14/11/2016
Durante la última parte del siglo pasado, en
Latinoamérica se canceló ‑‑al menos para la siguiente etapa‑‑ la opción de
alcanzar cambios revolucionarios por medio de la lucha armada. No obstante, el
rechazo social a las consecuencias de las políticas neoliberales generó una
nueva oleada de movimientos y gobiernos “progresistas” que, en los pasados 15
años, ganó elecciones y abrió otra variable1.
Esto inició una doble serie de acontecimientos: por un lado, millones de
pobres ganaron ciudadanía, medios de vida decentes y acceso a educación, salud
y vivienda. Por el otro, tras el desconcierto inicial, la derecha económica ‑‑transnacional
y local‑‑ y sus operadores políticos e ideológicos, renovó sus anteriores
métodos e instrumentos y emprendió una contraofensiva regional en los planos
político, mediático, cultural y económico.
Lo ocurrido modificó el panorama latinoamericano.
Aunque algunos de esos gobiernos progresistas han sido defenestrados o tuvieron
reveses electorales, todo ello acumuló un acervo de experiencias y aprendizajes
que seguirán activos en esos y los demás países y sus dirigentes. Además, nada
excluye que las organizaciones y proyectos que dieron origen a dichos
acontecimientos se rehagan, ni que en distintas naciones del Continente afloren
otras opciones de izquierda que asimismo ganen elecciones.
Aun así, ciertos “críticos” alegan que dichos
reveses significan que el progresismo pereció, pues habría terminado el “ciclo”
político del cual formó parte, que según ellos estaría sujeto al precio de las
materias primas. Tal ideología del “ciclo” pretende que el suceder de los
hechos funciona por sí mismo, al margen de la voluntad y el accionar
conscientes. Pero el progresismo observado es un proceso que continúa en
desarrollo: sus causas siguen agravándose y con ellas las respectivas
indignaciones y expectativas sociales, y el reclamo de proponer alternativas.
Bajo esas causas actúan los componentes estructurales de la crisis, que sigue
lejos de concluir y, por si faltara más, ahí donde la derecha ha vuelto al
gobierno de inmediato reincide en políticas que provocan indignaciones
adicionales.
Sin embargo, para evaluar lo efectivamente ocurrido
y lo que ahora corresponde impulsar, es necesario reconocer que tales reveses y
la fuerza de la ofensiva reaccionaria no se deben solo a las artimañas y
recursos movilizados por la derecha y sus mentores transnacionales. Se deben
igualmente a las deficiencias y errores de los gobiernos progresistas y las
organizaciones que los apoyan, que debilitaron su capacidad para contrarrestar
ese reto. Esto exige identificar y corregir esas fallas, incluyendo explicar
por qué motivos cuando la izquierda llama a movilizarse para impulsar y
defender sus proyectos, una parte del pueblo pobre deja de responder.
¿A quién caben responsabilidades?
Eso tiene diversas causas. Para empezar, estos
gobiernos no resultaron de un auge ideológico como el de los años 60 y 70 del
siglo pasado ‑‑inspirado en las proezas de la Revolución cubana, los
movimientos de liberación nacional y la lucha por los derechos civiles‑‑, sino
del voto de repudio a la política y los políticos tradicionales que endosaron
las medidas neoliberales. Fueron electos dentro de las limitaciones previstas
por el sistema vigente ‑‑creado para mantener el estatus quo, no para
transformarlo‑‑, con el voto de una mayoría aún recelosa de las dictaduras
militares impuestas tras los pasados intentos revolucionarios. Por
consiguiente, electos para aliviar la situación con programas moderados, no
para iniciar procesos revolucionarios; es decir, para administrar el gobierno y
no para tomar el poder.2
De ahí deriva la expresión, más literaria que
científica, de que estos serían gobiernos posneoliberales pero no poscapitalistas,
es decir, dirigidos a subsanar los daños económicos, sociales y morales
causados por un neoliberalismo que está en crisis, pero sin el respaldo
sociopolítico suficiente para emprender un “salto” al socialismo. Expresión
engañosa si incluye el supuesto de que la crisis de 2008 liquidó al neoliberalismo
pues, aunque académicamente desacreditado, este sigue vigente en los organismos
y regulaciones rectoras de las relaciones económicas internacionales, y en la
cultura operativa de las burocracias públicas y privadas.
