25/10/2016
La
economía colaborativa es un modelo económico basado en el intercambio y
la puesta en común de bienes y servicios mediante el uso de plataformas
digitales. Se inspira de las utopías del compartir y de valores no
mercantiles como la ayuda mutua o la convivialidad, y también del
espíritu de gratuidad, mito fundador de Internet. Su idea principal es:
« lo mío es tuyo »[i], o sea compartir en vez de poseer. Y el concepto básico es el trueque.
Se trata de conectar, por vía digital, a gente que busca “algo” con
gente que lo ofrece. Las empresas más conocidas de ese sector son:
Netflix, Uber, Airbnb, Blabacar, etc.
Treinta
años después de la expansión masiva de la Web, los hábitos de consumo
han cambiado. Se impone la idea que la opción más inteligente hoy es usar
algo en común, y no forzosamente comprarlo. Eso significa ir
abandonando poco a poco una economía basada en la sumisión de los
consumidores y en el antagonismo o la competición entre los productores,
y pasar a una economía que estimula la colaboración y el intercambio
entre los usuarios de un bien o de un servicio. Todo esto plantea una
verdadera revolución en el seno del capitalismo que está operando, ante
nuestros ojos, una nueva mutación.
Imaginemos
que, un domingo, usted decide realizar un trabajo casero de reparación.
Debe perforar varios agujeros en una pared. Y resulta que no posee un
taladrador. ¿Salir a comprar uno un día festivo? Complicado… ¿Qué hacer?
Lo que usted ignora es que a escasos metros de su casa viven varias
personas dispuestas a ayudarle. No saberlo es como si no existieran.
Entonces, ¿por qué no disponer de una plataforma digital que le informe
de ello… que le diga que, ahí muy cerca, vive un vecino dispuesto a
asistirlo y, al vecino, que una persona necesita su ayuda y que está
dispuesta a pagar algo por esa ayuda[ii]?
Tal
es la base de la economía colaborativa y del consumo colaborativo.
Usted se ahorra la compra de un taladrador que quizás no vuelva a usar
jamás, y el vecino se gana unos euros que le ayudan a terminar el mes.
Gana también el planeta porque no hará falta fabricar (con lo que eso
conlleva de contaminación del medio ambiente) tantas herramientas
individuales que apenas usamos, cuando podemos compartirlas. En Estados
Unidos, por ejemplo, hay unos 80 millones de taladradores cuyo uso
medio, en toda la vida de la herramienta, es de apenas 13 minutos... Se
reduce el consumismo. Se crea un entorno más sostenible. Y se evita un
despilfarro porque lo que de verdad necesitamos es el agujero, no el
taladrador...
En un
movimiento irresistible, miles de plataformas digitales de intercambio
de productos y servicios se están expandiendo a toda velocidad[iii].
La cantidad de bienes y servicios que pueden imaginarse mediante
plataformas online, ya sean de pago o gratuitas (como Wikipedia), es
literalmente infinita. Solo en España, hay más de cuatrocientas
plataformas que operan en diferentes categorías[iv]. Y el 53% de los españoles declaran estar dispuestos a compartir o alquilar bienes en un contexto de consumo colaborativo.
A
nivel planetario, la economía colaborativa crece actualmente entre el
15% y el 17% por año. Con algunos ejemplos de crecimiento absolutamente
espectaculares. Por ejemplo Uber, la aplicación digital que conecta a
pasajeros con conductores, en solo cinco años de existencia ya vale 68
mil millones de dólares y opera en 132 países. Por su parte, Airbnb, la
plataforma online de alojamientos para particulares surgida en
2008 y que ya ha encontrado cama a más de 40 millones de viajeros, vale
hoy en Bolsa (sin ser propietaria de una sola habitación) más de 30 mil
millones de dólares[v].
El
éxito de estos modelos de economía colaborativa plantea un abierto
desafío a las empresas tradicionales. En Europa, Uber y Airbnb han
chocado de frente contra el mundo del taxi y de la hostelería
respectivamente, que les acusan de competencia desleal. Pero nada podrá
parar un cambio que, en gran medida, es la consecuencia de la crisis del
2008 y del empobrecimiento general de la sociedad. Es un camino sin
retorno. Ahora la gente desea consumir a menor precio, y también
disponer de otras fuentes de ingresos inconcebibles antes de Internet.
