31/10/2016
¿La ex secretaria de Estado Hillary Clinton
representa un muro de contención para las políticas más reaccionarias dentro de
Estados Unidos? ¿El magnate Donald Trump encabeza un movimiento que busca
resolver los problemas internos en un país azotado por la crisis económica? ¿La
ex senadora, nacida en Chicago en 1947, intenta llegar a la presidencia
prometiendo moderación ante la bravura de su oponente? ¿El candidato
republicano, que llegó al mundo en 1946 bajo el paraguas de un conglomerado
inmobiliario construido por su padre, es la encarnación misma del racismo y los
miedos profundos de la sociedad estadounidense? ¿Ambos candidatos se presentan
hostiles hacia América Latina, en particular frente a los procesos progresistas
y de izquierda como en Cuba, Venezuela y Bolivia?
A pocos días de las elecciones presidenciales
estadounidenses del 8 de noviembre, El Furgón dialogó sobre estos
temas con Leandro Morgenfeld, historiador, investigador del CONICET y autor de
los libros “Vecinos en conflicto: Argentina y Estados Unidos en las
Conferencias Panamericanas, 1880-1955”, “Relaciones peligrosas: Argentina y
Estados Unidos” y “El ALCA: ¿a quién le interesa? La posición de sectores
socioeconómicos y políticos en Estados Unidos, México, Brasil y Argentina con
respecto al ALCA”.
–¿Existen diferencias sustanciales entre Hillary
Clinton y Donald Trump?
-Existen diferencias. Pero siempre, en las campañas
electorales, se tienden a exagerar las diferencias. En realidad, hay consensos
de fondo en el establishment, que se van a mantener gane quien gane. Y esto lo
garantiza no sólo el presidente electo, sino el Congreso y la Corte Suprema. O
sea, el margen de maniobra del presidente en Estados Unidos es relativamente
estrecho. Todo indica que Clinton será la primera mujer presidente, pero si
ello no ocurre habrá un reacomodamiento del sistema político y Trump será
forzado a mantenerse dentro de los parámetros permitidos. En el proceso
electoral, para generar la sensación de que los votantes realmente eligen, se
exageran y magnifican las diferencias. Así, parece que va a haber un país
radicalmente distinto si gana uno u otro. Eso ocurre en otros países y con
otros sistemas electorales y políticos. En Estados Unidos, no. Pero el
marketing político, como ocurre con la propaganda comercial, gasta millones
para vendernos candidatos con packaging muy distinto, pero
contenido similar. La política estadounidense está cooptada por el marketing y
depende de los cientos y cientos de millones de dólares que se gastan en
construir consenso en torno a los candidatos. En “venderlos”.
-¿La política exterior de Estados Unidos puede
variar según qué candidato gane las elecciones?
-Hace décadas, existe un “gobierno permanente” de
Estados Unidos, más allá de las diferencias entre republicanos y demócratas, y
entre los sucesivos candidatos. El sistema político estadounidense, más que
alternancia, garantiza continuidad. Los dos partidos del orden representan dos
caras aceptables para el establishment. Nunca se pone en discusión el carácter
imperial de Estados Unidos. Pueden discutir si en Siria hay que crear o no una
zona de exclusión aérea, o si hay que bombardear más o menos al Estado
Islámico, pero no cuestionan el fundamento, el carácter de gendarme planetario
que cumple Estados Unidos. En general, se van tamizando los candidatos y el
sistema purga a los que quieran romper el consenso bipartidista en materia de
política exterior. Bernie Sanders sí proponía una modificación sustantiva de la
política exterior, pero no pudo llegar, entre otras cosas porque el aparato del
partido –y millones de dólares de las coporaciones– se encolumnó atrás de
Hillary, como probaron los emails filtrados por Wikileaks.
-¿Los debates presidenciales entre los dos
candidatos son reales o simplemente un espectáculo de televisión?
-Los tres debates presidenciales, y el de los
vicepresidentes Pence y Kaine, concitaron mucha atención, especialmente por la
figura de Trump. La campaña se caracteriza por el altísimo rechazo que provocan
ambos candidatos –reflejo de una crisis del sistema político en Estados Unidos–
y por su inusual tono agresivo. Estados Unidos es el país donde la
telepolítica, o sea la transformación de la política en un show, alcanzó
niveles más desarrollados en las últimas décadas. La particularidad de estos
debates es que Trump, en algún sentido, es un outsider y no se
aviene a muchas de las reglas del establishment político. Basó su campaña en
romper con lo políticamente correcto, para intentar canalizar el rechazo al
sistema, y en particular a Hillary, que es una fiel representante del
establishment económico y político. Como dijo algún editorialista, Trump será
muy malo para la política estadounidense, pero es una máquina de generar
rating. Todas las primarias, y ahora la elección general, para bien o para mal,
giraron en torno a su figura, sus exabruptos, sus acosos a mujeres. Esto impide
que se discuta con mayor profundidad sobre los temas centrales de la política,
la economía y la sociedad. Es un factor distractivo importante.