No cabe emprender un proyecto más ambicioso ‑‑poscapitalista‑‑
sin contar con las fuerzas populares necesarias para sustentarlo y defenderlo.
Para superar dichas limitaciones se requiere desarrollar una nueva cultura
política y movilizar bases sociales organizadas que presionen hasta desbordarlas,
lo que debe articularse a través de las organizaciones políticas y la gestión
de gobierno. ¿Es ello es objetivamente posible? Hasta ahora esa no ha sido la
experiencia predominante, cuestión que demanda explicar por qué y discutir cómo
resolverla.
En una conferencia en la Universidad de Buenos
Aires, Álvaro García Linera señaló que responderlo exige identificar las
debilidades de estos gobiernos progresistas, a fin de “evaluar bien dónde hemos
tenido los tropiezos que están permitiendo que la derecha tome la iniciativa”,
para superarlos y vencer “mediante la movilización democrática del pueblo”3.
Las principales deficiencias que él señaló son las siguientes:
No se dio la necesaria importancia a la gestión de
la economía y los procesos de redistribución con crecimiento. Aunque deben
mejorarse las condiciones de vida del pueblo y garantizar que este disponga de
satisfactores básicos, hemos tenido debilidades en materia económica al hacerlo
sin asegurar que el poder político permanezca en manos de los revolucionarios.
Gobernar para todos no significa tomar decisiones que, por satisfacer a todos,
perjudiquen la base social que sostiene al proceso revolucionario, que son los
únicos que lo defenderán. El proyecto debe cumplirse sin incurrir en
concesiones ni perjudicar al sector popular, ya que la derecha nunca es leal.
Antes bien, crear capacidad económica, asociativa y
productiva de los sectores subalternos es la clave que va a definir, a futuro,
“la posibilidad de pasar de un posneoliberalismo a un poscapitalismo”. Por eso,
la riqueza debe redistribuirse con politización social, pues omitirla implica
crear nueva clase media con viejo sentido común4.
En esto coincide con Leonardo Boff, quien advierte que mejorar las condiciones
de vida de la gente con un asistencialismo políticamente vacío “antes creó
consumidores que ciudadanos conscientes”5.
A lo cual García Linera agrega que esto se ha
realizado sin la debida reforma moral, incluso con tolerancias ante el viejo
mal de la corrupción. Ello le da a la derecha la oportunidad de apropiarse del
tema, pese a que el neoliberalismo es “el colmo de la corrupción
institucionalizada”. La corrupción es un cáncer que corroe a la sociedad, y
nosotros debemos ser ejemplo diario de austeridad y transparencia.
Para terminar, añadió que se ha sido débil para
impulsar la integración económica regional. Aunque se avanzó en la integración
política, la económica es más difícil, pues cada participante tiende a defender
sus intereses. Finalmente, llamó a prepararse mediante el análisis y el debate
para emprender una nueva oleada de conquistas revolucionarias, pues “los
revolucionarios nos alimentamos de los tiempos difíciles, venimos desde abajo,
y si ahora, temporalmente, tenemos que replegarnos, bienvenido, para eso somos
revolucionarios”.
Las observaciones de García Linera dan base para
comenzar ese análisis, al cual deberemos sumar otros aspectos. Entre ellos, el
de la capacidad efectiva que cada gobierno progresista ha demostrado para
resolver las viejas trabas al desenvolvimiento económico e impulsar el
desarrollo de las fuerzas productivas, además de esforzarse por mejorar la
distribución de la riqueza.
Y, sobre todo, la capacidad de cada movimiento
progresista para aglutinar el bloque social que en el respectivo momento
reivindica el interés general de la nación. Esto es, que representa los
intereses y objetivos compartidos por el frente o alianza de las clases y
fracciones de clase capaz de quebrar el orden vigente y darle sentido a la
siguiente etapa del desarrollo nacional.
