como accidentes (o resultados de alguna conducta
individual perversa). No ven al capitalismo como al fin de la historia, sino
como un sistema basado sobre la explotación de los trabajadores, un sistema que
tiende a destruir las fuentes originales de la riqueza (los seres humanos y la
naturaleza) y que tiene una tendencia intrínseca a generar las crisis.
La
economía marxiana es una versión de la teoría de los sistemas, y se pregunta:
¿cuál es la naturaleza de este sistema particular, cómo se reproduce y cómo no
se reproduce? Y en particular, como dijo Engels, ¿cómo contribuimos al
derrocamiento de la sociedad capitalista y a la liberación del proletariado? Si
estas son las preguntas importantes, ¿por qué los economistas marxistas lo
hacen de una forma tan pobre para lograr estos objetivos? En nuestra opinión,
su fracaso en ofrecer “alternativas persuasivas” al neoliberalismo y a la
economía neoclásica que lo respalda no se debe a su exclusión de los medios
capitalistas de difusión masivos o a su marginación, si no su completa exclusión,
de las cátedras de economía que forman a las nuevas generaciones para ganar
prosélitos de la lógica del capital. Nos inclinamos por otra explicación para
la irrelevancia de lo que se suele llamar la economía marxiana en medio de esta
grave crisis mundial, que no es del capital, sino de los seres humanos y
la naturaleza, están siendo destruidos por el capital.
Los
discípulos y la degeneración teórica
A juzgar
por sus preocupaciones, una explicación para dicha irrelevancia sería que se
comportan como discípulos, o sea, una especie de seguidores de un
pensador, que suelen contribuir a la degeneración de su teoría. En un
comentario sobre los discípulos de Hegel y Ricardo, Marx afirmaba que la
desintegración de una teoría comienza cuando los discípulos se sienten
obligados a “explicar” la “relación a menudo paradójica de esta teoría con la
realidad”; que comienza cuando con un “empirismo craso”, “con frases dichas en
forma escolástica”, y “mediante astutos argumentos”, “se esfuerzan penosamente
por demostrar” que la realidad coincide con la teoría que pretenden defender.
Entonces, la teoría comienza a desintegrarse cuando su punto de partida ya “no
es más la realidad, sino la nueva forma teórica en que el maestro la había
sublimado” (Marx, 1974: I, 76 y II, 84-5). ¿Quién podría negar la magnitud con
la que los economistas autodenominados marxistas gastan su tiempo tratando de
dar la razón a Marx? En esos empeños, ¿quién podría negar la presencia
de un “empirismo craso”, frases escolásticas, y “argumentos astutos” cuyo
verdadero punto de referencia es la propia teoría, más que la realidad
concreta?
El
enfoque de los economistas marxistas no sólo asegura la irrelevancia de su
teoría en una época en la que ésta debería estar en el centro de las
discusiones (como sucede con los recientes estudios sobre la desigualdad), sino
que contribuye a su estancamiento. Pues cuando lo importante es defender esa
teoría, es una herejía cuestionar sus premisas y supuestos, aunque el propio
Marx también las haya cuestionado en su momento.
Aquí
hablo como uno de esos herejes. Trataremos de identificar algunos de los
problemas que vemos en la doctrina tradicional de la economía marxista. ¿Cuánto
tiempo y energía han gastado los economistas marxistas buscando una “solución
correcta” para el denominado “problema de la transformación”; una verdadera
pérdida de tiempo y energía, dado que Marx describió claramente a los precios
como la mera forma del valor, a las ganancias como la forma de la
plusvalía, y a la tasa de ganancia como la forma de la tasa de
plusvalía? Pensemos también en cuánto tiempo han gastado los economistas
marxistas discutiendo sobre la inexorable caída de la tasa de ganancia, cuando
Marx indicó tan claramente que el curso de la tasa de ganancia dependía de las
tasas relativas del cambio de productividad en los Departamentos I y II de la
economía. O consideremos todas las discusiones sobre el desarrollo de la
plusvalía relativa, que olvidan que la afirmación de que el capital se
beneficia de los aumentos de productividad se basa en una hipótesis, a
saber, que los trabajadores no pueden hacerlo debido a que el patrón de sus
necesidades está fijado para un determinado país y una determinada época, una
hipótesis que Marx intentó luego de flexibilizar en su libro inédito sobre el
Trabajo Asalariado. Como he argumentado en mi libro, Más allá de El capital,
cuando se elimina esa restricción, entonces el efecto del aumento de
productividad, a igualdad de condiciones, es el aumento de los salarios reales
(Lebowitz, 2005: 171, 172).
