Álvaro García Linera
En el Manifiesto, el partido es una acción histórica prolongada que reclama materialmente a toda la clase,
a todas sus actitudes, a todas sus acciones,
a todas sus percepciones, a todas sus capacidades
creativas por dos motivos evidentes: porque la dominación del capital
es una realidad material totalizadora de la vida, que sólo puede ser remontada
también
por realidades materiales que retotalizan la vida del trabajo en función de sus propios designios; y porque la conformación de las clases no es fruto de una enunciación, aunque ello contribuya; es un resultado práctico, que atraviesa todos los espacios de la vida social.
De ahí que el concepto fuerte de partido en Marx no puede reducirse ni a la acción de una abnegada
elite esclarecida que forma su
red
de clientela política o devotos,
ni a una adquisición de conciencia, de
cultura “inyectada” a esa clientela,
para que al fin sepan lo que tienen que hacer.[1]
Esta manera falseada
de entender y practicar el “partido marxista”,
que en el último siglo
ha
sido cómplice de las derrotas revolucionarias en el mundo, en el fondo es una renovación del discurso liberal
e idealista bajo el disfraz deformado
de un supuesto
“marxismo”.[2]
Del liberalismo, porque pretende que una ruidosa elite de adeptos a algún manojo de “principios inventados por algún reformador del mundo”
sea la que suplante a la clase, a su proceso material de autoconstrucción política y cultural. Estos “representantes” del proletariado, que ejercen un
efecto ventrílocuo respecto a
la
auténtica voz multiforme del proletariado, se asignan un papel similar
al de los ideólogos del liberalismo, que consiste en elaborar
técnicas políticas de suplantación de la voluntad general, por el mando de unos “representantes” que pueden ser parlamentarios, burócratas virtuosos, o, en este caso, unas pseudovanguardias letradas.
En todos los casos, el efecto es el mismo: mantener la acción política, esto es, la gestión de
los
asuntos comunes de
la sociedad, como patrimonio privado de
unos “especialistas” del mando, del poder social.
Pero, además, se trata de un liberalismo enroscado en un idealismo
filosófico de poca monta,
en cuanto reduce, además, el problema de la construcción del partido a un asunto de ideas, discurso, tesis y programas, como si la dominación
del capital fuera simplemente una cuestión de tesis,
discursos o mala conciencia.
Escribe Marx en La sagrada familia:
Según la crítica crítica, todo el mal (que padecen los obreros)
radica exclusivamente en cómo “piensan” los obreros […].
Pero estos obreros de masas, comunistas, que trabajan, por ejemplo, en los talleres
de Manchester y Lyon, no creen que puedan eliminar mediante el “pensamiento puro” a sus amos industriales y su propia humillación práctica. Se dan cuenta muy dolorosamente de la propia
diferencia que existe entre el ser y el pensar, entre la conciencia
y la vida. Saben que la propiedad, el capital,
el dinero, el trabajo
asalariado, etc., no son precisamente
quimeras ideales de sus cerebros,
sino creaciones muy prácticas y muy materiales de su autoenajenación, que sólo podrán
ser superadas,
asimismo, de un modo práctico
y material.[3]
El capital, como relación social, es
un
hecho material que involucra
a todas las clases trabajadoras; el proceso histórico de supresión
de esta relación de subordinación, esto es, la construcción de la
clase, es también
un proceso material que compete a toda la clase. De hecho, Marx llama partido
precisamente a la
“construcción del proletariado en clase”,[4]
que no es otra cosa que un proceso de materialidad social, en la cual el trabajador comienza a producir
una nueva significación
social al valor de uso de su
trabajo, al valor de uso de su
unidad, al valor de uso de su creatividad, en síntesis, a la objetividad material de la clase. Las ideas juegan ciertamente un papel destacado en todo ello,
pues son la “parte ideal de lo material social”,[5] pero no pueden
ni suplantarla ni sustituir el resto de componentes prácticos de esa materialidad.
