18-03-2016
Escribe
muchas cosas reaccionarias Thomas Piketty en su obra el capital en el siglo
XXI, como corresponde a un defensor del capitalismo. Sin embargo, su obra
ha tenido resonancia entre la gente de izquierdas, y recientemente en distintos
portales de información crítica han vuelto a aparecer varios textos que
recomiendan leer el libro de Piketty –de manera positiva, no para criticarlo y
combatir el pensamiento hegemónico-.
Piketty nos dice que “el capitalismo produce
mecánicamente desigualdades insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo
radical los valores meritocráticos en los que se fundamentan nuestras
sociedades democráticas. Sin embargo, existen medios para que la democracia y
el interés general logren retomar el control del capitalismo y de los intereses
privados, al tiempo que rechazan los repliegues proteccionistas y
nacionalistas. Este libro intenta hacer propuestas en ese sentido”.
Su obra se enmarca, pues, en la corriente que
propugna una vuelta al capitalismo de antes de la crisis. Nada más alejado del
marxismo, nada más utópico, nada más reaccionario en los tiempos actuales que
muestran los límites objetivos del capitalismo y que requieren de una ofensiva
de la izquierda revolucionaria –ofensiva que no se produce ni en lo orgánico ni
en lo ideológico, lo que a la postre provoca confusión en todos los ámbitos y
permite que personajes como Piketty irrumpan y hegemonicen el pensamiento no
sólo de la clase trabajadora sino de dirigentes de izquierdas-.
Piketty, que publica su libro bajo el título de el
capital en el siglo XXI, tampoco oculta nunca haber leído al completo el
capital de Karl Marx, en distintas entrevistas. Es tan absurdo el libro de
Piketty, quien escribe contra la economía política –contra la ciencia de la
economía, aunque tampoco tiene claros estos conceptos, como deja claro en la
parte final de la obra-, que es difícil hacer una crítica breve.
Nos vamos a centrar en la aportación fundamental de
Marx y Engels: su demostración de que el capitalismo es un sistema histórico y,
por lo tanto, finito. Para Piketty el final del capitalismo es “el
apocalipsis”. Pero a pesar de PIketty, que es tan ahistórico y tan acientífico
como Fukuyama, ninguna sociedad es eterna, y no hay solución para salvar el
capitalismo y que funcione correctamente –aunque se atreva a decir esta
estupidez en mitad de la crisis orgánica que estamos viviendo-:
“La solución correcta es un impuesto progresivo
anual sobre el capital; así sería posible evitar la interminable espiral de desigualdad
y preservar las fuerzas de la competencia y los incentivos para que no deje de
haber acumulaciones originarias”.
Un impuesto, porque eso es todo lo que aporta
Piketty tras cientos y cientos de páginas: un impuesto sobre el capital y
arreglamos la sociedad… un pensamiento tremendamente pobre, en consonancia con
las aportaciones históricas que hace el pensamiento burgués a las distintas
ciencias y, sin embargo, desde la izquierda se le han abierto las puertas. Lo
único que aporta el libro, eso sí, son un montón de datos y tablas
estadísticas. Lástima que Piketty no sepa interpretarlas y, cual economista
premarxista, se quede en la apariencia de los datos.
No voy a preguntar, porque eso sería demoledor y no
tendría sentido seguir escribiendo, si ese impuesto que reclama Piketty es sólo
para que la sociedad occidental pueda seguir viviendo a costa de someter a la
mayoría del mundo a la pobreza, o en su hueca cabeza piensa que un impuesto
puede solucionar el capitalismo como lo que es, un sistema global de
administración de miseria, hambre y guerra y muerte.
El fin del capitalismo
Como hemos señalado más arriba una de las grandes
aportaciones del marxismo es la objetividad del final del capitalismo, idea que
vertebra el pensamiento no sólo económico, sino que fue también motivo del
nacimiento del materialismo histórico, y elemento fundamental para la
comprensión de la concepción de la lucha de clases, porque Engels y Marx
aglutinan todas las ciencias: no se puede comprender la economía política sin
el materialismo histórico, pero tampoco el materialismo histórico sin la
economía política, ni estas dos ciencias se pueden comprender al margen de la
realidad, al margen de la historia viva, de la economía viva: no se pueden
comprender al margen de la lucha de clases.
En el terreno de la economía la ley más importante
es la de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Así explicaron Engels
y Marx la necesidad del final del capitalismo, el límite histórico objetivo que
produciría el colapso del capitalismo y el surgimiento de una nueva sociedad.
Partiendo de la base de que es la naturaleza y la
transformación de la misma la fuente de la riqueza (la transformación del árbol
en silla, del crudo en gasolina…) el marxismo sostiene que quien lleva a cabo
dicha acción –la clase trabajadora- es quien genera la riqueza.