Por
supuesto, si vamos a hablar de los avatares de la doctrina tradicional de la
economía marxiana, sería un descuido por nuestra parte no mencionar a la ley
del valor, la que en esta doctrina tradicional equivale a la determinación
ricardiana de los precios relativos de acuerdo a las cantidades de trabajo
concreto. Marx había rechazado completamente esta idea pre-marxiana e insistió
en afirmar que al desarrollar el concepto del trabajo social homogéneo y
abstracto, que sólo se manifiesta como dinero, había resuelto un enigma que ni
siquiera había sido planteado por la economía política clásica.
Debido a
la incomprensión de esa distinción esencial, todavía continúan los conjuros y
genuflexiones ante este pilar de la economía marxiana tradicional, que es la
ley del valor basado en el trabajo concreto, olvidando que Marx ya había
indicado en 1868 (en respuesta a las críticas de su discusión del valor) que su
discusión del valor es simplemente sobre la “necesidad de la distribución
del trabajo social en proporciones específicas” y, en particular, sobre cómo
asigna una sociedad su trabajo entre actividades cuando no hay una mano visible
(Marx, 1987: 206-207). Todos deberíamos saber, en consecuencia, que la
ley del valor es acerca de la mano invisible, o sea, la forma en que
una sociedad productora de mercancías asigna el trabajo contenido en las
mercancías. Y por supuesto, todos deberíamos saber que el concepto del valor en
Marx no se aplica a ese trabajo que no es asignado por el mercado y por
lo tanto no está representado por el dinero.
Creemos
haber explicado por qué consideramos a gran parte de la doctrina tradicional
como la obra de discípulos que contribuyen a la degeneración de la teoría del
“maestro”. Volvamos, sin embargo, a la cuestión de las crisis capitalistas y su
supuesta relación con la actividad revolucionaria. Se trata de un verdadero
artículo de fe, que el mismo Marx expresó en artículos cortos y en su
correspondencia: junto a la crisis económica llegarían las nuevas oportunidades
para la revolución. En consecuencia, los economistas marxianos se han
convertido en gran parte en los cronistas de la crisis económica capitalista.
¿Está llegando? ¿Ha llegado? ¿Cuándo llegó? ¿Siempre ha estado aquí? Para quien
arribe con la respuesta correcta, es mucho lo que está en juego. Pues si
pudiéramos hallar la respuesta correcta, la tierra se abriría y tragaría al
capitalismo. Y entonces, el ganador habría demostrado que él ha contribuido al
derrocamiento del capitalismo.
La clase
obrera en el capitalismo como un sistema orgánico
Veamos
ahora el tema de El capital de Marx. Hay que reconocer que Marx analizó
al capitalismo como a un sistema orgánico; como un sistema de reproducción “en
el que cada relación económica presupone a la otra bajo la forma económico-burguesa,
y así cada elemento puesto es al mismo tiempo supuesto, tal es el caso con todo
sistema orgánico” (Marx, 1973: 220). Eso es lo que Marx analizó en los Grundrisse,
que las premisas del capitalismo como un sistema orgánico, el capital y el trabajo
asalariado, eran también sus resultados.
