En el
valle de Añazmayo de la Provincia de Huaral, región Lima, existe hasta
hoy (y en todo el Perú serrano) una tradición muy antigua del Perú milenario,
que vive para afuera, superficialmente, como un mestizaje que no lo contiene,
solo consiente los atuendos de España, y transmite a sus
hijos de hoy un mensaje hondo para la posteridad de un Perú nuevo
de: Reciprocidad, colaboración, cooperación.
En
esta ocasión, me referiré a la fiesta de las Tres Cruces que el mes de enero de
todos los años se celebra en la Comunidad Campesina de San Cristóbal de Rauma,
que es una de las comunidades que florece al borde de las riveras del Valle de
Añazmayo.
A la
vista del comunero del lugar o algún visitante de fuera, es visible como
se agita la ceremonia de las Tres Cruces. La Cruz de Huaychuk y su junta de
comuneros raumeños; la Cruz de Iglesia puerta y su junta de comuneros raumeños;
la Cruz de Congo y su junta de comuneros raumeños. Es la comunidad de
Rauma, separada su unidad, temporalmente, en tres mientras dure el tiempo
del ritual.
Cada
una de la tres Juntas tiene todo un año para organizar lo mejor que darán
cuando llegue el tiempo de la prueba: la ceremonia. Hay que ver como la
proximidad de la recreación, sin contar si el año fue bueno o no tan bueno, la
emoción, de estar todos juntos , como si tratara del final de una gran obra
colectiva, que cura las viejas rencillas u ojerizas, hace su asiento solidario
en la conciencia de los niños, jóvenes, adultos y veteranos.
Esta es la línea por donde transcurre la ceremonia de las tres cruces. La llama
del alma está pronto, porque pronto están los materiales que lo avivan. Así, la
fiesta de las tres cruces compite sanamente poniendo cada uno el acento de ser,
al final, la mejor junta, que se lleva el mejor premio de la admiración de toda
la comunidad y de los visitantes; y es un acicate para las otras juntas, que el
año que viene puedan contarse también en un símbolo de admiración. Es una competencia
sana, jocunda, como lo fue en el Tawuantinsuyo, en agradecimiento a los apus
(creencias en el antiguo Perú), que le protegen sirviéndole abundante cosecha a
través de la mamapacha-madre tierra.
Al
término de la festividad recreativa, cantando y bailando, es como las tres
parcialidades abrazan en los hechos la victoria de la unidad, de la integración
comunal. Sus hechos, mejor que cualquier otro documento, testimonian que unidos
pueden convertir sus sueños en realidades.
Finalmente,
a modo de colofón, señalo: que solo el alma solidaria de un cuerpo colectivo
(comunidad), es lo que queda en la sierra del Perú antiguo. Han
transcurrido tantos siglos después de la conquista, y estos vestigios profundos
del alma colectiva de los andes sobreviven aún. La razón está, como lo dijera
el Amauta José Carlos Mariátegui, “El pecado de la conquista es haber creado un
Perú sin el indio y contra el indio”. Digamos ahora, próximo el Bicentenario de
la República, como un jalón de la conquista, que la República se creó sin las
comunidades campesinas y contra las comunidades campesinas.
Héctor Félix
D.
03.01.16
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