Autor(es): Radice, Hugo
Radice, Hugo. Senior Lecturer en Economía Política
Internacional en el Institute for Politics and International Studies de la
Universidad de Leeds, Gran Bretaña. Fue co-fundador en 1970 de la Conference of
Socialist Economists
En la
primavera de 2013, la BBC dio a conocer una importante encuesta sobre la
estructura de las clases de la Gran Bretaña moderna, preparada por un equipo de
sociólogos dirigidos por el profesor Mike Savage, de la London School of
Economics (LSE). La encuesta intentaba ampliar el análisis ocupacional
tradicional de las clases teniendo en cuenta con mayor detalle “la función de
los procesos culturales y sociales en la generación de la divisiones de
clases”, y los autores argumentaban que “este nuevo modelo de clase reconoce la
polarización social en la sociedad británica y la fragmentación de clase en sus
capas medias” (Mike Savage et al, 2013: 220).
Estas dos
observaciones, de la polarización y la fragmentación, resonará seguramente en
cualquier observador eventual del cambio social. En los últimos años, en muchos
países de todo el mundo, indudablemente, la desigualdad del ingreso, la riqueza
y el poder han estado creciendo; por ejemplo en Inglaterra, donde ha sido ampliamente
estudiado el aumento de la desigualdad, a menudo relacionando las desigualdades
de ingreso y riqueza con las que hay en las cuestiones de salud, vivienda,
educación y otras cualidades de vida.i Al
mismo tiempo, las cada vez más complejas configuraciones de la clase, tal como
se entienden en la encuesta de LSE, también han sido evidentes. Hay muchos que
consideran que lo que se interpreta tradicionalmente como la clase trabajadora
está fragmentada en estratos definidos tanto por la posición social, las pautas
de gastos y la dependencia de la asistencia social, junto a los aspectos más
tradicionales de la ocupación y los ingresos (cf. Jones, Chavs, 2011; y
Standing, 2011). Mientras tanto, que la clase media sigue siendo, como siempre,
difícil para definir con alguna claridad: incluye a los dueños de pequeños
negocios, profesionales, administradores y trabajadores calificados o
supervisores en todos los sectores de la economía, pública y privada.
Los
autores de la encuesta de la LSE distinguen sus clases con referencia a las
experiencias, actitudes y estilos de vida personales, y las relacionan con
tendencias económicas y sociales. Este enfoque es atractivo porque basa la
identidad de clase en algo común a todos nosotros, o sea, en una trayectoria de
vida que se puede verificar y analizar, y porque los datos generados en una
encuesta así pueden ser sometidos a análisis estadísticos sofisticados. Los
elementos que se seleccionan para registrar se basan en un particular marco
conceptual, desarrollado hace unos treinta años por Pierre Bourdieu. En este
enfoque, se diferencia a los individuos por su posesión de capital económico,
cultural y social en diferentes cantidades y proporciones, donde las tres
formas de capital son en principio independientes entre sí. Luego se analizan
los datos para identificar agrupaciones de individuos – finalmente, en este
caso, siete – que en gran medida comparten las mismas características
económicas, sociales y culturales.
Aunque
este tipo de encuestas ofrece una instantánea informativa de estas
agrupaciones, deja abierta la pregunta sobre qué procesos sociales están
configurando la forma en que nos agrupamos de este modo, y sobre la forma en
que las clases, tomadas como agrupaciones, interactúan entre sí.ii
Algunas de las fuerzas que configuran las agrupaciones son tratadas como
distintas, aunque interactuantes; y en el análisis final, son atribuidas a
factores que se consideran externos, como la tecnología o la escasez de
recursos. Sin embargo, la encuesta es esencialmente un ejercicio heurístico más
que un ejercicio para probar distintas hipótesis sobre el cambio social, y el
principal resultado es una cartografía de la forma en que los diversos cambios
observables son compatibles entre sí; sigue siendo muy difícil formular
preguntas verdaderamente importantes sobre la sociedad de conjunto, y sobre
cómo cambia la diferenciación social a lo largo del tiempo.
Pero la
actualmente renovada preocupación por la clase también plantea importantes
preguntas sobre si, y cómo, podemos cuestionar al orden social presente. Si la
sociedad está verdaderamente tan fragmentada como parece en lo inmediato, ¿qué
posibilidades podríamos tener de promover una vez más los ideales progresistas
de democracia, igualdad y solidaridad que levantaron los socialistas – en su
más amplio sentido – durante los últimos doscientos años? El ambiente político
en general no ayuda en nada, dada la integración global cada vez más profunda
que parece socavar todo sentido de acción política local o nacional; la
fractura generalizada de la mayoría, si no son todas, las sociedades según el
género, la raza, la sexualidad y la religión; y el inminente problema del
cambio climático que amenaza a toda la relación de la humanidad con la
naturaleza. Luego de décadas de retroceso ante estos obstáculos, la crisis
financiera global que se está desarrollando desde 2007 ha conducido a muchas y
dispares iniciativas en todo el mundo, pero hasta ahora todavía no ha dado por
resultado una renovación significativa de la izquierda, o al menos, una
suficientemente unificada, sostenida y amplia como para motivar un verdadero
optimismo.
Por el
contrario, ya sea en los países supuestamente más ricos y avanzados, o en el
resto del mundo, ni la socialdemocracia ni el socialismo de estado han podido
resistir las consecuencias políticas de las nuevas circunstancias. Ni siquiera
hemos comenzado a responder en forma creativa. Todavía recurrimos con demasiada
facilidad a los viejos libretos, aferrados a la creencia de que el problema no
reside en la forma en que los socialistas hemos convertido nuestros ideales
políticos en una política eficaz de izquierda, sino en los fracasos de los
líderes, o en las carencias de nuestros indiferentes conciudadanos. En verdad,
es difícil, en estos días, hablar sobre el socialismo como alguna especie de
verdadera alternativa, y ni hablemos de elaborar una política que pueda crear
instituciones y prácticas prefigurativas, que a su vez convenzan a otras
personas, en una cantidad importante, sobre la posibilidad de un mundo mejor.
Así que,
¿por dónde empezamos? Seguramente, tenemos que hacer una campaña en muchos
frentes. El renovado interés sobre la desigualdad (como El capital de
Piketty) está influyendo en el debate público en muchas partes del mundo.
Lamentablemente, esto no se debe a un verdadero cambio radical en la opinión (y
menos en la acción política) en el público en general, pues en éste se sigue
desplegando esa mezcla de aspiración y resentimiento que habitualmente le
atribuyen algunos comentaristas. Más bien, se debe mayormente a que para las
élites políticas, sean liberales, socialdemócratas o autoritarias, la brecha
entre los ricos y los pobres ha crecido tan excesivamente que temen que la
aspiración se agote y el resentimiento se profundice hasta caer en el
desencanto y en la rebelión, tanto de las “nuevas clases medias” como de los
pobres y los excluidos.
