Medios enteramente
políticos
Adalid Contreras Baspineiro
ALAI
AMLATINA, 01/03/2017.- El reciente 19 de febrero,
en el cierre de la jornada de las elecciones ecuatorianas, una vez que el
presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) dio lectura oficial de las
tendencias sobre el 51,8% de las actas que le otorgaban al candidato
oficialista Lenin Moreno de Alianza País 38,26% de la votación y a Guillermo
Lasso, líder del opositor CREO-SUMA el 29,86% quedando en el segundo lugar, la
conductora del programa de uno de los canales de televisión que construyó su
versión del paisaje electoral en base a la información de la empresa Cedatos,
contratada por Lasso según lo reveló uno de sus altos dirigentes, concluyó
afirmando que el gran perdedor de la jornada fue la empresa Opinión Pública,
contratada por Alianza País, que garantizaba el triunfo de Moreno en primera
ronda con más del 40% de la votación y una diferencia mayor a 10 puntos. Cedatos
proyectó segunda vuelta.
La
experiencia narrada es paradigmática por tres razones: una que muestra que los
periodistas/medios/encuestadoras/redes juegan sus propios campeonatos
rivalizando políticamente entre ellos; otra que legitima la importancia recuperada
el día de las elecciones por los medios tradicionales en una campaña en la que
el retorno de la política a las calles y la ciberpolítica habían secundarizado
su protagonismo; y la tercera razón tiene que ver con su alineamiento,
identificándose en distintos grados con uno de los polos del campo político en
las batallas simbólicas por la significación y disputas por el poder y la
hegemonía, al punto que, desde una de las perspectivas, no son sólo
instrumentos de la oposición, sino la oposición misma.
Lo cierto
es que la experiencia ecuatoriana confirma que no existen procesos
comunicacionales asépticos, sino más bien, como conceptualiza Wolton, espacios
donde hacen presencia “los actores que tienen legitimidad para expresarse
públicamente sobre política”, según él:
políticos-periodistas-opinión pública, ampliado por nosotros a
políticos/estrategas/partidos/gremios - periodistas/medios/encuestadoras/redes
- opinión pública/electores/ciudadanía, que no son meros dispositivos/recursos
humanos/organizacionales/técnicos, sino activos actores políticos.
El rol
político de los periodistas/medios/encuestadoras/redes, en el proceso electoral
ecuatoriano, se caracteriza por la ocurrencia de cuatro momentos que tienen en
común el paso de la linealidad típica de las campañas publicitarias
difusionistas a la producción discursiva construida a partir de las sensibilidades, percepciones, necesidades,
intereses y opiniones de los electores, para decirles lo que esperan oír.
Cuatro momentos, cuatro
El primer
momento ocurre durante el largo proceso preelectoral, en el que los medios de
comunicación afiliados a la propuesta oficialista destacan los logros de la
“década ganada” (en alusión a los 10 años de gobierno del presidente Correa) y
los visibilizan mediante una profusa publicidad estatal, además de cadenas
informativas que se atan a “las sabatinas”, espacio semanal de rendición de
cuentas del presidente, donde se reafirma militancia y se cuestiona a la
oposición.
En
contraposición, las propuestas de las oposiciones circulan construcciones
discursivas de ablandamiento del posicionamiento gubernamental y de generación
de un ambiente de duda, incertidumbre, temores e indecisión, acudiendo para
ello, en complicidad con los grandes medios comerciales, al descrédito del
gobierno y su modelo estatista de revolución ciudadana. Para ello se riegan
mensajes que sobredimensionan las dificultades vividas y cuestionan las medidas
tomadas por la contracción económica producto de la baja del petróleo en el
mercado internacional, así como por los efectos de un devastador terremoto. Las
oposiciones, que no lograron unirse en un frente común, buscan el
posicionamiento de sus candidatos como los paladines de la democracia, de la
libertad de expresión y de la iniciativa privada expuesta como la fórmula
salvadora frente a la que denominan “década perdida”.
El
segundo momento ocurre durante el desarrollo de la campaña electoral, que se
caracteriza porque la videopolítica en la que tradicionalmente los
periodistas/medios son los actores clave, da paso a una articulación entre la
rua y la ciberpolítica caracterizada por el retorno de la política a las calles
y su inserción en los mecanismos de las redes sociales, a los que Castells
llama “autocomunicación” por su cualidad de autoconvocatoria y su capacidad
ilimitada de generarse/recibir mensajes y definir receptores en el
ciberespacio, además del “dataísmo” resaltado por Byun Chul Han refiriéndose al
almacenamiento/producción/distribución de datos infinitos y en tiempo real que
tienen la web y los sistemas de internet, convirtiéndose en fuentes de
información para otros medios.
