Jorge Beinstein
ALAI AMLATINA, 04/04/2016.-
En Argentina empieza a conformarse un régimen autoritario con apariencia
constitucional, convergencia mafiosa de camarillas empresarias, judiciales y
mediáticas monitoreada por el aparato de inteligencia de los Estados Unidos,
pero lo que demuestran los primeros meses del proceso es que la tentativa
tropieza con numerosas dificultades que amenazan convertirla en una gigantesca
crisis de gobernabilidad. El contexto de su desarrollo es una recesión
económica que se va profundizando en marcha hacia la depresión, es decir un
funcionamiento económico de baja intensidad, con altas tasas de desocupación,
salarios reales muy reducidos y baratos en dólares.
No se trata del retorno del
viejo neoliberalismo de los años 1990 ni mucho menos de una imitación del
régimen oligárquico de fines del siglo XIX, sino de la tentativa de
instauración de un sistema mafioso, parasitando sobre una población
desarticulada, albergando grandes espacios de marginalidad y superexplotación
laboral, realizando un saqueo sin precedentes de recursos naturales. En
esa dirección se van imponiendo los instrumentos esenciales del régimen
dictatorial: control completo de los medios de comunicación, reconversión
integral del sistema de seguridad como apéndice del de los Estados Unidos[1],
implantación de mecanismos de destrucción económica y social a gran escala,
despliegues mediático-judiciales tendientes a extirpar a las oposiciones que no
se subordinen al nuevo régimen.
Sometimiento colonial y
decadencia periférica
Los tiempos han cambiado,
la “doctrina de la seguridad nacional” vigente en la época de Videla y
Pinochet coincidía con la visión militar-profesional del Imperio, se trataba
del control milimétrico de la sociedad colonizada, administrada como un cuartel
que coincidió históricamente con la última etapa del predominio en los Estados
Unidos del “complejo militar-industrial” tradicional, alianza entre la
gran industria armamentista y los altos mandos militares subordinando a las
elites políticas. Resultado del keynesianismo militar que marcó a la
superpotencia desde la Segunda Guerra Mundial y que entró en declinación en los
años 1980[2].
Más adelante el “Consenso
de Washington” reinó durante la era de Carlos Menem en Argentina, Collor de
Mello y Cardoso en Brasil, señalando el auge de la financierización de la
economía y de la política en los Estados Unidos y el conjunto de potencias
dominantes sin por ello dejar de lado a la componente militar que comenzó a
transformarse.
Esos dos momentos trágicos
expresaron la afirmación del sometimiento colonial de Argentina, el primero con
formato militar-dictatorial y el segundo con rostro civil-constitucional, que
se correspondieron con diferentes configuraciones imperialistas: en el primer
caso con un imperialismo norteamericano industrial ascendente, disputando la
Guerra Fría y en el segundo con la presencia de la única superpotencia global
que venía de ganar esa guerra y que se aprestaba a ejercer la hegemonía
planetaria. Aunque al mismo tiempo se financierizaba, el parasitismo
empezaba a corroer el sistema degradando sus pilares productivos, instalando la
cultura del consumismo desenfrenado. Esa prosperidad malsana contagió a
elites periféricas, en los Estados Unidos la fiesta se convirtió en ola
militarista desde 2001 y la mega burbuja financiera estalló en 2008, en
Argentina el show derivó en recesión la que a su vez culminó con un gran
desastre económico, social e institucional en 2001.
El actual sometimiento de
Argentina a los Estados Unidos no se corresponde con el auge del Imperio sino
con su decadencia, su degradación económica y social, su retroceso geopolítico
internacional que busca ser compensado mediante el control total de su patio
trasero latinoamericano, asegurando la súper explotación de recursos naturales
decisivos pero también para introducir a la región como pieza propia de su
juego global: como señuelo para sus socios europeos en la OTAN o como
retaguardia segura en el armado del “Acuerdo Transpacífico”.