Los liberales
consecuentes en este sentido son mucho más consistentes en sus planteamientos; no esconden sus intenciones respecto
al interés de usurpación
de la voluntad
política popular, a la que consideran marcada por vicios o incapaz de autorrepresentarse,[6] además de ser conscientes del dominio material que tienen que refrendar políticamente. Los liberales vergonzantes
de nuestra época, en
cambio, esconden detrás de una retórica
obrerizante la anulación
del protagonismo obrero,
y se llenan la boca de un vulgar
materialismo filosófico que en verdad rinde culto a la idea
como exclusiva fuente creadora
de realidad.
Frente al liberalismo en todas sus expresiones, Marx muestra con extrema
precisión que la organización del proletariado en clase es un devenir práctico que impugna materialmente, en todos los terrenos
de la vida y por todos los medios posibles,
las condiciones de dominación social que el capital ha levantado; se trata de una deconstrucción de la identidad obrera producida por el capital
como relación de subordinación (el
obrero como capital variable), y la construcción de una nueva identidad práctica, por obra de los propios trabajadores (la libre asociación de los productores). De ahí que en la actualidad, dadas las condiciones de fragmentación mercantil en las que ha sido arrinconado el
trabajo por el desarrollo “globalizado” del capitalismo, la formación del partido
revolucionario en el gran sentido histórico puede también ser interpretada como la reconstrucción de las redes de una nueva sociedad
civil autónoma
frente al capital.
Sociedad civil, porque en sus nuevas décimas partes, ella es
hoy el mundo del trabajo
en sus múltiples maneras de existir. interunificada en red, porque
la estructura del trabajo ha alcanzado tal complejidad de estratificación
económico-cultural, que no
es
posible hablar, como en la época fordista,
de un trabajador uniformizado, homogéneo; cada fracción laboral está creando una connotación
diferente
de su identidad,
que parecería
exigir formas de interunificación similares a las neuronales, esto es,
capaces de lograr fusiones temporales y desplazables, con alto grado de densidad compacta para determinado tipo de acciones, pero preservando
a la vez un amplio
margen de independencia y de elección
aleatoria en la construcción de las redes de acción común. Por último, autónoma frente al capital, y por tanto ante el Estado del capital, porque precisamente
ahí radicó
el límite histórico de la antigua “sociedad civil”, que en parte creció a la
sombra del Estado, en parte lo impugnó, pero sólo para negociar ante él las mejores condiciones de su subordinación, esto es, el
monto del soborno social por arrancar para reafirmar la ineluctable supremacía del capital.
El partido del proletariado, para Marx y para los verdaderos comunistas de hoy, es por tanto el conjunto
de razones y de acciones prácticas, de luchas, de resistencias, de organización y estrategias individuales, colectivas, locales, nacionales e internacionales que el mundo del trabajo despliega frente a la racionalidad del valor de cambio en los terrenos
de la vida económica, política y cultural; en este
proceso histórico multiforme, que no necesariamente
requiere de vínculos externos que no sean la lucha en común, el proletariado produce su propia fisonomía económica, política y cultural,
y en ese sentido
se empieza a auto determinar socialmente.
De ahí que no resulte
extraño que en el Manifiesto Marx hable de la organización de los comunistas, a los que él pertenece, como uno más de los partidos proletarios; que llame primer partido obrero a los Cartistas ingleses, a los partidarios de la reforma agraria
en Estados Unidos, o que después hable de los Blanquistas como el auténtico partido obrero de la revolución de 1848-1850 en Francia;[7] que años después
señale a los sindicatos como los
únicos representantes de un verdadero
partido obrero;[8]
que luego de haber participado en la internacional, como un momento más de ese partido histórico, la disuelva; que en los años setenta hable de un único partido obrero alemán, a pesar de haber dos estructuras organizativas, o que en 1885, Engels
señale a la solidaridad obrera entre los obreros de todos los países
como base suficiente para formar un gran partido
del proletariado.[9]
Estos dos niveles
del partido en Marx —primero como proceso de autoconstrucción de la clase en su conjunto, y segundo, como estructura organizativa específica y efímera que se levanta sobre la primera— nos muestran
que lo decisivo del partido son los procesos
de interunificación
política de los trabajadores desde el centro de trabajo,
y de vida social frente al capital. Ahí, el partido es sinónimo
de construcción de la clase, por la acción práctica de la
propia clase, capaz de ir forjando un sentido de totalidad interpelatorio, y
luego antagónico al establecido por el régimen del capital. Es decir, la clase obrera,
en su sentido estricto de masa en estado de autodeterminación, es el partido
de la clase obrera, porque construye materialmente su propia
personalidad ante la personalidad delegada por el capital. No se es clase revolucionaria por participar en algún partido específico. Pensar de tal manera es simplemente el efecto del fetichismo de la mercancía trasmutado a la esfera
política, que convierte a los medios y los productos en fines y productores. Se es clase para-sí misma y en
esa
medida se es partido.