Así, en
el capítulo XXIII del tomo I de El capital, resumió su exposición de los
capítulos precedentes explicando que el capitalismo es un sistema que contiene
en sí mismo las condiciones para su propia reproducción, la que, cuando es
vista “como un todo relacionado, y en flujo constante de su renovación
incesante,” es comprendida como “un proceso de reproducción”. Y concluyó el
capítulo subrayando que el proceso capitalista de producción “produce y
reproduce la relación capitalista misma; por un lado el capitalista,
por el otro el asalariado”. En resumen, produciendo a las premisas
esenciales del capitalismo (Marx, 1983: 712).
Pero,
¿qué significa decir que estos son resultados? En el capitalismo como un sistema
orgánico, el capital es el resultado de la explotación de los trabajadores. En
ese sistema orgánico, el capital no proviene de ningún otro lado. Es el
resultado de la dominación capitalista de los trabajadores en la esfera de la
producción, de la realización del plusvalor latente contenido en las mercancías
mediante la venta de estas mercancías y del reemplazo y la ampliación del
capital consumido en el proceso de producción. ¿Qué es el capital? Marx
responde que el capital es el propio producto de los trabajadores que se vuelve
en contra de ellos.
La otra
premisa de la producción capitalista es el asalariado. Pero es esencial
comprender que en el capitalismo como un sistema orgánico, los asalariados no
caen del cielo. Los asalariados son personas que han sido producidas en el
ámbito de las relaciones capitalistas de producción: este segundo aspecto, el
producto humano de la producción capitalista, subyace en la denuncia de Marx al
capitalismo. En las relaciones capitalistas, los trabajadores no son sólo explotados.
También son deformados. Si olvidamos este segundo resultado de la
producción capitalista, como hacen muchos, jamás comprenderemos por qué los
trabajadores no se sublevan espontáneamente cuando el capital ingresa en una de
sus muchas crisis.
Consideremos
la naturaleza de los trabajadores producidos por el capital. Aunque el capital
desarrolla las fuerzas productivas para lograr su objetivo preconcebido (el
crecimiento de las ganancias y el capital), Marx señalaba que “todos los
métodos para desarrollar la producción” bajo el capitalismo “mutilan al obrero
convirtiéndolo en un hombre fraccionado,” lo degradan, y lo alienan “de las
potencias intelectuales del proceso de producción y el trabajo manual” (Marx,
1983: 440, 515 y 804). El capital explica la mutilación, el
empobrecimiento, la “atrofia intelectual y física” del obrero, con su “anexión
vitalicia y total de un hombre a una operación de detalle”, como sucede
en la división del trabajo característica del proceso capitalista de fabricación.
Pero, ¿el desarrollo de la maquinaria terminaba con esa atrofia de los
trabajadores? La respuesta de Marx fue que bajo las relaciones capitalistas
estos desarrollos completaban la “separación de las facultades
intelectuales del proceso de producción y el trabajo manual,” el pensar y
el hacer se separan y se vuelven mutuamente hostiles, y “confiscan toda
actividad libre, física e intelectual, del obrero” (Marx, 1983: 442, 516, y
589).
En el
capitalismo se produce un determinado tipo de persona. La producción en el
ámbito de las relaciones capitalistas es lo que Marx denominó un proceso de un
“vaciamiento pleno,” una “enajenación total”, y “el sacrificio del objetivo
propio frente a un objetivo completamente externo” (Marx, 1973: 448). ¿Con qué
otra cosa podemos llenar el vacío, sino es con dinero, la verdadera necesidad
que crea el capitalismo? Llenamos el vacío de nuestras vidas con cosas;
nuestro imperativo es consumir. Así, además de producir mercancías y al mismo
capital, el capitalismo produce un ser humano fragmentado, mutilado, cuyo gozo
consiste en poseer y consumir cosas; más y más cosas. En el capitalismo, el
consumismo no es un accidente. El capital genera constantemente nuevas
necesidades para los trabajadores y sobre este hecho, señaló Marx, “se basa el
poder actual del capital”. Cada nueva necesidad de mercancías capitalistas es
un nuevo eslabón en la cadena dorada que une a los trabajadores con el capital
(Marx, 1973: 230).