Es un imperio comandado por
una lumpenburguesía financiera, sobreviviendo con bajas tasas de crecimiento
productivo, parasitando sobre el resto del mundo, que no busca instaurar una
jerarquía mundial estable reproduciéndose en el largo plazo sino depredar
recursos naturales, degradar o eliminar estados, destruir defensas sociales
periféricas, extendiendo ofensivas desestructurantes, desintegradoras de
identidades nacionales y culturales. Su instrumento de intervención
militar es ahora una constelación de organizaciones guiadas por la doctrina de
la Guerra de Cuarta Generación[3],
empleando de manera intensiva mercenarios, operaciones clandestinas de su
estructura profesional, redes mafiosas, manipulaciones mediáticas y otras actividades
destinadas a destruir, caotizar espacios periféricos con el fin de saquearlos.
En correspondencia con ese
fenómeno las burguesías latinoamericanas fueron mutando hasta llegar a la
situación actual donde grupos industriales, financieros o de agrobusiness
combinan sus inversiones tradicionales con otras más rentables pero también más
volátiles: aventuras especulativas, negocios ilegales de todo tipo (desde el
narco hasta operaciones inmobiliarias opacas, pasando por fraudes comerciales y
fiscales y otros emprendimientos turbios), transnacionalizándose, convergiendo
con “inversiones” saqueadoras provenientes del exterior. En el caso
argentino podríamos encontrar antecedentes en el reinado de la “patria
financiera” durante la última dictadura militar, el que a su vez tiene que ser
visto como resultado del fin de la era industrialista.
En síntesis, la
configuración lumpenimperialista impone dinámicas decadentes en la periferia,
en América Latina ha llegado la hora del lumpencapitalismo, las elites
argentinas venían avanzando en esa dirección, la llegada de Macri a la
presidencia expresa un enorme salto cualitativo, el país en su conjunto acaba
de ingresar de manera recargada y brusca en ese proceso.
Recesión, depresión y
economía de baja intensidad
Recientemente el FMI
pronosticó para Argentina un crecimiento económico real negativo en 2016 del
orden del -1 %, cuando observamos las caídas que ya se han producido en
indicadores decisivos desde diciembre de 2015 es posible bajar aún más esa cifra
hacia el -3 % o más bajo aún.
Se ha producido en muy poco
tiempo una fuerte reducción de los salarios reales, causada entre otros
factores por la megadevaluación, los aumentos del precio de los combustibles y
de las tarifas de electricidad, gas y transportes, la eliminación o reducción
de retenciones y sus impactos inflacionarios a lo que se agrega la suba de las
tasas de interés y los despidos masivos en la administración pública (que
empiezan a ser seguidos por el sector privado), con lo que tenemos un panorama
recesivo provocado por el gobierno cuyo objetivo principal es reducir los
salarios reales y su valor en dólares.
La avalancha de cambios ha
desatado en algunos círculos el debate en torno del supuesto “modelo de
desarrollo” que la derecha estaría intentando imponer. Decretos,
endeudamientos, subas de precios y despidos se han sucedido de manera
vertiginosa, buscarle coherencia estratégica-desarrollista a ese conjunto es
una tarea ardua que a cada paso choca con contradicciones que obligan a
desechar hipótesis sin que se pueda llegar a una conclusión mínimamente
rigurosa. En primer lugar, la contradicción entre medidas que destruyen
el mercado interno para favorecer a una supuesta ola exportadora, evidentemente
inviable ante el repliegue de la economía global, otra es la suba de las tasas
de interés que comprime al consumo y a las inversiones a la espera de la
llegada de fondos provenientes de un sistema financiero internacional en crisis
que casi lo único que puede brindar es el armado de bicicletas especulativas.