Obviamente, este progresismo nació de las
indignaciones sociales agravadas por el neoliberalismo, no de algún alza de los
precios de las materias primas. La actual depreciación de esas materias
ocasiona problemas a los países que las exportan ‑‑a sus productores, sus
mercaderes y al fisco‑‑, cualquiera que sea el signo político de los
respectivos gobiernos. Problema que no elimina sino que redobla las causas
generadoras de progresismo, que seguirán activas en sus viejas y nuevas formas,
que a las izquierdas les corresponde prever.
El tema es oportuno para recordar otro asunto. Un
buen aprovechamiento del alza de las materias primas les facilitó a varios
gobiernos progresistas costear proyectos de desarrollo sin exigirle mayores
contribuciones impositivas a las distintas fracciones de la burguesía. Esta
práctica, de intención políticamente apaciguadora, permitió eludir ‑‑o mejor
dicho posponer‑‑ confrontaciones, pero no ayudó a diversificar y fortalecer la
capacidad productiva de sus respectivos países, ni su mercado interno, como
tampoco a crear reservas para cuando vinieran peores tiempos, como sucede desde
que la crisis afloró en 2008.6
Por efecto de su naturaleza “posneoliberal” y no
“poscapitalista” ‑‑y por eso más asistencialista que revolucionaria‑‑ de la
mayor parte de los gobiernos progresistas, algunas acciones indispensables para
asegurar la continuidad del proceso, como las necesarias reformas agrarias,
laborales y tributarias, dejaron de acometerse. Además, la mayoría tampoco
realizó la requerida reforma política y electoral, ni la del campo de los
medios informativos. A estas omisiones ‑‑cometidas por acomodamiento ideológico,
falta de decisión política o insuficiente apoyo social para superar las trabas
judiciales o parlamentarias‑‑ dichos medios contribuyeron significativamente,
enfocados en desacreditar o intimidar al liderazgo progresista y a desanimar
sus bases de apoyo.
La falta de esas reformas debilitó la base social
del progresismo. El supuesto de que para reelegirse basta “comprar” gratitud
popular satisfaciendo necesidades colectivas e incrementando el poder
adquisitivo, aparte de irrespetar a los necesitados, fue un fracaso: el
consumismo y los shoping centers han sido sus mayores beneficiarios.
La actual ofensiva de las derechas evidencia el
fiasco de la idea de sumar fuerzas mediante la conciliación con elementos de la
derecha económica y sus representantes políticos. Lo que hace recordar que el
poder del Estado se busca para vencer a la clase dominante, no para dormir con
ella.
Las limitaciones establecidas por el viejo sistema
político solo pueden ser superadas si el proceso consigue formar bases populares
que demanden avanzar más allá y que defiendan las iniciativas que desborden
esas limitaciones. En un régimen democrático eso implica, además, captar nuevos
contingentes electorales para sobrepasar a las derechas sin incurrir en
concesiones oportunistas que desdigan al proyecto de izquierda. Esto exige
formar fuerzas adicionales y sostener presión social, tareas cuya naturaleza
corresponde a las organizaciones de izquierda más que a las instituciones
gubernamentales, que legalmente deben servir a toda la sociedad.
La suposición de que avanzar depende de sucesivas
reelecciones dentro del sistema existente subestima la capacidad de las
derechas y sus mentores foráneos. Aunque estos hayan perdido uno o más
comicios, conservan su poder económico, el control de grandes medios de
comunicación y su influencia cultural. Antes de la siguiente campaña, realinean
sus ideas y recursos, e invirten tanto en renovar su propia efigie como en
corroer la imagen moral y política de la izquierda que la había vencido.7
No es posible avanzar sin reformar a fondo el
sistema político para lograr su democratización efectiva, puesto que el actual
modelo de democracia restringida fue instalado para legitimar y reproducir
periódicamente el estatus quo instaurado por la clase dominante, no para
cambiarlo.
Del resentimiento ciego al neofascismo
Desarrollar un proceso revolucionario implica
transformar indignaciones sociales en movimientos políticos; esto requiere
promover la formación de nuevos contingentes de cuadros, promover y movilizar
mayores organizaciones populares e incrementar presión social consciente y
organizada.
Reconocerlo conlleva admitir que una importante
porción de pueblo pobre no responde al llamado de las izquierdas8.
Ese tema reclama estudiarlo, porque avanzar exige integrar fuerzas adicionales.