Con el consumo colaborativo, crece asimismo el sentimiento de ser menos
pasivo, más dueño del juego. Y la posibilidad de la reversibilidad, de
la alternancia de funciones, poder pasar de consumidor a vendedor o
alquilador, y vice versa. Lo que algunos llaman « prosumidor », una
síntesis de productor y consumidor[vi].
Otra
rasgo fundamental que está cambiando -y que fue nada menos que la base
de la sociedad de consumo-, es el sentido de la propiedad, el deseo de
posesión. Adquirir, comprar, tener, poseer eran los verbos que mejor
traducían la ambición esencial de una época en la que el tener definía
al ser. Acumular ‘cosas’[vii]
(viviendas, coches, neveras, televisores, muebles, ropa, relojes,
cuadros, teléfonos, etc.) constituía la principal razón de la
existencia. Parecía que, desde el alba de los tiempos, el sentido
materialista de posesión era inherente al ser humano. Recordemos que
George W. Bush ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en
2004, prometiendo una « sociedad de propietarios » y repitiendo : « Cuantos más propietarios haya en nuestro país, más vitalidad económica habrá en nuestro país. »
Se
equivocó doblemente. Primero porque la crisis del 2008 destrozó esa
idea que había empujado a las familias a ser propietarias, y a los
bancos -embriagados por la especulación inmobiliaria-, a prestar dinero
(las célebres subprimes) sin la mínima precaución. Así estalló
todo. Quebraron los bancos hipotecarios y hasta el propio Lehman
Brothers, uno de los establecimientos financieros aparentemente más
sólidos del mundo... Y segundo, porque, discretamente, nuevos actores
nacidos de Internet empezaron a dinamitar el orden económico
establecido. Por ejemplo : Napster, una plataforma para compartir música
que iba a provocar, en muy poco tiempo, el derrumbe de toda la
industria musical y la quiebra de los megagrupos multinacionales que
dominaban el sector. E igual iba a pasar con la prensa, los operadores
turísticos, el sector hotelero, el mundo del libro y la edición, la
venta por correspondencia, el cine, la industria del motor, el mundo
financiero y hasta la enseñanza universitaria con el auge de los MOOC (Masive Open Online Courses o cursos online gratuitos)[viii].
En
un momento como el actual, de fuerte desconfianza hacia el modelo
neoliberal y hacia las élites políticas, mediáticas, financieras y
bancarias, la economía colaborativa aporta además respuestas a los
ciudadanos en busca de sentido y de ética responsable. Exalta valores de
ayuda mutua y ganas de compartir. Criterios todos que, en otros
momentos, fueron argamasa de utopías comunitarias y de idealismos
socialistas. Pero que son hoy –que nadie se equivoque- el nuevo rostro
de un capitalismo mutante deseoso de alejarse del salvajismo despiadado
de su reciente periodo ultraliberal.
En
este amanecer de la economía colaborativa, las perspectivas de éxito
son inauditas porque, en muchos casos, ya no se necesitan las
indispensables palancas del aporte de capital inicial y del llamado a
inversionistas. Hemos visto como Airbnb, por ejemplo, gana una millonada
a partir de alojamientos que ni siquiera son de su propiedad.
En
cuanto al empleo, en una sociedad caracterizada por el precariado y el
trabajo basura, cada ciudadano puede ahora, utilizando su computadora o
simplemente su teléfono inteligente, proveer bienes y servicios sin
depender de un empleador. Su función sería –además de compartir,
intercambiar, alquilar, prestar o regalar- la de un intermediario. Cosa
nada nueva en la economía: ha existido desde el inicio del capitalismo.
La diferencia reside ahora en la tremenda eficiencia con la que
-mediante poderosos algoritmos que, casi instantáneamente, calculan
ofertas, demandas, flujos y volúmenes-, las nuevas tecnologías analizan e
definen los ciclos de oferta-demanda.