Algunos han optado por
resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan generales como poco
operativas (“modelo favorable al gran capital”, “restauración
neoliberal”, etc.), otros han decidido seguir el estudio pero cada vez que
llegan a una conclusión satisfactoria aparece un nuevo hecho que les tira abajo
el edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre los que me
encuentro, hemos llegado a la conclusión de que buscar esa coherencia estratégica
constituye una tarea imposible. La llegada de la derecha al gobierno no
significa el reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como
se lo quiera calificar) por un nuevo modelo (oligárquico) de desarrollo, sino
simplemente el despliegue de un gigantesco saqueo protagonizado por fuerzas
entrópicas altamente destructivas que convierten al país burgués en una
república de bandidos.
Esto nos debería llevar a
la reflexión acerca del significado del fin de la era kirchnerista visualizado
por algunos como un traspié, resultado de una derrota electoral por escaso
margen, y por otros como el producto de una manipulación mediática prolongada,
combinada con operaciones de la mafia judicial, de grupos económicos
concentrados y del aparato de inteligencia de los Estados Unidos. Esta
última evaluación está más cerca de la realidad, sin embargo es insuficiente,
el “golpe blando” existió (lo que pulveriza la presunta legitimidad
democrática del gobierno actual) pero falta explicar porque fue exitoso.
Si nos limitamos a ciertos
aspectos económicos del tema podemos observar que el motor externo empezó a
enfriarse desde 2012 luego de la breve recuperación de la recesión global de
2009, la situación se agravó desde mediados de 2014 cuando los precios de las
commodities cayeron en picada, la economía pasó a una etapa de crecimientos
anémicos sostenidos por el mercado interno. Los grandes exportadores
aumentaron sus presiones destinadas a obtener en la economía nacional
beneficios que les permitieran compensar las menores ganancias externas
convergiendo con intereses financieros y agrupando al conjunto de la derecha
mediática, judicial y política, se trató de una jauría que se fue
envalentonando a medida que su enemigo perdía espacio económico y se acentuaba
la crisis global.
Los equilibrios del
gobierno fueron cada vez más inestables, las compuertas neokeynesianas que
bloqueaban la marea comenzaron a sufrir fisuras para finalmente desmoronarse,
la candidatura presidencial de Daniel Scioli fue una opción defensiva y débil
que no pudo evitar el derrumbe. Entonces se desató (fue desatada) la
recesión y diversas señales nacionales e internacionales nos indican que lo
hizo para quedarse, nos encontramos ante el comienzo de una depresión económica
resultado de la reproducción de un sistema que ha ingresado en una fase de
contracción desordenada.
Una referencia importante
es la de la salida de la recesión producida desde 2003, en ese período
convergieron dos factores principales: el alza de los precios internacionales
de las commodities y la reanimación del mercado interno.
El “motor externo”
fue impulsado por el auge de mercados emergentes como los de China o Brasil,
entre otros, lo que permitió una mejora sustancial de las cuentas externas de
Argentina. Los precios de las commodities experimentaron subas notables
en esos años impulsadas no solo por la expansión de la demanda internacional
sino también por el crecimiento de la especulación financiera, las operaciones
globales con productos financieros derivados basadas en commodities llegaban en
diciembre de 2003 a 1,4 billones de dólares, en diciembre de 2005 alcanzaban
los 5,4 billones, en junio de 2007 llegaban a 8,2 billones y en junio de 2008 a
13,1 billones de dólares [4].
Por su parte el “motor
interno” funcionó empujado por el ascenso del empleo, de los salarios
reales y de los ingresos de las capas medias, en consecuencia se expandió la
demanda interna y el tejido industrial, la economía argentina se recuperó
creciendo a tasas excepcionales. Como es sabido, el salario real promedio
experimenta en Argentina una tendencia descendente de largo plazo (desde
mediados de los años 1970), sufrió una caída descomunal durante la crisis de
los años 2001-2002, luego se recuperó llegando a los niveles de los años 1990
pero sin alcanzar nunca los de los años 1970, ni siquiera los de mediados de
los años 1980[5], podríamos resumir
lo sucedido señalando que la reanimación del mercado interno se apoyó en un
fuerte crecimiento del empleo y en una recuperación salarial limitada.