Esto es, demanda mejor capacidad para sacar de su postración a los sectores del
pueblo pobre con menguada o deforme conciencia de clase, y lograr que mayores
contingentes de ese pueblo afronten sus problemas con creciente participación
social y política.
Desde siempre, uno de los principales retos de las
izquierdas es alcanzar la conciencia de los explotados y los marginados que
dejan de sumarse a las movilizaciones proletarias o que, aun peor, se dejan
seducir por el histrionismo “antipolítico” de la nueva derecha, alucinados por
personajes como los Fujimori, La Pen o Trump. El hecho de que todavía haga
falta alcanzar esas conciencias demuestra que los medios organizativos y de
comunicación usados para ello no son apropiados.
Tras las experiencias confrontadas por las
izquierdas a fines del siglo XX y de la hegemonía neoliberal, en Latinoamérica
la crisis cultural y moral avanzó más que la producción de nuevas propuestas
político‑ideológicas de izquierda y modos de compartirlas. Luego de tantos años
de decepciones la gente está harta, sin que esto signifique que ya es
consciente de otras alternativas. La irritación ante la desigualdad, el empleo
precario y las carencias conviven con el descrédito de los sistemas políticos,
partidos y liderazgos conocidos. Además, con la sensación de temor diseminada
por la frustración de pasadas expectativas y la inseguridad, en las diversas
acepciones del término.9
Estamos ante una derecha reciclada que ahora
disputa el campo político con renovados instrumentos, articulada orquestación
continental, predominio mediático masivo y a la vez segmentado para públicos
específicos, y un repertorio de consignas esquematizadas con una brutal
simplificación de las ansiedades populares. Entre ellas, la de presentar
candidatos supuestamente apolíticos o “antipolíticos”. La naturaleza elemental
de estos clichés facilita penetrar poblaciones ya domesticadas por el “sentido
común” que por decenios la clase dominante ha sembrado entre quienes explota y
margina.
Así como sus mentores transnacionales, esta derecha
lo hace con claridad de objetivos: no pretende apenas volver a Palacio,
sino asumir el poder real para eliminar las conquistas que el movimiento
popular acumuló desde el siglo pasado, y no solo durante esta oleada
progresista. En el contexto global de la crisis, ahora al capital transnacional
y a las burguesías locales les urge recuperar el control de los recursos de
cada país y región, intensificar la explotación del trabajo e incrementar la
tasa de ganancia de sus capitales, y su acumulación.
En ese contexto, la derecha busca manejar a su
favor las decepciones e inconformidades sociales existentes, y seducir a muchos
de los “seres humanos arrojados a la marginalidad, la ignorancia y la
desesperación, para intentar hacer de ellos una fuerza de choque salvaje”10
contra los ciudadanos conscientes, y no apenas en el plano electoral. Esta
convocatoria a la coacción y la violencia es una de los rasgos del fascismo
como instrumento político de la estrategia de contrarrevolución preventiva.
De la situación crítica al proyecto crítico
La conciencia y solidaridad de clase no se forman
espontáneamente ni con celeridad. Al disgusto colectivo es necesario inducirle
cierto sentido. En el seno del pueblo explotado y resentido madura una
transición cultural a la cual es preciso alentar y darle un propósito, ya que
dejada a la espontaneidad puede extraviarse. A contramano de la ofensiva diaria
que la reacción arroja sobre esa masa social para impregnarla con una
subcultura funcional a sus intereses, corresponde promover la contracultura
expresiva de las reivindicaciones y expectativas populares.
La observación de Lenin según la cual “la cultura
dominante es la cultura de la clase dominante” no significa que la burguesía
desea que cada trabajador piense como un empresario, sino que esa cultura
afinque los respectivos roles sociales: el burgués educa a su hijo como un
ejecutivo sagaz, y al obrero y su prole como servidores dóciles y cumplidores.
A contramano, la contracultura popular debe impulsar a cada trabajador ‑‑y cada
marginado‑‑ a reaccionar como ciudadanos conscientes de sus derechos y de sus
deberes de solidaridad.
Es con base en ello que se forma la independencia
crítica del pensamiento popular ante la agenda temática, las interpretaciones y
mitos de los grandes medios y demás instrumentos de inseminación ideológica de
la clase dominante. Desarrollar esa contracultura posibilita que los explotados
se emancipen de la cultura hegemónica oponiéndole sus propios temas y valores.