En este
proceso, las oposiciones activan las redes sociales con su lenguaje emotivo y
autoconvocante que, al no regirse por los cánones del derecho a la información,
se otorgan permisividades que no se atan a los códigos deontológicos para
trabajar la noticiabilidad, así como para profundizar la desacreditación del
gobierno, añadiendo al cuestionamiento que hacen de la política económica, la
denuncia de hechos de corrupción valiéndose de prófugos de la justicia para
involucrar a funcionarios de gobierno. Es un típico, y eficiente, manejo del
recurso de la posverdad, que se ha naturalizado con la guerra sucia para
modelar opinión pública con eventos en los que las emociones y creencias valen
más que los hechos tal cual realmente son, y logran afectar la credibilidad del
binomio oficialista en una dimensión que hace pasar desapercibida la posición
del candidato presidencial Lenin Moreno cuando afirma que “ni los corruptos de
hoy ni los de ayer”.
Por su
parte, la propuesta comunicacional de Alianza País, además de continuar con la
publicidad gubernamental, se desempeña, casi exclusivamente, en la relación
directa de sus candidatos con los electores en eventos masivos que buscan
reencantar a un grupo de población que la saben cuestionada en sus afiliaciones
y esperanzas iniciales con la revolución ciudadana, además de consolidar su
“voto duro” que representa más del 30% del electorado. Esta opción, tomada
acaso por exceso de confianza en las posibilidades de su triunfo o en la
eficacia de su campaña, denota un notorio descuido en el manejo de la ciber y
de la telepolítica, otorgándole ventaja a las oposiciones. Ambos polos
priorizan la exposición de promesas electorales antes que de programas
políticos.
El tercer
momento ocurre el día del acto eleccionario, las horas que le preceden y las
que le siguen en tensa vigilia por los resultados finales de la primera vuelta,
con periodistas/medios/encuestadoras/redes ya abiertamente identificados. En su
estrategia, las oposiciones suman a sus mensajes de desacreditación los de un
supuesto fraude electoral, incitando el calentamiento en las calles con
movilizaciones que articulan fines inmediatos de defensa del voto con otros destituyentes.
Lo más revelador de esta estrategia es que nunca presentaron denuncia alguna
por los canales regulares sobre el supuesto fraude, quedándose en una movida de
redes sociales, mediática y de toma de calles, hasta el anuncio del balotaje
que las oposiciones celebraron frenéticamente, como si hubieran ganado las
elecciones.
La
propuesta gubernamental, que también cuestiona la veracidad del recuento de
votos, convoca a respetar la institucionalidad democrática y en su discurso
destaca su triunfo con una diferencia mayor a un millón de votos en relación al
segundo; pone en agenda que logra mayoría en la Asamblea (74 contra 63 de la
suma de las oposiciones); y destaca el amplio reconocimiento positivo de su
propuesta en la consulta para el impedimento de candidaturas por personas
ligadas a paraísos fiscales.
El cuarto
y actual momento está relacionado con la segunda vuelta electoral. Las
oposiciones, ahora aliadas en sus liderazgos, han internalizado que este
proceso es producto de sus movilizaciones y presión sobre el Consejo Nacional
Electoral al que desacreditaron en grado extremo, poniendo en tela de juicio su
legitimidad como garante para la segunda vuelta. Sobre esta base, en su
estrategia suman al acumulado de cuestionamientos al régimen su intención de
convertir la votación en un acto plebiscitario entre correístas y
anticorreístas, acompañado de un espíritu triunfalista que les hace suponer que
el 60% de ecuatorianos votaron contra el oficialismo y buscan el cambio.
Por su
parte, la estrategia de Alianza País, que también propugna el cambio con
profundización de las conquistas de la revolución ciudadana, pareciera
jerarquizar la exposición de su programa de gobierno, desnudando en paralelo el
esquema propio de las políticas de ajuste del programa de Lasso, a tono con la
línea de otros gobiernos de la región, lo que inevitablemente le pone en el
carril de las construcciones discursivas que se hacen desacreditando al
contrincante. La fórmula oficialista tiene internalizado que el 70% de
ecuatorianos votaron contra Lasso y que, a pesar de las adhesiones de los
dirigentes de los distintos frentes a su candidatura, los votos no se endosan
mecánicamente.
Otra
elección
La
segunda vuelta supone otras estrategias y, en consecuencia, otros procesos de
comunicación que tienen que tomar en cuenta que el 18% de ausentismo y 9.62% de
votos nulos y blancos siguen navegando en la indecisión; que la población
buscará ya no solo promesas sino ante todo seguridades; que hay polarización entre
un proyecto de cambio regresivo a las fórmulas de ajuste estructural versus
otro de profundización de la política estatal vigente; que las militancias
están activas; que resta apenas un poco más de treinta intensos días y noches
para las elecciones del 2 de abril; que el Consejo Nacional Electoral está en
la mira de la desconfianza; que las intervenciones comunicacionales serán
multimediáticas y multidiscursivas con
periodistas/medios/encuestadoras/redes/analistas ya catalogados en uno u otro
polo del campo político; que la composición de la Asamblea hará de su
funcionamiento un espacio de debate y negociación permanente; y que los pactos
y alianzas son condición sine qua non tanto para las elecciones como
para la gobernabilidad, en un nuevo mapa político nacional y continental.
Adalid Contreras Baspineiro
Sociólogo
y comunicólogo boliviano. Ha sido Secretario General de la Comunidad Andina -
CAN
URL de este artículo:
http://www.alainet.org/es/articulo/183811
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