eldiario.es
01-04-2016
Crisis
de representación, crisis económica, crisis ecológica… No basta con cambiar
de políticos. Necesitamos un cambio radical de lógica. Otra cultura política.
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Para lxs
compañerxs de la Escuela de Afuera
Crisis de representación, crisis económica, crisis
ecológica… No basta con cambiar de políticos. Necesitamos un cambio radical de
lógica. Otra cultura política.
Lo que puedes leer a continuación es un ensayo de teoría-ficción.
No pretende demostrar nada o decir lo verdadero. Juega más bien en el terreno
de la ficción que, como nos enseñan los niños, empieza con algunas palabras
mágicas: “y si…”, “vale que…”. Más que describir la realidad o convencer,
quiere afirmar una perspectiva que (en el mejor de los casos) puede
seducir por su capacidad para barajar de nuevo lo posible y lo visible en un
sentido más intenso, útil o gozoso.
Vale que hay dos paradigmas: el "paradigma del
gobierno", en el cual se trata de conducir la realidad desde una Idea o
Modelo; y el "paradigma del habitar", en el que se trata de cuidar y
expandir las potencias que ya hay, que ya somos. Estos dos paradigmas figuran sensibilidades,
formas de mirar y modos de hacer: no tanto “lugares”
(instituciones/movimientos, etc.) como prácticas. En la realidad se
entremezclan, entran en conflicto y contaminación, en esta teoría-ficción se
presentan claramente distinguidas.
Esta teoría-ficción se leyó por primera vez en
verano de 2015 en la Universidad Popular del Campo de Cebada
(¡universidad-ficción!) en una charla acotada en 20 minutos. Al texto le ha
quedado seguramente por ese origen un carácter algo esquemático y abstracto. Lo
puede completar libremente la imaginación y la experiencia de cada lector, ese
sería su deseo y su afán.
El
paradigma del gobierno
1.
Lo que se ve no es lo que pasa. Si introducimos un
palo en el agua, ¿qué vemos? El palo parece doblarse. Pero sabemos que
no es así. Los sentidos nos engañan, no son vías seguras de acceso al
conocimiento. Para conocer, propone entonces Platón, “hay que arrancarse los
ojos”. Es decir, poner entre paréntesis el mundo sensible.
En ese “poner entre paréntesis” consiste la eterna
pelea del conocimiento contra la opinión (la ideología, el mito…). El concepto,
si es tal (la definición-determinación de la cosa), ni se ve, ni se huele, ni
se puede tocar, sólo se puede pensar. “El concepto de perro no ladra”,
dice Spinoza. Pensar es ver con el ojo de la mente pura.
Se piensa, pues, haciendo el vacío.
Construyendo un “contexto cero” en el que las cosas puedan decirse a sí mismas:
un lenguaje como las matemáticas, un instrumental como un termómetro o un
microscopio, etc. Si el contexto cero no lo es realmente, es decir, si en el
vacío se cuela algo de sociedad o de historia, entonces no escucharemos a las
cosas decirse a sí mismas, sino a los prejuicios sociales de la época (el
sentido común) hablando sobre ellas. En ese caso, el contexto -nuestra
ideología, nuestra identidad, nuestra posición social- pensará por nosotros.
Y el resultado no será un concepto o una definición, sino tan sólo un eco
del mundo.
Atrévete a pensar (sapere aude) significa:
atrévete a dejar de ser un eco pasivo del mundo, una estación repetidora de los
prejuicios de la época. La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.
La razón teórica es este “discurso de nadie” en y por el cual no habla nadie en
concreto, no habla nadie en particular, sino que la cosa se dice a sí misma.
Una demostración matemática es así, independientemente del sujeto que la
enuncie. Se dice sola, desinteresadamente. Es independiente del tiempo,
de los lugares y de las circunstancias: eternamente verdadera o eternamente
falsa.
Por último, conocer no es engendrar o crear
realidad. El conocimiento no añade ningún pedazo más al patchwork infinito
de culturas y costumbres que es el mundo.
2.
Leo que Diógenes (el cínico) fue capturado en el
curso de un viaje por mar cerca de la isla de Creta y ofrecido en un mercado de
esclavos. “¿Y tú para qué sirves?”, le preguntó su subastador. “Para gobernar”,
le respondió Diógenes desafiante. ¿En qué sentido un filósofo -o más bien la
filosofía- sirve para gobernar?