El punto
de partida de este ensayo es sugerir que la cuestión de la clase es central,
como se discutió en el prefacio del Socialist Register del año pasado.iii Con
esto no queremos sugerir que deba tener prioridad sobre otras cuestiones; por
el contrario, parece obvio que la contraposición entre la “política de clase” y
“movimientos sociales” ha sido uno de los principales obstáculos para la
renovación de la izquierda durante los últimos cuarenta o más años.iv En
cambio, en las páginas siguientes queremos argumentar que las penosas
experiencias de todo este período sólo pueden ser resueltas mediante una
crítica de las formas en que se comprende la clase.
Para
hacerlo, nos proponemos primero revisitar la concepción relacional original de
Marx de la clase, y la forma en que las generaciones posteriores en la
tradición marxista retomaron esa concepción. Especialmente, cuando resucitó el
debate sobre la clase entre las décadas de 1960 y 1980. En las siguientes
secciones, veremos primero los análisis de las clases medias en relación al
modelo de dos clases en Marx, en los que la Nueva Izquierda procuró responder a
las afirmaciones de que su crecimiento había contradicho las expectativas de
Marx en la polarización social. Luego examinaremos la cuestión relacionada de
si en algún caso la clase obrera fue (o todavía es) un sujeto revolucionario
capaz de derrocar al orden capitalista. Esto, entonces, plantea el problema de
cómo se podría comprender verdaderamente las relaciones de clase en relación
solamente con el trabajo en el ámbito de la producción capitalista, en lugar de
abarcar también al trabajo y a otras actividades que ocurren en otros lugares
de la sociedad, o lo que ha denominado la esfera de la reproducción social.
Aquí sugeriremos una idea alternativa de la producción y el trabajo que pueda
integrar en forma eficaz la esfera de la reproducción, y ofrecer una mejor
manera de desarrollar un concepto crítico de la clase. Este enfoque se aplicará
entonces en la última sección a la práctica política en el mundo contemporáneo,
con el fin de arrojar luz sobre los cambios que han tenido lugar en la era neoliberal
y las consecuencias políticas que ahora nos confrontan.
Finalmente,
este ensayo es deliberadamente abierto y de naturaleza exploratoria. Es vano
imaginar que un ensayo encapsulado en los aportes de estudiosos o activistas
del pasado sea una llave que pueda abrirnos un futuro mejor. Igualmente vano es
el método tradicional largamente utilizado de la discusión-por-citas, donde se
supone implícitamente que hay que justificar cada propuesta apelando a una
autoridad, relacionada con el estudio de antiguas cuestiones, y desplegando una
terminología aprobada. Ese método puede salvaguardar una tradición, pero al
precio de reducir todavía más su atractivo para una sociedad que ha rechazado
lisa y llanamente a los socialismos fracasados del pasado.
El
análisis de la clase en la tradición marxista
Para
Marx, en las sociedades capitalistas había dos grandes clases, la clase
capitalista o burguesía y la clase obrera o proletariado, entrelazadas en la
relación social del capital. En este cuadro, los capitalistas poseen los medios
de producción, y compran la fuerza de trabajo de los obreros con el propósito
de aumentar su riqueza al extraer plusvalor y acumularlo como capital; a los
obreros se los ha desposeído del acceso directo a los medios para subsistir
mediante su propio trabajo, y por lo tanto deben vender su fuerza de trabajo
para subsistir. Las relaciones de las dos clases constituyen las relaciones de
producción en el capitalismo, que es un modo de producción históricamente
distintivo. Este es un orden que surge de un orden feudal preexistente,
socavado por el cambio económico, social y tecnológico. Su desarrollo, a su
vez, implica una creciente polarización económica entre las dos grandes clases;
esto genera una consciencia política que unifica a la clase obrera en la acción
colectiva para derribar el orden capitalista y abrir la puerta a una sociedad
sin clases.
Esta
“teoría marxista de la clase” esencial ha sido cuestionada y matizada sobre una
gran variedad de terrenos, precisamente porque se halla en el centro de la
teoría y práctica políticas de sus seguidores. En la teoría, las dos clases y
su relación están conformadas por los conceptos del modo de producción, las
relaciones de producción, el valor, el capital, el plusvalor, el proceso de
trabajo, la acumulación; y necesariamente también las formas de las leyes y el
estado que aseguran el dominio político de la clase capitalista. En la
práctica, el socialismo como movimiento político se basa en la creencia que hay
un interés común en toda la clase obrera, sobre el cual se puede construir una
unidad de acción, primero para la resistencia y luego para la revolución; esto
dirige nuestra atención hacia las configuraciones de la clase, los
determinantes de las creencias y las conductas, y las estrategias y tácticas de
la movilización política.
Antes de
pasar a considerar los principales cuestionamientos críticos al modelo de las
dos clases, vale la pena exponer su parte favorable, y especialmente, la idea
de la clase obrera como agente del cambio social. No cabe duda de que Marx y
sus sucesores afirmaron repetidamente que la dinámica de la acumulación del
capital tendería a generar una creciente polarización social entre capitalistas
y trabajadores. Incluso en el primer tomo de El capital, estas
tendencias se especifican empíricamente al explicarse cómo, luego de su fase
inicial de la “acumulación originaria” en la que los medios de producción son
apropiados por la naciente clase capitalista, el impulso a la acumulación
transforma a la producción de mercancías y su circulación. En la producción el
argumento clave es que la subsunción “formal” del trabajo al capital, en la que
los capitalistas asumen el control de los procesos de producción material
sustancialmente inalterados, basados en los métodos artesanales, tiende a
transformarse en una subsunción “real” del trabajo, implicando primero el
desarrollo de una detallada división del trabajo en la producción fabril, y
luego, la aplicación de la ciencia y la tecnología para desarrollar la
producción basada en maquinarias. Como nos recordaban en las década de 1970
Braverman, Gorz, y otros, esta transformación del proceso laboral capitalista
tiende a reducir una proporción creciente de la fuerza de trabajo directa en el
ámbito del lugar de trabajo capitalista a una masa indiferenciada de
trabajadores no calificados (o más eufemísticamente, “semi-calificados”),
sometidos a la implacable disciplina de procesos mecánicos o químicos diseñados
y vigilados por administradores capitalistas.
Al mismo
tiempo, la competencia en el mercado refuerza este proceso. En el mercado
laboral, el cambio tecnológico en la producción, que aparece como el capital en
la forma de una productividad laboral en aumento, continuamente reduce la
demanda de trabajadores, y por consiguiente crea un ejército de reserva del
trabajo que, a su vez, deprime los salarios y socava los intentos de organizar
una oposición en el propio lugar de trabajo. En los mercados de productos, la
competencia conduce inevitablemente a la concentración y centralización del capital:
la producción tiende a crecer más rápido que las ventas, llevando a la
concentración en unidades cada vez mayores, mientras el desarrollo de los
mercados crediticios y financieros alienta la centralización del capital
mediante la creación y fusión de las sociedades de acciones.
