Robert
Fisk
Cuando
Arabia Saudita, con ayuda de David Cameron, fue electa al Consejo de
Derechos Humanos de la ONU, en 2013, todos lo consideramos una farsa. Ahora,
pocas horas después de que los sauditas musulmanes sunitas cortaron la cabeza a
47 de sus enemigos –entre ellos un prominente clérigo musulmán chiíta–, esa
designación resulta grotesca. Desde luego, el mundo de los derechos humanos
está escandalizado, y el chiíta Irán habla de un castigo divino que destruirá a
la casa de Saud. Multitudes atacan la embajada saudita en Teherán. ¿Qué hay de
nuevo?
Durante siglos se han buscado de distintas maneras
castigos divinos y seculares contra gobernantes de Medio Oriente, el más reciente
contra Bashar al Assad de Siria, quien según el ministro francés del Exterior
no merece vivir en este planeta. Desde hace mucho tiempo los sauditas instan a
los estadunidenses a cortar la cabeza a la serpiente iraní, pero obviamente se
han conformado, al menos por ahora, con cortársela al jeque Nimr al Nimr. Pero
ni todos los gritos y aullidos detendrán el flujo de petróleo de los pozos
sauditas ni evitarán que los amigos del reino sigan usando evasivas para
disculpar sus escándalos.
Las ejecuciones son asunto interno, tal vez un paso
retrógrado, y sin duda sucesos que no contribuyen a la paz en Medio Oriente.
Toda esta verborrea clásica, debo añadir, de Crispin Blunt, el presidente
conservador del Comité Selecto de Asuntos Exteriores de la Cámara de los
Comunes británica, se produjo horas después de la decapitación en masa. También
declaró al Canal 4 británico que tenemos que juzgar cuándo es apropiado
intervenir con los sauditas en tales cuestiones. Seguro que sí. Yo apostaría a
que nunca. Después de todo, no es posible hacer ondear las banderas a media
asta cuando el último rey de Arabia Saudita fallece de muerte natural, y
después ponerse nervioso cuando los sauditas comienzan a rebanar el pescuezo a
sus enemigos.
Sin embargo, hay un pequeño paso que quienes
protestan, se indignan y rugen por la reciente carnicería saudita podrían
considerar, si se calman lo suficiente para concentrarse en la letra pequeña.
Porque la resolución que instituyó el Consejo de Derechos Humanos de Naciones
Unidas –al que los sauditas se enorgullecen de pertenecer– prescribe que todos
los miembros electos al mismo deben mantener los más altos estándares en la
promoción y protección de los derechos humanos. Más al caso, la Asamblea
General de la ONU, que elige a los miembros que ocuparán los 47 lugares del
consejo, tiene la facultad de suspender, mediante votación de dos tercios, los
derechos y privilegios de cualquier miembro del consejo que con persistencia
haya cometido violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos durante
su ocupación del cargo.
Pero he aquí la dificultad. Haciendo a un lado a
los serviles líderes occidentales que objetarían la menor insinuación en ese
sentido contra Arabia Saudita –David, obviamente, junto con sus contrapartes de
Francia, Alemania, Italia, de hecho toda la Unión Europea y Estados Unidos (por
supuesto)–, y a cualquier beneficiario de la generosidad saudita, tendríamos
que atestiguar el absurdo voto de Irán contra el reino. Irán, vean ustedes, ha
colgado a unos 570 prisioneros –entre ellos 10 mujeres– tan sólo en la primera
mitad de 2015. Eso quiere decir dos linchamientos diarios de criminales y
enemigos de Dios, cifras que exceden a las de los pobres sauditas, que hace
apenas dos años ponían anuncios solicitando más verdugos oficiales. En marzo,
seis sunitas fueron ejecutados en Irán en un ahorcamiento en masa.
En otras palabras, el que lance la primera piedra
–frase que sería literal si el talibán aún tuviera el poder en Afganistán–
haría mejor en mirar su propio historial. Y muy aparte de Estados Unidos (28
ejecuciones en 2015, sin contar ataques con drones, matanzas selectivas
y otros asesinatos extrajudiciales), tenemos que recordar que en el Consejo de
Seguridad de la ONU podemos encontrar defensores tan vigorosos de los derechos
humanos como China y Rusia.
Así que los sauditas tienen poco de qué preocuparse
por parte de la ONU, de Estados Unidos o de Dave. Hasta la revolución.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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