La filosofía es un “aprendizaje de la muerte” dice
Platón en el Fedón (el diálogo platónico sobre el alma): muerte del
cuerpo para que pueda pensar la mente pura. Silencio mortal de las
opiniones y los sentidos para volvernos capaces de abstracción. Esto es, de
pensamiento.
No hay diferencia esencial entre conocer y
gobernar. La razón teórica conoce. La razón práctica hace o gobierna. Decidir
libremente es decidir independientemente de lo que opine o desee cada cual.
Actuar libremente es “actuar por deber”, explica Kant, es decir “actuar
necesariamente”. Hacer lo que debe-ser, lo justo. Ser libres es querer que
nuestros actos sean leyes: actos de nadie, es decir necesarios.
Libertad es esta independencia del contexto. Lo que ha de hacerse en cada
situación no depende de la situación misma. Sólo tomando distancia con respecto
a ella –abstrayendo- podemos hacer lo que debe hacerse. De otro modo, no hay
acción libre, sino repetición de alguna costumbre interiorizada, obediencia a
algún mandato oculto (de nuestra familia, de nuestra clase social, de nuestra
identidad sexual). Ecos del mundo.
Se gobierna, pues, desde un lugar vacío (que ha
tenido diversos nombres en la historia de la filosofía: “cielo de las ideas”,
“ahí del ser”, “grieta”, “nada”). No se trata exactamente de un lugar físico,
aunque se ha buscado instituir (el centro de la asamblea griega o meson,
el Parlamento en la modernidad). Es el lugar de las leyes, el lugar de lo
universal y necesario.
Gobernar –exactamente como conocer y por las mismas
razones- no engendra o crea realidad, no añade ningún jirón más al patchwork
infinito de posibilidades humanas, sino que encaja lo que es con las
exigencias del deber-ser.
En resumen, gobernar es 1) arrancarse los ojos o
aprender a morir (porque lo sensible induce a error), 2) deducir y proyectar lo
que debe hacerse (lo justo) y 3) finalmente, aplicarlo sobre la realidad, doblegando
el ser a lo que debe-ser. Enderezar la realidad, ponerla derecha (en estado de
Derecho, en estado de Ley).
3.
El paradigma del gobierno ha modelado de cabo a
rabo nuestro imaginario occidental: para lo mejor (por ejemplo, la declaración
de los Derechos Humanos) y para lo peor (esa voluntad de convertirnos en “amos
y dueños de la naturaleza” enunciada por Descartes y que hoy esquilma el
mundo).
También la transformación revolucionaria, la
construcción de una nueva sociedad, se ha pensado (y practicado) desde este
paradigma. Y es en este aspecto concreto en el que quiero detenerme ahora aquí.
Desde el paradigma del gobierno, la acción
revolucionaria consistía en:
-uno, abstraer y modelizar. Deducir teórica o
especulativamente lo que debe hacerse (el Plan, el Programa, la Hipótesis),
“arrancándose los ojos” para ello, es decir poniendo entre paréntesis lo que
hay (el mundo tal y como es, las prácticas ya existentes) porque induce a error
(nunca está a la altura del deber-ser, siempre le falta algo).
-dos, aplicar y forzar. Llevar a cabo, pensar
estratégicamente y disponer los medios según los fines, empujar lo que es hacia
lo que debe-ser, combatiendo para ello sin tregua contra los mil obstáculos que
siempre aparecen en este camino: la realidad y su tozuda tendencia a desviarse
de la línea correcta, los rivales que tienen otra idea de lo que debe-ser, la
plebe que se obstina en seguir mirando con sus propios ojos, etc.
4.
El Partido de masas ha sido seguramente el
dispositivo por excelencia del paradigma del gobierno en el siglo XX: el lugar
vacío, el contexto cero, el ojo de la mente pura desde donde gobernar la
realidad. A la cabeza, los teóricos y los intelectuales capaces de arrancarse
los ojos y separarse de sí mismos para pensar, los estrategas y los
planificadores que “ven más amplio y más lejos”. Más abajo, las masas
encargadas de aplicar y de forzar, los cuadros y los militantes responsables de
aterrizar las ideas y empujar la realidad.