En 1860, Marx llamará a este partido-clase el partido en “el gran sentido
histórico de la palabra”.[10]
En cambio, el partido
como estructura organizativa específica son las expresiones fenoménicas y transitorias del proceso de la autoconstrucción política de la clase. La labor de estas estructuras, en caso
de
ser expresiones reales del movimiento, sin lugar a dudas es decisiva en cuanto
permite ayudar a unificar, en estructuras organizativas más o menos compactas, más o menos públicas
o cerradas, un flujo
de intenciones, de disposiciones prácticas latentes en el seno de la clase. Un partido, en este sentido específico, puede contribuir, solamente contribuir, a potenciar, a reforzar, a expandir, a “destacar y hacer valer”, dice el Manifiesto, el
interés común del “movimiento en su conjunto” de emancipación del trabajo.
El papel del partido en este sentido
restringido hoy en día sería, entonces, el mismo que propugnaba Marx para los comunistas de su época: impulsar, reforzar, generalizar, destacar
la autonomía obrera frente
al capital; no prescribir el rumbo que “debería”
tomar el movimiento de autoemancipación, ya que ésa es tarea de pastores que consideran a los trabajadores incapaces de liberarse por sí mismos,
no
de comunistas.[11]
“Las tesis teóricas de los
comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal
o cual reformador
del mundo.
No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente”, nos señala el Manifiesto.[12]
El partido, en este sentido específico, no inventa ni puede sustituir la lucha de clases; tan sólo puede reforzar las tendencias autodeterminativas que se dan dentro de la lucha de clases.
Los tipos de organización que asumirá este proceso de auto formación de la clase son diversos, pero también efímeros, porque son producto, resultado
de las condiciones del desarrollo de la lucha de clases, y en especial, de las condiciones reales de la
autoconstrucción histórica
del proletariado en clase frente al capital. En el marxismo no es posible hallar, por tanto,
una teoría definitiva
de la organización política, porque el marxismo no es
una
filosofía del fin de la historia.[13]
La lucha
de
las clases es un movimiento
real que se transforma incesante y aleatoriamente ante nuestros ojos, y en tal medida, las organizaciones obreras, mediante las cuales esa lucha se expresa y se constituye teóricamente, son también
modificadas por ese movimiento de fuerzas estructurales que acontece en los campos de la vida social.
En Marx no hay receta organizativa; las estructuras
fosilizadas son propiedad de las
sectas. Es en las
formas concretas en que se va tejiendo
y retejiendo el automovimiento impugnador del trabajo contra el capital donde se ha de delinear el espacio de posibles organizaciones específicas del trabajo. Es en las condiciones
materiales de la dominación histórica, de las formas de consumo
de la fuerza de trabajo, de la supeditación técnica en el
proceso de producción, que
se revolucionan incesantemente, que hay que ir a hallar las condiciones materiales de insubordinación del trabajo
y, por lo tanto, de las formas
organizativas transitorias más eficaces
para potenciar ese movimiento de emancipación.