¿Es
posible, entonces, que las personas producidas en el capitalismo puedan
comprender espontáneamente la naturaleza de este sistema destructivo? No. La
tendencia intrínseca del capital es producir personas que piensan que no hay
alternativas. Marx explicó en forma terminante e inequívoca que el capital,
mientras se desarrolla, tiende a producir la clase obrera que necesita,
obreros que tratan al capitalismo como algo que forma parte del sentido común:
“En el transcurso de la producción capitalista se desarrolla una clase
trabajadora que, por educación, tradición y hábito reconoce las exigencias de
ese modo de producción como leyes naturales, evidentes por sí mismas. La
organización del proceso capitalista de producción desarrollado quebranta toda
resistencia” (Marx, 1983: 922).
El
capital, al generar a un ejército de reserva de los desocupados “pone su
sello a la dominación del capitalista sobre el obrero” (Marx, 1983: 922). De
esa manera “la oscilación de los salarios queda confinada dentro de límites
adecuados a la explotación capitalista y finalmente se afianza la tan imprescindible
dependencia social del trabajador respecto del capitalista”
(Marx, 1983: 960-961). El capitalista puede apoyarse en “la dependencia en que
el obrero se encuentra con respecto al capital, que surge de las condiciones de
producción mismas y es garantizada y perpetuada por éstas” (Marx,
1983: 899).
Entonces,
en la obra teórica de Marx ¿adónde se habla de las crisis que tienden a
producir una situación revolucionaria? Más bien, ¿no está afirmando Marx que el
capitalismo “una vez que está desarrollado”, “quebranta toda
resistencia”? La desocupación, ¿no asegura la dependencia social del
obrero con respecto al capital? Cuando analizamos la parte del trabajador, la
naturaleza del trabajador que es el producto del capitalismo como un sistema,
orgánico, ¿no es evidente en El capital que, más que tender a un
estallido revolucionario, la crisis capitalista debilita a los
trabajadores y sus organizaciones?
De aquí,
parecen deducirse otras dos conclusiones. La primera es que la resistencia de
los trabajadores (esa resistencia que se quebranta cuando el capital está
plenamente desarrollado) es probablemente más fuerte antes que el
capitalismo sea un sistema orgánico, o sea, antes que el capitalismo
haya logrado crear a la clase obrera que necesita como una premisa. Por lo
tanto, se podría esperar a ver un mayor activismo obrero en los países
capitalistas menos desarrollados y emergentes, cuando los trabajadores todavía
resisten la mutilación y la deformación que trae consigo la verdadera
subordinación al capital.
Una
segunda conclusión sería que la resistencia obrera es probablemente mayor en
los períodos de auge capitalista, o sea, cuando el ejército de reserva no juega
el papel que le han asignado. Como afirmaba Michal Kalecki en 1943, en su
clásico ensayo sobre los “Aspectos políticos del pleno empleo”, en un período
de pleno empleo, la disciplina en los lugares de trabajo y la estabilidad
política declinan porque los trabajadores tienden a “descontrolarse”: “En
verdad, bajo un régimen de pleno empleo a tiempo completo, ‘el despido’ dejaría
de jugar su papel de medida disciplinaria. Se socavaría la posición social del
patrón y crecerían la confianza en sí misma y la consciencia de clase de la
clase obrera” (Kalecki, 1972: 78 y 82).
Agreguemos
a estas conclusiones algunos acontecimientos más recientes: la forma en que el
capitalismo globalizado, en lugar de concentrar a los obreros en determinados
lugares de trabajo, tiende a des-centralizar, des-unir, y des-organizar
a los trabajadores, y la forma en la que la presión constante de las deudas
contraídas por los consumos afecta a la militancia de los trabajadores. La suma
de todo esto sugiere que las perspectivas de una alternativa socialista cuando
el capitalismo está plenamente desarrollado no son muy altas. ¿Es inevitable
esta sombría conclusión?