Sólo juntos, en el Partido, somos libres: capaces
de pensar, hacer y decidir por necesidad, independientemente del tiempo, los
lugares y las circunstancias. Sólo juntos, en el Partido, nos sustraemos al
contexto e imponemos una voluntad al mundo: hacemos Historia. Sólo juntos, en
el Partido, nos volvemos capaces de un verdadero desinterés y actuamos como
instrumentos puros de lo que debe-ser, de lo justo. La idea-fuerza del Partido,
a la vez magnífica y terrible, ha marcado a fuego el siglo XX.
Hoy en día, los partidos ya no tienen seguramente
la importancia política, cultural y existencial que tuvieron en su día,
convertidos en máquinas puramente electoralistas y subordinadas a las
exigencias de la sociedad del espectáculo. Pero su sombra es alargada: la
acción política se sigue pensando generalmente como un tipo de intervención que
viene desde el exterior; la estrategia, como un ajuste fino entre los fines y
los medios; el activismo, como aquella fuerza del voluntad que empuja lo que es
hacia lo que debe-ser; la temporalidad política, como un tiempo siempre en diferido:
un perpetuo aplazamiento, nunca una plenitud presente, etc. Se puede tener un
partido incrustado en la cabeza y en el corazón aunque no se milite en ninguno.
Fugarse del paradigma del gobierno es abrir una
bifurcación urgente y deseable. No simplemente por razones de “eficacia”
(habría que pensar bien en qué consiste la eficacia en este paradigma). La
necesidad viene de otro lado: actuar en el paradigma del gobierno consiste en
poner entre paréntesis los mundos sensibles, pero es justamente ahí donde
laten las potencias capaces de modificar el estado de cosas. El paradigma
del gobierno es un tipo de mirada que quema y desertifica las situaciones donde
germinan los posibles que pueden cambiar el mundo. Al partir del vacío, es el
vacío lo que siembra en el mundo; al partir de una carencia y de una falta, es
carencia y falta lo que extiende por todos lados. Nos insensibiliza hacia lo
que tendríamos que aprender a sentir y nos presenta como objeto de control
(donde se aplica la línea correcta) lo que tendríamos que aprender a habitar.
El
paradigma del habitar
5.
Vamos a llamar “paradigma del habitar” a otra
sensibilidad, otra mirada sobre la realidad y otro modo de hacer que:
-en lugar de hacer el vacío (o arrancarse los
ojos), consiste primero en percibir y “creer en el mundo” como pedía Deleuze;
-en lugar de proyectar lo que debe-ser, consiste en
detectar y entrar en contacto con los puntos de potencia (energías, fuerzas,
intensidades) que ya están ahí;
-en lugar de aplicar leyes y forzar-doblegar la realidad,
consiste en cuidar, acompañar y favorecer los distintos puntos de potencia.
6.
Creer en el mundo. Descubrimos lo real poblado de
líneas de fuerza. Ni vacío, ni “lleno” (saturado, ordenado, completo). Nos
descubrimos a nosotros mismos afectados por algunas de ellas. Nos dejamos
afectar por otras nuevas, educando una disponibilidad, una apertura…
Partimos de lo que hay, no de lo que debiera haber.
Lo que hay puede ser una inquietud, una pregunta, una intensidad, un dolor o un
sufrimiento (no asociemos demasiado deprisa la potencia con la “alegría” y “lo
bueno”). En cualquier caso, se trata de una fuerza que da lugar, nos pone en
movimiento y nos hace hacer.
Partir de lo que hay es, en cierto sentido, una
decisión no-libre. Es partir de algo no elegido, ni conquistado, sino de algo
que nos pasa (en primer lugar por el cuerpo, como vibración o afecto). Algo
tal vez involuntario, incluso “sufrido” o “pasivo”, una presión.
La libertad en el paradigma del habitar no
consistiría en la independencia del contexto, como esa libertad que alabamos en
un juez neutral, un periodista imparcial o un hombre autosuficiente. Tampoco en
el gesto heroico o audaz gracias al cual le damos la vuelta a la situación y le
imponemos nuestra voluntad, sino más bien en un cierto saber-hacer con lo
que nos hace. (Hay quien propone pensar esa imbricación profunda de
dependencia y potencia como el principio de una política en femenino, mientras
que la relación estrecha entre independencia y poder sería la marca mayor de
una política masculina, viril).