Sin
embargo, estos acontecimientos, ¿sientan las bases para la autoorganización y
el crecimiento de la clase obrera como un actor colectivo? Lo que siempre se
entendía en el marxismo ha sido que la experiencia colectiva de la lucha de
clases lleva a los obreros a comprender el interés de clase que comparten,
alentando la auto-organización y la manifestación política. Los propios Marx y
Engels no nos dejaron una explicación sistemática de cómo podría suceder esto,
pero sus escritos abundan en análisis concretos de las actividades políticas de
la clase obrera, análisis que necesariamente solo pueden ser llevados a cabo
por las sucesivas generaciones en respuesta a las contingencias del tiempo y el
espacio. Esas contingencias evidentemente incluyen una vasta variedad de
factores naturales, sociales y culturales, que acompañan a la reproducción y
acumulación del capital, conformando el pensamiento y las acciones de
diferentes grupos en la clase obrera. Es esta inevitable brecha entre la teoría
abstracta y la auto-actividad concreta que los marxistas posteriores resumieron
en la fórmula de que la “clase en sí” tenía que convertirse en una “clase para
sí” dotada una comprensión colectiva de sus circunstancias.v Solo
se puede atravesar esta brecha desarrollando y defendiendo las estrategias
políticas para derrocar al dominio capitalista e ingresar en una sociedad sin
clases. Es en este contexto que se ha cuestionado la validez del modelo de las
dos clases.
Las
clases medias
Un primer
cuestionamiento importante al modelo de las dos clases ha sido la existencia de
grupos sociales que parecen estar entre el capital y el trabajo. Para los
mismos Marx y Engels, era evidente la existencia empírica de “clases medias”, y
desde entonces esto ha sido el tema de debates periódicos.vi
El
capitalismo ha surgido durante un largo período histórico de sociedades de un
tipo muy diferente, partiendo de componentes en una división social del trabajo
que estaba dominada políticamente por una clase propietaria terrateniente y
caracterizada por sus distintivas relaciones de producción. La transición al
capitalismo implica la continua coexistencia de instituciones, culturas y
prácticas anteriores con el orden capitalista emergente, y esta hibridez persiste
notablemente; pero además, la difusión del capitalismo genera el rápido
crecimiento económico, nuevas formas del comercio internacional y continuos
cambios tecnológicos. Estos transforman la división del trabajo en la sociedad
de conjunto y en los lugares de trabajo: surgen nuevas ocupaciones y en el
ámbito de la producción capitalista se introducen viejas ocupaciones, no solo
afectando la creación de las dos nuevas grandes clases, sino generando
continuamente una zona fronteriza mal definida entre ellas. Además, a estas
complejidades nunca se las observan en forma aislada de los procesos de
impugnación social que acompañan al desarrollo del capitalismo.
De este
modo, a fines del siglo XIX, los socialistas reconocían la importancia política
de una “aristocracia obrera” y una “pequeña burguesía”. La primera estaba
formada por trabajadores organizados para defender los privilegios materiales
basados en la especialidad que retenían desde sus orígenes artesanales, y para
establecer el control de base en las nuevas industrias de la segunda revolución
industrial. Sus niveles generalmente superiores de educación e ingreso
aseguraron que jugaran un papel desproporcionado en el desarrollo de los
sindicatos y partidos socialdemócratas, pero estos trabajadores también tenían
la posibilidad de perseguir sus propios intereses a expensas de la clase obrera
de conjunto. Esto se podía lograr individualmente a través de la promoción en
el lugar de trabajo,vii y
colectivamente a través del mantenimiento de gremios “artesanales” y
enfrentando los intentos gerenciales de descalificar su trabajo. Como
resultado, podrían integrar alianzas políticas con la reforma liberal. La
pequeña burguesía, los pequeños industriales y comerciantes, eran capitalistas
por definición, pero frente a la competencia del mercado y el desarrollo
industrial y financiero en gran escala en este período, su posición se volvió
crecientemente precaria, especialmente en las crisis económicas. Por
consiguiente, gravitaron políticamente hacia alianzas populistas con la clase
obrera, pero por el otro lado, las ideologías políticas del nacionalismo, el
racismo o el imperialismo podían bastar para mantenerlos leales a la haute
bourgeoisie y el estado capitalista.
En
debates más recientes ha habido mayor interés en otros grupos intermedios, como
los gerentes y los especialistas técnicos en la producción capitalista;
profesionales independientes como los abogados, contadores, médicos, artistas,
periodistas, clérigos, etc.; y gerentes en el sector público y en el aparato
estatal. No hay dudas de que los grupos ocupacionales en cuestión se
expandieron considerablemente en el siglo XX en los países capitalistas
avanzados, y por cierto, también en el bloque soviético y otros estados
socialistas de estado. A fines del siglo, Thorstein Veblen ya había
identificado el antagonismo potencial entre empresarios e ingenieros en la
industria en gran escala, y en la obra de Berle y Means, y luego James Burnham
en la década de 1930, lanzaron la idea de la “revolución gerencial”.viii
Hacia los años sesenta, hasta los economistas y sociólogos de las corrientes
hegemónicas anunciaban un orden “postcapitalista” basado en la racionalidad
técnica y la eficiencia económica. En este aspecto, es difícil hallar muchas
diferencias entre el “nuevo estado industrial” de J. K. Galbraith y el análisis
ostensiblemente marxista del “capital monopolista” en la obra de Baran y
Sweezy.
En
relación con estos elementos de clase media, los marxistas han seguido dos
estrategias analíticas principales. Una estrategia es atribuir a estos grupos,
o por extensión, a las clases medias de conjunto, una serie de actividades y
creencias que parecen definir una localización diferente en la estructura de
clases del capitalismo, que luego se convierte en un modelo de tres clases. La
segunda es afirmar que los diversos componentes de las clases medias no tienen
una función o propósito distintivo, sino que ocupan una posición colectivamente
ambigua; como si fueran la aristocracia obrera y la pequeña burguesía
tradicionales, se alinean con la clase capitalista o con la clase obrera, y más
visiblemente en períodos de crisis. Ambas estrategias fueron ampliamente
desplegadas en los debates europeos y norteamericanos durante los años sesenta
y setenta.
