EL CURSO ACTUAL DEL CAPITALISMO Y LAS PERSPECTIVAS
PARA LA SOCIEDAD HUMANA CIVILIZADA
09/08/2016
Opinión
Una fase
específica de la historia económica y social sudamericana ha llegado a su fin.
Esta fase fue testigo de la exportación de materias primas o productos
semiprocesados en gran cantidad y a altos precios, que permitieron a sus
economías tener tasas de crecimiento considerables y a sus gobiernos financiar
una serie de programas sociales sin cambiar la distribución de la riqueza. El
“modelo”, como así se lo llamó, dependía de la tasa de crecimiento y la demanda
de commodities en otras partes de la economía mundial,
especialmente en China. El fin de lo que terminó siendo un paréntesis de quince
años despertará una agudización de las confrontaciones políticas y sociales en
todas partes, cuyo preludio son hoy los acontecimientos en Brasil. Me complace
contribuir a la discusión en Herramienta, en la cual tratar de
explicar lo que considero que es un momento crucial en la historia mundial, en
el que el capitalismo está alcanzando sus límites absolutos.
La crisis
económica y financiera global pendiente
La crisis
económica y financiera en curso dio fin a una fase muy larga de una acumulación
que tuvo periódicamente altibajos (en 1949 para los EE.UU., y en
1974-1976 y 1981-1982 en todo el mundo), pero sin embargo ininterrumpida que se
remonta hacia 1942 en el caso de los EE.UU., y hacia 1950 en el caso de Europa
y Japón. El dinamismo inicial de la muy fuerte acumulación se debió a las
grandes inversiones que se requerían para reconstruir la base material de las
economías capitalistas luego de la larga depresión de la década de 1930, y las
destrucciones masivas de la Segunda Guerra Mundial, así como también explotar
las tecnologías creadas en la década de 1920 y por supuesto, como un resultado
de la guerra.
Esta crisis
comenzó como una crisis financiera, tras la cual se puso al descubierto una
profunda crisis de sobreacumulación y sobreproducción, compuesta por una tasa
decreciente de ganancias. La crisis estaba en ciernes desde la segunda mitad de
la década de 1990, y se demoró por la creación masiva de crédito y la plena
incorporación de China a la economía mundial. Dado que los EE.UU. son el
principal centro financiero mundial, y donde el sistema de crédito había sido
impulsado hasta su “límite extremo” (Marx, 1983, III: 568); fue allí que la
crisis, en su dimensión financiera, estalló en julio de 2007 y alcanzó su
paroxismo en septiembre de 2008. El crac que comenzó a fines de 2008 fue de
naturaleza global y no sólo una “Gran Recesión” norteamericana, golpeando
inicialmente a las economías industrializadas. Los países emergentes, que
pensaron que permanecerían mayormente inmunes a sus efectos, más tarde
perderían esta ilusión. En 2008 el capitalismo mundial, dirigido por los
EE.UU., determinó que la configuración combinada de las relaciones internas y
políticas impidieran que la crisis destruyera el capital ficticio y productivo
de la misma manera que ocurrió en la década de 1930. La velocidad y la escala
de la intervención gubernamental en 2008 por parte de los EE.UU. y los
principales países europeos para apoyar al sistema financiero, y también, en
forma temporal y en un menor grado, a la industria automovilística, expresan la
presión directa de los bancos en defensa de la riqueza financiera y de las
automotrices estadounidenses y europeas para proteger su posición contra los
competidores asiáticos. Pero también expresaron una considerable cautela
política, tanto local como internacionalmente. El aparato
estalinista-cum-capitalista y la élite social chinos compartieron estas
preocupaciones y financiaron grandes inversiones a la manera keynesiana. China
depende altamente de las exportaciones y su élite también tiene un genuino
temor del proletariado.
Las medidas
políticas promulgadas en 2008-2009 para contener la crisis ayudan a explicar la
persistencia y el ulterior crecimiento de una masa de capital ficticio en la
forma de títulos sobre el valor y el plusvalor implicados en innumerables
operaciones especulativas, al mismo tiempo que una situación irresuelta de
sobreacumulación y superproducción de una amplia gama de industrias. El
continuo recurso de los gobiernos y los bancos centrales del G7 a la inyección
de masivas cantidades de dinero nuevo en sus economías (quantitative easing,
o “alivio cuantitativo”) ha provocado que enormes sumas nominales de capital
ficticio ronden por los mercados financieros mundiales, volviéndolos altamente
inestables.