El marxismo distingue dos tipos de capitales: el
capital variable y el capital constante. El capital variable es aquel que se
invierte en factor trabajo (trabajadoras/es), el capital constante es aquel que
se invierte en medios de producción (energías, materiales, maquinaria…).
De esta forma, es el capital variable, el que se
invierte en la fuerza de trabajo, esto es, el que permite la acción de la
transformación de la naturaleza, el único capital que crea excedente. El
capital variable mediante la venta de la mercancía que la clase trabajadora ha
producido se divide en dos: por una parte se convierte en el salario de la
clase trabajadora, por otra parte surge en forma de excedente, de plusvalía: la
apropiación de parte del trabajo que la clase trabajadora realiza y de la que
se apropia el/la capitalista.
Así el marxismo explica que a medida que aumenta el
capital constante –por ejemplo porque la tecnología, maquinaria, es cada vez
más cara- su peso relativo frente al capital variable es cada vez mayor:
proporcionalmente hoy una empresa de automóviles invierte más en capital
constante en relación al capital variable que cuando surgió la industria
automovilística. Por lo tanto el capital que genera plusvalía es cada vez
menor.
De aquí se desprende, en primer lugar, la ya
señalada ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia –y como en toda
ciencia hay factores que contrarrestan esta tendencia: ni la historia, ni la
economía, ni la lucha de clases, ni la vida son lineales-; en segundo lugar el
aumento de la composición orgánica del capitalismo –cada vez es mayor la
proporción de capital constante en relación al capital variable-; en tercer
lugar cada vez le es más difícil al capitalista lograr la reproducción ampliada
del capital –obtener plusvalía y reinvertirla para poder competir con el resto
de capitales y sobrevivir, pues el capital que obtiene una mayor plusvalía
obtiene más capital para reinvertir, para producir cada vez más y acaparar mercado
y expulsar al resto de capitales con los que compite-, lo cual nos llevaría
hasta la concentración y centralización del capital… fenómenos, ambos, que no
sólo son cada día mayores, sino que además hoy, en mitad de la crisis,
adquieren formas dramáticas y que, incluso un observador superficial del mundo,
como Piketty, podría advertir.
Piketty, más allá de decir que el capitalismo no
cayó, más allá de decir que el apocalipsis no se produjo, ¿es capaz de
demostrar la invalidez del pensamiento económico marxista? No. No sólo no es
capaz de demostrar la invalidez del pensamiento marxista sino que no es capaz
de señalar cómo funciona el mundo, sólo de darse cuenta de que cada vez las
desigualdades son mayores.
La pregunta es, pues: ¿es vigente la tendencia decreciente
de la tasa de ganancia? Es evidente que la forma concreta del modo de
producción capitalista –el modelo- en el siglo XIX y en el siglo XXI no es
igual: pero tampoco es igual en 2016 el modelo de producción en Alemania que en
el Estado español, y los dos modelos se corresponden con el modo de producción
capitalista. En cada época, desde que surgió el capitalismo el modo de
producción es el capitalismo, pero la forma en que se concreta es distinta, y
dentro de cada época en cada país adquiere una nueva concreción, un nuevo
modelo, y así llegamos a la actualidad, la época del imperialismo, que se
concreta, en cada país, de una forma distinta, tan distinta como es distinta
hoy la situación de Francia, Perú o Siria –donde, en cada país, la economía no se
puede desligar de la historia, de la trata de mujeres y la vida y la muerte,
porque, insistimos, intentar analizar la economía al margen del marxismo –al
margen de la sociedad y de la lucha de clases- puede servir, como para Piketty,
para escribir cientos de páginas que no dicen nada, pero no sirve para
comprender nada de la vida... ni de la propia economía. Engels y Marx
analizaron un modo de producción: el capitalista; y siglo XIX o siglo XXI el
capitalismo es capitalismo. Y además la pugna despiadada por la obtención de
plusvalías es más aguda que nunca: el capitalismo hoy –con las crisis se
agudizan las tendencias- se parece mucho más al capitalismo que señaló Marx que
a cualquiera de las ocurrencias que han dado por superado su pensamiento,
incluido Piketty.
Pero, ¿y la revolución socialista?
¿Engels y Marx se atrevieron a predecir el futuro?
Sí, porque ese y no otro es el sentido de las ciencias. ¿De qué nos sirven las
ciencias sino para saber que el avión será capaz de volar y no nos
estrellaremos? Y sin embargo, ¿cuántos aviones no cayeron y caen? ¿Cuántas
veces las ciencias que presumen de ser exactas tienen que corregirse a medida
que se producen avances en el campo de la técnica y del pensamiento? Si las
ciencias no estuviesen corrigiéndose día a día no serían ciencias, sino dogmas.