Un
conocido ejemplo de la primera estrategia era la tesis de la clase
profesional-gerencial (CPG), planteada en 1977 por Barbara y John Ehrenreich.ix
Estos autores distinguían a la CPG de la pequeña burguesía tradicional de
pequeños propietarios, y la incluían en una vasta variedad de trabajadores
asalariados no manuales, incluyendo a científicos, ingenieros, gerentes,
funcionarios públicos, maestros, periodistas, contadores, abogados y las
profesiones médicas. Citando la opinión de E. P. Thompson de que la clase solo
podía ser comprendida como una relación histórica, afirmaban que el rol
específico de clase de la CPG era principalmente la de reproducir las
relaciones sociales capitalistas. La diversidad ocupacional, educativa, social
y económica de la CPG no era obstáculo para su identificación, y en todo caso,
no era mayor que la diversidad de la clase capitalista o de la clase obrera. Su
rápida expansión durante los años del boom posterior a 1945 estaba
estrechamente vinculada con la consolidación del capitalismo monopolista y la
expansión del estado, pero también con la renovación del radicalismo de clase
media en la forma de la Nueva Izquierda. Esto permitió la posibilidad de que la
CPG se convirtiera en una “clase para sí”, desarrollando una voz y un objetivo
políticos diferentes, y hasta asumiendo potencialmente el papel del sujeto
revolucionario tradicionalmente atribuido a la clase obrera. En todos los
aspectos, esto colocó a la presunta CPG de los años setenta firmemente en la
tradición progresista norteamericana. También se mantuvo junto a una creciente
literatura en la corriente dominante de la sociología estadounidense que anticipó
las tesis sobre la “nueva clase”x
así como también reflejando un pensamiento similar entre los marxistas disidentes
en Europa Oriental sobre el papel de la intelligentsia (cf. Radice,
2012: 43-59).xi
En
contraste con la descripción de la CPG como una clase diferente aunque
relacionada, otros investigadores usaron diversos argumentos para afirmar que
los grupos ocupacionales contenidos en ella podían ser absorbidos o bien en la
clase capitalista o bien en la clase obrera, o seguía sin poder formar parte de
una clase-para-sí, y en consecuencia eran irrelevantes para las perspectivas
del cambio revolucionario.xii
Las tesis de Braverman sobre la descalificación, aunque muy tergiversadas,
ofrecieron argumentos para predecir que los grupos intermedios sufrirían el
mismo proceso de polarización que el modelo original de dos clases implicado.
Después de todo, los principios que aplicó Marx a la apropiación de las
técnicas de los obreros en el desarrollo del proceso de trabajo capitalista
podrían ser aplicados también a los trabajadores mentales como a los manuales,
y en consecuencia a las diversas ocupaciones incluidas en la CPG. Desde la
década de 1970, muchas ocupaciones profesionales y gerenciales de niveles
técnicos bajos y medianos de hecho se han vuelto más rutinarias y sus
trabajadores fueron sometidos a una continua erosión de las ventajas que una
vez gozaron en el mercado laboral. Elementos del proceso de descalificación
comunes durante mucho tiempo en el trabajo manual ahora se aplican no sólo a
los empleos administrativos o de ventas de niveles bajos, sino también a
empleos supuestamente de un nivel superior. El monitoreo detallado de procesos
laborales en profesiones de graduados, tales como la enseñanza universitaria,
socava la ideología tradicional del profesionalismo, crea antagonismo entre el
personal y los altos directivos, y alienta respuestas tradicionales como el
activismo sindical.
Al mismo
tiempo, en los tramos más altos de la CPG, la antes celebrada revolución
gerencial ha sido en gran medida revertida. En el sector privado, la
resurrección del poder de los accionistas, el uso de las participaciones
accionarias y la privatización generalizada de las empresas estatales han
incorporado a los niveles superiores de los administradores firmemente a la
clase capitalista. También en el sector público, la adopción mayoritaria de
técnicas de gerenciamiento provenientes del sector privado ha socavado
continuamente la ideología tradicional del servicio público, instalando en su
lugar aparatos de gestión estratégica basados en jerarquías ejecutivas
verticales e incentivos financieros. Esto ha sido acompañado por la
tercerización de todo, desde la elaboración política hasta la provisión de
servicios habituales, supervisados por el creciente intercambio gerencial
recíproco entre el sector público y sus contratistas privados. Hoy sería
difícil afirmar que existe una clase, en el sentido relacional marxista, que se
distinga de la clase obrera y la clase capitalista. Las tendencias que han
contribuido a la desaparición de la CPG son parte del giro más generalizado
hacia el neoliberalismo en las últimas décadas, aunque todavía se podría
argumentar que verdaderamente hubo una CPG incipiente en el período
entre las décadas de 1920 y de 1970.xiii
La
fragmentación de la clase obrera y el problema del sujeto
Si la
clase trabajadora en el sentido de Marx puede ahora aceptarse una vez más que
es abrumadoramente predominante en términos numéricos, sigue siendo cierto que
al concepto de las clases medias se lo acepta muy ampliamente en el debate
público; y el curso de la crisis mundial desde 2008 muestra demasiado
claramente lo lejos que estamos de una eficaz política socialista basada en la
clase. Esto nos conduce a la segunda cuestión crítica para la teoría marxista
de las clases, a saber, la cuestión del sujeto: a cualquiera de las dos partes
del modelo de dos clases, ¿se la puede verdaderamente como un sujeto histórico?
En lo que concierne a la clase capitalista, esto se centra en el desarrollo
histórico del capitalismo, y en los procesos económicos y políticos por los que
la clase capitalista pasa a ser hegemónica en relación con las clases
terratenientes como también las clases subordinadas. Hay una larga tradición de
debates sobre las divisiones en la clase capitalista, en forma muy notable
entre el sector industrial y el sector financiero, como también sobre las
instituciones y prácticas mediante las cuales los capitales individuales o
“fracciones” del capital superan los antagonismos generados por sus luchas
competitivas y llegan a alguna forma de estrategia hegemónica para sostener su
dominio de clase. Toda investigación histórica en estos temas inevitablemente
tiene que tomar plenamente en cuenta el desarrollo del estado capitalista, que
como la clase, fue debatida fuertemente en las décadas de 1970 y 1980, pero más
recientemente ha sido relativamente ignorada; siendo la principal excepción la
discusión sobre el sistema de estados en las discusiones sobre globalización.xiv
Aunque la
relación entre el capital y el estado sigue siendo problemática, sin embargo,
la cuestión de la subjetividad de la clase obrera es mucho más compleja. Como
hemos señalado antes, la fórmula estándar para esto ha sido tradicionalmente
distinguir entre la “clase en sí” y la “clase para sí”: aunque la acumulación
amplió las filas de la clase obrera como una categoría estructural y la
concentró en establecimientos productivos cada vez mayores, esto llevaría
entonces a la organización activa de los trabajadores para transformarlos de
víctimas de la explotación a agentes de la transformación social. Esta
distinción analítica jugó una parte crucial en la configuración de la política
socialista, especialmente al asegurar la supremacía de los partidos políticos,
ya fueran ostensiblemente reformistas o revolucionarios, sobre otros sujetos
alternativos de la clase obrera, como los sindicatos que se concentraron en las
condiciones del mercado laboral o en las luchas en el lugar de trabajo. Lo que
más dañó a la participación política de las bases de los trabajadores en
general fue el concepto de la “falsa conciencia”, que se usaba para justificar
la eliminación de la democracia de bases en las organizaciones obreras de todo
tipo.xv Pero
aunque la distinción “en-sí/para-sí” parece haber sido en gran parte retórica,
nos conduce a la fragmentación de la clase obrera en toda la sociedad, así como
a la de las conquistas que habían sido logradas históricamente mediante la
política partidaria.