La
convergencia de muchas crisis y la situación de la clase obrera
La duración de la crisis mundial y la ausencia en la burguesía de un
horizonte económico que no sea el de cortas recuperaciones cíclicas anuncian la
convergencia y en última instancia la fusión de los efectos económicos y
sociales de una prolongada crisis económica con los efectos, de dimensiones
portentosas, del cambio climático. La primera advertencia sobre los peligros
del cambio climático se remonta a la década de 1980, y obligó a las Naciones
Unidas a crear el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC en
inglés). El calentamiento global ha sido medido en forma cada vez más precisa y
sus consecuencias fueron documentadas por los sucesivos informes del IPCC (1990,
1995, 2001, 2007 y 2014). Pero no han sido tomados en cuenta. El “escepticismo”
sobre el cambio climático financiado por los lobbies petroleros ha
cedido su lugar al reconocimiento formal y retórico por los gobiernos. Hace
cinco años, The Economist publicó una síntesis muy bien
informada anunciando que “se acabó la lucha para limitar el calentamiento
global a niveles tolerados aceptables”.1 Las
cuatro principales conferencias internacionales que han tenido lugar desde
entonces han sido básicamente costosas y cínicas operaciones de comunicación,
con el objeto de engañar a los no informados. La convergencia y la fusión final
de la crisis económica y la ambiental plantean simultáneamente dos cuestiones
relacionadas: la del futuro del capitalismo y la de las perspectivas de vida
para decenas de millones de personas en determinadas partes del mundo y para la
existencia social civilizada en todo él.
Luego de la
incorporación de China, hasta para los EE.UU. es cierto el fundamental
comentario metodológico de Trotsky de que “una potente realidad con vida
propia, creada por la división internacional del trabajo y el mercado mundial
[...] impera en los tiempos que corremos sobre los mercados nacionales”
(Trotsky, 1930: 3). La liberalización y la globalización también han
desatado a “las fuerzas ciegas de la competencia” con un grado de brutalidad no
sufrida antes y por cierto, no durante las décadas que siguieron a la Segunda
Guerra Mundial. Para todas las burguesías locales, la pérdida del margen de
control de la política económica que poseían cuando las economías nacionales
tenían un cierto grado de autonomía es un importante componente de la crisis
política que están sufriendo. Esto obliga a las principales potencias a
compensar las nuevas situaciones no deseadas o agudizadas de dependencia
económica del exterior por medios políticos y militares en el ámbito de su
esfera de influencia. El malestar ante la globalización tal como lo expresa
políticamente el neoconservadurismo estadounidense ayuda a comprender que la
invasión de Irak, no es sólo por el control del petróleo. La política de Rusia
en Siria es de la misma naturaleza. Detrás de la crisis de la Unión Europea
también se halla la idea de que los gobiernos pueden recobrar el control de
ciertos parámetros políticos y económicos.
Para la clase obrera las consecuencias de la liberalización y globalización
del capital son aún más graves. La experiencia histórica acumulada de los
trabajadores ha sido exclusivamente la de la lucha contra el capital en el
ámbito de las fronteras nacionales. Las organizaciones de la clase obrera, los
sindicatos y los partidos políticos pudieron “centralizar las múltiples luchas
locales, que en todas partes poseen el mismo carácter, en una lucha nacional,
en una lucha de las clases” (Marx y Engels, 2008: 36). Pero en las
palabras de Marx y Engels, esta lucha era “quebrantada de nuevo a cada instante
a través de la competencia entre los propios trabajadores” creada por los
capitalistas en el mercado laboral. Hoy, los capitalistas pueden enfrentar
entre sí a los trabajadores de diferentes países y continentes. El logro más
grande del capital durante los últimos 40 años ha sido la creación de una
“fuerza laboral mundial”, a través de la liberalización de las finanzas, el
comercio y la inversión directa y la incorporación de China e India en el
mercado mundial. A esto frecuentemente se lo llama la “gran duplicación de la
reserva de trabajo mundial”,2 de
la reserva industrial mundial potencial, con palabras de Marx. Su existencia
crea las condiciones para aumentar la tasa de explotación y la configuración
del ejército de reserva industrial en cada economía nacional. Las tecnologías
de la información y la comunicación han llevado a una fragmentación cada vez
mayor de los procesos de trabajo, a la que ahora se agrega el verdadero ingreso
en la era de la robotización.
