(01 de mayo de 2016)
Por Miguel Aragón
Entre el frente unido del pueblo peruano, el movimiento socialista
peruano y el proyecto de partido socialista del Perú, han existido y existen
relaciones de interacción dialécticas, y este 1° de mayo es una fecha oportuna
para ordenar algunas ideas sobre esas relaciones.
I
En la mayoría de los
países industrialmente desarrollados (como en los países ubicados en la parte
occidental de Europa), así como en los países industrialmente menos
desarrollados (como en los países ubicados en la parte oriental de Europa, en
Asía, en el sur y el centro de América, y en África), la formación del
movimiento socialista ha precedido a la formación de los partidos socialistas.
Y mientras los
movimientos socialistas son movimientos permanentes, que por su
propio carácter amplio y flexible mantienen su continuidad tanto en los flujos
como en los reflujos de las luchas del movimiento proletario, por el
contrario, los partidos socialistas son formas de organización temporales,
que se forjan en circunstancias concretas obedeciendo a necesidades
específicas del momento. Ya Mariátegui, en julio de 1918, hacía la siguiente
constatación “Los partidos no son eternos. Responden a una necesidad o una
aspiración transitorias como todas las necesidades y aspiraciones. Una vez que
desaparece el motivo de su existencia desaparece su fuerza” (Ver JCM, La
reorganización de los grupos políticos, en revista Nuestra Época N° 2, pag. 01,
julio de 1918) .
Cumplidos sus
objetivos concretos para los cuales se formaron, los partidos
socialistas después de un tiempo se extinguieron, ya sea en forma voluntaria
(por autodisolución consciente, como ocurrió con la Liga Comunista
dirigida por Marx y Engels, que existió entre 1847 y 1852), o desaparecieron en
forma involuntaria (por extinción inconsciente, como ha ocurrido en los últimos
treinta años con la mayoría de los partidos socialistas o comunistas formados
en el continente europeo, agrupaciones que inicialmente eran consideradas
secciones de la Internacional Comunista).
En la mayoría de
países en los cuales hay movimientos proletarios también se han formado y
existen movimientos socialistas, pero no en todos estos países
existen partidos socialistas. Y es que, todavía no entendemos que las formas de
organización partidaria socialista, entendidas como máquinas de combate,
obedecen a necesidades concretas, necesidades surgidas en condiciones de
agudización extrema de la lucha de clases, de formación de una
situación revolucionaria y de maduración de la crisis revolucionaria. Los
partidos socialistas efectivos (no los formales), no se formaron en cualquier
momento, por capricho del azar, ni por decisiones personales de tal o
cual líder, sino que se formaron por necesidades sociales y políticas del
proletariado de cada país. Así ocurrió en el pasado con la Liga Comunista
dirigida por Marx y Engels, que se formó para afrontar la lucha del
proletariado en la situación revolucionaria surgida en varios países
europeos a mediados del siglo XIX, y así ocurrió también con el Partido
Obrero Socialdemócrata Ruso dirigido por Lenin, partido formado
a comienzos del siglo XX para afrontar la lucha del proletariado en la
situación revolucionaria surgida en la vieja Rusia zarista de esos tiempos.
.
II
De igual manera,
podemos observar, que en algunos países la formación del movimiento
socialista ha precedido históricamente a la formación del frente unido de
trabajadores, como ocurrió por ejemplo con la Asociación Internacional de
Trabajadores (1863) dirigida por Marx y Engels, que no fue una organización
partidaria comunista como todavía suponen algunos confundidos, sino que fue una
organización frente unitaria. Mientras que, en otros países la formación
del frente unido de los trabajadores ha precedido a la formación del movimiento
socialista, y esta organización del movimiento socialista, a su vez, ha
precedido a los preparativos para la formación del partido socialista, como es
el caso de la experiencia peruana.
En el Perú el
frente unido de los trabajadores, entendido como “acción contingente, concreta,
práctica”, como “actitud solidaria ante un problema concreto”, existe desde el
lejano año de 1905, y el movimiento socialista existe desde el año
1918, pero hasta el presente no se ha constituido el partido socialista del
Perú, tarea que todavía sigue pendiente. Entonces, partiendo de la experiencia
peruana y de la experiencia de otros países, queda claro, que para la formación
del movimiento socialista y para la formación del frente unido, no es necesaria
la existencia previa del “partido”.
