miércoles, 2 de noviembre de 2016

TODAS ELLAS




En un ya famoso incidente ocurrido en 1970, uno de dos niños gemelos perdió su pene en las manos de una circuncisión mal hecha. Los padres optaron por eliminar los restos masculinos y por darle al niño dosis de hormonas características de las mujeres. Fue criado como si de una niña se tratara. El caso sirvió para ilustrar la creencia de que el género es adquirido por el ambiente social. Pero cuando salió a la luz la verdad sobre lo que ocurría con la “niña” fue evidente que desde pequeña mostró patrones de comportamiento fuertes, bruscos, con rechazo de las actividades típicas de las niñas, con mayor interés en los objetos que en las personas. A los 14 años, sufría de una depresión severa lo que llevó a su padre a contarle la verdad. Le hicieron una nueva cirugía, se casó con una mujer, adoptó dos hijos y se empleó de carnicero. Ahora el caso se mira como un ejemplo claro de que existen diferencias entre los sexos, que son biológicas y que se dan temprano en el desarrollo de los seres humanos.

Qué mejor para defender la igualdad de los sexos que entender sus diferencias. Diferencias que con certeza no se dan tan sólo en las obvias características sexuales sino que ya vienen inscritas en el cerebro.

¿Por qué existe tanto temor a la idea de que las mentes de hombres y mujeres no son idénticas? El miedo, por supuesto, está basado en que esa diferencia significa desigualdad, de que si los sexos son diferentes, los hombres tendrán lo mejor, serán más dominantes y se divertirán más. ¿Y por qué no al revés? No porque el mundo está gobernado por la primacía masculina, salvo algunos logros alcanzados en el mundo occidental hasta bien entrado el siglo XIX, y aun continua siendolo en la mayor parte del mundo.

Desde el punto de vista de la evolución, la biología señala que es mejor tener adaptaciones masculinas para lidiar con los problemas de los hombres y lo mismo para las mujeres. Los hombres no vienen de Marte y las mujeres de Venus. Los dos vienen de África, la cuna donde ambos evolucionaron como una especie única. Mujeres y hombres comparten el mismo número de genes, con la excepción de unos pocos que están en el cromosoma Y, y sus cerebros son tan similares que se necesita el ojo más que entrenado de un neuroanatomista para sacar a la luz las pequeñas diferencias entre ellos.

Los niveles promedio de inteligencia son los mismos y hombres y mujeres usan el lenguaje y piensan del mundo en que viven de la misma manera. Sienten las mismas emociones básicas, disfrutan del sexo, buscan parejas inteligentes y generosas, se ponen celosos, hacen sacrificios por sus hijos, compiten por estatus y a veces usan la agresión para conseguir sus propósitos.

Pero por supuesto las mentes de hombres y mujeres no son idénticas. A veces las diferencias son grandes. La habilidad para manipular objetos en tercera dimensión y en el espacio dentro de sus cabezas les da una ventaja a los hombres, razón quizás por detrás de su mejor manejo de moléculas y estructuras propias de la química y la física. Las mujeres son más diestras (hábiles con las manos) y mejores en los cálculos matemáticos. Más sensibles a los sonidos y los olores, mejores leyendo las expresiones faciales y el lenguaje corporal. Expresan las emociones con fluidez y son mejores trenzando relaciones sociales. Los hombres se ríen menos y tienden a ser más competitivos. El uso de la agresión también difiere: los hombres usan el físico, las mujeres las palabras.

Es indudable que nuestro pasado evolutivo dejó sus huellas en nuestras mentes y comportamientos. Las mujeres están más atentas al llanto de sus bebés, aunque los hombres, dependiendo eso sí del entorno cultural, responden de inmediato cuando sienten que su bebé está en peligro. Las niñas juegan más a ser madres y cuidadoras y los niños más a buscar y manipular objetos, peleas de por medio.

Pero ninguna de estas diferencias justifica o sostiene la larga y onerosa esclavitud y opresión que han sufrido las mujeres durante milenios, que tan sólo empezó a resquebrajarse con La Ilustración, que tomó fuerza en Estados Unidos cuando las mujeres lograron alcanzar el derecho al voto en los años veinte y que tuvo su máximo esplendor en los inicios de 1970 cuando se dio el gran movimiento de liberación femenina.

“Yo soy un feminista. Creo que las mujeres han sido oprimidas, discriminadas y  acosadas por miles de años. Yo creo que las dos olas del movimiento feminista en el siglo XX están entre los mejores logros de nuestra especie y estoy muy orgulloso de haber vivido en una de ellas, incluyendo el esfuerzo por aumentar la presencia de las mujeres en la ciencia”, dice el lingüista, escritor y ensayista Steven Pinker. Y tal vez, sólo de manera anecdótica quepa resaltar que él es un caso excepcional pues se mueve en un mundo lleno de mujeres, porque nunca le atrajo saber cómo funciona un motor y sí cómo funciona el lenguaje en los niños. O a lo mejor, en palabras de Gloria Steinem, periodista y activista política, se entienda mejor el asunto: “Hay muy pocos trabajos que realmente requieran un pene o una vagina, todos los otros trabajos deberían estar disponibles para los dos sexos”.

Ahora resulta que todos esos maravillosos logros de la civilización, que domesticaron a la biología y que con la ayuda de la ciencia pusieron en las manos de las mujeres las riendas de sus destinos (píldora anticonceptiva, derecho al aborto), están seriamente amenazados. Un candidato a la presidencia de Estados Unidos ha convertido en un blanco de sus ataques rabiosos a las mujeres, tal vez porque su contrincante es una mujer, que a diferencia de él, está adornada por conocimiento y dignidad.

Y es que el candidato no se ha quedado sólo en los ataques verbales. Con arrogancia y “amparado” por el poder que le da su dinero, ha ejercido durante décadas prácticas brutales de acoso y abuso de las mujeres, que en sus manos no han sido ni son otra cosa que objetos de usar y tirar. Esas oscuras y sucias prácticas medievales que tantas peleas y dolores les costaron a mujeres y hombres eliminar, en nombre y por el bien de la civilización.

Sólo queda esperar que ese personaje indeseable y rastrero que ha salido de las cavernas vuelva a ellas, eso sí, y ojala, sin mayores daños colaterales.


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