Joan Subirats
ALAI AMLATINA, 30/11/2016.- En la reciente conferencia de Hábitat III en Quito,
uno de los elementos claramente novedosos en relación a las anteriores
ediciones de Vancouver y Estambul es la presencia del factor tecnológico en la
declaración final. Hay bastantes referencias, pero quisiéramos detenernos
en especial en las que aluden al tema de “Smart City” (“ciudad inteligente”) y
los temas del “Big Data”.
Hemos de recordar, de entrada,
que una de las características esenciales del cambio tecnológico que afecta
nuestras maneras de producir, movilizarnos, informarnos o consumir es que rompe
con espacios y dinámicas de intermediación que habían estado dominando muchos
de esos espacios. Y que además, se observa un cambio en las dinámicas de
relación entre actores. En efecto, se extiende la convicción que en
muchos casos conseguiremos mejores resultados compartiendo y colaborando que si
lo hacemos de manera aislada y competitiva. Si partimos de la idea que el
conocimiento es una de las claves que explica la potencialidad del cambio, no
estaríamos hablando de un bien rival, sino que precisamente la capacidad de
cooperar, compartir o colaborar, permitirían multiplicar las potencialidades de
innovación. No es precisamente ocultando datos, aislando nuestros
hallazgos o ideas, como conseguiríamos los mejores resultados, sino que
precisamente sería hibridando esas ideas o datos con otros, cuando podríamos
incrementar la eficacia y eficiencia del proceso innovador o creativo.
Por citar solo algunas referencias, las aportaciones de Hess-Ostrom
(2007), Benkler (2006) o en tono más divulgativo, las de Rifkin (2014) o Mason
(2015) apuntan en esa dirección, señalando los límites del modelo competitivo
capitalista en ese nuevo escenario.
De esta manera se apunta a que
la “sharing economy” (economía del compartir) está ya generando un sector (la
economía P2P, Peer to Peer, o producción entre iguales basadas en el procomún,
Bauwens, 2005; Kostakis-Bauwens, 2014), que puede ser una esperanza de
reindustrialización y de nuevo desarrollo urbano y territorial. La
hipótesis sería que la combinación de investigación, programación digital por
un lado y producción y consumo por el otro, podrían constituir una alternativa
(de acceso libre y universal) innovadora y dinamizadora a la que hoy nos ofrece
el capitalismo financiero, de software privativo y de monopolio en las
plataformas de acumulación y distribución de datos.
No es este el lugar para
desplegar todas las consecuencias de este tipo de planteamiento, que, por otra
parte, está dando lugar a una explosión de reflexiones y de prácticas en todo
el mundo. Es cierto, no obstante, que en los últimos tiempos empieza a
manifestarse asimismo un cierto escepticismo o desencanto por la fuerza con que
las plataformas y grandes conglomerados surgidos del modelo Silicon Valley, son
capaces de controlar y apropiarse de la gran capacidad de innovación y
renovación que la lógica del conocimiento y de la economía compartida conllevan
(como ejemplo, Benkler, 2016). Queremos aquí más bien centrarnos, en el
espacio de que disponemos, en las potencialidades y límites del escenario
urbano, de la ciudad, como espacio de dinámicas colaborativas y como ello ha
sido recogido en la Declaración de Quito que ha culminado Hábitat III.
¿Smart City?
Crece el interés por las
ciudades como espacios de innovación tecnológica y de experimentación, en
momentos en que, como decíamos, se están reformulando los formatos tradicionales
de actividad económica en todo el mundo. Un mundo cada vez más urbano.
Como se ha dicho reiteradamente, en el 2030 serán dos terceras partes de
la humanidad las que vivirán en ciudades. Las megaurbes ya no crecen como
antes, pero ahora incrementan su población las ciudades de tamaño grande y
medio. En este contexto de alta densidad y de fuerte presencia simultánea
de problemas y oportunidades, las posibilidades de implementar los avances
tecnológicos son innegables. Además, la gran ventaja es que lo local es
lo más global. Si piensas en temas, por ejemplo, de seguridad urbana, de
residuos o de movilidad, fácilmente lo que apliques o comercialices en una
ciudad lo puedes acabar usando en muchas otras ciudades. Se abren muchas
puertas para repensar procesos y estructuras. Cambios que dejarán
obsoletas ciertas empresas y actividades que no encuentren su lugar en esos
nuevos escenarios, pero que abren muchísimas oportunidades para otros.