Después que la liga [de los comunistas para la cual Marx y Engels redactaron el Manifiesto] se disolvió en noviembre de 1852 siguiendo una propuesta mía, no he pertenecido nunca,
ni pertenezco, a ninguna
asociación secreta o pública,
ya que el partido,
en este sentido totalmente efímero, ha dejado
de existir para mí
desde hace ocho años […]. Al hablar del partido
entendía el partido en el gran sentido histórico de la palabra.[14]
Sentido histórico y sentido efímero del partido forman parte de una dialéctica histórica del partido en Marx, que hoy es preciso reivindicar, ante una trágica
experiencia del partido-Estado prevaleciente en las
experiencias organizativas de gran parte de la
izquierda mundial. El partido-Estado, en todos
los casos, ha sido la réplica en miniatura del jerarquizado despotismo estatal, que ha enajenado
la voluntad
del militante en los omnímodos poderes de los jefecillos y funcionarios partidarios; y no bien se dan las
transformaciones sociales revolucionarias, estos
aparatos tienen una extraordinaria facilidad para amalgamarse a las máquinas estatales, para reconstruirlas en su exclusiva función expropiadora de la voluntad
general, que a la vez reforzará
la racionalidad productiva capitalista de donde ha emergido.[15]
Si el partido, en el gran sentido histórico, es la autoconstrucción de la clase revolucionaria, que a su vez no es más que el largo proceso
histórico de disolución de las
escisiones sociales en clases
explotadas, por tanto del Estado, las estructuras organizativas transitorias que expresen este desarrollo no pueden menos que objetivar una forma organizativa de
un
nuevo tipo, que lleve
implícita la tendencia de lucha hacia la disolución del funcionamiento
maquinal estatal. Sólo así estas estructuras organizativas podrán garantizar su vínculo de expresión del movimiento de autonomía
obrera de clase ante el capital.[16]
De todo esto se desprenden dos tareas ineludibles para los
comunistas de hoy en día: mientras el comunismo “no es una
doctrina sino un movimiento”, en la “medida en que teóricamente es
la
expresión teórica de la posición que el proletariado ocupa en esta lucha y la síntesis teórica de las condiciones para la liberación del proletariado”[17] o, en palabras del Manifiesto, “expresión de conjunto
de un movimiento
histórico que se está desenvolviendo ante nuestros ojos”, los
comunistas no tienen que afinar añejas premoniciones sobre un predestinado fin apocalíptico emboscado detrás del actual
triunfalismo liberal; tampoco deben hacer un acto de fe acerca de una resurrección del ideal socialista. Lo primero
es para charlatanes, y lo segundo
para feligreses.
Los comunistas tienen que dar cuenta del “movimiento real” que
suprime el estado de cosas actual, reforzarlo allá donde surge, destacar el interés general anidado en las luchas particulares aisladas. Y eso, hoy en día, es en primer lugar entender lo que sucede con el régimen del capital, ver sus actuales fuerzas motrices, sus posibilidades de expansión, sus modificaciones
tecnológicas para la obediencia obrera, sus reorganizaciones para debilitar las resistencias obreras y vencer la competencia interempresarial; pero todo ello para elucidar sus impotencias fácticas, sus limitaciones efectivas. De lo que se trata no es de amoldar
al esquema mental la realidad indagada, sino de construir y ordenar las
categorías conceptuales requeridas para aprehender el significado del movimiento de la realidad.
Simultáneamente, tienen que volver inteligibles las condiciones materiales
que han posibilitado las frustraciones de las luchas sociales, sus derrotas y su conversión en fuerzas productivas del capital, como en Europa del Este. De otra manera, las condiciones de los fracasos
proletarios que cubren la historia de este siglo no habrán sido incorporadas en la memoria práctica de las clases
laboriosas y, por tanto, las posibilidades de emancipación quedarán aún más dificultadas de lo que ya lo están hoy.
Por último, y atravesando las dos prácticas anteriores, se tienen que indagar
y reforzar prácticamente, comprometiéndose hasta
el
fondo con ellos,
los múltiples medios actuales
y dispersos con los que el trabajo
resiste y trata de superar la lógica del capital, las condiciones materiales de su extensión e interunificación capaces de crear un sentido de totalidad contestataria
al orden civilizador del capital, las nuevas circunstancias de la existencia de la forma social capitalista que habilitan un nuevo abanico de vías posibles
de irrupción de la autonomía proletaria.
De lo que se trata es de retomar en nuestro tiempo la intencionalidad comunista sintetizada en el acto de creación y la prosa del Manifiesto comunista: indagar acuciosamente la
realidad del capital para hallar, en esta manera actual de su existencia, las condiciones materiales propias de su superación como régimen social,
a fin de expresarlas más nítidamente, de reforzarlas. La modalidad de la organización o de las organizaciones de los
comunistas, necesarias para esta
nueva época del capitalismo, resultará
de los requerimientos marcados por las características que está asumiendo actualmente el movimiento práctico de desenajenación del trabajo.