Por
otra parte, en un contexto en el que el cambio climático se ha
convertido en la amenaza principal para la sobrevivencia de la
humanidad, los ciudadanos no desconocen los peligros ecológicos
inherentes al modelo de hiperproducción y de hiperconsumo globalizado.
Ahí también la economía colaborativa ofrece soluciones menos agresivas
para el planeta.
¿Podrá
cambiar el mundo ? ¿Puede transformar el capitalismo? Muchos indicios
nos conducen a pensar, junto con el ensayista estadounidense Jeremy
Rifkin [ix],
que estamos asistiendo al ocaso de la 2a revolución industrial, basada
en el uso masivo de energías fósiles y en unas telecomunicaciones
centralizadas. Y vemos la emergencia de una economía colaborativa que
obliga, como ya dijimos, al sistema capitalista a mutar. Por el momento
coexisten las dos ramas: una economía de mercado depredadora dominada
por un sistema financiero brutal, y una economía del compartir, basada
en las interacciones entre las personas y en el intercambio de bienes y
servicios casi gratuitos... Aunque la dinámica está decididamente en
favor de esta última.
Quedan
muchas tareas pendientes: garantizar y mejorar los derechos de los
e-trabajadores ; regular el pago de tasas e impuestos de las nuevas
plataformas ; evitar la expansión de la economía sumergida... Pero el
avance de esta nueva economía y la explosión de un nuevo modo de
consumir parecen imparables. En todo caso, revelan el anhelo de una
sociedad exasperada por los estragos del capitalismo salvaje. Y que
aspira de nuevo, como lo reclamaba el poeta Rimbaud, a cambiar la vida.
Notas
[i] Léase Rachel Botsman y Roo Rogers: "What's Mine is Yours: The Rise of Collaborative Consumption", Harper Collins, 2010.
[ii] En España, existen varias plataformas dedicadas a eso, por ejemplo : Etruekko (http://etruekko.com/) y Alkiloo (http://www.alkiloo.com/).
[iv] El diario online El Referente, en su edición del 25 de octubre de 2015, ha recogido las principales startups
dedicadas a los viajes, la cultura y el ocio, la alimentación, el
transporte y el parking, la mensajería, las redes profesionales, el
intercambio y alquiler de productos y servicios, los gastos compartidos,
los bancos de tiempo, la tecnología e internet, la financiación
alternativa y fintech, la moda, los deportes, la educación, la infancia,
el alquiler de espacios, los pisos compartidos y otras plataformas de
interés. http://www.elreferente.es/tecnologicos/directorio-plataformas-economia-colaborativa-espana-28955
[v]
Airbnb ya vale más que Hilton, el primer grupo de hostelería del mundo.
Y más que la suma de los dos otros grandes grupos mundiales Hyatt y
Marriot. Con 2 millones de alojamientos en 191 países, Airbnb se coloca
por delante de todos sus competidores en capacidad de alojamiento a
escala planetaria. Airbnb cobra 3% del precio de la transacción al
proprietario y entre el 6% y el 12% al inquilino.
[vi] El concepto de prosumidor aparece por vez primera en el ensayo de Alvin Toffler, La Tercera Ola (Plaza&Janés, Barcelona, 1980), que define como tal a las personas que son, al mismo tiempo, productores y consumidores.
[vii] « Las Cosas »
(1965) es una novela del autor francés Georges Perec. La primera
edición en español (trad. de Jesús López Pacheco), fue publicada en 1967
por Seix Barral. En 1992, Anagrama la reeditó con traducción de Josep
Escué. Es una crítica de la sociedad de consumo y de la trivialidad de
los deseos fomentados por la publicidad.
[viii] Desde hace dos años, unos 6 millones de estudiantes se han puesto a seguir gratuitamente cursos online, difundidos por las mejores universidades del mundo.
[ix] Jeremy Rifkin, « La sociedad de coste marginal cero: El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo », Paidós, Madrid, 2014.
Ignacio Ramonet
Director de "Le Monde diplomatique en español"
http://www.alainet.org/es/articulo/181197
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