Precisamente hoy día, en esta nueva conmemoración del 1° de mayo, es
necesario recordar que el 1° de mayo de 1905, hace 111 años, el destacado
intelectual y luchador libertario Manuel González Prada expuso en el local de
la Federación de Obreros Panaderos en Lima, su llamamiento El Intelectual y
el Obrero (más abajo trascribo el texto de ese llamamiento a la acción
conjunta)
En ese histórico
evento del 1° de mayo de 1905, en Lima y en el Perú, comenzó a tomar
forma el frente unido de los trabajadores manuales y los trabajadores
intelectuales, primera forma real y efectiva, no imaginaria, del frente
unido del pueblo peruano.
En esa oportunidad
González Prada hizo el llamamiento para que los intelectuales y los obreros
caminaran inseparablemente unidos: “no hay diferencia de jerarquía entre el
pensador que labora con la inteligencia y el obrero que trabaja con las manos,
que el hombre de bufete y el hombre de taller, en vez de marchar separados y
considerarse enemigos, deben caminar inseparablemente unidos”
Ese llamamiento tuvo gran repercusión e influencia en los sectores más
conscientes y combativos de los obreros e intelectuales en las primeras
décadas del siglo pasado. A partir de 1905 la historia de la lucha social en el
Perú registra numerosos testimonios de la acción conjunta de
ambos sectores, y es en las filas de ese frente unido realmente existente,
que en el año 1918 van a formarse los primeros contingentes del movimiento
socialista peruano.
A comienzos del año 1918 con la participación de César Falcón, José Carlos
Mariátegui, Félix del Valle, Humberto del Águila, y otros intelectuales y
obreros, se constituyó el Comité Editor de la revista Nuestra Época,
revista cuyos primeros y únicos números se publicaron en los meses de
junio y julio de ese año. El comité editor de la revista Nuestra Época
fue el primer embrión del naciente movimiento socialista peruano, agrupamiento
que casi de inmediato, dio forma al masivo y combativo Comité de
Propaganda y Concentración Socialista constituido en noviembre de
1918.
Con la formación del movimiento socialista peruano a partir de 1918, no
desapareció, ni se suplantó, al frente de trabajadores manuales y trabajadores
intelectuales, sino todo lo contrario. El trabajo del frente unido se
potenció enormemente y se reorientó en los años siguientes.
En 1923, Mariátegui
regresó de Europa “con el propósito de trabajar por la organización de un
partido de clase”, pero desde fines de junio de 1923, el trabajo de
Mariátegui principalmente fue un trabajo frente unitario. Dentro
de esa actividad se inscriben su participación directa en la Universidad
Popular (1923-1924), el trabajo de propaganda realizado primero en la
revista Claridad (1923-1924), después en la revista Amauta (1926-1930), y en el
periódico Labor (1928-1929), así como su participación directa en la
formación de la CGTP y en otras organizaciones frente unitarias. En 1929
Mariátegui reivindicó y publicó en uno de los números del periódico Labor
el llamamiento El Intelectual y el Obrero, escrito por Manuel
González Prada.
(A continuación trascribo el discurso
de Manuel González Prada)
EL INTELECTUAL Y EL
OBRERO
Por Manuel González Prada,
Horas de lucha
(Discurso leído el l
de mayo de 1905 en la
Federación de Obreros
Panaderos)
I
Señores:
No sonrían si comenzamos por traducir
los versos de un poeta.
"En
la tarde de un día cálido, la Naturaleza se adormece a los rayos del Sol, como
una mujer extenuada por las caricias de su amante.
"El gañán, bañado de sudor y jadeante, aguijonea los bueyes; mas de súbito se detiene para decir a un joven que llega entonando una canción:
"-¡Dichoso tú! Pasas la vida cantando mientras yo, desde que nace el Sol hasta que se pone, me canso en abrir el surco y sembrar el trigo.
"-¡Cómo te engañas, oh labrador! responde el joven poeta. Los dos trabajamos lo mismo y podemos decirnos hermanos; porque, si tú vas sembrando en la tierra, yo voy sembrando en los corazones. Tan fecunda tu labor como la mía: los granos de trigo alimentan el cuerpo, las canciones del poeta regocijan y nutren el alma".
"El gañán, bañado de sudor y jadeante, aguijonea los bueyes; mas de súbito se detiene para decir a un joven que llega entonando una canción:
"-¡Dichoso tú! Pasas la vida cantando mientras yo, desde que nace el Sol hasta que se pone, me canso en abrir el surco y sembrar el trigo.