Que el
proletariado está diferenciado en una gran variedad de formas es ciertamente
claro, y especialmente en la evidencia empírica que el mismo Marx extrajo al
analizar la producción capitalista en El capital. La división social del
trabajo entre ramas de la producción, junto a la división técnica del trabajo
en el ámbito del lugar de trabajo, significa que los trabajadores asalariados
se encuentran altamente diferenciados por ubicación, ingresos, calificación y
autoridad, en una compleja combinación con las diferenciaciones en cuanto al
género, la etnicidad y la religión, cuyos orígenes parecen hallarse afuera del
proceso de producción capitalista como tal. En su análisis de la evolución de
la producción capitalista, desde la cooperación simple hasta la manufactura y
luego la industria moderna, Marx hace hincapié especialmente en la forma en que
en las dos últimas fases el impulso a extraer el plusvalor relativo implica la
transferencia del control inmediato sobre la producción de los trabajadores hacia
el capital y sus agentes.xvi
Esto no significa que reduce todo a los obreros intercambiables en general,
sino que reconoce la descomposición de las primeras formas de jerarquía y
división de tareas y su recomposición como elementos, no menos jerárquicos y
diversos, en el trabajador colectivo de la producción capitalista desarrollada.
Al mismo tiempo, él considera que el desprendimiento de empleados por la
industria moderna en gran escala, suministra la base para una continua
renovación de campos de producción en pequeña escala y menos avanzados
técnicamente; por ejemplo, la existencia generalizada de una producción adjunta,
formalmente fuera de la fábrica, como el trabajo en el hogar en la industria
textil, que permite a los dueños de fábricas transferir a los pequeños
productores las consecuencias financieras de las crisis periódicas. El
desprendimiento de trabajadores aumenta constantemente al ejército de reserva
de los desempleados en general, pero ellos también están diferenciados entre
los que Marx denomina los flotantes, los latentes y los estancados.
A pesar
de esta obvia diversidad en la fuerza laboral de mediados del siglo XIX, hay
pocas dudas de que tradicionalmente el principal punto de referencia de
entonces para evaluar la unidad y la cohesión de la clase obrera fue la gran
fábrica. En su discusión general sobre el desarrollo de la maquinaria en El
capital, Marx afirma que una vez que la producción basada en maquinas se
apodera de una industria, se invierte la relación entre los trabajadores y sus
instrumentos de trabajo: el trabajador se convierte en el complemento de la
máquina.xvii
Con la posterior evolución hacia un sistema de maquinas unificado, los obreros
son estrechamente entrelazados por su ritmo predeterminado: el carácter
colectivo del trabajo confronta a los trabajadores como una necesidad técnica.
Esta visión de la producción en cadena crecientemente automatizada refleja el
temprano desarrollo de la tecnología de la línea de montaje, que alcanza su
apoteosis a principios del siglo XX en la planta de Ford en Highland Park, y en
la continua producción en cadena en las industrias químicas y relacionadas; se
convierte en un tema primordial para el análisis de la producción capitalista
moderna, sea por los defensores o por los críticos, así como también un punto
de referencia cultural cuando se lo contrapone con el supuesto idilio de la
producción artesanal, como en Metrópolis de Fritz Lang o Tiempos
modernos de Chaplin.
Entre los
estudiosos marxistas, se considera que este modelo de producción en masa
acentúa dramáticamente las contradicciones del capitalismo. La necesidad de
valorizar vastas cantidades de capital fijo acelera la tendencia hacia el
monopolio, el surgimiento de trusts y cárteles que buscan controlar los mercados;
y al mismo tiempo, los sistemas de producción en cadena hacen más
inmediatamente evidente a la naturaleza colectiva de la explotación para los
obreros, alentando de ese modo la resistencia colectiva al nivel de la planta o
del taller y el surgimiento de representantes de base y otras formas de
autoorganización desde abajo. Por ejemplo, Alfred Sohn-Rethel afirmaba que la
contradicción entre el normal flujo y reflujo de los mercados competitivos en
precios y la exigencia de continuidad de la producción en cadena equivale a una
“economía de transición dual”, que él identificaba históricamente en el apoyo
dado por la industria pesada alemana a las formas de coordinación y
planeamiento estatales adoptadas por los nazis.xviii
Sin
embargo, como se evidencia a cualquiera que examine más ampliamente la
naturaleza de los procesos de trabajo capitalistas, muy pocos asalariados en el
capitalismo se hallan verdaderamente subordinados a un proceso colectivo basado
en máquinas de esta forma. Incluso en las industrias que son el centro de las
líneas de montaje automatizadas, en el momento de mayor empleo fabril en el
Reino Unido se estimaba que esos sistemas solo ocupaban el 30 por ciento de los
trabajadores. La realidad es que la disponibilidad de los obreros en el taller
moderno en su mayor parte no está configurada por la tecnología en una forma
inflexible que contradiga la fluidez que busca el capital monetario. Como lo
mostraron en la década de 1970 los pioneros de los estudios de los procesos
laborales, está configurada por las decisiones de la administración capitalista
y por la resistencia, sea individual o colectiva, de los trabajadores.xix
Como hemos visto bien a las claras en las últimas décadas, hasta los
oligopolios aparentemente más estables, ya sea en la industria o en los
servicios, están dispuestos a cambios fundamentales, no solo mediante cambios
tecnológicos, sino también innovaciones organizativas como la relocalización o
la tercerización de la producción; al uso de complejos esquemas de incentivos,
al monitoreo cada vez más detallado de la producción a través de sistemas de
información; y sobre todo a los esfuerzos constantes y últimamente muy exitosos
de los empleadores para eliminar derechos legales ganados duramente por los
sindicatos.
Ya en
1986, Peter Meiksins había sugerido que los debates sobre la clase, y
especialmente sobre la relación entre el modelo “polar” y la evidente fractura
vertical y horizontal de la fuerza laboral en el capitalismo, exigían que “se
reconsidere la relación entre las relaciones de producción y determinadas
pautas históricas del conflicto de clase” (Meiksins, 1986: 110). Sin embargo,
con la caída generalizada del interés en la clase, esas correcciones no se
hicieron, o al menos, no con el resultado positivo que esperaba Meiksins. De
hecho, la falta de progreso también se refleja en el llamado similar que hizo
unos veinte años después por David Camfield, quien llama la atención no sólo
sobre la permanente necesidad de ubicar históricamente a las clases, sino también
de “incorporar conscientemente otras relaciones sociales que la de clases, como
las de género y raza” (Camfield, 2005: 221).xx En
las secciones siguientes trataremos de explicar esto y proponer formas para
comenzar a efectuar tales cambios en la teoría y en la práctica, y en
particular, superar las divisiones que nos acosan actualmente al cuestionar al
presente orden social.