-¿Qué análisis se puede hacer de las posturas de
Clinton y Trump con respecto a América Latina?
–América Latina apareció poco en los debates
presidenciales y en la campaña, salvo por dos temas. Inmigración: Trump culpa a
los indocumentados de la crisis de empleo y propone endurecer los controles
fronterizos y un plan de deportaciones masivas, mientras que Clinton quiere
aprobar una reforma migratoria en los papeles más progresista, pero en realidad
con Obama se deportaron más de 3 millones de indocumentados en 8 años, un
récord histórico; el Acuerdo Transpacífico: ambos dicen oponerse al TPP, aunque
Clinton fue la que lo impulsó como Secretaria de Estado, y en privado dijo a
financistas de Wall Street que está a favor de este tipo de acuerdos de libre
comercio.
En cuanto al reestablecimiento de las relaciones
diplomáticas con Cuba y a la relación con los países bolivarianos, no puede
esperarse nada demasiado nuevo por parte de los dos candidatos. Trump, con un
discurso más aislacionista, insiste en que no hay que gastar recursos
“promoviendo la democracia” en países que no la quieren. Su discurso xenófobo y
anti-hispano cosecha rechazos en América Latina. Por eso los gobiernos de
derecha en la región, a pesar de tener una prédica que a priori sintonizaría
más con las propuestas del magnate inmobiliario, señalaron que prefieren a
Clinton en la Casa Blanca. Clinton garantizaría la continuidad de las políticas
de Obama y tendría mejores condiciones para avanzar con el TPP, al que miran
con esperanzas no solo los gobiernos neoliberales. Un eventual triunfo de Trump
complicaría la estrategia estadounidense de recuperar el dominio en Nuestra
América, desafiado en los últimos años. La victoria de Clinton, en cambio,
implicaría mayor continuidad, pero más agresiva hacia los gobiernos no
alineados.
-¿El gobierno argentino mantiene afinidad
ideológica con alguno de los candidatos en particular?
–Macri tiene una vieja relación de negocios con la
familia Trump, y hasta lo alojó personalmente en en su quinta Los Abrojos, hace
algunos años. Además, podríamos decir que tiene afinidad electiva por Trump,
por ser ambos empresarios y con un discurso neoliberal y promercado. Sin
embargo, tanto él como la canciller Malcorra declaran públicamente que
prefieren que gane Clinton. Suponen que así habrá continuidad y podrán seguir
alineados y subordinados a Washington sin pagar un costo interno. En esa línea,
de avanzar el TPP que en su momento impulsó Hillary como Secretaria de Estado,
Macri podría llevar al país a sumarse a este mega acuerdo de libre comercio.
Trump, como decíamos antes, generaría más rechazo y reflotaría un sentimiento
anti-yanqui, con lo cual la subordinación de Macri a la agenda de Washington
tendría un mayor costo político interno.
-Tanto Clinton como Trump, ¿tienen políticas
concretas para paliar la crisis económica que atraviesa Estados Unidos desde
hace varios años?
-En sus discursos, Clinton enfatiza que van por el
buen camino y que lo peor de la crisis ya pasó, mientras que Trump señala que
Estados Unidos está estancado, no crece hace años, se desindustrializó y perdió
millones de empleo. Clinton promete más libre comercio para volver a crecer,
mientras que Trump se inclina por una prédica proteccionista. Dice que va a
renegociar los tratados de libre comercio y obligar a las empresas
estadounidenses a volver a producir en su país, y a la vez insiste con la
receta neoliberal de bajar impuestos a los ricos y achicar el Estado, para que
las empresas ganen competitividad e inviertan. Ninguno de los dos se enfoca en
los aspectos estructurales de la crisis y, como bien señaló el moderador del
tercer y último debate, más allá de sus propuestas, las consecuencias de ambos
programas serían una escalada aún mayor del déficit fiscal y el endeudamiento
público, que ya supera holgadamente el 100% del PBI anual estadounidense. O
sea, ninguno tiene un plan para superar el estancamiento estructural de la
economía estadounidense. Esto lo señaló Trump en el debate del 19 de octubre:
India crece al 8% anual, China al 7% y Estados Unidos al 1%.
31 octubre, 2016
Leandro Albani/El Furgón
http://www.alainet.org/es/articulo/181362
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