Para los grupos involucrados, el proceso va de tener una percepción de la realidad
objetiva de su actual situación hacia darse una proyección subjetiva
de su propia fuerza social.
Ser parte de la población más desfavorecida e
inconforme no necesariamente lleva a cada quien a buscar alternativas
revolucionarias. Antes puede inducir al resentimiento depredador, al fiasco
moral y a salidas individuales de corto plazo, máxime al faltar una opción
confiable y factible. La contracultura popular apunta a superar solidariamente
las rutas del delito y la degradación, del oportunismo político o la
enajenación evangélica, funcionales al sistema establecido, que el neoliberalismo
acentúa. Para elegir una opción moral y políticamente acertada hace falta tener
acceso a una propuesta creíble e integradora, que promueva actuar en común para
fines de amplia proyección.
Para cada sujeto ‑‑individual y colectivo‑‑ la cuestión
es “cómo pasar de una situación crítica a una visión crítica y,
acto seguido, alcanzar una toma de conciencia”11.
Esto implica enfrentar la dura existencia de la pobreza y la injustica como un
hecho real, y a la vez como una paradoja: la de aceptar esta realidad
para poder sobrevivir en ella, pero al mismo tiempo darse capacidad de
resistir y poder pensar y actuar para cambiarla, luchando colectivamente
por otro futuro. Propiciar que este salto se realice demanda desarrollar una
pedagogía popular, para reconstruir ideas y propuestas, así como formas de
organización que ayuden a los diferentes sectores del “pobretariado” a asumir
esa visión y proyecto confiables.12
La cultura dominante dispone del poderoso soporte
de los medios de comunicación masiva de la clase que los controla. Sin embargo,
para superarla no basta crear medios alternativos ni soñar con disponer de
instrumentos comparables a los burgueses. Antes la creatividad popular debe
aprender a contraponer sus propios mensajes a los de los grandes medios, sin
concesiones a su cultura sino a partir de su propia contracultura.
Si una y otra vez hacemos lo mismo, recaemos en
iguales resultados. Si las izquierdas insisten en comunicarse en las formas de
siempre con los sectores del “pobretariado” que desoyen sus llamados, esto
prueba que necesitan crear otros modos de hacerlo, que probablemente no serán
iguales para cada distinto sector.
Al respecto, Joao Pedro Stedile dice que lo primero
es impulsar lo “que eleve el nivel de conciencia política e ideológica de
nuestra base social”, pues urge “formar grandes contingentes de militantes de
la nueva generación joven que fue confundida por el neoliberalismo y los medios
de comunicación burguesa”. Y agrega que esto exige producir nuevas formas de
comunicación masiva, donde compartir y “profundizar el conocimiento y articular
fuerzas alrededor de un nuevo proyecto de desarrollo popular”.
Stedile añade que igualmente “debemos construir
nuevos modos de lucha masiva”, pues “las formas clásicas como [las] huelgas,
paralizaciones o marchas son insuficientes, y por ello necesitamos ser
creativos”, pues “requerimos desarrollar nuevos instrumentos de lucha que
motiven a la gente, aglutinar a la juventud y dar un sentido de esperanza a
nuestras luchas”. Por esto también “necesitamos organizaciones políticas y
sociales de nuevo tipo”, y para conseguirlo “hay que trabajar sin fórmulas o
modelos predeterminados”.13
Cuándo el progresismo existe
Crear otros tipos de organizaciones y formas de
lucha envuelve un importante componente ético, esencial de toda agrupación de
izquierda. Si un liderazgo propone transformar al país pero admite arreglos
oportunistas, como negociar conductas políticas con benefactores financieros,
deslizarse al centro político o tolerarle conductas moralmente dudosas a sus
dirigentes o aliados, destruye la credibilidad que le permite permanecer
vigente. La confiabilidad en entredicho lleva al escepticismo y acto seguido la
suspicacia popular concluye que “estos son iguales que los otros”.