Producción
capitalista y reproducción social
Aunque
los debates en la década de 1970 sobre los procesos de trabajo capitalistas
incluyeron ciertamente el estudio de esta fragmentación de la clase obrera, el
giro hacia el análisis de la producción y el trabajo también coincidió con el
surgimiento de obras marxistas y feministas (incluyendo explícitamente las
marxistas-feministas) sobre la economía política del género, donde un tema
importante fue el papel del trabajo doméstico no asalariado en el capitalismo,
y más generalmente la reproducción de la fuerza de trabajo por fuera de la
producción y la venta directas de mercancías.xxi
Una forma de estudiar a la reproducción fue con referencia a la controvertida
cuestión del trabajo productivo e improductivo, pero mirado en retrospectiva es
evidente que los valientes esfuerzos por resolverlo estudiando detalladamente
los textos marxistas nunca llegaron muy lejos. No podía negarse el papel del
trabajo no asalariado en la reproducción del capitalismo, pero como sucedió con
el trabajo dedicado al proceso laboral, su análisis crítico no transformó
fundamentalmente a la teoría y el análisis marxista como cabría esperar.
En un
ensayo reciente, Nancy Fraser ha tratado de investigar las razones por las que
“estamos viviendo una crisis capitalista de mucha gravedad sin una teoría
crítica que pueda explicarla adecuadamente (…) carecemos de las concepciones
del capitalismo y de la crisis capitalista que sean adecuadas para nuestra
época” (Fraser, 2014: 56). Ella considera que el análisis de Marx atribuye
cuatro rasgos clave al capitalismo: en orden de precedencia, son la propiedad
privada, que presupone la división normal de las dos clases; el mercado laboral
libre, mediante el cual los no-capitalistas deben asegurarse su subsistencia y
reproducción; la búsqueda compulsiva de la acumulación del valor en
auto-expansión; y el distintivo papel de los mercados, que asignan insumos a la
producción mercantil y determinan cómo se invierte el excedente de la sociedad.
A este último elemento, afirma, no se lo debe interpretar como una “creciente
mercantilización de la vida como tal”, porque la reproducción general de la
sociedad capitalista en realidad depende de una amplia gama de actividades que
no tienen lugar en el ámbito de la producción y el intercambio de mercancías
(Ibíd.: 59). Mientras Marx indaga tras la apariencia de los mercados capitalistas
como intercambios iguales al hallar el secreto de la explotación en la oculta
morada de la producción, Fraser descubre la reproducción social en moradas que
a su vez están ocultas detrás de la producción. Y afirma que Marx sólo aborda
estas cuestiones en su introducción histórica al surgimiento del capitalismo en
la Parte VIII de El capital I, y ahora necesitamos explorar estas
moradas aún-más-ocultas. La reproducción social, según ella, es una “condición
contextual indispensable para la posibilidad de la producción capitalista (…)
más aún, la división entre la reproducción social y la producción mercantil es
central para el capitalismo; por cierto, es un dispositivo necesario de éste”
(Ibíd., p. 61s.). Lo que queda de su ensayo luego investiga estas moradas
doblemente ocultas, presentando una variedad de propuestas sobre su relación
con la producción capitalista y su papel en la crisis capitalista.
Aunque
simpatizo con el rechazo de Fraser a la “fantasía distópica” de la
mercantilización cada vez mayor, su análisis de Marx ignora algunos elementos
muy importantes en su crítica de la economía política; elementos que, si ella
los reconsiderara, atenuarían el impacto de sus argumentos, y apuntan hacia una
diferente forma de colocar la reproducción social firmemente en el centro del
análisis de la clase y de la crisis. Fundamentalmente, esto concierne a la
caracterización que hace Fraser de la crítica marxiana de la producción
capitalista como “económica” en su contenido, e implícitamente
estructural-funcionalista más que histórica en el método. Los cuatro rasgos que
ella atribuye a Marx están expuestos en las dos primeras partes de El
capital, que son altamente abstractas en su contenido. Sin embargo, si
leemos en las partes finales, no solo hallamos la famosa morada oculta de la
producción, sino también precisamente las moradas doblemente ocultas de la
reproducción social de Fraser. Allí podemos hallar amplias pruebas de que la
crítica de Marx incorporaba concretamente no sólo los aspectos del orden social
que serían interpretados, en la fragmentada opacidad del pensamiento burgués,
como sociales, políticos, culturales o tecnológicos, sino también la relación
de la humanidad con la naturaleza. Ciertamente, esto no es “economía”, como la
definiría la corriente hegemónica de la ciencia social; por el contrario, al
discutir cuestiones como la duración de la jornada laboral, las formas que
adoptan los salarios en el empleo capitalista, o los efectos de la maquinaria
en las relaciones en el lugar de trabajo, Marx no sólo se utiliza ampliamente
las experiencias concretas de los trabajadores, y en las condiciones sociales
que ellos sufren en su hogar, en sus comunidades y en sus relaciones con el
estado.
Nada de
esto que decimos significa que todo lo que necesitamos hacer es leer El
capital, que de alguna manera de la frente de Marx brotó un completo manual
para revolucionarios que nos bastaría para siempre; o realmente que la tarea
que nos dejó fue simplemente escribir los libros restantes que indicó (en
algunos pasajes ocasionales que él mismo jamás revisó para publicación) para
completar su análisis. Es obvio, dada la historia del siglo XX, no sólo que es
imposible deducir una conclusión de la búsqueda fetichista de la verdad en los
escritos de Marx, sino también que han ocurrido toda una serie de cambios
históricos que no eran visibles en la época en que Marx vivía; entre ellos,
nada menos que el progreso que se ha hecho en abordar cuestiones de opresión
que quedan fuera del capitalismo como tal. Pero esto es precisamente el motivo
de que las principales ventajas que se derivan de estudiar a Marx son las de
comprender su método de investigación, que se desarrolla en los primeros
capítulos de El capital y que se ejemplifica no sólo en el relato
histórico de los capítulos finales, sino también en los capítulos de análisis
concretos de su propia época que hay entre ellos.
¿Cómo
procede Marx en su crítica? Hay mucho material bibliográfico sobre el método de
Marx disponible para quienes quieran reflexionar sobre las numerosas formas de
responder esta pregunta, pero pienso que en realidad se reducen a unos pocos
principios básicos. En primer lugar, el materialismo histórico implica ubicar
la investigación social en el contexto histórico, usando el principio de
identificar esas instituciones, ideas y prácticas que constituyen las distintas
maneras en que las que la humanidad estructura su relación con la naturaleza, o
sea, la reproducción social. De hecho, la reproducción social es el objeto
primordial de la investigación social, y Fraser tiene razón al privilegiarla
sobre la producción, en tanto que ella considera a esta última como un proceso
estrechamente económico. En segundo lugar, el hilo histórico que recorre el
análisis del modo capitalista de producción no debe ser identificado con rasgos
específicos visibles del capitalismo (como en la lista de Fraser de la
propiedad, el trabajo libre, la acumulación y los mercados). Más bien consiste
en la posibilidad de una superación histórica, de que la humanidad desarrolle
un auto-control consciente y colectivo, que Marx traza desde su representación
más abstracta, en la forma de la mercancía, a través de sus manifestaciones
históricas más concretas en las luchas sobre la organización de la reproducción
social.