La vacilante
acumulación del capital
Un modo de
producción es al mismo tiempo una forma específica de la organización de las
relaciones sociales de producción, junto a las correspondientes relaciones de
distribución, y un modo de dominación social organizado institucional y
políticamente. Cuando el modo de producción qua relaciones
sociales de producción comienza a vacilar y a paralizarse, y la reproducción
ampliada se desacelera fuertemente, la experiencia histórica muestra que los
componentes dominantes de las clases altas tendrán como su único objetivo y
horizonte la preservación a toda costa de sus privilegios y su poder apoyados
en determinadas instituciones. Rechazarán todo pedido de reforma, aunque
provengan de miembros de sus propias filas. Así sucedió con la corte de la
monarquía absoluta en Francia, con ministros como Turgot y nuevamente en la corte
de la Rusia zarista. Ese fue el caso también cuando las híbridas relaciones
sociales sui generis de producción de la Unión Soviética
llegaron a su límite. La burguesía está hoy en esta situación. No tiene entre
sus filas a un Roosevelt. Las expresiones de su crisis incluyen la extensión y
la profundidad de la corrupción, el muy bajo nivel de debate político, el
cinismo de las corporaciones y la parálisis de los gobiernos frente al cambio
climático. La conferencia de Davos en 2016 eligió centrarse en la crisis de los
bancos europeos y cuestiones similares, en lugar de discutir el informe que
expresaba en términos diplomáticos:
La preocupación sobre los efectos de la desintermediación digital, la
robótica avanzada y la economía colaborativa sobre el crecimiento de la
productividad, la creación de empleos y el poder de compra. Es evidente que la
generación del milenio experimentará en la próxima década un cambio tecnológico
mayor que lo que hubo en los últimos 50 años, no dejando intacto a ningún
aspecto de la sociedad global. Los grandes adelantos científicos y
tecnológicos, desde la inteligencia artificial hasta la medicina de precisión,
se plantean transformar nuestra identidad humana.3
Un importante elemento de la situación actual es la ausencia de
prerrequisitos exógenos, de los que anteriormente se disponía para una renovada
acumulación a largo plazo. La reactivación de las “ondas largas” en el sentido
que les daba Trotsky, y que reconocía de una manera complicada Mandel, la
determinaban factores exógenos, como las guerras mundiales, las masivas
ampliaciones del mercado debido a una expansión territorial (la “frontera” en
la historia estadounidense) o la creación de nuevas industrias como resultado
de importantes adelantos tecnológicos. Las condiciones políticas para una
guerra mundial (una preparación ideológica del tipo de la que llevó a cabo el
nazismo luego de 1933) no existe hoy en día. De modo que para la burguesía, el
problema es hallar un factor capaz de impulsar la acumulación otra vez, luego
de varias décadas. Desde que se incorporó a China en el mercado mundial, ya no
quedan “fronteras”. La única posibilidad son las nuevas tecnologías. Solamente
éstas, con una inversión extremadamente alta y sus efectos en los empleos, son
capaces de impulsar una nueva onda larga de acumulación, asociada con la
expansión a través de nuevos mercados. El rol de las Tecnologías de la
Información y la Comunicación en la reconfiguración radical de la organización
del trabajo y en la vida cotidiana es indudable. La gran cuestión es si ellas
tienen las consecuencias en la inversión y en el empleo, capaces de impulsar
una nueva onda larga de la acumulación. Sus impactos generalizados en el ahorro
de fuerza de trabajo, junto a su efecto en incrementar el valor del capital
constante invertido, sugieren lo contrario; en particular, si no está a la
vista una “Cuarta Revolución Industrial”, o sea, un aumento radical de las
tecnologías que surgieron en la “Tercer Revolución Industrial”, como la
llamaban los teóricos neoschumpeterianos. La opinión dominante entre los
economistas y sociólogos estadounidenses es que los factores que impulsaron el
crecimiento económico durante la mayor parte de la historia norteamericana, se
han gastado en gran medida. Dicen que se ha llegado a una “meseta tecnológica”,
y apuntan a los “resultados más fáciles”, que tuvieron un rápido crecimiento,
incluyendo el cultivo de muchas tierras antes no trabajadas, o de
descubrimientos tecnológicos “trascendentales”, en especial en el transporte,
la electricidad, las comunicaciones masivas, la refrigeración y los servicios sanitarios,
y finalmente la educación masiva. Lo que las tecnologías de la información y la
comunicación ofrecen al capital y al estado en la forma de “macro datos” es una
capacidad sin precedentes para el control social y político. No ofrecen ninguna
solución para el desempleo masivo4 y
aumentan la composición orgánica del capital.
