11-03-2016
“No se
trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar
los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la
sociedad existente, sino de establecer una nueva…. Nuestro grito de guerra ha
de ser siempre: ¡La revolución permanente!
Carlos Marx, Mensaje a la Liga de los Comunistas,
1850.
I
“El Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo
porque sabe que, inexorablemente, tiene sus días contados”. Esta frase, que
no es exactamente de Hegel pero que lleva su cuño, es la fuente inspiradora del
joven Marx. Las luchas de clases son el motor de la historia: la Dialéctica del
Amo y del Esclavo que esbozara Hegel en su Fenomenología del Espíritu sigue
siendo de una precisión meridiana. La simple constatación de nuestro mundo
circundante nos pone en contacto con cotidianas luchas a muerte en torno al
poder. La conclusión de Marx a partir de esa inspiración no podía ser otra: el
mundo está injustamente estructurado, y el trabajo de las grandes mayorías
sostiene los privilegios de unos pocos. Por tanto: es hora de transformar ese
estado de cosas.
El materialismo histórico y el materialismo
dialéctico, comúnmente conocidos como “marxismo” –término que el mismo Marx
denostaba, por el culto a la personalidad que lleva aparejado– son una
potentísima corriente de pensamiento crítico como pocas veces se encuentra en
la historia. Su fuerza es conmovedora: las verdades que saca a luz, las
miserias que denuncia, la propuesta transformadora que encarna, son todos
elementos que tienen una vigencia plena más de siglo y medio después que fuera
formulado.
¿Está muerto el marxismo, o es un pensamiento
vigorosamente vigente? Si tantas críticas recibe, eso ya indica algo: “Ladran
Sancho, señal que cabalgamos”, como dicen que dijo Cervantes en El Quijote.
Ladran, y ladran estruendosamente los poderes, pues lo que instaura ese
pensamiento y el llamado revolucionario que formula no han “pasado de moda”.
Sigmund Freud dijo en algún momento que tres son
las grandes heridas que produjo al narcisismo el pensamiento crítico (pensando
en grandes formulaciones occidentales): la revolución astronómica de Nicolás
Copérnico –que sacó al planeta Tierra del sitial de honor en tanto centro del
mundo, para convertirlo en un planeta más que gira en tono al sol–, la teoría
de la evolución de Charles Darwin –por cuanto hace del ser humano un producto
de procesos adaptativos al medio, descentrándolo de su categoría de ente
supremo de una pretendida creación divina– y el psicoanálisis, que muestra que
no somos solo conciencia racional, puesto que en muy buena medida estamos
atados a determinaciones inconscientes no voluntarias (“No somos dueños en
nuestra propia casa”). La subversión teórica que plantea el marxismo es
similar, o incluso mayor.
Es mayor, por cuanto no solo rompe paradigmas sino
que abre la posibilidad de una transformación social radical. El pensamiento
marxista es una llave teórica para llevar a cabo grandes cambios en la
estructura social.
El discurso de la derecha, obviamente conservador,
intenta por todos los medios mantener el estado de cosas actual. Dicho en otros
términos: intenta mantener sus privilegios. El marxismo es la denuncia
volcánica de los mismos, conseguidos a partir de una injusticia de base. Tamaño
pensamiento revolucionario no puede tener medias tintas. Lo que intenta cambiar
es de una envergadura distinta a las heridas narcisistas que apuntaba Freud:
aquí está en juego la roca viva del poder. Como dice el epígrafe que
seleccionamos: “No se trata de mejorar la sociedad existente, sino de
establecer una nueva”. Eso, por supuesto, asusta, desespera a quienes lo
detentan actualmente. Lo que está en juego es un cambio radical en la forma de
establecer las relaciones entre los seres humanos. Por eso, quienes hoy ocupan
el lugar de privilegio, harán lo imposible por evitar cualquier cambio. La
crítica visceral al marxismo es vital para mantener el estado de cosas.
Esa crítica se dirige hacia la teoría, pero más
aún, a su puesta en práctica. De hecho, las ideas marxistas ya cobraron vida en
varios puntos del planeta a lo largo del siglo XX. Rusia, China, Cuba, entre
los lugares más connotados, son la expresión patente de su viabilidad. ¿Qué
pasó ahí? ¿Fracasaron las ideas revolucionarias? En todos los casos, países que
transitaron por la senda del socialismo, es decir: que construyeron sus
proyectos de sociedad a partir de los ideales marxistas, tuvieron enormes
avances sociales. Nadie puede negar que del atraso comparativo, de la miseria y
la super explotación que los caracterizaba, todos estos países mejoraron
sustancialmente sus condiciones de vida, pasando a tener desarrollos que
superaron en muchos casos a las potencias capitalistas. El hambre, la exclusión
social, la ignorancia y las injusticias comenzaron a desaparecer.
El discurso de la derecha verá en todas estas
experiencias “dictaduras sangrientas”, contrapuestas al pretendido reino de la
libertad que prima en las democracias capitalistas. Sin dudas los primeros
pasos dados por estas iniciales experiencias socialistas tuvieron, junto a los
grandes éxitos, también grandes problemas, grandes falencias que deben ser
revisadas críticamente. “El escándalo de la Inquisición no hizo que los
cristianos abandonaran los valores y las propuestas del Evangelio. Del mismo
modo, el fracaso del socialismo en el este europeo no debe inducir a descartar
el socialismo del horizonte de la historia humana”, razonaba acertadamente
Frei Betto. La burocracia, el afán de poderío, las diversas mezquindades
humanas (machismo, racismo, autoritarismo, doble discurso) son la argamasa de
la que estamos hechos todos: ¡también los socialistas! Las experiencias
burocráticas y autoritarias del socialismo real, fundamentalmente de lo visto
en el área soviética, no desacredita el revolucionario y subversivo pensamiento
marxista. Por el contrario, puede decirse que lo ratifica, pues un cambio
genuino nunca termina, dado que lo humano es ese proceso de transformación
perenne.