El concepto de "Smart
City" fue, en este sentido, capaz de recoger e incorporar esas
potencialidades y promesas. Sugería cambio y superación del modelo
fordista. Prometía nuevas soluciones a viejos problemas de las ciudades,
pero al mismo tiempo (como otros conceptos de moda) era suficientemente ambiguo
para servir de almohada a lo que cada uno pretendiera. Lo que va quedando
claro es que en los últimos años, el liderazgo y la inversión vienen del lado
de la oferta, del lado de las grandes corporaciones que han apostado por
sistemas avanzados de información y tecnologías de la comunicación y que ahora
invierten en el “Internet de las cosas”. Muchas ciudades han acogido con
entusiasmo esa perspectiva, al entender que este "solucionismo
tecnológico" les permitía salir o prometer salir de situaciones de bloqueo
o enfrentarse de manera aparentemente innovadora a problemas enquistados.
Hoy por hoy, el modelo de Smart City ha cuajado en una imagen de
liderazgo tecnológico en la que predomina una lógica que calificaría de
notablemente jerárquica, centralizada, tecnocrática y corporativa (Fernández,
2016). Más centrada en resultados que en procesos. La perspectiva
dominante en esa línea apunta a una nueva gestión urbana con tres valores
clave: más eficiencia, más seguridad y más sostenibilidad. Esto se concreta
en programas que buscan reducir el gasto energético, mejorar la gestión de
residuos, favorecer la reducción de consumo de agua, facilitar mejoras en la
movilidad urbana y ayudar a una mayor prevención de los delitos en el espacio
público. Todo muy prometedor y al mismo tiempo muy políticamente neutral.
Aparentemente todos ganan, nadie pierde. Lo cierto es que no ha
habido, más allá de la retórica y de experiencias más bien limitadas, demasiado
espacio para que los ciudadanos expresen lo que quieren, cómo usan o cómo
pueden utilizar esta tecnología de forma autónoma y transformadora, o cómo
evitar los riesgos sobre privacidad y libertad que estas innovaciones generan o
pueden generar. Y en cambio, voces más críticas apuntan a que de momento
esas novedades aumentan el consumismo y la dependencia de las instituciones
hacia las empresas proveedoras.
En la Declaración de Quito es
precisamente este mensaje aséptico, despolitizado y de neutralidad tecnológica
el que se asume, considerando simplemente la perspectiva de “smart city” como
una oportunidad para las ciudades en este complejo inicio de siglo.
¿Alternativas?
Pero, ¿hay alternativas?
Si vamos más allá del ámbito estrictamente tecnológico, la idea de que la
ciudad pueda ser un espacio apropiado para experiencias colaborativas, nos
acerca a la dinámica de innovación social y movilización comunitaria. En
este sentido, han ido surgiendo propuestas que exploran nuevos caminos desde
lógicas de sistema abierto, con participación directa de la gente, buscando que
la tecnología sirva para reforzar la democratización de la ciudad y de los
propios recursos tecnológicos. En algunos casos, con la reutilización de
espacios vacíos para diversas utilidades y necesidades sociales (huertos
urbanos), en otros con la gestión cívica de equipamientos públicos o de lugares
ocupados, o con otras alternativas como monedas sociales (Subirats-García
Bernardos, 2016)
También ha crecido el interés
por ver en la ciudad un espacio privilegiado para replantear el dominio sobre
el uso y la distribución de bienes considerados básicos, o bienes comunes, como
el agua o la energía (Mattei, 2013). Desde otra perspectiva, se apunta a
que la ciudad es por sí misma un espacio “procomún”, por su naturaleza abierta,
compartida entre sus habitantes, y que necesita ser gestionada para preservar
sus cualidades en la línea de cualquier otro bien común. Lo que
implicaría entender el derecho a la ciudad como la expresión de la capacidad de
sus habitantes de decidir sobre cómo gestionarla, cómo preservar sus recursos y
espacios comunes, cómo asegurar su resiliencia. Con lo que ello implica
desde el punto de vista del sistema de gobierno colectivo necesario para
preservar ese “procomún”, desde lógicas más horizontales, colaborativas y
policéntricas. Ello nos podría llevar a concepciones de co-producción de
las políticas locales y de gobierno compartido (Foster-Iaione, 2016).