Una temprana
reflexión sobre el futuro del capitalismo
En su
introducción a la edición por Penguin del tomo III de El capital,
Mandel (1981: 78) desarrolla una serie de elaboraciones teóricas sobre el
“destino del capitalismo”. Al contrario que Sweezy, Mandel discute la
teoría de Grossman sobre el colapso capitalista en forma respetuosa y seria.
Esto lo lleva a analizar las consecuencias de lo que él llama en esa época el
“robotismo”. Las nuevas tecnologías todavía estaban en su infancia cuando
escribía esto, pero para Mandel ellas ya tenían potencialmente consecuencias
portentosas. Teniendo en cuenta los pronósticos que hemos discutidos antes, es
importante leerlas y discutirlas:
La extensión
de la automatización más allá de un determinado límite conduce, inevitablemente,
primero a una reducción del volumen total del valor producido, luego a una
reducción del volumen total del plusvalor producido. Esto desata una “crisis
del colapso” combinada en forma cuádruple: una enorme crisis de reducción en la
tasa de ganancia; una enorme crisis de realización (el aumento en la
productividad del trabajo que implica el robotismo expande la masa de valores
de uso producida a un ritmo aún más alto que el ritmo de reducción de los
salarios reales, y una creciente proporción de estos valores de uso se vuelve
invendible); una masiva crisis social; y una inmensa crisis de “reconversión”
[en otras palabras, de la capacidad del capitalismo para adaptarse] a través de
la desvalorización; la formas específicas de la destrucción del capital
amenazan no sólo a la supervivencia de la civilización humana, sino también la
supervivencia de la humanidad o de la vida en nuestro planeta (ibíd.: 87).
Poco
después, para que se lo entienda mejor, Mandel escribe:
Es evidente
que esa tendencia hacia la modernización del trabajo en sectores productivos
con el más alto desarrollo tecnológico debe, necesariamente, ser acompañado por
su propia negación: un aumento en el desempleo masivo, en la ampliación de
sectores marginalizados de la población, en la cantidad de quienes “abandonan”
y de todos a quienes el desarrollo “final” de la tecnología capitalista los
expulsa del proceso de producción. Esto significa que a los crecientes desafíos
a las relaciones capitalistas de producción en el ámbito de la fábrica se suman
crecientes desafíos a todas las relaciones y valores burgueses básicos en la
sociedad de conjunto, y estos también constituyen un elemento importante y
periódicamente explosivo de la tendencia del capitalismo al colapso final
(ibíd.).
Y
luego agrega:
No
necesariamente es un colapso a favor de una forma superior de organización
social o civilización. Precisamente como una función de la propia degeneración
del capitalismo, los fenómenos de decadencia cultural, de retrogresión en las esferas
de la ideología y el respeto a los derechos humanos, multiplican al mismo
tiempo la sucesión ininterrumpida de crisis multiformes, con las que esa
degeneración nos enfrentará (ya nos está enfrentando). La barbarie, como un
posible resultado del colapso del sistema, es una perspectiva mucho más
concreta y precisa hoy que lo que fue en las décadas de 1920 y 1930. Hasta los
horrores de Auschwitz e Hiroshima parecerán moderados comparados con los
horrores con los que una continua decadencia del sistema confrontará a la
humanidad. Bajo estas circunstancias, la lucha por un desenlace socialista
asume el significado de una lucha por la propia supervivencia de la
civilización humana y la raza humana (ibíd.: 89).
Mandel
modera su perspectiva ciertamente catastrófica con un mensaje de esperanza,
adaptado de la problemática de El programa de transición:
El
proletariado, como lo ha mostrado Marx, reúne todos los prerrequisitos
objetivos para dirigir exitosamente esa lucha; y hoy, eso sigue siendo más
cierto que nunca. Y tiene al menos el potencial para adquirir los
prerrequisitos subjetivos también, para una victoria del socialismo mundial. Si
ese potencial se hará verdaderamente realidad dependerá, en último análisis, de
los esfuerzos conscientes de los marxistas revolucionarios organizados,
integrándose con las periódicas luchas espontáneas del proletariado para
reorganizar la sociedad siguiendo los lineamientos socialistas, y conduciéndolo
a objetivos precisos: la conquista del poder estatal y la revolución social
radical. No veo más motivos para ser pesimista hoy en cuanto al resultado de
esa empresa, que los que había en la época en que Marx escribió El capital
(ibíd.: 89 y s.).
