26-10-2015
El TPP o
Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica es un esfuerzo importante para
convertir al Pacífico en un lago estadounidense, barrer todo obstáculo al libre
comercio de las grandes corporaciones en detrimento de las mayorías más pobres
y de las soberanías de los países firmantes y, con el complemento del acuerdo
de libre comercio con la Unión Europea tan resistido por millones de
trabajadores del Viejo Continente, es también y sobre todo un instrumento para
golpear a la economía china y completar el cerco político-militar con un cerco
económico antichino.
El TPP es tenazmente resistido por los sindicatos
de Estados Unidos- que denuncian que el Acuerdo reducirá los puestos de trabajo
en ese país al exportar empresas a países con regulaciones ambientales casi
inexistentes y mano de obra baratísima y legalmente indefensa- y es también
atacado por la CEPAL y los ecologistas y los defensores de los sectores más
pobres de todo el mundo, como Susan George o Naomí Klein. El texto fue
negociado en secreto, incluso para los parlamentarios de los países que lo
suscriben, porque impone a escala de todos los países una legislación
protectora de los derechos de propiedad intelectual hecha a medida de las
grandes empresas y suprime, por ejemplo, la posibilidad de que un gobierno
fabrique medicamentos genéricos mucho más baratos que los de los oligopolios
farmacéuticos condenando así a muerte a quienes no podrán adquirir las
medicinas comerciales. También unifica a la baja las medidas de protección de
la seguridad alimentaria y de la protección legal de los trabajadores (Japón,
por ejemplo, que tenía aranceles altos para proteger su soberanía alimentaria
de la importación de arroz barato, tendrá que suprimirlos y podría quedarse sin
arrozales ), abarata la importación de productos y granos estadounidenses y
favorece a las grandes empresas exportadoras de algunos rubros alimentarios en
los países dependientes (como Chile, que podrá vender en Estados Unidos uvas
producidas y exportadas por firmas de ambos países). Por si eso fuera poco, el
tratado reglamenta –a favor de los monopolios, a los que apoya brutalmente- la
discusión de las controversias entre las empresas inversionistas y los
gobiernos de los países firmantes.
El acuerdo ha sido firmado por una serie de
gobiernos vasallos de Estados Unidos (Brunei, Chile, Singapur, Japón, Malasia,
México, Perú, además de Vietnam, deseoso de no depender de China, su vecino,
más Estados Unidos y los gobiernos conservadores de Nueva Zelanda, Australia y
Canadá), pero el nuevo primer ministro canadiense, Justin Trudeau, rechazó
siempre la firma de ese acuerdo y no se sabe qué hará ahora. Todos esos países
recibirán más mercancías de Estados Unidos y podrán exportar más a ese país y
menos, por consiguiente, a China, aunque el gobierno de Beijing, que se opuso
siempre al TPP, podría ahora unirse al mismo para reducir sus efectos sobre su
economía y, en particular, sobre sus exportaciones.
El TPP y el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión
Europea son la parte legal y comercial del cerco a China, cuya parte militar es
visible en el apoyo militar estadounidense a Taiwán y Corea del Sur, en la
reforma de la Constitución Japonesa para permitir el desarrollo del ejército y
que éste y la Marina puedan actuar en el exterior del país, en la serie de
bases estadounidenses en el Pacífico y en el Mar de China y de tratados con los
países ribereños de la zona, medidas que China trata de paliar desarrollando su
marina de guerra con nuevos portaviones y ampliando sus aguas territoriales
crean do incluso para ello islas artificiales. Los antiguos marinos fenicios
comerciaban cuando la relación de fuer zas no les permitía saquear en calidad
de piratas; por lo visto, para Estados Unidos nada ha cambiado en las normas
internacionales en estos últimos tres mil años…
Al cerco oceánico a China, ésta y Rusia tratan de
contraponerle una alianza virtual y una complementación militar euroasiática.
La expresión más clara de la misma, en lo político y lo diplomático, es la
colaboración en las Naciones Unidas entre Beijing y Moscú, la defensa común de
Irán, el intento chino de potenciar enormemente sus inversiones en la industria
nuclear en el Reino Unido –que trata de ser más independiente de la Unión
Europea , los pactos militares sino-rusos y el Banco Asiático de Inversión en
Infraestructura promovido por China como rival del Banco Asiático de Desarrollo
(en manos de Washington) y del FMI y el Banco Mundial también controlados por
Estados Unidos y los grandes capitales europeos. China, además, mostró sus
músculos recientemente en una enorme parada militar ( Corea del Norte hizo lo
mismo). En este contexto debe verse la intervención rusa en Siria, país que
permite a su flota el acceso al Mediterráneo (y de ahí al Mar Rojo y al Océano
Índico) y tener protagonismo en Irán y en Asia Central presionando a los
aliados de Estados Unidos en la zona (Turquía, Israel, Arabia Saudita, Qatar y
Emiratos).
La historia no se repite, pero los mismos problemas
llevan a resultados similares. En escala internacional, la crisis de
civilización (económica, social, política, moral, ecológica) que hoy vivimos
vuelve a presentar los mismos monstruos de los años treinta: choques de los
imperialismos, avance del racismo y del extremismo de ultraderecha en Europa,
nacionalismos xenófobos , guerras locales sin fin, gobiernos débiles de las
“democracias” sin autoridad moral alguna, inestabilidad en los países
dependientes de África y América Latina, derrumbe de la socialdemocracia. Para
colmo, a todo eso se agrega la ceguera de la izquierda social, que su ilusión
está en Alexis Tsipras o en Podemos, o su enclaustramiento, carente de
cualquier visión estratégica, en la mera actividad política o sindical local.
Más que nunca al “pesimismo de la inteligencia” hay que oponerle “el optimismo
de la voluntad”.
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