Fuente:
La
Potencia Plebeya
Álvaro
García Linera
Siglo
del Hombre Editores
CLACSO
Segunda
Edición 2009
Pág.
160 - 170
|
Fragmento de El Manifiesto Comunista y Nuestro Tiempo, ensayo publicado en La Potencia Plebeya, que recopila
entre otros, del mismo autor, un texto publicado originalmente bajo el título
de “¿Es el Manifiesto comunista un
arcaísmo político, un recuerdo
literario? Cuatro tesis sobre su actualidad histórica”, en Raquel
Gutiérrez, Raúl Prada, Álvaro García Linera, Luis Tapia, El fantasma insomne. Pensando
el presente desde el Manifiesto comunista, La Paz, Muela del Diablo,
1999.
|
[1] “Durante casi cuarenta años hemos insistido en que la lucha de clases es la fuerza motriz esencial de la historia, y en particular en que la lucha de clases entre la
burguesía y el proletariado es la máxima palanca de la revolución social moderna; por ello no es posible colaborar
con gentes que desean desterrar del movimiento esta lucha de clases. Cuando se constituyó la internacional formulamos expresamente el grito de combate: la emancipación de la clase obrera debe ser
obra de la clase obrera misma. Por ello no podemos colaborar con personas que dicen que los
obreros son demasiado incultos para emanciparse por su cuenta y que deben ser liberados desde arriba por los burgueses y pequeñoburgueses filántropos”. Karl Marx y Friedrich
Engels, “Circular a Bebel, Liebknecht,
Bracke y otros”,
septiembre de 1879.
[2] Immanuel Wallerstein, Después del liberalismo, México, Siglo XXi, 1996.
[3] Karl Marx y Friedrich
Engels,
La sagrada familia, México, Grijalbo, 1967, p. 118.
[4] Karl Marx y Friedrich
Engels, “El manifiesto del partido
comunista”, op. cit., p. 119.
[5] Maurice Godelier, The Mental and the Material
, London,Verso, 1988.
[6] Georg W.F. Hegel, Filosofia del derecho, México, unam, 1985; John Locke, Two Treatises of Government, New York, The New American Library, 1965; Norbert Bobbio, El futuro de la democracia, México, Fondo de Cultura Económica,
1985.
[7] Karl Marx y Friedrich Engels, “El manifiesto del partido
comunista”, op. cit., pp.122-129; y Karl Marx, “Las luchas
de clases en Francia de 1848 a 1850”, op. cit.
[8] “Los sindicatos son la escuela del socialismo. En ellos, los obreros se educan y llegan a ser socialistas porque presencian todos los días la lucha contra el capital. Todos los partidos
políticos sin excepción, entusiasman a la masa obrera sólo durante cierto tiempo, momentáneamente; los sindicatos, por el contrario, lo
captan de manera perdurable, son los únicos capaces de representar un verdadero
partido obrero
y ofrecer protección contra el poder del capital”.
Karl Marx, “Declaración formulada ante una delegación de sindicalistas alemanes”, 27 de noviembre
de 1869. Véase también
la “Carta de Marx a
Schweitzer”, 13 de febrero de 1865.
Por su parte Engels, comentando el proyecto del partido socialdemócrata,
critica que “no aparece
una palabra sobre la organización de la clase obrera como clase mediante los sindicatos. Y éste es un punto principalísimo, porque ésta es la verdadera organización de clase del proletariado, en el que lleva a cabo sus luchas diarias con el capital, en la que se entrena, y que hoy día no puede simplemente ser aplastada ni siquiera en medio de la peor reacción”. “Carta de Engels a Bebel”, 28 de marzo de1875 (las cursivas son nuestras).