Si el crecimiento anémico
de los últimos años del gobierno anterior incentivó la voluntad de rapiña de
los grupos económicos concentrados, es altamente probable que la recesión
actual la acentúe mucho más, al achicarse la economía, como resultado de los
ajustes y las transferencias de ingresos esos grupos intentarán al menos
sostener su volumen real de ganancias apropiándose de una porción creciente del
ingreso nacional, aunque empujados por su propia dinámica y por el ejercicio de
la totalidad del poder es casi seguro que buscarán absorber un volumen real
mayor. Además las medidas que buscan reequilibrar los desequilibrios
provocados por las propias medidas económicas del gobierno causan mayor
inestabilidad y empobrecimiento del grueso de la población. Es el caso de
la tentativa de desacelerar la suba de la cotización del dólar subiendo las
tasas de interés con lo que a veces se consigue frenar por poco tiempo esa
tendencia, pero a costa del agravamiento de la recesión, o cuando se pretende
achicar el déficit fiscal reduciendo el gasto público (despidiendo empleados,
clausurando programas, etc.), lo que agrava la recesión y en consecuencia
reduce los ingresos fiscales y aumenta el déficit. En suma, nos
encontramos ante un círculo vicioso de concentración de ingresos, achicamiento
del Estado y hundimiento de la actividad económica.
La caída de los salarios
reales no alienta más inversión interna o externa desalentada por el desinfle
de los mercados nacional y global (no hay alternativa exportadora).
Mientras tanto, el gobierno aparenta aferrarse ante lo que sería la tabla
de salvación de la economía: el endeudamiento externo que teóricamente le
permitiría realizar inversiones reactivadoras, pero el clima enrarecido del
sistema financiero internacional comprime el espacio de los potenciales
acreedores cada vez más duros ante una economía nacional deprimida. En
realidad esa ansiedad por endeudarse no responde a una pasión desarrollista
sino a la presión de los grupos de negocios que han acumulado superbeneficios
en estos últimos meses (exportadores, bancos, etc.) y que necesitan
convertirlos en dólares, es la evasión de capitales y no la inversión
productiva la que reclama endeudamiento externo.
Conclusión: los dos motores
de la salida de la recesión en la década pasada ha dejado de funcionar, las políticas
que buscaban compensar el ciclo recesivo global han sido eliminadas por las
clases dominantes, antes les habían sido útiles para restablecer la
gobernabilidad y acumular beneficios ahora las han destruido porque frenaban su
voracidad.
Es posible elaborar un
modelo excesivamente abstracto de estabilización del proceso depresivo
argentino bajo la forma de “economía de baja intensidad” o de “penuria”,
es decir una estructura económica dual con un sector popular contraído y una
elite parasitando sobre el primero (superexplotación de los trabajadores y
otros saqueos a las clases medias y bajas). Ello permitiría mantener
relativamente bajos niveles de importaciones que asegurarían (no siempre)
saldos positivos de la balanza comercial destinados a pagar deudas externas.
Estas últimas, además de llenar las arcas de las redes financieras,
podrían ser utilizadas para bloquear peligros de implosión y de revuelta social
operando como una suerte de droga dosificada destinada a preservar la
reproducción del sistema.
Ese modelo económico
siniestro necesitaría de manera ineludible del apoyo de un aceitado mecanismo
de represión y degradación de las clases inferiores, se trataría de la
instalación de un régimen neofascista acorde con la doctrina de la Guerra de
Cuarta Generación (restringiéndonos a la realidad latinoamericana, no está
de más observar lo que ocurre en México o en países de América Central).
Requeriría además de mucha estabilidad al interior de la articulación
mafiosa, de la atenuación de las disputas internas ante un botín de volumen
variable sujeto a numerosos factores de inestabilidad locales e
internacionales. Se trata de un escenario de muy difícil (pero no
imposible) realización, empalmando con tendencias depresivas globales acompañadas
por el aumento de la volatilidad en mercados decisivos, la proliferación de
guerras, los deterioros institucionales de los estados centrales, los derrumbes
y crisis graves de estados periféricos y otros síntomas claros que describen a
un planeta que se encamina hacia horizontes de alta turbulencia.