¿Por qué decir hoy, entrado el siglo XXI y con
experiencias socialistas que se han revertido, que el marxismo sigue siendo
vigente? Porque los motivos que lo generan siguen estando presentes.
II
No se trata de un mero capricho, de un fanatismo
fundamentalista o de una cuestión de nostalgia reivindicar el marxismo. Las
causas estructurales que provocan la injusticia de la sociedad global no han
cambiado en lo sustancial. La explotación del hombre por el hombre, el trabajo
alienado, el enfrentamiento a muerte de clases sociales, el saqueo y
explotación inmisericorde de los más a manos de minorías privilegiadas, todo
ello continúa siendo el motor de las sociedades. Las injusticias van cambiando
a través del tiempo, toman nuevos rostros, se reciclan. Pero no han
desaparecido.
Una inmensa mayoría planetaria no goza aún de los
beneficios del portentoso desarrollo tecnológico que alcanzó nuestra especie.
Pese al mismo, y disponiendo de la cantidad de comida necesaria para alimentar
bien a toda la población mundial, el hambre sigue siendo un flagelo
dramáticamente presente, provocando un muerto cada 4 segundos a escala
planetaria. Del mismo modo, otras miserias son elemento cotidiano: el
analfabetismo, la falta de acceso a servicios básicos, la ignorancia
supersticiosa, el machismo patriarcal. En otros términos: la dialéctica del Amo
y del Esclavo. Se llega al planeta Marte pero no se puede resolver el hambre…
Evidentemente, algo anda mal en ese modelo. El marxismo es su denuncia radical.
¿Qué es lo que fracasa: el marxismo o el modelo social viegente?
Por supuesto que el Amo (la clase dominante) sabe
que sus privilegios vienen de la explotación en juego. Lo sabe, y se prepara
día a día, minuto a minuto para que eso no cambie. El marxismo, por el
contrario, es el llamado a ese cambio. ¿Fracasó entonces como propuesta de
transformación?
Resultaron cuestionables –cuestionables en parte,
porque también hubo grandes logros– las primeras experiencias socialistas. Ello
no significa que las causas de la injustica, que son las que ponen en marcha el
radical pensamiento revolucionario de Marx, hayan desaparecido. En ese sentido,
el marxismo en tanto expresión de ese espíritu de cambio, sigue vigente,
profundamente vigente. Si la derecha, en cualquiera de sus expresiones, ve en
él un peligro, eso es altamente significativo. Significa, en concreto, que su
denuncia y su apelación al cambio horrorizan a la clase dominante.
La horrorizaron en el momento en que aparece,
digamos 1848 con el Manifiesto Comunista. Sigue horrorizándola ahora, pese al
mal sabor que pueden haber dejado los primeros balbuceos del socialismo (que
continuó aún con un perfil autoritario y no-crítico). En síntesis: a la clase
dominante le hace recordar que las fuerzas de cambio siguen estando siempre
esperando para levantar la voz. El Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo
porque sabe que, inexorablemente, en algún momento este último abrirá los ojos.
En tal sentido, sabe que tiene sus días contados, por eso hace lo imposible
para extender sus privilegios. Todos los mecanismos de control (militares,
culturales, político-ideológicos) no son sino formas de prolongar esa
dominación.
A la luz de lo acontecido en estas últimas décadas,
con la reversión de grandes experiencias socialistas como la rusa y la china,
el discurso conservador canta victoria. De ahí que, inmediatamente después de
la caída del Muro de Berlín, un ideólogo como Francis Fukuyama pudo proferir su
grito triunfal: “La historia ha terminado”. Pero no hay falacia más
grande que esa: la historia continúa su marcha –sin que se sepa bien hacia
dónde va–. Continúa, y sigue moviéndose por la eterna, interminable lucha de
contrarios. La dialéctica, en tanto incesante choque de opuestos, no es un
método de análisis de la realidad, dirá Hegel, idea que retoma luego Marx. La
realidad misma es dialéctica: cambia, se transforma continuamente.
Negar eso es querer desentenderse de la realidad.
Pero la realidad es tozuda, obstinada, y siempre se nos impone. La realidad es
cambio permanente, a partir del choque de contrarios que se patentiza en la
lucha de clases y en otras luchas igualmente trascendentes: de género, étnicas,
etáreas, culturales, etc.
A partir de la caída de las primigenias
experiencias socialistas la derecha cantó exultante el fin del marxismo, la
inviabilidad de las tesis que alientan el ideario socialista. Ahora bien: el
marxismo no es sino la expresión teórica de esa lucha. ¿Se acabaron esas
luchas? Obviamente no, aunque hoy esté en retroceso. A partir de eso, la “moda”
dominante busca limar las luchas presentando la “civilizada” idea de
“resolución pacífica de conflictos”. Así, de Marx pasamos a Marc’s: métodos
alternativos de resolución de conflictos. Pero, con sinceridad: ¿se pueden
resolver pacíficamente los conflictos sociales para lo que la derecha responde
con bombas, aviones y misiles? ¿Qué será posible negociar ahí?
Las causas que generan las luchas de clases ahí
siguen vigentes. ¿Terminó acaso la explotación? ¿Terminaron acaso la exclusión
social de grandes mayorías, la propiedad privada de los medios de producción
cuyos dueños los defienden a muerte, la explotación y la consecuente miseria de
tantos y tantos? El marxismo es una chispa que busca el cambio de todo eso.
¿Cómo podría decirse que eso no sigue vigente?
En tal sentido, el marxismo sigue más vigente que
nunca.
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