Marco
A. Gandásegui h.
ALAI
AMLATINA, 09/06/2016.- EEUU es un país con 300 millones de
habitantes,
con la economía más grande del mundo, moviliza las fuerzas
armadas más
poderosas sobre la tierra y tiene la ‘máquina’
propagandística-cultural más
rica en la historia de la humanidad. Para manejar este enorme
poderío ha tejido
a lo largo de décadas, más de dos siglos, un aparato político
capaz de
enfrentar retos y movilizar millones de personas. El sofisticado
engranaje es
la llamada democracia.
El núcleo central de este
complejo sistema lo
controla un conjunto de instituciones e individuos que en EEUU
es identificado
como el “establishment”. Son los guardianes del orden
establecido y son los
responsables de mantener la hegemonía sobre los diferentes
sectores del país de
tal manera que los cambios no perjudiquen los intereses creados.
Cada cuatro
años convocan elecciones para elegir líderes políticos,
incluyendo al
presidente de EEUU.
El proceso es supervisado por
el establishment
para garantizar que no se produzcan sorpresas y no sean elegidos
candidatos que
se salgan de las normas aceptadas.
Entre las normas, la más
importante es
garantizar la reproducción del sistema que protege los resortes
económicos de
propiedad y represión (violencia). Para lograr este fin, el
establishment
cuenta con dos partidos políticos: uno más conservador
(Republicano) y el otro
más liberal (Demócrata).
En la campaña electoral de
2016 salió a
relucir dentro del Partido Republicano una masa electoral que
respaldó al
candidato menos comprometido con el orden tradicional: Donald J.
Trump. Su
mensaje se dirige a una población electoral de hombres ‘blancos’
frustrados sin
empleo, sin vivienda propia y sin seguridad social. Esa masa
sorprendió a los
‘expertos’ y arrasó en las primarias. Le dio a Trump los
delegados que lo van a
coronar candidato Republicano.
Los ‘conservadores’ que
planteaban políticas
de austeridad fiscal, así como servicios de salud y educación
privados fueron
desplazados por Trump. El candidato multimillonario de Nueva
York no le hizo
caso a los postulados del segmento conservador del Partido
Republicano.
Incluso, durante las primarias, fue ambiguo en muchos puntos
sacrosantos para
las iglesias evangélicas (aliadas estratégicas del Partido
Republicano). En
cambio, Trump arremetió contra los migrantes mexicanos, los
afronorteamericanos, las mujeres y los musulmanes. Prometió
acabar con los
tratados de libre comercio, destruir militarmente al ‘Estado
Islámico’ y
“rescatar nuevamente la grandeza de EEUU”.
Trump parece entender que las
capas medias
norteamericanas que constituían la base de los partidos
políticos de EEUU,
durante la segunda mitad del siglo XX, en la práctica han
desparecido. Logró
conectar con el votante medio norteamericano que quiere rescatar
un imaginario del
pasado que pareciera mejor. Este sector del electorado cree que
los migrantes,
las mujeres y los musulmanes son sus enemigos.
El mensaje de Trump logró
despertar este
sector de la derecha política que no tenía un abanderado.
Rechazan, igual que
Trump, a los empresarios que exportaron sus empleos a otros
países. Durante las
primarias Trump desplazó el centro tradicional de la derecha
norteamericana a
posiciones más radicales. La estrategia de Trump será, a partir
de junio,
atraer a los jóvenes frustrados del Partido Demócrata que apoyan
al senador
Bernie Sanders. Cree que éstos no apoyarán a la candidata
demócrata Hilary
Clinton, que consideran demasiada comprometida con el status
quo.
Si
Trump gana las elecciones, cuenta con el apoyo estratégico de un
relativamente
pequeño pero poderoso sector del establishment que ha sido
marginado del poder
desde los tiempos de Nixon. Se trata de los antiguos capitanes
de la industria
norteamericana desplazados por el sector financiero
‘globalizado’. En política
exterior, Trump es ‘alumno’ de Henry Kissinger quien promueve un
acercamiento a
Rusia, contrario a la posición prevaleciente en los círculos
dominantes de
EEUU.
Trump quiere convertir a
Rusia en un aliado
“subordinado” igual que las otras antiguas potencias europeas.
Incluso,
visualiza a la OTAN moviendo sus tropas del centro de Europa
hasta las
fronteras de China. Es la política de ‘contención’ tan
acariciada por Kissinger
en sus buenos tiempos.
Ideológicamente, Trump es un
populista de
derecha, que movilizará a los norteamericanos contra los
partidos políticos
como una táctica para las elecciones, pero no creará un
movimiento político
capaz de retar el establishment. En este sentido, Trump no tiene
una agenda
política fascista, aunque su discurso lo aparenta.
Si llega a la Presidencia,
Trump dice que sus
proyectos serán pagados por trabajadores extranjeros. Sin
embargo, serán los
trabajadores norteamericanos que llevarán la mayor parte de la
carga
(incremento de impuestos y pérdida de más empleos) para
financiar sus proyectos
de expansión y ‘grandeza’ que promete en sus arengas.
Panamá,
9 de junio de 2016.
- Marco A. Gandásegui, hijo,
profesor de
Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado
del Centro de
Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA)
Documento
relacionado: Las elecciones en EEUU: Una mujer vs un
especulador, por Marco
A.
Gandásegui h.
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