"-¡Cómo te engañas, oh labrador! responde el joven poeta. Los dos trabajamos lo mismo y podemos decirnos hermanos; porque, si tú vas sembrando en la tierra, yo voy sembrando en los corazones. Tan fecunda tu labor como la mía: los granos de trigo alimentan el cuerpo, las canciones del poeta regocijan y nutren el alma".
Esta poesía
nos enseña que se hace tanto bien al sembrar trigo en los campos como al
derramar ideas en los cerebros, que no hay diferencia de jerarquía entre el
pensador que labora con la inteligencia y el obrero que trabaja con las manos,
que el hombre de bufete y el hombre de taller, en vez de marchar separados y
considerarse enemigos, deben caminar inseparablemente unidos.
Pero
¿existe acaso una labor puramente cerebral y un trabajo exclusivamente manual?
Piensan y cavilan: el herrero al forjar una cerradura, el albañil al nivelar
una pared, el tipógrafo al hacer una compuesta, el carpintero al ajustar un
ensamblaje, el barretero al golpear en una veta; hasta el amasador de barro
piensa y cavila. Sólo hay un trabajo ciego y material -el de la máquina; donde
funciona el brazo de un hombre, ahí se deja sentir el cerebro. Lo contrario
sucede en las faenas llamadas intelectuales: a la fatiga nerviosa del cerebro
que imagina o piensa, viene a juntarse el cansancio muscular del organismo que
ejecuta. Cansan y agobian: al pintor los pinceles, al escultor el cincel, al
músico el instrumento, al escritor la pluma; hasta al orador le cansa y agobia
el uso de la palabra. ¿Qué menos material que la oración y el éxtasis? Pues
bien: el místico cede al esfuerzo de hincar las rodillas y poner los brazos en
cruz.
Las obras
humanas viven por lo que nos roban de fuerza muscular y de energía nerviosa. En
algunas líneas férreas, cada durmiente representa la vida de un hombre. Al
viajar por ellas, figurémonos que nuestro wagón se desliza por rieles clavados
sobre una serie de cadáveres; pero al recorrer museos y bibliotecas,
imaginémonos también que atravesarnos una especie de cementerio donde cuadros,
estatuas y libros encierran no sólo el pensamiento sino la vida de los autores.
Ustedes
(nos dirigimos únicamente a los panaderos), ustedes velan amasando la harina,
vigilando la fermentación de la masa y templando el calor de los hornos. Al
mismo tiempo, muchos que no elaboran pan velan también, aguzando su cerebro,
manejando la pluma y luchando con las formidables acometidas del sueño: son los
periodistas. Cuando en las primeras horas de la mañana sale de las prensas el
diario húmedo y tentador, a la vez que surge de los hornos el pan oloroso y
provocativo, debemos demandarnos: ¿quién aprovechó más su noche, el diarista o
el panadero?
Cierto,
el diario contiene la enciclopedia de las muchedumbres, el saber propinado en
dosis homeopáticas, la ciencia con el sencillo ropaje de la vulgarización, el
libro de los que no tienen biblioteca, la lectura de los que apenas saben o
quieren leer. Y ¿el pan? símbolo de la nutrición o de la vida, no es la
felicidad, pero no hay felicidad sin él. Cuando falta en el hogar, produce la
noche y la discordia; cuando viene, trae la luz y la tranquilidad: el niño le
recibe con gritos de júbilo, el viejo con una sonrisa de satisfacción. El
vegetariano que abomina de la carne infecta y criminal, le bendice como un
alimento sano y reparador. El millonario que desterró de su mesa el agua pura y
cristalina, no ha podido sustituirle ni alejarle. Soberanamente se impone en la
morada de un Rothschild1 y en el tugurio de un mendigo. En los lejanos tiempos de la fábula, las
reinas cocían el pan y les daban de viático a los peregrinos hambrientos; hoy
le amasan los plebeyos y, como signo de hospitalidad, le ofrecen en Rusia a los
zares que visitan una población. Nicolás II y toda su progenie de tiranos dicen
cómo al ofrecimiento se responde con el látigo, el sable y la bala.
Si el
periodista blasonara de realizar un trabajo más fecundo, nosotros le
contestaríamos: sin el vientre no funciona la cabeza; hay ojos que no leen, no
hay estómagos que no coman.
II
Cuando
preconizamos la unión o alianza de la inteligencia con el trabajo no
pretendemos que a título de una jerarquía ilusoria, el intelectual se erija en
tutor o lazarillo del obrero. A la idea que el cerebro ejerce función más noble
que el músculo, debemos el régimen de las castas: desde los grandes imperios de
Oriente, figuran hombres que se arrogan el derecho de pensar, reservando para
las muchedumbres la obligación de creer y trabajar.
