jueves, 3 de noviembre de 2016

NUESTRA EXTRAORDINARIA INTELIGENCIA Y LOS BEBÉS




¿Por qué existe ese abismo cognitivo entre nuestros primos primates y nosotros? ¿Cuándo y cómo se hizo el quiebre?

Los monos pueden reconocer números, hacer comparaciones ordinales y un poco sumar y restar pero hasta ahí llegan. La pregunta es por qué. Muchos de los estudios que tratan de armar el rompecabezas de por qué los humanos son tan inteligentes se han enfocado en el uso de herramientas y la adopción de la tecnología, en nuestras dietas y el uso del lenguaje. Claro que todos estos elementos han sido definitivos. Pero como nunca es suficiente, siempre es bueno seguir horadando la piedra para sacarle más jugo. Aunque la hipótesis de que la larga infancia*, que ya habíamos traído a cuento, podría explicar nuestra única y extraordinaria inteligencia, es importante presentarla con información muy actual.

Un estudio reciente sugiere que la inteligencia humana puede ser el resultado de un proceso evolutivo que permitió atender las demandas de infantes indefensos. El estudio fue realizado por Steven Piantadosi y Celeste Kidd, profesores asistentes de ciencias cognitivas en la Universidad de Rochester.

“Los infantes humanos nacen muchísimo mas inmaduros que los de otras especies. Una cría de jirafa, por ejemplo, es capaz de pararse, caminar y si es necesario huir de los depredadores, horas después de su nacimiento. Los infantes humanos ni siquiera pueden sostener la cabeza”, dice Kidd.

La teoría de los autores es que existe una especie de ciclo de auto refuerzo donde cerebros grandes llevan al nacimiento de infantes muy prematuros quienes necesitan a su vez para sobrevivir, padres con cerebros más grandes, que se ocupen con más inteligencia de su cuidado.

Los autores propusieron su hipótesis: la incapacidad de sobrevivir de un primate recién nacido será una señal fuerte de su inteligencia. Demostraron que esto es así y relacionaron sus resultados con otras teorías que resaltan la condición excepcional de los humanos, algo que permite entender el por qué la inteligencia humana se llevó tanto tiempo en la historia evolutiva para llegar a su nivel actual.

Muchas de las ricas habilidades cognitivas observadas en humanos pueden ser epifenómenos de la selección del cuidado posnatal. Los neonatos indefensos necesitan muchísima atención de los padres. Las demandas de cuidados pudieron dar lugar al nacimiento de sistemas sociales de cooperación que a su vez entretejieron la forma de organizar el tiempo y los recursos materiales que sabemos son uno de los pilares fundamentales para la evolución humana.

Y el comportamiento reproductivo humano (la formación de parejas, la paternidad y las relaciones sociales) se muestra también como un factor fundamental en esa evolución. La teoría de los autores explica también la pregunta de por qué esa inteligencia extraordinaria sólo se dio en humanos y no en otras especies. ¿Por qué los insectos, los reptiles o los peces, quienes han estado por aquí mucho tiempo antes que los mamíferos, no desarrollaron esa capacidad cognitiva primero? Si nuestra inteligencia ha sido el resultado de desafíos ambientales o sociales, por qué especies que vivieron en ambientes difíciles o grupos sociales que nos antecedieron no desarrollaron algo parecido a nuestra inteligencia? La respuesta se fundamenta en el modelo que relaciona la inteligencia y el momento, tiempo, del nacimiento.

El trabajo se enfoca, de manera intencional, en un modelo simplificado para entender si la dinámica requerida es posible desde una suposición básica: mientras más indefensa una cría al nacimiento, mayor necesidad de una inteligencia paternal más elevada, prevaleciendo sobre otros factores. Esta teoría puede explicar por qué esa inteligencia evolucionó en mamíferos más que en otros linajes que tuvieron más tiempo para adquirir una inteligencia al nivel de la humana y fallaron en el intento.

Piantadosi y Kidd probaron una propuesta novedosa del modelo de que la inmadurez de los recién nacidos se relaciona de manera fuerte con la inteligencia. “Lo que encontramos es que el tiempo del destete, que actúa como una medida del estado prematuro de los infantes, fue un mejor predictor de la inteligencia de los primates que ninguna de las otras medidas que estudiamos, incluyendo tamaño cerebral, que se relaciona de forma común con la inteligencia”, dice Piantadosi.

La teoría también podría explicar el origen de las habilidades cognitivas que vuelven tan especiales a los humanos. “Los humanos tienen una clase única de inteligencia. Somos buenos en razonamiento social, algo que nos confiere la habilidad para anticiparnos a las necesidades de los otros y reconocer que esas necesidades pueden no ser las mismas que las nuestras”, dice Kidd. “Esto es muy provechoso cuando cuidamos de un infante que no es capaz de hablar durante un par de años”.

“Existen teorías alternativas de por qué los humanos son tan inteligentes. Muchas de ellas están basadas en factores como el vivir en un ambiente hostil o cazar en grupos” dice Piantadosi. “Uno de los impulsos para resolver las preguntas en nuestro trabajo fue pensar que esas teorías se aplican por igual a diferentes especies pero solo los humanos desarrollaron esa inteligencia particular, siendo que las otras estaban sometidas a las mismas presiones”.

“Nuestra teoría explica por que los primates desarrollaron una gran inteligencia pero los dinosaurios, que enfrentaron muchas de las mismas presiones ambientales y tuvieron muchísimo más tiempo para hacerlo, no lo hicieron. Los dinosaurios maduraban en los huevos, por eso no hubo relación entre inteligencia y la inmadurez del infante al nacimiento”, dice Kidd.

Porque la clave está ahí. El nacimiento de bebés inmaduros se volvió una necesidad pues la adopción de la postura erguida estrechó los canales vaginales. La mejor manera de evitar la pérdida de un cerebro que había adquirido cada vez mayor tamaño fue “adelantar” el nacimiento y dejar que el resto de la madurez física y mental de los bebés se completara al cuidado de los padres. Y con un valor añadido enorme: el contacto físico y emocional catapultó el efecto benéfico de las voces, las caricias, los estímulos que proporcionaron unos padres cada vez más inteligentes, por azar y necesidad.

Referencias:
Extraordinary intelligence and the care of infants Pientadosi et al. PNAS 2016 113 (25) 6874-6879.


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