Ni arrancarse los ojos, ni aprendizaje de la
muerte, sino volver a “creer en el mundo” como lo que tenemos precisamente a la
vista (o en la yema de los dedos...). Hacer de eso que pasa y nos pasa
un principio de vida y acción.
7.
Detectar las potencias. En lo que vivimos, hay
intuiciones que se pueden desarrollar, pequeños detalles que permiten ver todo
distinto, encuentros cuyos efectos es posible prolongar. Son como olas capaces
de transportarnos, sistemas de madrigueras, energías conmutables. Quiero decir:
en cada situación hay un principio de movilidad (o muchos). No es verdad
que partir de las situaciones -depender de ellas- nos vuelva ecos pasivos del
mundo. En la materialidad de cada situación hay un potencial capaz de llevarnos
más lejos. Podemos detectarlo, escucharlo, atenderlo, entrar en contacto y
dejarnos llevar.
¿Cómo? Dos indicaciones. Por un lado, hay que darse
tiempo. Darse tiempo para ver, sentir, pensar o impregnarnos de la potencia
desconocida de una situación. Librarse de la impaciencia, de la insatisfacción
constante hacia todo que es el afecto que domina nuestra relación con las cosas
en el paradigma del gobierno. Darnos tiempo para aprehender los posibles que
nacen o se abren.
Por otro lado, se trata de inventar dispositivos
de intensificación para ver-sentir más y mejor lo que hay. “Filmar para
ver” es el sugestivo título de un libro del director Jean-Louis Comolli sobre
cine. La sensibilidad no es un dato natural, no se trata aquí de ninguna
oposición entre naturaleza y artificio. Necesitamos toda clase de artificios y
disciplinas que recreen nuestra mirada, refinen nuestra sensibilidad, afilen
nuestra atención hacia lo existente. La transformación social es
indisociablemente política y cultural.
8.
Acompañar las situaciones. La potencia no crece sola, hay
que elaborarla y expandirla. Elaborar significa dar vía y continuidad
(con imágenes, con gestos, con palabras, con consignas de acción) a una
determinada intensidad que nos atravesó. Expandir significa acompañar la
potencia e incrementarla, llevarla hasta donde podamos, compartirla o
generalizarla, reconvertirla o transformarla. Porque lo que simplemente se
conserva, se extingue y muere.
Aquí también es una cuestión de dispositivos
concretos. Sabemos que hay dispositivos malos conductores de la energía: la
bloquean al canalizarla muy rígidamente suponiéndole un autor, un origen, un
propietario, un patrón, unos cauces o caminos obligatorios, etc. Son las
instituciones del paradigma del gobierno, empeñadas en "enderezar" la
realidad. En cambio, los dispositivos buenos conductores de la energía son
aquellos que la dejan pasar: regiones de tránsito y no acumuladores. Y
la relanzan, prolongan sus efectos e inducen nuevas metamorfosis:
transformadores y no estabilizadores.
9.
El paradigma del habitar parte de la pluralidad y
autonomía de las situaciones (precisamente el "tiempo, los lugares y las
circunstancias” que sobrevuela el paradigma del gobierno) .
En y desde el paradigma del gobierno, las
situaciones concretas no tienen sentido o valor en sí mismas, sólo en
referencia al Plan Estratégico que les da unidad, sentido y dirección. La
diversidad infinita de las situaciones se percibe como un obstáculo:
“fragmentación”, “dispersión”. Su potencia intrínseca (lo que cada una puede
generar, crear, dar lugar) se desdeña y desatiende: su razón de ser está fuera
de ellas mismas (son partes de un todo, medios para fines). Es lo que se llama
“lógica transitiva” por la cual A no tiene más sentido y valor que el de llevarnos
a B. Sentido siempre diferido, exterior, in absentia.
El Partido de masas arraiga en las distintas
situaciones (“frentes” o “sectores”), pero no deduce de ellas lo que debe
hacerse (¡sería un error óptico!), sino desde una estrategia global y de conjunto.