El fantasma del 2001
El gobierno macrista se
comporta como suelen hacerlo los llamados “sistemas caóticos” que, a
diferencia de los “inestables” (en desorden permanente) y de los “estables”
(que tienden hacia el orden de manera irresistible), oscilan entre un polo
ordenador, es decir un “atractor” neofascista y fuerzas que lo
desordenan, que lo conducen hacia la crisis de gobernabilidad.
La marcha hacia la
dictadura mafiosa está apuntalada por tres estrategias convergentes: la
corrupción de dirigentes, la represión de las protestas sociales y políticas y
el bombardeo mediático. Son operaciones de eficacia incierta, circulando
en medio del hundimiento económico y de la pugna de intereses entre grupos
dominantes, se apoyan además en una base social reaccionaria cuyo núcleo duro
impulsado por una euforia neofascista está incrustado en las clases medias y
altas.
La corrupción de dirigentes
políticos y sindicales puede serle útil a corto plazo para imponer decisiones
impopulares o frenar protestas, pero desgasta a los corruptos, erosiona sus
posiciones de poder reduciendo a no muy largo plazo su capacidad operativa, las
hace cada vez más vulnerables ante el descontento popular. Es lo que se percibe
en los primeros meses del gobierno macrista respecto de la compra de
sindicalistas, diputados, senadores y gobernadores.
La represión avanza,
funciona un Ministerio de Seguridad subordinado al aparato de inteligencia de
los Estados Unidos, han regresado las “policías bravas”, ha sido dictado
un “Protocolo” de represión de protestas populares, aparecen las
primeras expresiones, aparentemente desprolijas, de represión ilegal.
Pero no es seguro que esa estrategia de amedrentamiento tenga éxito, es posible
que su efecto termine siendo el opuesto del que busca el gobierno, existe en
Argentina una enraizada cultura de confrontación contra la brutalidad estatal
que puede resultar un catalizador del desborde opositor.
El bombardeo mediático fue
un instrumento decisivo de la llegada de Macri a la presidencia, tuvo una
elevada eficacia, atacando al gobierno y ampliando un vacío político que podía
ser ocupado por opositores de derecha que se limitaban a denunciar al
oficialismo contraponiendo promesas vagas de felicidad futura. Ahora esos
medios tienen que cargar con la compleja tarea de defender a un régimen
claramente antipopular. En este nuevo escenario su eficacia es
decreciente y el intento por compensar ese declive aumentando la presión mediática
(de por si abrumadora) produce efectos de saturación y descrédito de dichas
intoxicaciones hasta generar rechazos cada vez más fuertes.
Finalmente la base social
neofascista puede ser fanatizada al extremo por los medios de comunicación pero
es casi imposible impedir que su área de influencia, sobre todo en las clases
medias, se vaya reduciendo a medida que se prolonga la depresión económica, lo
que terminará por deteriorar a ese sector reaccionario.
En síntesis, el sistema
dispone de instrumentos y apoyos sociales crecientemente vulnerables, su fuerza
depende en última instancia del grado de debilidad de su adversario: el espacio
popular, si este se pone en marcha fortaleciéndose en la pelea, el instrumental
autoritario podría sufrir fisuras, desgarramientos cada vez más importantes, su
inevitable centralismo operativo acosado por una marea ascendente de ataques,
resistencias y repudios iría perdiendo vitalidad, acentuándose sus
contradicciones internas, el contexto global turbulento debería contribuir a
dicho proceso.
Tarde o temprano la
resistencia popular puede llegar a convertirse en ofensiva general contra el
sistema, la acumulación de despliegues combativos de los de abajo produciendo
repliegues en las élites dominantes terminaría por generar un salto cualitativo
de grandes dimensiones, no sería la primera vez que ocurre ese fenómeno en
Argentina, aunque su aspecto y contenido puede llegar a incluir muchas
novedades.