Los
intelectuales sirven de luz; pero no deben hacer de lazarillos, sobre todo en
las tremendas crisis sociales donde el brazo ejecuta lo pensado por la cabeza.
Verdad, el soplo de rebeldía que remueve hoy a las multitudes, viene de
pensadores o solitarios. Así vino siempre. La justicia nace de la sabiduría,
que el ignorante no conoce el derecho propio ni el ajeno y cree que en la
fuerza se resume toda la ley del Universo. Animada por esa creencia, la
Humanidad suele tener la resignación del bruto: sufre y calla, Mas de repente,
resuena el eco de una gran palabra, y todos los resignados acuden al verbo
salvador, como los insectos van al rayo de Sol que penetra en la oscuridad del
bosque.
El mayor
inconveniente de los pensadores -figurarse que ellos solos poseen el acierto y
que el mundo ha de caminar por donde ellos quieran y hasta donde ellos ordenen.
Las revoluciones vienen de arriba y se operan desde abajo. Iluminados por la
luz de la superficie, los oprimidos del fondo ven la justicia y se lanzan a
conquistarla, sin detenerse en los medios ni arredrarse con los resultados.
Mientras los moderados y los teóricos se imaginan evoluciones geométricas o se
enredan en menudencias y detalles de forma, la multitud simplifica las
cuestiones, las baja de las alturas nebulosas y las confina en terreno
práctico. Sigue el ejemplo de Alejandro: no desata el nudo, le corta de un
sablazo.
¿Qué
persigue un revolucionario? influir en las multitudes, sacudirlas, despertarlas
y arrojarlas a la acción. Pero sucede que el pueblo, sacado una vez de su
reposo, no se contenta con obedecer el movimiento inicial, sino que pone en
juego sus fuerzas latentes, marcha y sigue marchando hasta ir más allá de lo
que pensaron y quisieron sus impulsores. Los que se figuraron mover una masa
inerte, se hallan con un organismo exuberante de vigor y de iniciativa; se ven
con otros cerebros que desean irradiar su luz, con otras voluntades que quieren
imponer su ley2. De ahí un fenómeno muy general en la Historia: los hombres que al
iniciarse una revolución parecen audaces y avanzados, pecan de tímidos y
retrógrados en el fragor de la lucha o en las horas del triunfo. Así, Lutero
retrocede acobardado al ver que su doctrina produce el levantamiento de los
campesinos alemanes; así, los revolucionarios franceses se guillotinan unos a
otros porque los unos avanzan y los otros quieren no seguir adelante o
retrogradar. Casi todos los revolucionarios y reformadores, se parecen a los
niños: tiemblan con la aparición del ogro que ellos solos evocaron a fuerza de
chillidos. Se ha dicho que la Humanidad, al ponerse en marcha, comienza por
degollar a sus conductores; no comienza por el sacrificio pero suele acabar con
el ajusticiamiento, pues el amigo se vuelve enemigo, el propulsor se transforma
en rémora.
Toda
revolución arribada tiende a convertirse en gobierno de fuerza, todo
revolucionario triunfante degenera en conservador. ¿Qué idea no se degrada en
la aplicación? ¿Qué reformador no se desprestigia en el poder? Los hombres
(señaladamente los políticos) no dan lo que prometen, ni la realidad de los
hechos corresponde a la ilusión de los desheredados. El descrédito de una
revolución empieza el mismo día de su triunfo; y los deshonradores son sus
propios caudillos.
Dado una
vez el impulso, los verdaderos revolucionarios deberían seguirle en todas sus
evoluciones. Pero modificarse con los acontecimientos, expeler las convicciones
vetustas y asimilar las nuevas, repugnó siempre al espíritu del hombre, a su
presunción de creerse emisario del porvenir y revelador de la verdad
definitiva. Envejecemos sin sentirlo, nos quedamos atrás sin notarlo,
figurándonos que siempre somos jóvenes y anunciadores de lo nuevo, no
resignándonos a confesar que el venido después de nosotros abarca más horizonte
por haber dado un paso más en la ascensión de la montaña. Casi todos vivimos
girando alrededor de féretros que tomamos por cunas o morimos de gusanos, sin
labrar un capullo ni transformarnos en mariposa. Nos parecemos a los marineros
que en medio del Atlántico decían a Colón: No proseguiremos el viaje porque
nada existe más allá. Sin embargo, más allá estaba la América.