Que una
revolución social radical es la solución, es algo más cierto que nunca, pero la
amenaza de las crisis ecológicas, algo que era imprevisible para Marx, como
también el legado político del siglo XX, no nos inducen a ser tan optimistas
como trataba ser Mandel en 1981. En la tradición revolucionaria a la que
adherí, el socialismo era una “necesidad” en dos sentidos de la palabra: el de
ser la única respuesta decisiva y duradera, no sólo para la situación de la
clase obrera y los sumergidos, sino para la satisfacción de las necesidades
humanas; y el de ser el resultado del movimiento del desarrollo capitalista. La
burguesía no dejaría la escena sin luchar y los procesos contrarrevolucionarios
como el nacimiento del estalinismo o el maoísmo podrían ocurrir, pero “la
historia está de nuestro lado”. Los marxistas revolucionarios eran la
“expresión consciente” de procesos económicos y sociales fundamentales. Esta
visión del mundo estaba enraizada en la lectura de los numerosos párrafos de
Marx y posteriormente, en los de los principales revolucionarios marxistas que
parecían respaldarlo; en particular, Lenin, y en el caso de Trotsky, por una
lectura unilateral de las dos primeras secciones del Programa de
Transición, y con muy poca discusión de sus numerosos textos que expresaban
preocupaciones enraizadas en los sucesos de la década de 1930 pero que
contenían reflexiones más generales, como en sus escritos sobre el fascismo y
el nazismo. Rosa Luxemburgo era objeto de sospechas, no sólo debido a sus
advertencias sobre el posible curso de la revolución de octubre, sino por la
angustia contenida en el grito de “socialismo o barbarie”. El hecho de que en
sus últimos años esta angustia también pasó a ser la de Trotsky, jamás fue
discutido.
Los procesos
políticos de fines de la década de 1980 y principios de la de 1990, con
consecuencias mundiales (en particular, el hecho de que no sucediera la
revolución política en la URSS), y las divisiones organizativas vacías de
perspectivas me volvieron cada vez más receptivo al pensamiento de filósofos de
la Europa central. El primero fue Mészáros, con la siguiente afirmación de su
libro originalmente publicado en 1995:
Todo sistema de reproducción metabólica social tiene sus límites
intrínsecos o absolutos que no se pueden traspasar sin cambiar el modo de
control prevaleciente en uno cualitativamente diferente. Cuando en el curso del
desarrollo histórico se llega hasta esos límites se hace imperativo transformar
los parámetros estructurales del orden establecido –o en otras palabras, sus
“premisas prácticas” objetivas– que normalmente circunscriben el marco general
de ajuste de las prácticas reproductivas factibles bajo esas circunstancias
(Mészáros, 2000: 163).5
Y a este
párrafo le sigue la siguiente afirmación de que en el caso del capitalismo,
“el margen
para el desplazamiento de las contradicciones del sistema se torna aún más
estrecho y sus pretensiones de un estatus indesafiable de la causa
sui se hacen palpablemente absurdas, a pesar del poder destructivo antes
inimaginable a disposición de sus personificaciones. Porque a través del
ejercicio de tal poder el capital puede destruir a la humanidad en general –que
es precisamente a lo que parece estar en verdad encaminado (y con ello, de
seguro, también a su propio sistema de control)– pero no selectivamente a su
antagonista histórico [la clase obrera] (ibíd.: 166 y s.).”
El otro autor que me ha alentado a investigar el concepto de los límites
absolutos de la producción capitalista es el filósofo alemán Robert Kurz. Como
Mandel, en una lectura de Marx que ha levantado muchas controversias,6 él
apunta a los efectos en el ahorro de trabajo y en la mejora de la productividad
de las tecnologías relacionadas con la tecnología de la información y la
comunicación, y sus consecuencias en la agudización de las contradicciones de
la producción capitalista.
