Entrevista
al sociólogo y profesor Mateo Alaluf
Investig'action
23-02-2017
La renta básica (o prestación universal), ¿sería la
reforma milagrosa que permitiría reducir las desigualdades sociales y sacar a
millones de personas de la pobreza? Tanto a derecha como a izquierda, el
proyecto sedujo. El candidato del Partido Socialista, Benoît Hamon ha hecho de
la renta básica una propuesta estrella de su programa para las próximas
elecciones presidenciales. Manuel Valls y Marine Le Pen también se habían
mostrado igualmente favorables a la idea. ¿Sorprendente? Para entender mejor lo
que esconde la renta básica y los detalles de una propuesta aparentemente
progresista, hablamos con Mateo Alaluf, autor de “Prestación Universal. Nueva
etiqueta de la precariedad” y co-director del libro colectivo “Contra la
Prestación Universal”.
Según usted la renta básica, tal como la presenta
el candidato Hamon, ¿representa una alternativa real de izquierdas? ¿Cuáles son
sus orígenes históricos?
Mateo Alaluf: No es una alternativa de izquierdas sino una
alternativa a la izquierda. En primer lugar, si se pone al lado la mitología
idealizada que se le ha dado a posteriori: Tomás Moro, Charles Fourier… La idea
de una renta básica es más reciente y se relaciona con la aparición del
pensamiento neoliberal y en especial de Milton Friedman en la década de 1960.
Sin embargo, más tarde, los economistas críticos del neoliberalismo como James
Tobin o pensadores de derecha e izquierda se unieron a la idea de una renta básica
incondicional.
Además, la concepción de la justicia social que
vehicula la renta básica reposa en el principio de que cada individuo recibe de
manera incondicional un mismo ingreso en efectivo, del que es responsable del
uso que realice. La concesión de una renta básica se basa pues en el principio
de la igualdad de oportunidades que caracteriza el pensamiento liberal. Esta
idea difiere del principio de igualdad basado en la redistribución de las
riquezas y que supone que cada uno aporta según sus capacidades y se beneficia
según sus necesidades.
La igualdad a secas, no la igualdad de
oportunidades es, en mi opinión, el principal marcador de la izquierda. Esta
visión de la igualdad ha impregnado nuestros sistemas de protección social.
Así, por ejemplo, cotizamos un seguro de salud en función de nuestros ingresos
y nos beneficiamos según estemos o no enfermos. Desde este punto de vista la
propuesta de una prestación universal de Benoît Hamon supone abandonar el
principio de igualdad en favor del de la igualdad de oportunidades.
En teoría se nos presenta esta idea como casi
milagrosa. En la práctica, ¿ha sido ya ha implementada en otros países? Si es
así, ¿con qué resultados?
La idea de un ingreso básico no se ha implementado
en ningún sitio, a menos que consideremos el caso de Alaska en los Estados
Unidos, donde se concede una renta petrolera a los residentes del Estado. Así
que los “experimentos” que habitualmente se mencionan consisten en conceder
ingresos a los pobres en la India y Namibia, por ejemplo, y constatar que su
situación mejora. O aún observar que los parados que reciben ingresos sin
someterse a los controles a los que están normalmente obligados, buscan, sin
embargo, activamente trabajo sin ser animados a ello. No se trata, pues, de un
ingreso remunerado sin ninguna condición tanto a los pobres como los ricos.
La experimentación de una renta básica de 560 € al
mes concedida a una población de 2.000 desempleados en Finlandia es actualmente
muy comentada. Se lleva a cabo por un gobierno de derechas que une a tres
partidos, Kesk (centro), Verdaderos Finlandeses (extrema derecha) y Kok
(nacionalista conservador), en el marco de una política de austeridad con miras
a reducir el gasto público y contener los salarios.
La motivación esencial de esta iniciativa reside en
el hecho de que un parado actualmente goza de muchas ayudas (desempleo,
vivienda, los niños …) y que un puesto de trabajo, para alcanzar el nivel de
las asignaciones acumuladas por un parado, debe corresponder a un salario de
2.300 € brutos. El propósito de la concesión de este ingreso básico es reducir
el gasto en desempleo, contener los costes salariales y reducir el desempleo,
que se eleva al 9%. Estamos aquí bien lejos de las promesas maravillosas de una
prestación universal.
Alrededor de esta idea, habría pues varias ofertas
bajo horizontes políticos diversos: renta básica, prestación universal, salario
de por vida… Con el riesgo para el elector de encontrarse frente a un engaño
sobre el producto. ¿Cómo no ser engañado?
Hay tantas versiones de la renta básica como de
personas que las promueven. Se diferencian principalmente por su grado de
incondicionalidad, su montante, su grado de sustitución de la seguridad social
y su modalidad de financiación.
Algunos sostienen que para una formulación de
izquierdas la renta básica se caracterizaría principalmente por el carácter
“suficiente”, es decir, elevado, de los ingresos asignados y el mantenimiento
de las prestaciones de la seguridad social. Ahora bien, a medida que aumentase
la renta, su financiación afectaría a las prestaciones sociales. Así por
ejemplo, en Bélgica Georges-Louis Boucher (MR) propone una subvención de 1.000
€ en lugar de todas las otras ayudas y el seguro de enfermedad limitado solo a
los grandes riesgos. Por contra Felipe Defeyt (Ecolo) se pronuncia por 600 €,
que Philippe Van Parijs propone alcanzar en etapas, para tratar de preservar la
seguridad social.
La paradoja, entonces, consiste en si hay que
abogar por una prestación universal de una cantidad alta, cuya viabilidad
implica el cuestionamiento de la seguridad social y los servicios públicos y
por lo tanto aceptar una regresión social importante; o bien conformarse con un
modesto subsidio que podría conciliarse en su totalidad o en parte, con el
sistema de protección social. En este último caso, la cantidad modesta de la
prestación necesitaría, para vivir o sobrevivir, recurrir a trabajos
complementarios condenando así a los beneficiarios a aceptar “pequeños
trabajos” precarios y mal pagados.
En lugar de permitir a cada uno elegir entre ocupar
o no un trabajo y consagrarse a actividades que podría haber escogido
determinar, con plena autonomía, su finalidad, los beneficiarios de una
asignación universal estarían limitados a aceptar no importa que trabajo a
tiempo parcial. Tal sistema, por lo tanto, es un poderoso incentivo para
aceptar un empleo y lleva a la institucionalización de la precariedad.
Concretamente, ¿cuál es la oferta propuesta por el
candidato francés Benoit Hamon?
La prestación universal propuesta por Benoît Hamon
parece por el momento muy imprecisa. Ha variado mucho en sus versiones e
incluso ha planteado la idea de que su sistema podría estar condicionado por
los recursos y sólo afectaría a los salarios por debajo de 2.000 €. Se trata,
de hecho, en estas formulaciones, de ingresos para los jóvenes de entre 18 y
25, resultantes de la fusión de los mínimos sociales y la ampliación de la base
del RSA (ingreso de solidaridad activa) para cualquier grupo de edad .
Estamos, en efecto, lejos de los principios que
fundamentan generalmente la renta incondicional. Un tal sistema, aún muy
edulcorado, conlleva el riesgo de disminución de los salarios y de constituir
una subvención a los empleadores. Suponiendo que un joven perciba una
prestación de 750 €, por ejemplo, ¿podemos suponer que su empleador no lo
tendrá en cuenta para fijar su salario? La puerta estaría en cualquier caso
abierta en Francia para el SMIC joven que había sido hasta ahora combatido por
los jóvenes y por toda la izquierda.
Ciertamente uno puede concebir fórmulas de renta
incondicional que, al apartarse del principio de incondicionalidad dura
defendido por sus promotores, pueden ser concebidos sin socavar demasiado las
protecciones sociales. Pero cuando la izquierda se inscribe en esta perspectiva
pierde su brújula que no es la igualdad de oportunidades, sino la igualdad y
abandona el terreno del conflicto entre capital y trabajo.
Usted afirma categóricamente que la defensa de una
prestación universal equivale al abandono de la lucha contra las desigualdades.
¿Por qué razones?
Al hacer suyo el principio de la prestación
universal, la izquierda hace confesión de impotencia. Bajo su presidencia,
Francois Hollande ha capitulado ante su “enemigo la finanza”. Su gobierno ha
hecho pasar a la fuerza la ley Macron “crecimiento y actividad” que subvenciona
largamente sin contrapartidas a las empresas y la “ley del trabajo” que
desmonta la legislación laboral.
La renta universal aparece entonces como un señuelo
bajo las apariencias de la renovación que oculta su impotencia ante las
políticas de austeridad. Consiste en hacer un paso a un lado en lugar de
repensar el sistema de protección social, para frenar la inversión en servicios
públicos y, especialmente, oculta la cuestión central de los salarios.
Sin embargo, este concepto tiene la ventaja de
desplazar la orientación de los debates políticos bajo el ángulo de la
emancipación social, en lugar de la estrategia del miedo y la regresión
prometida por Valls, Fillon y Le Pen. ¿Podríamos considerar la aplicación de
esta medida complementándola con otras prestaciones?
Vale más, efectivamente, discutir sobre la renta
universal en lugar de exacerbar como Valls, Fillon y Le Pen las luchas
identitarias y estigmatizar a los musulmanes. Además este debate tiene el mérito
de poner de relieve la necesidad de un ingreso mínimo -diferente de la renta
básica-, que comparto plenamente.
También es posible, aunque su montante sea modesto,
considerarlo como complemento de las otras prestaciones de la seguridad social.
Yo pienso, no obstante, que hay que ser más ambicioso. En lugar de una cantidad
irrisoria concedida a todos ¿no es mejor dedicar todos los recursos que podrían
ser liberados para unos mínimos sociales dignos bajo la condición de los
recursos económicos y dar más autonomía a los jóvenes mediante la concesión de
una prestación que les permita financiar sus estudios y su formación
continua?
Frente a la ofensiva neoliberal todavía vigente a
escala europea y en el contexto de la construcción de una alternativa
progresista, ¿qué acciones están a nuestro alcance para avanzar hacia una
dinámica de conquistas sociales?
En función de todo lo precedente, se ve bien que
una nueva dinámica de las conquistas sociales debe romper con las políticas de
austeridad y poner el acento en los salarios y el aumento de los mínimos
sociales. La izquierda, en la tradición que le es propia, debería imaginar en
el presente el estado de bienestar en un nuevo contexto mundializado.
La abolición del concepto de convivencia en la
reglamentación del desempleo, la individualización y la universalización de los
regímenes de seguridad social deben inscribirse en la ampliación de los
derechos sociales. La inversión en los servicios públicos y un sistema fiscal
más justo son también elementos esenciales.
La cuestión principal sigue siendo, no obstante, el
de la reducción colectiva del tiempo de trabajo. En un pequeño libro escrito en
1930 y titulado “carta a nuestros nietos” John Meynard Keynes preconizaba para
nuestra época el pleno empleo de 15 horas a la semana. Es, en mi sentido, la
perspectiva que debería movilizarnos.
Traducido por Carles Acózar para Investig’Action
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