Escribe: Jorge Bruce
Hay
plagios textuales, como estamos viendo y, seguramente, veremos más, a menos que
las tesis sigan desapareciendo misteriosamente de archivos y bibliotecas
universitarias.
También
los hay de identidad, en donde se usurpa el ser de una persona viva. Este es el
tipo llamado Doppelgänger, el doble fantasmagórico que el novelista Jean Paul,
en 1796, fue el primero en definir. Lo llamó “el que camina al lado”. Ese
acompañante en la sombra, como el espectro del padre de Hamlet, es el dilema
edípico de Keiko Fujimori.
Su
conflicto interno, que las circunstancias de la coyuntura política han hecho
que discurra a vista y paciencia de todos, no es pues ningún secreto. Ningún
analista serio piensa que ella posea calidades excepcionales que justifiquen su
primer y lejano lugar en las encuestas. No se le conocen rasgos destacados de
estadista, ni ha presentado un plan de Gobierno que haya encandilado a los
electores. La inmensa mayoría de su voto firme se debe esencialmente a su
apellido. La nostalgia por el clientelismo de su padre, así como el orden
autoritario instaurado tras el catastrófico primer Gobierno de Alan García,
alimentan la esperanza de que ella sea la versión más amable y comunicativa de
Alberto Fujimori.
Incluso
puede que, tal como ha anunciado su hermano Kenji, cuyo candor es digno de
agradecimiento pues anuncia en voz alta el inconsciente del núcleo duro del
fujimorismo, hayan quienes estén dispuestos a renunciar a ciertas libertades a
cambio de mejoras en la seguridad, por ejemplo. Pero el Perú de Alberto (y Kenji)
no es el mismo que el de Keiko. Y ella lo sabe. Su conflicto insisto, es que no
puede ganar la segunda vuelta sin matar, simbólicamente, a su padre. Y al mismo
tiempo, sin su padre ella no es nadie. Matarlo es suicidarse.
Para
darle una vuelta de tuerca mayor a esta historia digna de Sófocles, Keiko de
Lima (a diferencia de Edipo de Tebas) ya fue pareja de su padre. Como
recordamos, cuando su madre fue torturada y expulsada de Palacio, ella ocupó el
lugar de Primera Dama. Ahora la trama se adensa más.
Esta
vez tiene que ocupar el lugar de su padre, cuyo fantasma flota en cada una de
sus apariciones. No es suficiente cambiar el color de los polos o sacar de la
lista a personas asociadas a los crímenes de quien la precedió en la dinastía,
como Aguinaga, o a su defensa delirante, como Martha Chávez, o echarle la culpa
de todo a Montesinos. Lo paradójico de esta situación es que, pese a todas las
evidencias y sentencias, hay 30% de peruanos nostálgicos de esa época, en donde
las instituciones fueron destruidas una a una.
Sobre
todo, pese a esos gestos, todos seguimos viendo el espectro sin el cual ella no
existe. Por ahora se beneficia del escándalo de los plagios seriales de Acuña.
En segunda vuelta su conflicto será protagónico. Entonces nos corresponderá a
los electores confrontarnos con ese dilema que es, no lo olvidemos, el de cada
uno de nosotros: ¿Vamos a regresionar a épocas infantiles o seremos capaces de
asumir nuestro destino colectivo como adultos responsables?
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