Dado el nivel de las contradicciones que han alcanzado, nos enfrentamos
desde ahora con la tarea de reformular la crítica de las formas capitalistas y
en la de su abolición. Esta es simplemente la situación histórica en la que
estamos, y sería fútil llorar sobre las batallas perdidas del pasado. Si el
capitalismo llega ante los que son objetivamente sus límites históricos
absolutos, sin embargo es cierto que, por falta de una consciencia crítica
suficiente, la lucha por la emancipación también puede fracasar. El resultado
sería entonces no una nueva primavera de la acumulación, sino como lo dijo
Marx, la caída de todos en la barbarie.7
El
advenimiento de una nueva barrera inmanente más formidable y sus consecuencias
En ausencia
de los factores capaces de lanzar una nueva fase de acumulación sostenida, la
perspectiva es la de una situación en la que las consecuencias del lento
crecimiento y la endémica inestabilidad financiera, junto al caos político que
ellos alimentan en ciertas regiones hoy y potencialmente en otras, convergería
con los impactos sociales y políticos del cambio de clima. El concepto de
barbarie, asociado con las dos guerras mundiales y el Holocausto y más
recientemente con los genocidios contemporáneos también se hará aplicable
entonces a ellos. El precedente de la vinculación de la cuestión ecológica con
la caída de nuestra sociedad en la barbarie se lo debe atribuir otra vez a
Mészáros:
En alguna
medida Marx ya era consciente del “problema ecológico”, es decir, los problemas
de la ecología bajo el dominio del capital y los peligros implícitos en él para
la supervivencia humana. De hecho, fue el primero en conceptualizarlo. Habló
sobre la contaminación e insistió en que la lógica del capital –que debe
perseguir las ganancias, de acuerdo con la dinámica de la auto-expansión y la
acumulación del capital– no puede tener ninguna consideración para los valores
humanos e incluso para la supervivencia humana [...]. Por supuesto, lo que no
se puede hallar en Marx, es una explicación de la mayor gravedad de la
situación en la que nos encontramos. Para nosotros la supervivencia humana es
una cuestión urgente (Mészáros, 2001: 99).
Cuando
hablamos de amenaza a la supervivencia humana, por supuesto, queremos decir una
amenaza a la civilización tal como la conocemos hasta ahora. Los seres humanos
sobrevivirán, pero si no derriban al capitalismo, vivirán, a nivel mundial, en
una sociedad del tipo de la que describió Jack London en su gran novela
distópica, El talón de hierro. Hasta que tenga lugar el cambio
revolucionario, estamos atrapados por las relaciones y las contradicciones
específicas del modo capitalista de producción. Un modo de producción
caracterizado por “el movimiento infatigable de la obtención de ganancias, el
afán absoluto de enriquecimiento” (Marx, 1983: I, 187), no puede tomar en
cuenta un mensaje que exige un fin al crecimiento, tal como se entiende
tradicionalmente, y un uso negociado y planificado de los recursos restantes.
La acumulación del capital ha tomado la forma del desarrollo de
industrias específicas. La combinación de la crisis global económica y la
crisis ecológica del capitalismo es simultáneamente la de las relaciones
sociales de producción y de un determinado modo de producción material, el
consumo, el uso de la energía y los materiales o, nuevamente toda la base
material en la que ha tenido lugar la acumulación, en particular durante los
últimos 60 años, y las industrias asociadas con él –las energéticas, las
automovilísticas, las infraestructuras viales y la construcción en particular,
que conducen a modelos de ciudades intensivas en energía y de la producción de
agroquímicos. La prolongación de este modo bajo el capitalismo implica formas
cada vez más destructivas de minería, perforación
petrolera (por ejemplo, la perforación de pozos a través de espesas
capas de sal en aguas ultraprofundas en el Ártico), la producción agrícola
(el uso altamente intensivo de ingredientes químicos y la expansión de la
agricultura mediante la deforestación) y los recursos oceánicos. Esas formas
representan “el esfuerzo del capital para revertir la desaceleración de la
productividad a través de una serie de desesperadas batallas por las últimas
migajas de los últimos restos baratos de la naturaleza” (Moore, 2014:
37). El agente de esta destrucción es la figura contemporánea del
“capitalista, o sea como capital personificado, dotado de conciencia y
voluntad” (Marx, 1983, I: 187), a saber, la gran corporación industrial y minera
y quienes la poseen y controlan.8
Ahora es
evidente que el calentamiento global y el agotamiento ecológico se han
convertido en una “barrera inmanente” para el capital, y no, como todavía se
lee en obras anteriores de estudiosos estadounidenses, en una barrera exterior.