Pero, al
hablar de intelectuales y de obreros, nos hemos deslizado a tratar de
revolución. ¿Qué de raro? Discurrimos a la sombra de una bandera que tremola
entre el fuego de las barricadas, nos vemos rodeados por hombres que tarde o
temprano lanzarán el grito de las reivindicaciones sociales, hablamos el 1 de
mayo, el día que ha merecido llamarse la pascua de los revolucionarios3. La celebración de esta pascua, no sólo aquí sino en todo el mundo
civilizado, nos revela que la Humanidad cesa de agitarse por cuestiones
secundarias y pide cambios radicales. Nadie espera ya que de un parlamento
nazca la felicidad de los desgraciados ni que de un gobierno llueva el maná
para satisfacer el hambre de todos los vientres. La oficina parlamentaria
elabora leyes de excepción y establece gabelas que gravan más al que posee
menos; la máquina gubernamental no funciona en beneficio de las naciones, sino
en provecho de las banderías dominantes4.
Reconocida
la insuficiencia de la política para realizar el bien mayor del individuo, las
controversias y luchas sobre formas de gobierno y gobernantes, quedan relegadas
a segundo término, mejor dicho, desaparecen. Subsiste la cuestión social, la
magna cuestión que los proletarios resolverán por el único medio eficaz -la
revolución. No esa revolución local que derriba presidentes o zares y convierte
una república en monarquía o una autocracia en gobierno representativo; sino la
revolución mundial, la que borra fronteras, suprime nacionalidades y llama la
Humanidad a la posesión y beneficio de la tierra.
III
Si antes
de concluir fuera necesario resumir en dos palabras todo el jugo de nuestro
pensamiento, si debiéramos elegir una enseña luminosa para guiarnos rectamente
en las sinuosidades de la existencia, nosotros diríamos: Seamos justos.
Justos con la Humanidad, justos con el pueblo en que vivimos, Justos con la
familia que formamos y justos con nosotros mismos, contribuyendo a que todos
nuestros semejantes cojan y saboreen su parte de felicidad, pero no dejando de
perseguir y disfrutar la nuestra.
La
justicia consiste en dar a cada hombre lo que legítimamente le corresponde;
démonos, pues, a nosotros mismos la parte que nos toca en los bienes de la
Tierra. El nacer nos impone la obligación de vivir, y esta obligación nos da el
derecho de tomar, no sólo lo necesario, sino lo cómodo y lo agradable. Se
compara la vida del hombre con un viaje en el mar. Si la Tierra es un buque y
nosotros somos pasajeros, hagamos lo posible para viajar en primera clase,
teniendo buen aire, buen camarote y buena comida, en vez de resignarnos a
quedar en el fondo de la cala, donde se respira una atmósfera pestilente, se
duerme sobre maderos podridos por la humedad y se consume los desperdicios de
bocas afortunadas. ¿Abundan las provisiones? pues todos a comer según su
necesidad. ¿Escasean los víveres? pues todos a ración, desde el capitán hasta
el ínfimo grumete.
La
resignación y el sacrificio, innecesariamente practicados, nos volverían
injustos con nosotros mismos. Cierto, por el sacrificio y la abnegación de
almas heroicas, la Humanidad va entrando en el camino de la justicia. Más que
reyes y conquistadores, merecen vivir en la Historia y en el corazón de la
muchedumbre los simples individuos que pospusieron su felicidad a la felicidad
de sus semejantes, los que en la arena muerta del egoísmo derramaron las aguas
vivas del amor. Si el hombre pudiera convertirse en sobrehumano, lo conseguiría
por el sacrificio. Pero el sacrificio tiene que ser voluntario. No puede
aceptarse que los poseedores digan a los desposeídos: sacrifíquense y ganen el
cielo, en tanto que nosotros nos apoderamos de la Tierra.
Lo que
nos toca, debemos tomarlo porque los monopolizadores, difícilmente nos lo
concederán de buena fe y por un arranque espontáneo. Los 4 de agosto encierran
más aparato que realidad: los nobles renuncian a un privilegio, y en seguida
reclaman dos; los sacerdotes se despojan hoy del diezmo, y mañana exigen el
diezmo y las primicias. Como símbolo de la propiedad, los antiguos romanos
eligieron el objeto más significativo -una lanza, Este símbolo ha de
interpretarse así: la posesión de una cosa no se funda en la justicia sino en
la fuerza; el poseedor no discute, hiere; el corazón del propietario encierra
dos cualidades del hierro: dureza y frialdad. Según los conocedores del idioma
hebreo, Caín significa el primer propietario. No extrañemos si un
socialista del siglo XIX, al mirar en Caín el primer detentador del suelo y el
primer fratricida, se valga de esa coincidencia para deducir una pavorosa
conclusión: La propiedad es el asesinato5.