Obviamente el deterioro
grave del gobierno macrista puede llevar a una remodelación del equipo
presidencial (una suerte de “gobierno-de-unidad-nacional”) o a un cambio
institucional de gobierno, destinado a estabilizar la situación, aunque los
mismos, aun introduciendo medidas “sociales” más o menos audaces, se enfrentarían
a una crisis sistémica apabullante, mucho más grave que la de 2001 en un
contexto global depresivo, una coyuntura de ese tipo difícilmente podría ser
superada con aspirinas rosadas o de otro color.
Apenas llegó a la
presidencia Macri lanzó a gran velocidad una andanada de decretos arbitrarios,
desplegó de inmediato una ofensiva para asegurar el control derechista de los
medios de comunicación, compró (o extorsionó) a dirigentes políticos y
sindicales, redujo el poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones,
lanzó una ola de despidos de empleados públicos, concretó enormes
transferencias de ingresos hacia las elites dominantes, en suma: desplegó una blizkrieg
destinada eludir las resistencias posibles antes de que estas se organicen.
De todos modos no estaba en condiciones de imponer el gigantesco saqueo
realizado mediante un sistema de negociaciones, el nivel de destrucción logrado
en tan poco tiempo probablemente lo haya convencido de su éxito incitándolo a
seguir avanzando.
La irrupción devastadora de
las elites dominantes podría ser asimilada a la de un ejército penetrando en un
vasto territorio, al comienzo la ofensiva es exitosa, el efecto sorpresa, la
explotación de debilidades locales, la contundencia del operativo, etc.
permiten avances rápidos aparentemente irreversibles, pero poco a poco las
víctimas empiezan a reaccionar acosando al invasor y el espacio simplificado
por mapas e informes de especialistas se va convirtiendo en un sistema
complejo, crecientemente incontrolable. La velocidad inicial de la
sucesión de victorias que en un principio aparentaba ser la clave del éxito,
empieza a ser percibido por el invasor como la principal causa de sus
dificultades, la rapidez operativa genera fenómenos de inadaptación, de
sobre-extensión estratégica que aumentan su vulnerabilidad llevándolo
finalmente a la derrota, aplastado por una avalancha humana incontenible
(recordemos lo que le pasó a Napoleón cuando invadió Rusia).
Macri podría terminar
descubriendo que la realidad social argentina es mucho más compleja que lo que
su visión de mafioso detectaba, que la cultura popular existe y se reproduce
(maltrecha, golpeada, pero existe), que los salarios no son como él dijo una
vez “un costo más” que puede y debe ser comprimido al máximo como
cualquier otro insumo sino el pago a seres humanos que piensan y se defienden,
y finalmente que para un bandido no hay nada peor que otro bandido (los socios
de hoy pueden ser los caníbales de mañana).
- Jorge Beinstein
es economista argentino, docente de la Universidad de Buenos Aires.
URL de este artículo: http://www.alainet.org/es/articulo/176498
[2]
Jorge Beinstein,”La ilusión del metacontrol imperial del caos. La mutación del
sistema de intervención militar de los Estados Unidos y sus consecuencias para
América Latina”, Seminario “Nuestra América y Estados Unidos: desafíos del
Siglo XXI”. Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central del
Ecuador, Quito, 30 y 31 de Enero de 2013. http://beinstein.lahaine.org/?p=516
[5]
Eduardo M. Basualdo, “La distribución del ingreso en la Argentina y sus
condicionantes estructurales”, Memoria Anual 2008, del Centro de Estudios
Legales y Sociales (CELS), Argentina.
Juan Kornblihtt y Tamara
Seiffer, “La persistente caída del salario real argentino (1975 a la actualidad)”,
Revista de la Bolsa de Comercio de Rosario, 2014, http://www.bcr.com.ar/Secretara%20de%20Cultura/Revista%20Institucional/2014/Septiembre/Pol%C3%ADtica%20Social.pdf
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