En su libro, que recibí cuando estaba terminando con esta conclusión, Moore
escribe que “los límites al crecimiento que enfrenta el capital son
suficientemente reales: son ‘límites’ coproducidos mediante el capitalismo. El
límite ecológico mundial del capital es el propio capital” (Moore, 2015:
295). Esta coproducción se remonta a la época del capital mercantil, y en
la época más reciente ha sido moldeada por la globalización y la
financiarización. Esta es una barrera que no puede, como se expone en el tomo
III de El capital, capítulo 15, ser resuelta temporalmente a través
de “la desvalorización periódica del capital ya existente” o superándola en
virtud de “medios que vuelven a alzar ante ella esos mismos límites, en escala
aún más formidable” (Marx, 1983: III, 320 y s.). La barrera está allí para
permanecer. Foster ha tomado el concepto del límite o barrera absoluta del
capital y lo ha desarrollado en relación con el medio ambiente, agregando
detallados comentarios a los textos pertinentes de Marx. Considera que el
“precipicio ecológico que se aproxima” (Bellamy Foster, 2013: 1) como algo
que cada vez está más cerca. El agotamiento de los recursos es irreversible, o
sólo reversible en un largo tiempo, que podría tomar siglos. Tan profundamente
intensivo en carbón es el actual régimen energético imbricado con los modos de
producción y de vivir forjados por el capitalismo, que el ritmo del
calentamiento global está fuera de control, al menos en la actualidad. En el
“mejor escenario” (un escenario sin procesos de realimentación), la cuestión
que se plantea es sobre la “adaptación” y de este modo, está determinada por
las clases y la división entre países ricos y países pobres, que serán las que
decidirán quiénes serán más perjudicados en el mundo .
Como subrayó
Mandel más arriba, el hecho de que el capitalismo haya alcanzado sus límites
absolutos no significa que cederá el paso a un nuevo modo de producción.9 Las
élites y los gobiernos controlados por ellas prestan más atención que nunca a
la preservación y reproducción del orden capitalista. De modo que a su
progresivo hundimiento junto a los efectos previsibles e imprevisibles del
cambio climático se sumarán guerras y regresiones ideológicas y culturales,
tanto las provocadas por la mercantilización y la financiarización de la vida
cotidiana como las que toman la forma del fundamentalismo y el fanatismo
religioso de los tres monoteísmos. La mortalidad a causa a las guerras locales,
las enfermedades, y las condiciones sanitarias y nutricionales debidas a la
gran pobreza continúan siendo contadas en decenas, sino centenares, de
millones.10 Los
impactos del cambio climático aumentan en determinadas partes del mundo (el
delta del Ganges, gran parte de África, las islas del Pacífico Sur) y ya ponen
en peligro las mismas condiciones de reproducción social de los oprimidos (este
tema fue central en Chesnais y Serfati, 2003). Necesariamente, ellos resistirán
o procurarán sobrevivir lo mejor que puedan. Las consecuencias serán violentos
conflictos sobre los recursos acuíferos, guerras civiles, prolongadas por la
intervención extranjera en los países más pobres del mundo, enormes
desplazamientos de refugiados causados por las guerras y el cambio climático
(Dyer, 2010). Quienes dominan y oprimen al orden mundial consideran esto
como una amenaza a su “seguridad nacional”. En un informe reciente del
Departamento de Defensa de los EE.UU. se afirma que el cambio climático global
tendrá implicancias de amplio alcance para los intereses de la seguridad
nacional del país.11 Moore
escribe que “el giro hacia la financialización, y la cada vez más profunda
capitalización en la esfera de la reproducción, ha sido una forma poderosa de
posponer la rebelión inevitable. Esto ha permitido sobrevivir al capitalismo.
Pero, ¿por cuánto tiempo más?” (Moore, 2015: 305). Hay otras preguntas,
que no son muy diferentes: “nosotros”, ¿podremos liberarnos, derribar al
capitalismo para establecer una “sociedad humana en relación con la naturaleza”
totalmente diferente? Y si no podemos, ¿sobrevivirá la sociedad civilizada?
Pues un modo de producción que está colapsando nos arrastrará a todos en su
caída.
Las
generaciones más jóvenes de hoy y quienes las seguirán se enfrentan y cada vez
más se enfrentarán con problemas extraordinariamente difíciles. Hay importantes
batallas en algunos países, pero también en todos los demás, una cantidad
innumerable de luchas auto-organizadas a nivel local que demuestran su plena
capacidad para enfrentar esos problemas. Visto desde el punto de vista de la
lucha por la emancipación social, su única perspectiva es la que se resume en
la palabra que dijo Marx durante su última conversación registrada que tenemos,
precisamente una conversación con un joven periodista estadounidense: “lucha”.
“Durante la conversación, surgió en mi mente una pregunta relativa a la
suprema ley de la vida. Mientras descendía a las profundidades del lenguaje, y
se elevaba a las alturas de la solemnidad, durante un instante de silencio,
interrumpí al revolucionario y filósofo con estas decisivas palabras, ‘¿Qué
es?’. Parecía como si por un momento su mente diese marcha atrás mientras
contemplaba bramar al mar ante él, así como a la inquieta multitud en la playa.