El
capital de Marx
no está construido alrededor de un relato histórico del capitalismo, sino
alrededor de una crítica de la economía política; o sea, la ideología central
de la clase capitalista en ascenso. En el corazón de esta ideología, afirma, se
encuentra el concepto del mercado auto-regulado, liberado del sometimiento al
soberano o al estado, y en consecuencia su análisis comienza con la mercancía
como el objeto del intercambio mercantil. Descubre primero la naturaleza dual
de las mercancías como objetos útiles (valor de uso) y como portadoras del
valor de cambio. Sugiere que el intercambio de dos valores de uso distintos en
cantidades determinadas indica que ellas tienen algo en común, a saber, que son
productos del trabajo. El valor de una mercancía es la cantidad de trabajo
socialmente necesario encarnada en él, haciendo abstracción del trabajo
específico o concreto que hace útil al producto para cumplir necesidades
sociales. De igual manera, el trabajo llevado a cabo por un trabajador en
producir una mercancía tiene un carácter dual, como trabajo útil concreto, y
como trabajo abstracto que produce valor; una distinción que se encuentra
específicamente ausente en las apologías de la economía política burguesa. La
importancia de esta distinción surge en la sección sobre el fetichismo de las
mercancías, donde Marx presenta repetidamente esta cuestión desde diferentes
perspectivas.
El
carácter dual del trabajo ofrece el punto de partida desde el que Marx elabora
su crítica.xxii
La elaboración sigue una secuencia de conceptos muy específica, primero en la
esfera de la circulación, de la mercancía al trabajo, al dinero, al capital, al
plusvalor y la explotación. Luego penetra en la esfera de la producción, donde
el proceso laboral no solo reproduce las mercancías que entran en él, sino
también a los capitalistas, los trabajadores y las relaciones sociales entre
ellos, a través de la extracción del plusvalor y la subsunción del trabajo al
capital. Finalmente, vuelve en la Parte V a la circulación, donde ese plusvalor
se lo realiza, distribuye y es acumulado como capital. La forma en que se
desarrolla el análisis refleja deliberadamente el circuito de la producción
capitalista, porque esa es la realidad que se halla detrás del velo del
fetichismo de la mercancía, la “magia del mercado”. En ese camino no sólo surge
el capitalista, sino también el trabajador, no sólo individuos que persiguen su
interés personal a través del libre cambio, sino el capital y el trabajo como
categorías sociales y como clases; no sólo la libertad del mercado, sino la
coerción del estado; no sólo la lógica del sentido común de la acumulación del
capital que organiza la producción y venta de mercancías útiles, sino la
división de la sociedad en explotadores y explotados, la devastación de las
comunidades y de la naturaleza, y todos los ocultos agravios de clase.
Sin
embargo, en todas las etapas de la discusión también aparece la posibilidad de
un orden social diferente que podría establecer la humanidad, no sobre ideales
caídos del cielo, sino sobre la base de la negación de la producción mercantil
capitalista.xxiii
Como un modo histórico de producción, el capitalismo contiene en su ámbito no
solo la esfera del valor, la lógica implacable que la economía política
burguesa representa y trata de naturalizar, sino también la esfera del valor de
uso. En todas las facetas de la producción y reproducción social coexisten
estas dos esferas: una impulsada por el imperativo de la acumulación del
capital, y la otra por la aplicación del tiempo de trabajo para cumplir la
necesidad transhistórica de la subsistencia de la humanidad.
En esta
discusión, ¿dónde encaja la clase, en el sentido del modelo biclasista?
Seguramente es parte de la esfera del valor; e igualmente seguro, el potencial
para su negación – una sociedad sin clases -, se halla en la esfera del valor
de uso, donde se gasta el trabajo concreto útil para satisfacer necesidades
sociales. Cuando se ubica el modelo biclasista de Marx en el ámbito de la
dualidad revelada por su crítica del pensamiento burgués, se revela el carácter
histórico de su imposición en la sociedad, y también la posibilidad de su
superación. Precisamente porque la forma capitalista del dominio de clase está
constituida con la esfera del valor y el capital, el punto de partida para su
superación debe hallarse fuera de ella, en aspectos de la sociedad que deben
continuar más allá del capitalismo, aunque en una forma diferente. Para
concebir el socialismo como una esfera de libertad, y desarrollar prácticas
sociales que pueden comenzar a realizarlo, debemos comenzar a partir de los
valores de uso, el trabajo concreto y las necesidades sociales. Esto es lo que
los críticos de la política de clases han estado defendiendo; pero esto no
requiere abandonar al análisis de Marx sobre el capital y la clase, sino sólo
su re-interpretación como una crítica de la economía política, en lugar de una
economía marxista.
Hallar
hoy los puentes al socialismo en el capitalismo
Si la
investigación del método en la sección anterior nos permite integrar la
política de la producción y de la reproducción, entonces, igualmente se puede
aducir que el modelo relacional de Marx sobre la clase, que es históricamente
específico del capitalismo, generalmente es compatible con los lineamientos
sociológicos de las clases basadas, como las de Savage y sus colaboradores en
la identificación de agrupaciones de características económicas, sociales y
culturales en la sociedad. Más que eso, la integración de los dos enfoques
sobre la clase en un mismo esquema ontológico y epistemológico permite que se
aborden las debilidades de cada uno. Por un lado, la verdadera fragmentación de
la clase obrera “relacional” afecta los intentos de desarrollar una política
emancipadora con un atractivo suficientemente amplio para llegar a ser un serio
cuestionamiento al capitalismo tal como existe en realidad y la forma en que se
lo percibe. Por el otro lado, como se señaló al comienzo, partiendo desde las
actitudes subjetivas y las prácticas sociales de diferentes segmentos de la
sociedad dificulta que se vea al bosque a través de los árboles: comprender las
semejanzas que oculta un sentido común hegemónico centrado en las aspiraciones
individuales en relación a la propiedad y el consumo.
Recientemente,
en ningún lugar ha sido más visible esto que en la frustrante incapacidad del
“99 por ciento” identificado por el movimiento “Occupy” para transformar a la
visceral hostilidad hacia el restante 1 por ciento en un serio cuestionamiento
político al neoliberalismo. Las más recientes consignas de los movimientos
sociales parecen ser muy poco más atractivas que las anteriores del movimiento
obrero tradicional, aún cuando ambas pueden confluir al menos en la
identificación del objeto de su ira, como lo hicieron por pocos años luego de
la Batalla de Seattle en 1999. Es más, mientras continuaba la actual crisis, la
experiencia común de shock y dislocación que siguió a la quiebra financiera ha
sido reemplazada por marcadas diferencias en la forma en que la resolución de
la crisis afecta a diferentes grupos: no solo entre empleados y desempleados, o
en calificados y no calificados, sino entre diferentes países y regiones. En
Gran Bretaña, el gobierno de coalición y la mayoría de los medios de
comunicación han culpado a los beneficiarios de ayudas sociales (sean
desempleados, o que reciben ingresos tan bajos que deben ser complementados con
ayudas estatales) y sobre todo a los inmigrantes, con una deliberada estrategia
de dividir para reinar. Mientras tanto, los obreros alemanes protegidos de las
políticas de austeridad han mostrado poca o ninguna solidaridad, ya fuera con
sus compatriotas menos protegidos, o con los trabajadores en la “periferia” de
la Eurozona, a cuyos gobiernos se los ha culpado por la crisis y obligado a
imponer cortes sin precedentes en los niveles de vida y en las prestaciones
estatales. También se ha notado ampliamente el impacto económico diferencial de
las políticas de crisis sobre las mujeres (cf. Rubery y Rafferty, 2013). Por
todo el mundo, los empleadores y los gobiernos por igual baten el tambor de la
“competitividad internacional”: trabaja más duro y más tiempo, haz lo que te
digan, invierte en tu capacitación (por tu propia cuenta), y entonces, sólo
quizás, puedes evitar perder tu trabajo a manos de los laboriosos chinos (o
según sea el caso, mexicanos, turcos, etc.). Es más, un rasgo crucial del
capitalismo en su forma moderna neoliberal es que la lógica individualista de
la competencia se impone mucho más allá de la esfera de la producción
capitalista: como sucede en el sector de la educación superior, que emplea a
muchos de quienes leen esto, e incluso, parece ahora, en la “producción” de
protestas (cf. McGettigan, 2013; Dauvergne y LeBaron, 2014).
