"Hoy, el golpe de Estado en Brasil (2016) no
conlleva la presencia de las fuerzas armadas, tampoco saca los carros blindados
ni se bombardean palacios de gobierno. La nueva derecha prefiere recurrir a los
poderes Legislativo y Judicial. Es un robo más limpio, sin demasiados daños
colaterales. Pero no nos engañemos, siempre fue una opción, simplemente no
pudieron practicarla. Hoy sí es viable."
Los golpes de Estado de ayer y hoy
Seguramente nunca se cerró el ciclo de los golpes de Estado en América Latina. Una ilusión política quiso ver en el fin de la guerra fría el comienzo de una nueva etapa. En el horizonte se oteaba un futuro de paz, estabilidad política y crecimiento económico. El comunismo había caído en desgracia y el dispositivo para combatirlo: los golpes de Estado, perdían legitimidad. A partir de entonces se podrían utilizar mecanismos de guante blanco sin necesidad de recurrir a la violencia directa. Las presiones para derrocar un gobierno democrático entraban en la era constitucional. El golpe de Estado cruento y con las fuerzas armadas de protagonistas no era una opción viable. Hacer caer un gobierno por otras vías, aun siendo un golpe de Estado, no levantaría tanta suspicacia. Otras instituciones podrían ocupar el papel protagónico, los militares habían cumplido su misión en la guerra contra la subversión comunista. En el corto y medio plazos, los proyectos democráticos, socialistas, y anticapitalistas no aparecían en la agenda. El enemigo interno había sido neutralizado, cuando no reducido a su mínima expresión, por la vía del genocidio, la tortura y la desaparición forzada.
Establecer
sistemas políticos fundados en la economía de mercado, potenciar la doctrina
neoliberal y no perder el tren de la globalización se convirtió en un dogma de
fe. Los votos sustituyeron las botas y las urnas las metralletas. El ajuste
político tendió a rehacer la dupla liberal-conservadora bajo la emergente nueva
derecha. Mientras tanto, la socialdemocracia ocupó el nicho de la izquierda,
desplazando a comunistas y socialistas marxistas. El debate de las alternativas
derivó hacia los pro y contras de la economía de mercado. Capitalismo con rostro
humano o salvaje: Keynes contra Hayek.
El ciclo que
se iniciara en Brasil, en 1964, donde se ubican los golpes militares de
Argentina (1966), Bolivia (1973) y Uruguay (1973), no tendría continuidad en
Chile. Ese mismo año, el 11 de septiembre, el derrocamiento del gobierno de
Salvador Allende y la Unidad Popular puso en escena otro proyecto político
económico. Supuso refundar el orden y sentar las bases de un nuevo modelo. El
general golpista Augusto Pinochet apuntalaría: no tengo plazos, sino metas. Sólo
así se puede interpretar la derrota sufrida por la dictadura en el referendo de
1988. Perderlo, y acelerar la salida de Pinochet, era una opción contenida en
la Constitución promulgada por la dictadura en 1980, buque insignia del actual
sistema político chileno. Tras el triunfo del NO, mantuvo el cargo de
comandante en jefe de las fuerzas armadas, cedió el poder formal, se trasformó
en senador y declaró a los medios de comunicación: misión cumplida. Las fuerzas
armadas podían volver a los cuarteles. Leyes de amnistía y negociaciones
ocultas, les blindaban.
Si Brasil
inauguró los golpes de Estado cívico-militares, en 1964, con las fuerzas
armadas como protagonistas, sus ministros de economía no rompieron el proyecto
desarrollista de base keynesiana. La novedad la encontramos en el apartado
represivo. Brasil tuvo el deshonor de practicar la tortura de forma científica
y sistemática bajo el paraguas de la doctrina de la seguridad nacional. La
técnica del Pau de arara (colgamiento de pies y manos) es su aporte. Dilma
Rousseff, hasta hace una semana presidenta de Brasil, derrocada por un nuevo
tipo de golpe de Estado, fue una de sus víctimas. Hoy, Brasil se convierte en
guía para nuevos golpes de Estado. Ni Honduras (2009) ni Paraguay (2012) reúnen
todos los requisitos para considerarlo ejemplar.
Los golpes,
hasta Chile, 1973, fueron receptores del Estado como actor, espacio
geopolítico, donde la población civil era objetivo político y militar. El
subversivo podía ser cualquier persona. Estaba camuflado en la familia, la
escuela, el trabajo. Eran mujeres, jóvenes, hombres, madres, deportistas,
estudiantes, campesinos, obreros, trabajadores de cuello blanco, intelectuales,
artistas, etcétera. Los miles de asesinatos presentan esta dimensión de la
guerra global contra la subversión comunista. Las dictaduras de ayer fueron
conocidas como regímenes burocrático-autoritarios.
Hoy, el
golpe de Estado en Brasil (2016) no conlleva la presencia de las fuerzas
armadas, tampoco saca los carros blindados ni se bombardean palacios de
gobierno. La nueva derecha prefiere recurrir a los poderes Legislativo y
Judicial. Es un robo más limpio, sin demasiados daños colaterales. Pero no nos
engañemos, siempre fue una opción, simplemente no pudieron practicarla. Hoy sí
es viable.
En América
Latina, la derecha jamás alcanzó los votos para controlar el parlamento con
mayoría suficiente y poner en marcha el juicio político. Fue el caso de Chile.
En marzo de 1973 se celebraron elecciones legislativas; la Unidad Popular
obtuvo 44 por ciento de los votos, lejos quedaban los 2/3 necesarios para
derrocar institucionalmente al presidente Salvador Allende. A lo más, lograron
emitir proclamas llamando a las fuerzas armadas al golpe de Estado, legitimando
su actuación. Eso aconteció en Brasil en 1964 y en Uruguay en 1973.
La entrada
en escena de gobiernos populares y los llamados progresistas, a partir del
triunfo de Hugo Chávez en Venezuela (1998), disparó las alarmas. Le siguieron
Bolivia, Ecuador, Paraguay, Kirchner en Argentina, Lula en Brasil, el Frente
Amplio en Uruguay, sumándose los sandinistas en Nicaragua, el Frente Farabundo
Martí en El Salvador y Manuel Zelaya en Honduras. El mapa neoliberal se
resquebrajaba. Pocos previeron a finales del siglo XX la emergencia de
proyectos anticapitalistas y contra el neoliberalismo. El fallido golpe de
Estado en Venezuela, en 2002, supuso el retorno del golpe de Estado como
dispositivo político.
El triunfo
político y económico del neoliberalismo, considerado irreversible, había
aparcado los golpes de Estado. ¿Para qué agitar su fantasma? Mientras no hubo
alternativas, la derecha no hizo uso de ellos. Hoy se muestran imprescindibles
para recuperar el espacio perdido. Brasil marca el camino, como hiciera en
1964. Acabar con el gobierno democrático es su objetivo, y revertir las
políticas sociales, de allí que sea un golpe de Estado en toda regla.
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