En 1892 Engels escribía un prefacio para la
situación de la clase trabajadora en Inglaterra y señalaba: “he puesto
cuidado en no tachar del texto muchas profecías –entre ellas la de la inminente
revolución social en Inglaterra-, inspiradas por mi ardor juvenil. No tengo la
menor intención de presentar mi libro ni de presentarme a mí mismo como mejores
de lo que entonces éramos. Lo admirable no es que muchas de estas profecías
hayan fallado, sino el que tantas hayan resultado acertadas”.
Hablando de economía –discutiendo sobre cómo se
distribuye la burguesía la plusvalía-, en su carta a Werner Sombart, Engels
sostiene: “¿cómo se produce, pues, el proceso de nivelación? Es un problema de
extraordinario interés, del que el propio Marx no dice mucho. Pero toda la
concepción de Marx no es una doctrina, sino un método. No ofrece dogmas hechos,
sino puntos de partida para la ulterior investigación y el método para dicha
investigación. Por consiguiente, aquí habrá que realizar todavía cierto trabajo
que Marx, en su primer esbozo, no ha llevado hasta el fin”.
¿Qué ocurre, pues, con el fin del capitalismo –con
el, ya sabéis, apocalipsis de Piketty-? Ocurre que todavía no se ha producido.
Muy poquitas veces en la historia un modo de producción alcanza el límite
histórico –como fue el caso del Imperio Romano-. Habitualmente una invasión
pone fin a una sociedad cuando esta aún se podría haber desarrollado durante
muchos cientos de años. ¿No había un desarrollo capitalista para Afganistán,
Irak o Libia? Sí, pero la barbarie y el propio desarrollo del imperialismo
ahogan en sangre a los pueblos y no dejan que las historias sigan sus caminos.
¿Cuánto tiempo tardará en caer el capitalismo? Eso
no lo podemos saber: aún le queda mucho camino por recorrer, pero a diferencia
de las sociedades que nos precedieron conocemos cómo funciona la sociedad en la
que vivimos, y conocemos sus límites objetivos. Si queremos perecer con nuestra
sociedad o transformarla antes de que nos lleve al abismo es responsabilidad
nuestra. Sabemos, quienes analizamos desde el marxismo, que la crisis actual
bajo las coordenadas de los gobiernos burgueses no tiene salida –aunque los
Piketty no comprendan el mundo y reclamen en medio de la crisis más fuerte de
la historia del capitalismo la necesidad de un impuesto para revertir lo que en
el capitalismo es irreversible-, y sabemos que bajo gobiernos reformistas se
profundizará en la agonía para la mayoría social –aunque muchos economistas,
incluido Varoufakis, parecieran decepcionados por Syriza-. Sabemos que China va
a estallar, aunque no le podamos poner un día y una hora –y lo sabemos desde
hace mucho tiempo, aunque el día que ocurra las cátedras de economía se
sorprenderán-. Sabemos que habrá nuevas guerras, que en el siglo XXI la forma
imperialista que adopta el capital no es algo que se pueda elegir, que no es
una cuestión de buenos o malos, sino que se corresponde con las necesidades del
modo de producción –aunque a los Piketty les gustaría un imposible capitalismo
bonito y responsable-. Sabemos que no importan los límites ecológicos y que de
nada sirve luchar por un planeta sostenible si no luchamos contra el
capitalismo: la vida no está contemplada como argumento en el modo de
producción capitalista. Y sabemos que si el capitalismo es capaz de aplazar la
actual crisis –sea mediante la guerra, sea mediante cualquier argucia- la
próxima crisis –porque necesariamente habrá próxima crisis- será muchísimo
mayor.
¿La revolución socialista llegará? No. Al menos no
llegará porque sí. A diferencia de los anteriores cambios que se produjeron en
la historia la revolución socialista no espera al final del desarrollo del
capitalismo, sino que la clase trabajadora se organiza para traerla. Nadie se
organizó conscientemente para acabar con el Imperio Romano y traer el
feudalismo; nadie se organizó conscientemente para acabar con el feudalismo y
traer el capitalismo: fue el transcurso de la historia. Pero transformada la
historia y la economía en ciencias hoy sabemos que la lucha de clases es el
motor de la historia y podemos influir en ella. A Engels y a Marx les hubiera
gustado ver la revolución socialista, y por eso lucharon, por eso la situaron
como objetivo político, social y económico en el horizonte de sus vidas y sus
trabajos. No por determinismo, sino porque escribieron y lucharon por la vida,
para la vida. Elegir entre el apocalipsis de la vida tal y como la concebimos o
la transformación de la sociedad es decisión nuestra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario