03/01/2017
| Michel Husson
Que una sociedad garantice un ingreso decente a
todos sus miembros es, evidentemente, un objetivo legítimo. Pero ello no
implica la adhesión a los proyectos de ingreso universal, de base, etc. Estos
proyectos se basan en un postulado erróneo, conducen a un callejón sin salida
estratégico y renuncian al derecho al empleo.
Adiós al pleno empleo, viva el ingreso
La idea de un ingreso universal se encarna en
múltiples proyectos/1. Pero, más allá de sus diferencias, todos se
desarrollan en la intersección de dos propuestas más o menos explícitas. La
primera es conocida: las ganancias de productividad hacen que no se pueda
alcanzar el pleno empleo. Y como toda actividad humana es creadora de valor, hay
que redistribuir la riqueza producida mediante un ingreso desconectado del
empleo.
Admitamos durante un instante, aunque esa previsión
es altamente discutible/2,que las ganancias de productividad ligadas a
las nuevas tecnologías son portadoras de una hecatombe de empleos y que un
empleo sobre dos será automatizado en los dos próximos decenios. Los
partidarios del fin del trabajo dicen entonces: “veis claramente que ya no
habrá empleo para todo el mundo, -por lo que-es necesario un ingreso
universal para redistribuir la riqueza producida por los robots”.
Hay que rechazar absolutamente ese “por lo que”.
Otro razonamiento es en efecto posible: “Los robots hacen una parte del
trabajo en nuestro lugar, -por lo que- nuestro tiempo de trabajo puede
disminuir”. Es lo que ha ocurrido a escala histórica (no espontáneamente
sino bajo la presión de las luchas sociales): las ganancias de productividad
han sido, en gran parte, redistribuidas bajo forma de reducción del tiempo de
trabajo.
Pequeña economía política de lo numérico
En la práctica nos encontramos con que las
ganancias de productividad asociadas a las nuevas tecnologías tardan un tiempo
en manifestarse. Los economistas se encuentran de nuevo confrontados con la “paradoja
de Solow”: estas nuevas tecnologías se ven en todos los lugares, salvo en
las estadísticas de productividad. Los intentos para salir de esta dificultad
consisten en decir que el volumen de producción está mal medido por los métodos
habituales: estaría subestimado, de tal forma que las ganancias de
productividad serían finalmente más elevadas que lo que parece. Los correctivos
propuestos se basan en su mayor parte en un olvido de la vieja distinción entre
valor de uso y valor de cambio que lo numérico estaría embrollando.
El desarrollo de la economía de plataforma (Uber,
etc.) y de los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) ha estimulado en efecto
las innovaciones teóricas a menudo impresionistas pero que se apoyan en su
mayor parte en nuevas definiciones de la producción o de la captación de valor.
La cuestión que es necesario plantearse es la de saber si las nuevas
tecnologías hacen verdaderamente necesario un tal “sobrepasamiento” de la
teoría del valor.
Aun a riesgo de conservadurismo es necesario, aquí,
dar un paso atrás: es preciso discernir lo que es efectivamente nuevo a la vez
que se toma distancia de la idea fácil según la cual las innovaciones técnicas
determinarían mecánicamente los cambios sociales adecuados. Esta fascinación
ante las proezas de la técnica conduce bastante rápidamente a la precipitada
conclusión de que la clase asalariada está condenada.
Para quitarse de encima ese dispositivo ideológico,
lo más simple es preguntarse cuál es el modelo de las empresas “numéricas”.
Dicho de otra forma: ¿cómo ganan dinero? Apple vende smartphones y tabletas; su
modelo se distingue en un casi-monopolio que se basa, por un lado, en una
sobreexplotación de la mano de obra y, por otro, en la renta que le proporciona
la adición de los consumidores a su sistema cerrado. Pero, a fin de cuentas,
Apple gana dinero vendiendo mercancías. No hay pues nada nuevo bajo el sol
desde este punto de vista y ello permite subrayar un resorte ideológico
consistente en la mezcla de dos cosas: los resultados notables del producto y
el hecho de que es una mercancía clásica. La misma cosa se podría decir de
Amazon, que no es otra cosa que un distribuidor de mercancías almacenadas en
inmensos hangares (o de grandes servidores para los bienes numéricos) que son
manipulados por proletarios.
La tipología de las plataformas es todavía más
diversificada. Por ejemplo, Blablacar y Uber no tienen exactamente la misma
lógica. En el primer caso, la plataforma pone en contacto a dos personas que
han escogido hacer el mismo trayecto y comparten los gastos. Se trata entonces
de una transferencia de renta entre personas individuales que no crea en sí
misma valor. Por contra, la plataforma percibe una comisión que corresponde a
la venta de un bien mercantil, en este caso el servicio de puesta en contacto.
Uber, y otras muchas como TaskRabbit en Estados Unidos, funcionan más bien como
agencias de trabajo temporal, poniendo a disposición a “asalariados” que van a
realizar una tarea para un cliente que va a pagar por esa prestación.
Las aplicaciones de puesta en relación hacen así
posibles transacciones que habrían podido ser realizadas bajo otras formas pero
a un precio más elevado o no se habrían realizado. Se podría hablar de empresa
virtual que pone directamente en contacto al comprador del servicio con una
persona “asalariada”. Desde un punto de vista estrictamente económico no hay
verdaderamente nada nuevo bajo el sol. La plataforma rentabiliza su inversión y
sus algunos asalariados, cobrando una comisión: la mercancía que vende es el
servicio de puesta en relación. El trabajador recibe una remuneración, como lo
haría un pequeño artesano. La gran diferencia es evidentemente la no aplicación
(potencial pero no inevitable) de toda legislación social y fiscal. Este sector
de la gig economy se asemeja al llamado sector informal o no declarado de
los países en desarrollo y el estatuto de sus participantes es frecuentemente
más próximo al de un jornalero del siglo XIX que al de asalariado o incluso
trabajador autónomo.
Ello es particularmente evidente en el caso del
micro-trabajo que consiste, como explica el sitio web foulefactory.com,
en automatizar las “tareas manuales más laboriosas” mediante una remuneración
mínima. El ejemplo emblemático es el del Turco Mecánico (Mechanical Turk)
de Amazon: esta plataforma (mturk.com) pone en contacto a particulares y
empresas que proponen microtareas. La misma denominación de Turco Mecánico es
reveladora. Hace referencia a la famosa superchería de finales del siglo XVIII:
un autómata vestido a la moda turca jugaba al ajedrez (y ganaba la mayoría de
las veces). En realidad era un ser humano que manipulaba al maniquí. Amazon
reivindica orgullosamente la referencia a ese subterfugio, anunciando el slogan
“inteligencia artificial”: se reconoce así que muchas tareas que parecen haber
sido automatizadas son de hecho realizadas por pequeñas manos pero diseminadas
a través del mundo y subpagadas. Amazon simboliza así el verdadero subterfugio
ideológico consistente en transformar el recurso a esta sobreexplotación en
maravilla de la tecnología.
Adiós a la teoría del valor
Un paso suplementario se realiza con las teorías
del digital labor. Ese trabajo gratuito realizado por los consumidores
que surfean en internet sería explotado, ya que produce una información que se
capta integralmente sobre el sitio web y que será revendida: hay pues captación
de valor producida por los “pro-consumidores” (prosumers).
Este esquema conduce a elaboraciones teóricas a
veces descabelladas y que pueden incluso presentarse en un marco conceptual que
evocaría la teoría del valor. Este es el caso de Christian Fuchs que lleva
hasta el extremo la tradición operaria italiana: “la fábrica es el lugar del
trabajo asalariado, la fábrica no está solamente en el edificio: está en todos
los lugares”/3.
Para Antonio Casilli, otro teórico del digital
labor, creamos valor sin saberlo, especialmente a través de los objetos
conectados: “el simple hecho de encontrarse en una casa o en una oficina
‘inteligentes’. es decir equipadas de dispositivos conectados, es ya productor
de valor para las empresas que colectan informaciones”/4. Es
necesario entonces “reconocer la naturaleza social, colectiva, común, de
todo lo que se produce en términos de contenido compartido y de datos
interconectados y prever una remuneración que mida volver a dar al common lo
que ha sido extraído. De donde la idea, que defiendo, del ingreso de base
incondicional”.
Esta justificación del ingreso de base se basa en
una extensión ilegítima de los conceptos de valor y de explotación y,
finalmente, de una incomprensión de las relaciones sociales capitalistas. El
gran problema del capitalismo numérico es al contrario su incapacidad de
mercantilizar los bienes y servicios virtuales que produce.
Otros dos adeptos del capitalismo cognitivo van
todavía más lejos al proponer un ingreso social garantizado que debería “ser
concebido e instaurado como un ingreso primario ligado directamente con la
producción, es decir como la contrapartida de una actividad creadora de valor y
de riqueza en la actualidad no reconocida y no remunerada”/5. El
término de “ingreso primario” remite a la distribución “primaria” de los
ingresos, entre salarios y beneficios. Dicho de otra forma, el ingreso
garantizado es pensado como una forma suplementaria de ingreso que debería
agregarse al salario y al beneficio. Pero este ingreso correspondiente a una
creación de valor ex nihilo nos hace entrar en un mundo paralelo
fantasmágorico que ya no es el capitalismo.
Saldo de cualquier cuenta
El primer impasse estratégico de los proyectos de
ingreso universal se basa en una idea raramente subrayada que por otra parte
reenvía al postulado de base, es decir que el pleno empleo está en lo sucesivo
fuera de alcance. Sin embargo, es fácil mostrar, casi aritméticamente, que el
pleno empleo es esencialmente una cuestión de reparto /6. Decir que el
pleno empleo está fuera de alcance equivale pues a admitir que es imposible
modificar la distribución del valor agregado de las empresas en el sentido de
una creación de empleos por reducción del tiempo de trabajo.
Sin embargo los proyectos de ingreso universal
implican, también ellos, una modificación de la distribución de los ingresos
necesaria para financiar el ingreso incondicional en un nivel “suficiente” para
asegurar un nivel de vida decente. Pero, ¿por qué ese cambio en la distribución
–al menos tan drástico- sería más fácilmente aceptado por los dominantes que un
reparto del trabajo?
Los partidarios del ingreso universal se encuentran
a continuación confrontados con una contradicción fatal. Si el ingreso es
“suficiente” o “decente”, su financiación implica redesplegar ampliamente la
protección social, ya que no hay fuente autónoma de creación de valor. Ello
supone una regresión social que consiste en remercantilizar lo que ha sido
socializado. Si el ingreso se fija en un nivel modesto, como etapa intermedia,
entonces el proyecto ya no se distingue de los proyectos neoliberales y les
prepara el terreno.
Al idealizar al precariado como si correspondiese
completamente a un trabajo más autónomo que permitiría liberar las iniciativas,
se ocultan las formas más clásicas y dominadas. Al proponer el sobrepasamiento
de la condición salarial hacia un post-asalariado adosado a un ingreso de base
se facilita la tarea de los que organizan en la práctica la vuelta al
pre-trabajo asalariado. Los partidarios progresistas de un ingreso de 1000
euros mensuales tienen el riesgo de favorecer la puesta en práctica de un
ingreso universal de 400 euros –como saldo de todas las cuentas- que
permitiría, además, reducir ventajosamente los costos de funcionamiento del
Estado de Bienestar.
Adiós al programa de transición
La combinación de fundamentos teóricos erróneos y
de orientaciones programáticas vacilantes conduce fatalmente a renunciar o a
girar la espalda a los ejes esenciales de un proyecto coherente, que empiece
por la reducción del tiempo de trabajo. Más allá de algunas posiciones
conciliadoras (“eso es complementario”) los partidarios del ingreso
universal ignoran o desacreditan esta palanca de acción. Para Philippe Van
Parijs, uno de los grandes promotores de la renta universal, ella es “una
idea del siglo XX, no del siglo XXI” porque “la realidad del siglo XXI”
(a la que es necesario pues resignarse) es la “multiplición del trabajo
atípico, del trabajo independiente, del trabajo a tiempo parcial, de los
contratos de todo tipo”/7.
Proyectándose en un futuro indistinto, todos estos
proyectos saltan por encima de la necesaria movilización alrededor de medidas
de urgencia como el aumento del salario mínimo y de las rentas mínimas sociales
(con su extensión a los jóvenes de 18 a 25 años). Al resignarse a la
precarización dejan en realidad el campo libre a los proyectos liberales de un
ingreso mínimo único e insuficiente que sustituiría a las rentas mínimas
sociales existentes.
Al favorecer el espejismo de un salario para toda
la vida o un ingreso incondicional, estos proyectos obvian una versión
radicalizada de la seguridad social profesional que asegure la continuidad del
ingreso/8 (se entiende por seguridad social profesional la que tiene por
objeto asegurar la continuidad del recorrido profesional y el mantenimiento de
los ingresos frente a las rupturas unilaterales de los contratos, a la vez que
se instaura el derecho a la movilidad de las personas; según algunas propuestas
los ingresos correspondientes a los períodos de no trabajo se financiarían por
cotizaciones mutualizadas a cargo de las empresas; ndt).
En fin, estos adioses al pleno empleo impiden
plantear la cuestión de las necesidades sociales y de adoptar una lógica de
Estado “empleador en último término”. La cuestión ecológica permanece ausente,
salvo que la frugalidad del ingreso de base sea suficiente para desencadenar el
decrecimiento.
De forma general, el éxito de estos proyectos se
explica sin duda por las coordenadas de un período bastante de pesadilla.
Parecen representar atajos que permitan sortear los obstáculos y pasar de nuevo
a la ofensiva. Se encuentra esta misma búsqueda de soluciones milagro en
terrenos conexos: las monedas mágicas (“libre”, “doble” o “refundadora”) para crear
actividad, la vuelta a las monedas nacionales para salir de la crisis del euro,
el sorteo aleatorio para restablecer la democracia, etc. Estas utopías
encantatorias no son solamente estériles: son también, desgraciadamente,
obstáculos a la construcción de una estrategia de alternativa encarnada en la
realidad de las relaciones sociales.
Notas
1/ Michel Husson, “Fin
du travail : le temps des gourous”, A l’encontre, 23 de junio de
2016.
2/ Michel Husson, “Le
grand bluff de la robotisation“, A l’encontre, 10 de junio de 2016.
3/ Christian Fuchs, “Prolegomena to a Digital Labour Theory
of Value”, tripleC, 10 (2), 2012.
4/ Antonio Casilli, « Digital
labor : à qui profitent nos clics ? « , Le Temps, 12 de enero de
2015.
5/ Carlo Vercellone et Jean-Marie Monnier, « Mutations
du travail et revenu social garanti comme revenu primaire », Les
Possibles n°11, Otoño de 2016
6/ Michel Husson, “ France.
Réduction du temps de travail et chômage: trois scénarios “, A
l’encontre, 4 de abril de 2016.
7/ Philippe Van Parijs, ”La réduction du temps de travail
est une idée du XXe siècle“, L’Obs, 7 de julio de 2016.
8/ Laurent Garrouste, Michel Husson, Claude Jacquin,
Henri Wilno, Supprimer les
licenciements, Syllepse, 2006.
No hay comentarios:
Publicar un comentario