28/11/2016
Contrario a
lo que se piensa, Donald Trump es miembro de la clase capitalista transnacional
(CCT), ya que tiene fuertes inversiones alrededor del mundo y una parte muy
importante de su "populismo" y discurso anti-globalización respondió
a la demagogia y la manipulación políticas en función de la elección
presidencial.
Asimismo,
esta clase capitalista trasnacional y el mismo Trump dependen de la mano de
obra inmigrante para sus acumulaciones de capital y no pretenden realmente
deshacerse de una población en peonaje laboral debido a su condición de
inmigrante y no de ciudadano/residente "legal". Sus pretendidos
planes de deportación, reducidos en número ya como presidente electo, y sus
propuestas de criminalización de los migrantes en una escala mayor, buscan, por
un lado, convertir a la población inmigrante en chivo expiatorio de la crisis y
canalizar el temor y la acción de la clase obrera ciudadana (mayoritariamente
blanca) contra ese chivo expiatorio, y no hacia las elites y el sistema.
Por el otro lado, los grupos dominantes han explorado como reemplazar el
sistema actual de súper - explotación de la mano de obra inmigrante (con base
en la no documentación), con un sistema de mano de obra inmigrante visada, esto
es, con visas laborales ("guest worker programs” en inglés).
A la vez,
Trump busca intensificar las presiones para bajar los salarios en Estados
Unidos a fin de hacer "competitiva" la mano de obra norteamericana
con la extranjera, o sea, con la mano de obra barata en otros países. La
nivelación transnacional de los salarios hacia abajo es una tendencia general
de la globalización capitalista que sigue en marcha con Trump, esta vez con un
discurso de "volver competitiva" la economía estadunidense y
"regresar los trabajos" a su país.
No hay que
menospreciar la dimensión de extremo racismo de Trump sino analizar esta
dimensión más a fondo. El sistema estadounidense y los grupos dominantes
se encuentran en una crisis de hegemonía y legitimidad, y el racismo y la
búsqueda de chivos expiatorios son un elemento central para desafiar esta
crisis. Al mismo tiempo, sectores significativos de la clase obrera
blanca estadounidense vienen experimentando una desestabilización de sus
condiciones laborales y de vida cada vez mayor, una movilidad hacia abajo,
"precarización", inseguridad e incertidumbre muy grandes. Este
sector tuvo históricamente ciertos privilegios gracias a vivir en el considerado
Primer Mundo, y por privilegios étnico-“raciales” con respecto a negros,
latinos, etcétera. Van perdiendo ese privilegio a pasos agigantados
frente a la globalización capitalista. Ahora el racismo y el discurso
racista desde arriba canalizan a ese sector hacia una conciencia racista y
neo-fascista de su condición.
Igual de
peligroso es el discurso abiertamente fascista y neo-fascista de Trump que ha
logrado "legitimar" y desatar los movimientos ultra-racistas y
fascistas en la sociedad civil estadounidense. En esa dirección, he venido
escribiendo sobre el "fascismo del siglo XXI" como respuesta a la
grave y cada vez mayor crisis del capitalismo global, y esto explica el giro
hacia la derecha neo-fascista en Europa, tanto del Oeste como del Este, el
resurgimiento de una derecha neo-fascista en América Latina, el giro hacia el
neo-fascismo en Turquía, Israel, Filipinas, la India y en muchos otros
lugares. Una diferencia clave entre el fascismo del siglo XX y el del
siglo XXI es que ahora se trata de la fusión no del capital NACIONAL con el
poder político reaccionario, sino una fusión del capital TRANSNACIONAL con el
poder político reaccionario.
El Trumpismo
representa una intensificación del neo-liberalismo en Estados Unidos, junto con
un mayor papel del Estado para subsidiar la acumulación transnacional de
capital frente al estancamiento. Por ejemplo, la propuesta de Trump de
gastar un billón de dólares (trillón en inglés) en infraestructura, cuando la
estudiamos bien, es en realidad para privatizar esa infraestructura pública y
trasladar impuestos de los/las obreras al capital en forma de recortes de
impuestos al capital y subsidios a la construcción de obras privatizadas de tal
infraestructura. Viene una época de cambios en EEUU y en todo mundo. Temo
que estamos al precipicio del infierno. Seguramente habrá masivos
estallidos sociales, pero también una escalada espeluznante de
represión estatal y privada.
La crisis en
espiral del capitalismo global ha llegado a una encrucijada. O bien hay una
reforma radical del sistema (si no su derrocamiento) o habrá un giro brusco
hacia el "fascismo del siglo XXI". El fracaso del reformismo de
élite, la falta de voluntad de la élite transnacional para desafiar la
depredación y rapacidad del capitalismo global, ha abierto el camino para una
respuesta de extrema derecha a la crisis. El trumpismo es la variante
estadounidense del ascenso de una derecha neofascista frente a la crisis en
todo el mundo, el Brexit, el resurgimiento de la derecha europea, el retorno
vengativo de la derecha en América Latina, Duterte en Filipinas, etcétera. En
Estados Unidos, la traición de la élite liberal es tan responsable del
trumpismo, como lo son las fuerzas de extrema derecha que movilizaron a la
población blanca en torno a un programa de chivo expiatorio racista, misógino y
basado en la manipulación del miedo y la desestabilización económica. Pero
críticamente, la clase política que durante las últimas tres décadas ha
prevalecido está más que en bancarrota y ha pavimentado la llegada de la extrema
derecha y ha eclipsado el lenguaje de las clases trabajadoras y populares y del
anticapitalismo. Ayuda a descarrilar las revueltas en curso desde abajo y ha
ayudado a empujar a los trabajadores blancos a una "identidad"
fundamentada en el nacionalismo blanco y ayudó a la derecha neofascista a
organizarlos en lo que Fletcher denomina "un frente unido blanco y
misógino".
- William I.
Robinson es Profesor de Sociología, Universidad de California-Santa Barbara
http://www.alainet.org/es/articulo/181986
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