[9] “Hoy, el proletariado alemán ya no necesita de ninguna organización oficial, ni pública, ni secreta; basta con la simple y natural
cohesión que da la conciencia del interés de clase, para conmover a todo el imperio Alemán,
sin necesidad de estatutos, de comités, de acuerdos ni
de
otras formas tangibles […]. El
movimiento internacional
del proletariado europeo y
americano es hoy tan fuerte, que no
sólo su primera forma estrecha —la de la Liga secreta—,
sino su segunda forma, infinitamente más amplia —la pública de la asociación internacional de los trabajadores—, se ha convertido en una traba para él, pues hoy
basta con el simple sentimiento de solidaridad, nacido de la conciencia de la
identidad de su situación de clase, para crear y
mantener unido entre los obreros de todos los países y lenguas
un sólo y único partido: el gran partido
del proletariado”. Friedrich Engels, “Contribución a
la historia de la Liga de los Comunistas”, en Obras escogidas. Tomo iii, op. cit., pp. 201-202.
[10] “La Liga (de los comunistas), lo mismo que la sociedad de las estaciones de París, que centenares de otras asociaciones, no fue más
que
un episodio en la historia del partido
que nace espontáneamente, por doquier, del suelo de la sociedad moderna […], del partido
en el gran sentido histórico del término”. Karl Marx, “Carta a Freiligrath”, 29 de febrero de 1860.
[11] No por casualidad la consigna de la Primera internacional fue: “La emancipación de la clase obrera
será obra de ella misma”.
[13] Francis Fukuyama, “¿El final de la historia?”, en
Ciencia Política, No. 19, 1990; para una crítica, Perry Anderson, Los fines de la historia, Bogotá, Tercer Mundo, 1992.
[15] La única rectificación
que Marx propone
al Manifiesto en 1872, después
de la experiencia de la Comuna de París, es precisamente que “la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina
del Estado tal como está y servirse de ella para sus propios fines”.
La comuna como “forma política de la emancipación social” de los trabajadores, había mostrado la necesidad de “destruir
el Poder del Estado, que pretendía ser la encarnación de aquella unidad (de la nación), independiente y
situado por encima de la nación misma, de la cual no era más que una excrecencia parasitaria” a fin
de
ser sustituido por una forma política
en la que “las funciones públicas, militares, administrativas, políticas, sean funciones verdaderamente de todos los obreros, en vez de los ocultos atributos
de una casta entrenada”. Karl Marx, Borrador de la guerra civil
en
Francia, op. cit.
Sobre esta rectificación del Manifiesto, véase Étienne Balibar, Cinco ensayos
de materialismo histórico, Barcelona, Laia, 1976.
[16] “El Congreso de La Haya confirió al Consejo General (de
la internacional) poderes nuevos y más amplios.
De hecho, en un momento
en que los reyes se reúnen en
Berlín, en que nuevas medidas represivas contra nosotros agravadas deben salir de esa reunión
de las potencias
representativas de la feudalidad y del pasado y en que se organiza
sistemáticamente la persecución, el Congreso de la
Haya estimó conveniente y necesario
ampliar los poderes del Consejo General y centralizar con miras al combate en
curso todas las acciones que, aisladas, son impotentes. ¿Y quién podría
inquietarse de los poderes atribuidos
al Consejo General (de la internacional) sino nuestros
enemigos? ¿Acaso éste cuenta con una burocracia, con una policía armada para obligar a la gente a la obediencia? ¿Acaso su
autoridad no es una autoridad puramente
moral? ¿Acaso no somete sus resoluciones al juicio de las federaciones que están encargadas de ejecutarlas? Si ellos (los gobiernos) estuvieran colocados en semejantes condiciones, sin ejército, sin policía,
sin tribunales, el mismo día en que se vieran reducidos
a disponer más que de una influencia y de una autoridad morales para mantener su poder, los reyes no opondrían más que obstáculos irrisorios al avance de la
revolución. […]. El principio fundamental de la internacional es la solidaridad”. Karl Marx, “Discurso sobre el Congreso de La Haya”, 15 de septiembre
de 1872, en Meof. Tomo 17, pp. 320-321.
[17] “El
comunismo no es una doctrina,
sino un movimiento, no arranca
de premisas sino de hechos; los comunistas no parten de esta o la otra filosofía,
sino de toda la historia anterior […]. El comunismo en la medida en que teóricamente es, es
la
expresión teórica
de la posición
que el proletariado ocupa en esta lucha y la
síntesis teórica de las condiciones para la liberación del proletariado”. Friedrich Engels, “Los comunistas”, en Obras escogidas, op. Cit.
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