Partir de
y superar la economía moral de la clase obrera
En gran
parte de nuestra obra, hemos tratado de demostrar que El capital de Marx
nos ofrece una poderosa respuesta a la pregunta de qué es el capital, pero que
de hecho no considera al capitalismo como un todo (o no desarrolla plenamente
al capitalismo como un sistema orgánico). No lo hace porque no desarrolla la
parte de los trabajadores como sujetos, sujetos que luchan por sus propios
objetivos. Ese objetivo es al que Marx se refería en El capital cuando
hablaba de “las necesidades de desarrollo del trabajador”. En verdad, la
unilateralidad de El capital es más obvia cuando admitimos que no
examina las luchas salariales (excluidas por la presunción de una constante
inmutable de las necesidades) ni la exigencia esencial del capital (cuando
flexibilizamos esa presunción) de dividir y separar a los trabajadores para
lograr aumentar el plusvalor relativo.
Cuando
nos concentramos sobre la parte de los trabajadores, descubrimos que estos son
algo más que simplemente los productos y resultados del capital. Su relación
específica con el capital en el ámbito de las relaciones capitalistas de
producción no agota su naturaleza. Viven dentro de muchas otras relaciones
–familias, comunidades, naciones– e interactúan con otros trabajadores. A
través de sus actividades dentro de estas relaciones, a través de todas sus
luchas para satisfacer sus necesidades de desarrollo, ellos se crean a sí
mismos.
Ciertamente,
el lugar de los trabajadores en el ámbito de las relaciones capitalistas de
producción es decisivo por la forma en que su actividad dentro de esa relación
los configura y los deforma. Sin embargo, el trabajador experimenta esa
relación en forma diferente a como lo hace el capitalista. Mientras que para el
capitalista, la explotación, que él concibe como la utilización lucrativa del
trabajador, es esencial para su existencia como capitalista, el trabajador
sufre la explotación como un ingreso inadecuado en relación a sus necesidades y
considera a esa desigualdad resultante como injusta e inequitativa.
Análogamente, mientras que para el capitalista son razonables la disciplina y
la organización vertical en el lugar del trabajo, para el trabajador es
despotismo y falta de libertad, y quiere reducir la duración y la intensidad de
su jornada laboral a un mínimo absoluto.
“Un
salario diario justo por cada día de trabajo”, una distribución equitativa del
ingreso, el tiempo y la energía para uno mismo; estas son las formas que toman
“las necesidades de desarrollo del trabajador”. Y esa necesidad del desarrollo
humano –cuya satisfacción impide en forma tan clara el capital– va mucho más
allá de lo que sucede en los lugares de trabajo. De hecho, va más allá de una
determinada relación directa con el capital. Sus huellas pueden hallarse, por
ejemplo en determinadas normas sobre la salud (incluyendo la exigencia de un
ambiente sano), la educación, y la vivienda, que son consideradas normas justas
y equitativas.
Todas
estas normas constituyen la economía moral de la clase obrera. Los trabajadores
tienden a luchar individual o colectivamente contra lo que perciben como
violaciones de esas normas tradicionales de justicia y equidad. O sea, los
trabajadores luchan. Pero lo hacen dentro de ciertos límites:
mientras consideran a las exigencias del capital como “leyes naturales,
evidentes por sí mismas”, cuando se enfrentan con las crisis capitalistas,
tarde o temprano actuarán para asegurar las condiciones necesarias para la
reproducción ampliada del capital. No obstante, en la medida en que ellos luchan,
los trabajadores se crean en forma diferente; como indicaba Marx, evitan
“convertirse en elementos de producción apáticos, inconscientes, más o menos
bien alimentados”. Así, las luchas de los trabajadores basadas en su sentido de
justicia también son una parte esencial de la creación de los trabajadores que
enfrentan al capital. Ellos son el resultado de algo más que sólo la parte del
capital.