Ese fenómeno es asimétrico. Si un partido liberal
admite tales actuaciones a nadie sorprende, pues su moralidad no es otra que la
del régimen que representa. Pero si ello ocurre en una organización que plantea
transformar al país y darle otro horizonte ético, aceptar actuaciones que
recuerdan al repertorio moral oligárquico no es un contrasentido sino una
aberración. Para la militancia revolucionaria ser consecuentes con determinada
ética ‑‑por cuyos principios se está dispuesto a perder la libertad y hasta dar
la vida‑‑, esto es definitorio. Y asimismo para la credibilidad y confianza
ciudadanas.
Otros igualmente lo ven así. Al dirigirse al
Encuentro Mundial de Movimientos Populares, el Papa Francisco destacó que
“quienes han optado por una vida de servicio tienen una obligación adicional
que se suma a la honestidad con la que cualquier persona debe actuar en la
vida. La vara es más alta: hay que vivir la vocación de servir con un fuerte
sentido de austeridad y humildad. Esto vale para los políticos pero también
vale para los dirigentes sociales y para nosotros, los pastores”.14
Las izquierdas, tanto más, tienen la misión de
realizarse como referente ético y reserva moral del país. Su consistencia
cívica no solo es un deber de consecuencia con los valores que la definen, sino
de confiabilidad. Como, asimismo, condición para articularse con otros sectores
de similar firmeza ética. No en balde, los medios de la clase dominante son infatigables
cazadores de reales o verosímiles flaquezas de la izquierda, porque estas la
descalifican como tal.
Cuando los jóvenes ‑‑entre otros grupos‑‑ desoyen
el llamado de las izquierdas, es un error prejuzgar que son social o moralmente
irresponsables, o que los ganó la derecha. Es más probable que expresan un
rechazo a la política y los políticos conocidos, que no responden a sus
expectativas. La suya es una actitud crítica frente al estatus quo y, si no
sabemos orientarla, podrá tomar rumbos depredadores. Antes que deplorar su
actitud toca examinar si el problema viene de nuestras deficientes formas de
interactuar con ellos, y de ofrecerles ejemplos que ameriten ganar su
confianza.
Paradójicamente, aunque padecemos regímenes de
democracia restringida, hoy son las izquierdas y el progresismo quienes
descuellan como defensores de los principios e instituciones democráticas. Pero
esa institucionalidad todavía es aquella que anteriores gobiernos conservadores
implantaron para mantener y reproducir al viajo país injusto, e impedir la
efectiva democratización del sistema. Con su nombre largamente vilipendiado por
explotadores y oportunistas, la democracia ya no tiene el prestigio que antes
le daba convocatoria a su invocación. Defenderla solo tiene sentido si es
exigiendo la reforma política que vuela a darle sentido y proyección popular y
participativa al régimen democrático.
Esto exige esclarecer cuál proyecto de nuevo país
las izquierdas y el progresismo proponen, y exigir que sus demás acciones sean
consecuentes con ese compromiso. Porque en el análisis del acontecer que nos
rodea, tanto como en la producción teórica que aportamos, debemos renovar
medios eficaces para convertir indignación social en militancia política, no
apenas para derrotar a la ofensiva contrarrevolucionaria sino para transformar
a la nación, como las dos caras del mismo proceso.
Lo que a su vez demanda intercambiar ideas con los
otros grupos sociales inconformes y progresistas, para traducir esas ideas en
fuerza política haciéndolas prender en la gente, así como también reclama
formar nuevos militantes en los ámbitos tanto del trabajo como de la
convivencia comunitaria, donde los dramas sociales igualmente tienen lugar.
El progresismo y las izquierdas solo son lo que
dicen ser en tanto realizan y renuevan capacidad para formar nuevos
contingentes sociales y ayudarlos a darse mejores modos de organización y
participación. En tanto amplían capacidad para interactuar ‑‑aprender, aportar,
cooperar‑‑ con los sectores afines en unas u otras reivindicaciones comunes. En
tanto demuestran capacidad para contribuir a articular y ampliar movimientos y
frentes nacionales ‑‑junto a otras clases y fracciones de clases‑‑ conducentes
a conformar el bloque social de las fuerzas que comparten la voluntad y el
proyecto de construir un nuevo país. Proyecto y bloque que derrote la ofensiva
de derecha en el campo de las ideas y en el de la práctica política, al
coordinar la parte más progresiva de la nación, entendida como ámbito de la
unidad y lucha de clases en la producción del siguiente acontecer histórico.