‘¿Qué es?’, había preguntado yo; a lo que en un tono profundo y solemne,
replicó: ‘¡Lucha!’ Al principio creí haber oído el eco de la desesperación;
pero por ventura, era la ley de la vida”.12
Los
levantamientos en diferentes partes del mundo y las igualmente importantes
innumerables luchas locales, muchas de las cuales son simultáneamente
económicas y ecológicas, muestran que quienes participan en ellas lo
comprenden. El inmenso desafío es el de centralizar esta latente energía
revolucionaria en todo el mundo en formas políticas que no repitan las que
tuvieron los desastrosos resultados del siglo pasado, y así crear realmente una
fuerza que podría concebir y establecer las relaciones de la emancipación
humana, y capaz también de detener el actual curso ecológico.
·
Bibliografía
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Wheen, Francis, Karl Marx. Buenos
Aires: Debate, 2015.
·
Notas
·
1 “Adaptándose
al cambio climático”, The Economist, 25/11/2010. “Aunque se
resisten a decirlo en público, la improbabilidad absoluta de ese logro ha hecho
que muchos científicos del clima, defensores del medio ambiente y dirigentes
políticos hayan llegado a la conclusión en que, como dijo Bob Watson, quien
presidió el IPCC y ahora es el principal científico en el Departamento
Británico del Medio Ambiente, Alimentos y Asuntos Rurales, ‘dos grados es una
quimera’”.
·
2 Freeman
(2010) estima un aumento en el tamaño de la “reserva de trabajo mundial”, de
aproximadamente 1,46 mil millones a 2,93 mil millones, usando la expresión
mucho más clara de la “duplicación efectiva de la fuerza de trabajo mundial
asociada actual”.
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·
·
4 Un
estudio cuidadosamente investigado (Fey y Osborne, 2013) estima que el 47 por
ciento de los empleos estadounidenses se encuentran “en riesgo” de ser
automatizados en los próximos 20 años.
·
·
5.
Las posiciones políticas de Mészáros a fines de la primera década del 2000,
apoyando el “Socialismo del siglo XXI” de Chávez no descalifican a su obra
teórica.
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·
6 Particularmente
en su interpretación en la temprana obra de la teoría del valor y el concepto
del trabajo abstracto. Esto es muy marginal en el libro de 2011 sobre la
crisis. Ver su presentación del libro en francés (http://www.palim-psao.fr/article-theorie-de-marx-crise-et-depassement-du-capitalisme-a-propos-de-la-situacion-de-la-critique-social-108491159.html),
y el resumen de las principales discusiones en una revista francesa (https://lectures.revues.org/7102).
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·
7 Ver: http://www.palim-psao.fr/article-theorie-de-marx-crise-et-depassement-du-capitalisme-a-propos-de-la-situation-de-la-critique-social-108491159.html.
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8 Mientras
termino este texto, llegan noticias de la posiblemente más grande crisis
ecológica provocada bajo el capitalismo por la corporación minera brasileña
Vale, sobre el río Doce.
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9 La
visión optimista es la de Amin (2016) con su teoría de una transición al
socialismo que durará un siglo o incluso varios.
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10 Moore
(2002: 301-322) ha sintetizado datos históricos, que muestran que la transición
del feudalismo al capitalismo mercantil desde el período medieval tardío hasta
el siglo XVII fue económica y social pero también ecológica en sus
manifestaciones, extendiéndose desde las hambrunas recurrentes, la Peste Negra,
y el agotamiento de los suelos, hasta las revueltas campesinas y la
intensificación de las guerras.
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12 John
Swinton, “A conversation with Marx”, The Sun, Nueva York, 6 de
septiembre de 1880. Agradezco a Pierre Dardot y Christian Laval (2012), quienes
terminaron su libro sobre Marx de esta misma manera [la conversación también
fue en Wheen, 2015. Nota del trad.].
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Chesnais, François.
Investigador-militante marxista, economista, profesor emérito en la Universidad
de París 13-Villetaneuse. Es parte del Consejo científico de ATTAC-Francia,
director de Carré Rouge y miembro del Consejo asesor de Herramienta, con la que
colabora asiduamente. Autor de una gran cantidad de artículos, ensayos y
libros, entre los que elegimos mencionar La Mondialisation du capital y Les
dettes illégitimes. Quand les banques font main base sur les politiques
publiques. Es también uno de los autores de la obra colectiva Las finanzas
capitalistas. Para comprender la crisis mundial, publicado por Ediciones
Herramienta. E-mail: chesnaisf@free.fr
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Fuente: Revista
Herramienta N° 58
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Traducción de Francisco T. Sobrino.
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http://www.alainet.org/es/articulo/179394
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