Como
hemos sostenido en un reciente artículo sobre “la equidad” en Studies in
Political Economy, el punto de referencia de la economía moral es el
pasado; sus luchas tienden a ser defensivas (Lebowitz, 2013). Cuando los
trabajadores luchan contra la austeridad y la política económica neoliberal, su
concepto de “equidad” puede implicar la esperanza de volver a los días de un
capitalismo “bueno”. La base de su actividad espontánea, la economía moral de
la clase obrera, no profundiza más allá de la superficie y, no puede
identificar lo que subyace bajo esa política.
Sin
embargo, que reconozcamos las limitaciones de la economía moral no significa
que debamos consolarnos en cambio con el inmaculado Proletariado Abstracto. En
lugar de comenzar con conceptos abstractos sobre el proletariado, el punto de
partida debe ser el de los seres humanos verdaderos, con sus determinadas
ideas. Por lo tanto, en el artículo de mencionadosugerimos que para los
revolucionarios que quieran poner fin a las estructuras de la explotación y la
deformación, es fundamental reconocer la importancia de la economía moral de la
clase obrera, pero para ir más allá de ella, hacia la economía política de la
clase obrera.
Puesto
que las personas creadas en el ámbito de las relaciones capitalistas tienden a
considerar las exigencias del capital como parte del sentido común, las luchas
espontáneas enraizadas en la economía moral jamás lograrán ir más allá del
capitalismo. Por eso una obligación de los revolucionarios es hacer lo que
intentó Marx; concretamente, demostrar cómo estas violaciones de la economía
moral son intrínsecas en la naturaleza del capital, cómo el capitalismo
destruye a los seres humanos y a la naturaleza, y que las crisis que afectan
las vidas de los trabajadores no son meros accidentes, y convencer a los
obreros a que reemplacen la bandera conservadora de la economía moral por la
bandera revolucionaria de “¡abolir el capitalismo!”, y además, construyan los
instrumentos políticos que pueden facilitar esto.
Demostrar
la naturaleza del capitalismo no es suficiente para convencer a los seres
humanos de que hay una alternativa. Para movilizar a los seres humanos a la
lucha para cambiar el sistema, es necesario articular lo que está implícito en
las actuales luchas para mostrar de qué forma éstas contienen en su interior
los elementos de una nueva sociedad. Eso significa que debe haber una visión
orientada al futuro. Para luchar contra una situación en la que los
trabajadores “por educación, tradición y hábito” reconocen las exigencias del
capital “como leyes naturales, evidentes por sí mismas”, debemos luchar por un
sentido común alternativo.
La
esencia perdida del marxismo
Para la
economía política de la clase obrera, esa visión es lo que Marx denominó la
“situación inversa”, orientada hacia las “necesidades de desarrollo del
trabajador”, o sea, una sociedad basada en el logro del desarrollo humano. Ese
sentido inverso es la premisa oculta de El capital de Marx. La necesidad
de invertir a la inversión capitalista, “esta conversión, es más, este
trastrocamiento –peculiar y característico de la producción capitalista” (Marx,
1983: 377). En resumen, como lo subrayamos en La alternativa socialista: el
verdadero desarrollo humano, la centralidad de las necesidades de
desarrollo del trabajador debe estar en el núcleo de la lucha para construir la
alternativa socialista (Lebowitz, 2012). De hecho, el desarrollo humano es la
“esencia perdida del marxismo”.
Con una
concepción del socialismo como un sistema orgánico –lo que el presidente Hugo
Chávez de Venezuela llamó el triángulo elemental del socialismo: 1) la
propiedad social de los medios de producción, 2) la producción social
organizada por los trabajadores, y 3) la satisfacción de las necesidades y
objetivos sociales, podemos mostrar de qué forma las luchas y
aspiraciones actuales están relacionadas con la visión de una sociedad
socialista, una sociedad centrada en la igualdad (donde no hay la propiedad
privada de los productos del trabajo social pasado), en el desarrollo de las
capacidades humanas (donde hay protagonismo en todas nuestras actividades
productivas), y en la solidaridad y la comunidad (donde nuestra mutua
dependencia no es la de los productores mercantiles indiferentes en un
mercado). Sobre estos elementos construiremos un nuevo sentido común, que
reconozca la importancia de luchar por una sociedad en la que la condición para
el libre desarrollo de cada uno es el libre desarrollo de todos.