Los militantes de partido aplican, en las situaciones concretas, las respuestas
generales. El militante es de hecho este ser siempre escindido dolorosamente:
inmerso en los distintos contextos (el barrio, la fábrica), pero sin pensar
desde ellos (creer, detectar y acompañar), sino desde Otro Sitio.
Se gobierna desde el cielo, homogéneo y vacío. Se
habita en la tierra, poblada y múltiple. En y desde el paradigma del habitar, no
hay nada más que el infinito de las situaciones concretas. Cada una de ellas
tiene el centro de gravedad en sí misma. No sirven o remiten a otra cosa, ni
son personajes en una obra que Otro escribió. Crean sentido, no lo reciben. Y
no les falta nada, salvo tal vez atención, tiempo, cuidado y deseo.
10.
¿Estamos condenados, al asumir la multiplicidad y
la autonomía de las situaciones como potencias y no obstáculos, a la
“fragmentación” y la “dispersión”?
Es la alternativa que se nos propone desde el
paradigma del gobierno: “o yo o el caos”. O el Partido –el cerebro de un
cuerpo- o la babelización y la entropía. En y desde el paradigma del habitar,
podemos reimaginar el problema de la “organización” (y todos los demás: la
estrategia, la temporalidad, la disciplina, el compromiso, etc.) desde otro
sitio, fuera de esa alternativa: en este caso, como tejido artesanal de
potencias situadas.
Hay que afirmar primero lo siguiente: en la piel
del habitar (en el conjunto infinito de las situaciones) existen ya mil
articulaciones. La piel es eso. Pero cuando sobre la realidad se superponen
las ideas de organización del paradigma del gobierno (la “acumulación de
fuerzas”, el “frente de masas”), esas articulaciones quedan invisibilizadas,
negadas, desatendidas. De nuevo: lo que se ve no es lo que pasa, lo que pasa es
lo que debería pasar.
En la tienda de campaña o el búnker (los “lugares
vacíos” de la estrategia y la guerra) los generales alucinan sobre un mapa los
movimientos de sus tropas. Pero no hay tropas, no hay mapa, no hay
generales, no hay tienda de campaña. Existe sólo una maraña de relaciones
sin centro, un ensamble nunca fijo de miles de articulaciones de piezas
singulares.
Mil articulaciones singulares que se tejen
artesanalmente (una a una) y desde dentro, es decir, a partir de corrientes de simpatía.
Mil articulaciones que no remiten a un centro
ordenador o a un relato unificador, sino en todo caso a ficciones comunes
que funcionan como lentes de aumento y amplificadores de lo que hay.
Mil articulaciones entre las que no se puede
reconocer el polo activo y el pasivo (intelectuales/masas, núcleo
irradiador/pueblo). Los agitadores de la piel son parte de la piel misma,
polarizaciones provisionales de su fuerza, liderazgos situados, concretos e
internos.
Si el Partido es un dispositivo de filtramiento y
exclusión (qué trozos seccionados de la realidad son "verdaderos", es
decir, "sirven al Plan"), desde el paradigma del habitar se trata
sobre todo de engendrar y crear realidad, añadir más y más pedazos al patchwork
infinito de posibilidades que es el mundo común, multiplicar las relaciones y
las conexiones.
Dicho más concretamente: extender y hacer más
densa, más rica y más compleja la telaraña de la autoorganización. Habitar
plenamente. Poblarlo todo.
** Como todos mis textos, esto que has leído es
un patchwork de intuiciones, citas y autores tejido amorosamente. Las
influencias más fuertes aquí son:
Para todo lo que tiene que ver con el paradigma del
gobierno, mi referencia absoluta es la obra entera (y las clases que tanto
disfruté) de Carlos Fernández Liria. Quizá puede señalarse en concreto: “¿Para qué sirven los
filósofos?”
Sobre el paradigma del habitar, las cinco
aportaciones más importantes que se encuentran zurcidas aquí son:
-François Jullien: Tratado
de la eficacia.
-Diego Sztulwark y Miguel Benasayag: Política y
situación. De la potencia al contrapoder.
-Comité Invisible: A
nuestros amigos.
-Cornelius Castoriadis:
Marxismo y teoría revolucionaria.
-Jean-François Lyotard: Economía
libidinal.
Y por supuesto las conversaciones con los amigos:
Raquel, Susana, Pepe, Jacobo, Manuel, Juan, Marta, Diego...
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