En la medida en que expresa a ese bloque social y
sea capaz de aportarle contingentes e iniciativas adicionales, el progresismo
existe. Y en cuanto deja de hacerlo, debe ser estremecido y renovado. Porque la
lucha continúa.
- Nils Castro es escritor y catedrático panameño.
1. La historia latinoamericana del siglo XX recuerda
sucesivos movimientos de este género, con las particularidades de cada época y
región. Entre ellos, los relacionados con las revoluciones liberales, la
revolución mexicana, el sandinismo, las revoluciones guatemalteca y boliviana,
las revoluciones cubanas del 33 y el 59, con procesos asociados al cardenismo,
el primer aprismo, el movimientismo boliviano, a algunas expresiones del
peronismo y del laborismo brasileño, el torrijismo, etc.
2. De gobiernos constituidos de esa forma no cabe
esperar actuaciones comparables a las de los provenientes de una revolución. En
1917, cuando la revolución rusa, en 1959 con la cubana o en 1979 con la
nicaragüense, el ejército, la policía y las instituciones básicas del Estado, y
sus operadores, se desbandaron. Los líderes revolucionarios reorganizaron al
Estado según sus respectivos proyectos, sin tener que negociarlos con el
régimen anterior.
3. En “La revolución es continental o mundial o es
caricatura de revolución”, conferencia dictada el 20 de septiembre de 2016. Ver
http://www.marcha.org.ar/garcia-linera-larevolucion-continental-.mundial...
4. García Linera define sentido común como
los conceptos íntimos, morales y lógicos, con los que la gente organiza su
vida.
5. “Diez lecciones posibles tras la destitución de
Dilma Rousseff”, en boffsemanal@servicioskoinonia.org, del 25 de
septiembre de 2016.
6. En ese marco suele criticarse el extractivismo
atribuido a los gobiernos progresistas. Aunque es deplorable que un gobierno de
izquierda admita tales prácticas, esa crítica soslaya que el problema viene del
capitalismo “salvaje” y los regímenes conservadores, y que fue exacerbado por
las políticas neoliberales, desde antes de esta oleada progresista. Al
contrario, el progresismo generalmente procuró someter esas actividades a
mejores reglas sociales y ambientales.
7. De esto ya me ocupé anteriormente y no hace falta
repetirme aquí. Ver “Una coyuntura liberadora… ¿y después?” en Rebelión del 23
de julio de 2009, “Una liberación por completar” en Alai del 17 de agosto de
2009 y, en particular, “¿Quién es la “nueva” derecha?” en Alai del 14 de abril
de 2010 y Rebelión del siguiente día.
8. Por ejemplo, en la inminencia del golpe
parlamentario en Brasil, Lula da Silva apuntó que mientras una parte de ese
pueblo salía a manifestar, otra se quedaba a mirar televisión. Ese tema reclama
examinarse, porque avanzar demanda integrar fuerzas adicionales.
9. Como incertidumbre e inseguridad sobre la
subsistencia, la integridad personal y el futuro personales y familiares, sobre
las creencias y la confianza cívica y política, sobre la convivencia
comunitaria, la supervivencia del país y del mundo, etc.
10. Ver Luis Bilbao, “América Latina no gira a
la derecha”, en ALAI, América Latina en movimiento, 11 de febrero de 2010.
11. Ver Milton Santos, Por uma outra globalização:
de pensamento único à consciência universal. Ed. Record, Rio de Janeiro,
2007, p. 116 (original en portugués, cursivas de NC).
12. Una de las tareas de toda izquierda es
desarrollar esa pedagogía, que en Latinoamérica ha tenido valiosos precursores,
desde los tiempos de Paulo Freire.
13. Ver “Los desafíos de los movimientos sociales
latinoamericanos”, América Latina en movimiento, Agencia Latinoamericana
de Información (http://alainet.org),
4 de diciembre de 2006.
14. Discurso del Papa Francisco ante el Encuentro
Mundial de Movimientos Populares, el 5 de noviembre de 2016. Ver http://movimientospopulares.org/el-discurso-completo-de-papa-francisco-a....
http://www.alainet.org/es/articulo/181660
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