Pues
bien: si unos hieren y no razonan, ¿qué harán los otros? Desde que no se niega
a las naciones el derecho de insurrección para derrocar a sus malos gobiernos,
debe concederse a la Humanidad ese mismo derecho para sacudirse de sus
inexorables explotadores. Y la concesión es hoy un credo universal:
teóricamente, la revolución está consumada porque nadie niega las iniquidades
del régimen actual, ni deja de reconocer la necesidad de reformas que mejoren
la condición del proletariado. (¿No hay hasta un socialismo católico?)
Prácticamente, no lo estará sin luchas ni sangre porque los mismos que
reconocen la legitimidad de las reivindicaciones sociales, no ceden un palmo en
el terreno de sus conveniencias: en la boca llevan palabras de justicia, en el
pecho guardan obras de iniquidad.
Sin
embargo, muchos no ven o fingen no ver el movimiento que se opera en el fondo
de las modernas sociedades. Nada les dice la muerte de las creencias, nada el
amenguamiento del amor patrio, nada la solidaridad de los proletarios, sin
distinción de razas ni de nacionalidades. Oyen un clamor lejano, y no
distinguen que es el grito de los hambrientos lanzados a la conquista del pan;
sienten la trepidación del suelo, y no comprenden que es el paso de la
revolución en marcha respiran en atmósfera saturada por hedores de cadáver, y
no perciben que ellos y todo el mundo burgués son quienes exhalan el olor a
muerto.
Mañana,
cuando surjan olas de proletarios que se lancen a embestir contra los muros de
la vieja sociedad, los depredadores y los opresores palparán que les llegó la
hora de la batalla decisiva y sin cuartel. Apelarán a sus ejércitos, pero los
soldados contarán en el número de los rebeldes; clamarán al cielo, pero sus
dioses permanecerán mudos y sordos. Entonces huirán a fortificarse en castillos
y palacios, creyendo que de alguna parte habrá de venirles algún auxilio. Al
ver que el auxilio no llega y que el oleaje de cabezas amenazadoras hierve en
los cuatro puntos del horizonte, se mirarán a las caras y sintiendo piedad de
sí mismos (los que nunca la sintieron de nadie) repetirán con espanto: ¡Es
la inundación de los bárbaros! Mas una voz, formada por el estruendo
de innumerables voces, responderá: No somos la inundación de la
barbarie, somos el diluvio de la justicia.
Esta edición ©2010 Thomas Ward
.
1Mayer Anselm
Rothschild (1743-1812) cambista judío de mucha fama y fortuna. Debido a sus
esfuerzos su familia se hizo famosa y poderosa en la industria bancaria [TW].
2González Prada
no siempre pensó de esta manera. Todavía en Páginas libres pensó que las
revoluciones venían de arriba. Considerese lo que dice en su ensayo sobre la
Revolución Francesa, “La Revolución, la buena Revolución, se mostró siempre
intelijente: fue un movimiento libre de hombres pensadores, no arranque ciego
de multitudes inconscientes”. Véase, Manuel González Prada, Pájinas libres,
3a. ed. Lima, Editorial P.T.C.M. 1946, págs. 276-7.
3Por razones no
tan difíciles de precisar, no se celebra el 1 de mayo en los Estados Unidos
[TW].
4González Prada
distingue entre Estado (políticos y la maquinaria que emplean) y nación (el
pueblo) [TW].
5Esta idea tiene
su origen en Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) el primer francés en declarar,
"yo soy anarquista". El mantiene que la propiedad es un robo (I: 13)
o un suicidio (I: 223). Pierre-Joseph Proudhon, Oeuvres Complètes, 26
tomos, Paris: Librairie Internationale, 1873. González Prada radicaliza esta
proposición afirmando que “la propiedad es el asesinato”. Estudio esta
influencia en González Prada dentro de su contexto ideológico en Thomas Ward, La
anarquía inmanentista de Manuel González Prada, Lima: Editorial
Horizonte/Universidad Ricardo Palma, 2001, pág. 191 [TW].
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