Es evidente que, en cualquiera
de esas tesituras, la complementariedad entre nuevas concepciones sobre la
ciudad, con la recuperación de la tradición comunitaria, y tecnología digital,
será clave. Lo importante es entender la tecnología, no solo como una
herramienta, sino más allá, un nuevo espacio en el que explorar nuevas
respuestas a las necesidades democráticas, sociales y ambientales de las
ciudades, yendo más allá de las alternativas que no cambian las lógicas de
fondo de los temas y que tampoco facilitan la apropiación ciudadana de estas
nuevas oportunidades. La fascinación tecnológica y los grandes efectos
disruptivos que sus aplicaciones generan, está produciendo un efecto peligroso.
El brillo y la sensación de control que envuelve cada nuevo aparato o
aplicación, nos impide fijarnos en quién controla el proceso, qué jirones de
nuestra identidad se van desprendiendo, quién acaba gobernando ese nuevo mundo
lleno de viejas desigualdades.
El debate central es el de la
soberanía tecnológica, que a su vez conecta con el acceso y la apropiación de
los datos o el grado de apertura y de acceso a los sistemas operativos y las
dinámicas de innovación. Y aquí de nuevo, los últimos epígrafes de la
Declaración Final de Hábitat III se adhieren a lo prometedor que resulta esta
capacidad de manejar y gestionar datos a gran escala generados por la
ciudadanía de manera gratuita y desinteresada, sin poner en duda en ningún
momento quién se apropia de esos datos, con qué fines y desde qué marcos
cognitivos o de valores (O’Neil, 2016). Es un juego muy desigual si se
compara la fuerza mercantil y tecnológica de las grandes empresas y corporaciones
presentes en el escenario con las capacidades de las ciudades que sirven de
escenario para que ello ocurra. Pero, es asimismo un incentivo para
aquellos que quieran seguir dando la batalla por politizar una transformación
que no tiene nada de natural, ya que sigue marginando y excluyendo personas y
colectivos, y sigue distribuyendo desigualmente costes y beneficios.
El reto de la ciudad
compartida, del derecho a la ciudad, pasa por saber y poder implicar a la
ciudadanía en los procesos de diseño, creación y gestión de los recursos
necesarios para la inclusión y el desarrollo humano en las ciudades,
relacionando mejor necesidades y herramientas. Internet puede facilitar
el que avancemos en ciudades inteligentes que partan de la inteligencia compartida
de sus habitantes y que aprovechen de manera democrática y soberana los datos
que entre todos producimos. Una ciudad en común y para el común
(Rendueles-Subirats, 2016). Nadie mejor que los ciudadanos comunes para
innovar y mejorar. Ciudadanos inteligentes en una ciudad compartida.
Democrática.
Joan Subirats es Dr. en
Ciencias Económicas por la Universidad de Barcelona; Catedrático de Ciencia
Política y fundador e investigador del Instituto de Gobierno y Políticas
Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Referencias:
Abbott, J. (2013). Sharing
the city: community participation in urban management. Routledge, Londres
Bauwens, M. (2005). The
political economy of peer production. CTheory, 12-1.
Benkler, Y., (2006), The
Wealth of Networks, How Social Production Transform Markets and Freedom,
Yale University Press, New Haven
Benkler, Y. (2016),
“Degrees of Freedom, Dimensions of Power” en Daedalus, 145, pp.18-32
Borch, C., &
Kornberger, M. (Eds.). (2015). Urban commons: rethinking the city. Routledge, Londres
Fernández, M., 2016, Descifrar
las Smart Cities, Me gusta Escribir, Barcelona
Foster, S.- Iaione, C.
(2016), “The City as a Commons”, en Yale Law and Policy Review, 34,
pp.281-349
Hess, Ch.-Ostrom, E., (2007),
Understanding Knowledge as a Commons. From Theory to Practice, MIT
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Kostakis, V., &
Bauwens, M. (2014). Network society and future scenarios for a
collaborative economy. Springer, New York
Mason, P., (2015), Postcapitalismo,
Paidos, Barcelona
Mattei, U. (2013), Bienes
Comunes, Trotta, Madrid
O’Neil, C., 2016, Weapons
of Math Destruction. How Big Data Increases Inequality and Threatens Democracy,
Crown, New York
Rendueles, C.-Subirats, J., Los
(bienes) comunes, Icaria, Barcelona
Rifkin, J., (2014), La
sociedad de coste marginal cero, Paidos, Barcelona
Subirats, J.-García Bernardos,
A., (2016), Innovación social y políticas urbanas en España, Icaria
Artículo publicado en la
edición 519 (noviembre) de la revista América Latina en Movimiento de
ALAI titulada: “Las agendas del Hábitat”. http://www.alainet.org/es/revistas/519
URL de este artículo: http://www.alainet.org/es/articulo/182081
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