No se
necesita ser un economista marxista para hacerlo. Es más, dados los requisitos
de ingreso para el club de economistas marxistas, puede ser mejor si uno no
lo es. Sin embargo, si los economistas marxistas dejamos de comportarnos como
discípulos que deben demostrar que el maestro tiene razón, podemos hacer
importantes aportes centrándonos en la esencia perdida del marxismo, o sea, en
el desarrollo humano. Podemos participar directamente en la Batalla de Ideas,
cuestionando los supuestos y las falacias de la corriente hegemónica de la
economía, contrastando la dinámica del desarrollo humano en la sociedad con la
estática atomística de la economía neoclásica. ¿Por qué no estamos haciendo lo
que hacía Marx contra la economía hegemónica de su época?
Además,
podremos centrarnos en la salud de la clase obrera en lugar de hacerlo
exclusivamente en la salud del capital, desarrollando la teoría y las medidas
del desarrollo humano, incluyendo el examen explícito de los efectos agobiantes
de la producción bajo las relaciones capitalistas. Así, también podremos
cuestionar a los defensores liberales del desarrollo humano que aceptan la
lógica del capital y cuyo objetivo implícito es un capitalismo más justo que se
centre en la eliminación de determinadas barreras al desarrollo humano en lugar
de eliminar la barrera principal, el propio capitalismo. Hace mucho tiempo que
debimos haber hecho ese cuestionamiento.
Estos son
sólo algunos aportes que pueden hacer los economistas marxistas si asumimos la
responsabilidad de poner el arma de la teoría en las manos de la clase obrera y
los activistas revolucionarios. Si lo hacemos, demostraremos que nuestra
verdadera misión (como la de Marx) es “contribuir al derrocamiento de la
sociedad capitalista” y “contribuir a la emancipación del proletariado
moderno”.
Bibliografía
Engels,
Frederick, “Discurso ante la tumba de Marx”, 17/3/1883. Disponible en : https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/83-tumba.htm
(último acceso: 27/9/2015)
Kalecki, Michal, The
Last Phase of the Transformation of Capitalism. Nueva York:
Monthly Review Press: New York, 1972.
Lebowitz,
Michael, Más allá de El capital. La economía política de la clase
obrera en Marx. Madrid: Akal, 2005.
–, La
alternativa socialista: el verdadero desarrollo humano. Plataforma-Nexos:
Concepción, 2012.
–,
“‘Fairness’: Possibilities, Limits, Possibilities”. En: Studies in
Political Economy, nº 92, 2013.
Marx,
Karl, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política
(borrador) 1857-1858. vol. I. Buenos Aires: Siglo XXI, 1973.
–, Teorías
sobre la plusvalía. vols. I y II. Cartago: Buenos Aires, 1974.
–, El
capital. vol. I. Buenos Aires: Siglo XXI, 1983.
– /
Engels, Friedrich, Carlos Marx - Federico Engels, correspondencia. Buenos
Aires: Cartago, 1987.
Thompson,
E. P., “The Moral Economy of the English Crowd in the Eighteenth Century”.
En: Past and Present 50 (1971).
Artículo
publicado en Monthly Review, Vol. 66, nº 11, abril de 2015. Ha sido
gentilmente cedido para su publicación en Herramienta por “Monthly
Review – Selecciones en castellano”.
Traducción
y edición de Francisco T. Sobrino.
Fuente: http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-57/si-eres-tan-inteligente-por-que-no-eres-rico
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