Pero esta
es la ideología del capital, el mundo visto desde el punto de vista de la ley
del valor y la compulsión de la ganancia. Mientras tanto, no sólo en el
interior de la producción capitalista, sino también en las esferas de la
reproducción que se encuentran fuera de la fábrica o la oficina, esas esferas
que Fraser identifica como doblemente ocultas, hay otras fuerzas moviéndose en
contradicción con esa ideología. En la producción capitalista, el impulso
inexorable a descualificar y controlar a los trabajadores aumenta, con igual
necesidad, contra la inevitable dependencia del capitalista respecto de los
seres humanos. En su crítica de la tesis de Ehrenreich de que el trabajo de los
ingenieros esencialmente reproduce la búsqueda de ganancias y de esta manera el
dominio del capital, David Noble insistió sobre la permanente ideología del
profesionalismo, que sigue enraizada en el ejercicio del saber científico y
práctico, y en las satisfacciones no pecuniarias obtenidas de dicho trabajo
(cf. Noble, 1979). En estudios posteriores sobre la jerarquía en el status del
lugar de trabajo Paul Durrenberger y Dimitra Doukas han afirmado que un
“evangelio del trabajo” continúa actuando como contrapeso contra el “evangelio
de la riqueza” entre los obreros estadounidenses.xxiv
En
términos más generales, el concepto aparentemente abstracto del “obrero
colectivo” desarrollado por Marx en su análisis de la maquinaria y la industria
moderna no representa solamente, como muchos afirman, la estrategia del
“capital dominante”; también contiene en su ámbito la necesidad de los
elementos de ese obrero colectivo (en otras palabras, los obreros individuales)
para combinar creativamente sus actividades concretas. Fuera del proceso muy
mitificado pero raramente logrado de la producción “totalmente automatizada”,
la mayoría de nosotros tenemos que ejercitar nuestra imaginación y combinar
nuestros talentos con los de otros en tareas, desde las más mundanas a las más
esotéricas. Si el socialismo es la “libre asociación de productores”, entonces
el lugar del trabajo capitalista, quiérase o no, ofrece un anticipo de él. Hace
cincuenta años, en un corto capítulo relativamente cercano a su estudio sobre El
capital de Marx, Roman Rosdolsky examinó lo que llamó “los límites
históricos de la ley del valor”.xxv
En él afirmaba que al contrario de la acostumbrada afirmación de que Marx
estaba poco dispuesto a hacer ningún tipo de predicciones sobre una futura
sociedad socialista, “constantemente encontramos discusiones y comentarios en El
capital, y en las obras preparatorias del mismo, que se refieren a los
problemas de una sociedad socialista”. Su sugerencia de que el método de Marx
dirige nuestra atención hacia el pasado histórico y al mismo tiempo plantea los
“presupuestos históricos para un nuevo estado de la sociedad”, apoya la idea de
que pueden hallarse ciertamente puentes hacia el socialismo en el interior de
la producción capitalista cotidiana.
¿Qué
sucede con el trabajo de la reproducción social que tiene lugar en los hogares,
en las actividades del ocio recuperativo, o en las asociaciones voluntarias de
todas clases que complementan o incluso reemplazan la provisión financiada por
el estado de bienes y servicios? Seguramente, esto demuestra también la
inevitable dependencia de tareas, independientemente de que sean ordenadas y
por quién, sobre el trabajo concreto que implica previsión, iniciativa y
creatividad de individuos, típicamente ejercidas en cooperación con otros. En
la medida en que tales formas de trabajo cambien hacia un lado u otro del
límite entre la producción capitalista y la no capitalista, hay un pequeño
cambio en el trabajo concreto realizado; lo que cambio es si genera una
recompensa pecuniaria, y hasta dónde esa recompensa se disminuye por la
interposición del capital privado en el proceso de producción.
En
consecuencia, deberíamos estudiar el mundo del trabajo (por el cual quiero
decir todo tipo de trabajo, no solo el que tiene lugar en el marco del
trabajo asalariado capitalista ) no solo como una forma exterior y alienante de
la subordinación al otro. Es igualmente, como lo dijo Marx, “la condición
eterna impuesta por la naturaleza de la existencia humana, y en consecuencia es
independiente de cada fase social de esa existencia, o más bien, es común a
todas estas fases” ((Marx, 1998:184)). Pero esta misma
universalidad debe ser reconocida, y ser vista como fundamental para la
construcción de un movimiento cuyo propósito de clase es, muy simplemente, la
abolición de la sociedad de clases.
Aquí
tenemos que volver a la controvertida cuestión de la política; ya no más una
política “de” clase o una “política obrera”, sino una política contra la
clase. Esto exige, en primer lugar, que dejemos de ser reticentes sobre nuestro
objetivo final, y comenzar a explicar en detalle cómo imaginamos exactamente a
los rasgos constitutivos de una sociedad postcapitalista. Al dividirlo en un
cuadro de necesidades sociales y actividades creativas bajo el socialismo, que
las personas puedan comparar directamente con sus experiencias cotidianas bajo
el capitalismo, podemos cuestionar el incesante redoble de “no hay
alternativas”. El capitalismo no es un orden natural, es un orden social;
construido por seres humanos interactuando entre sí, puede igualmente ser demolido
y reemplazado. Esto no es nada más ni menos que el propósito original del
movimiento del Foro Social, al parecer, marginado por la crisis de 2007-08 y
sus secuelas, pero aún en su forma más vigorosa, afectado por los remanentes de
la fracasada política partidaria del siglo pasado.
Esto nos
conduce a una segunda exigencia: que hagamos frente a las dolorosas lecciones
de esos fracasos. ¿Cómo se puede cuestionar políticamente a las grotescas
desigualdades de la riqueza y el poder en el capitalismo, si no es con una
fuerte insistencia en la participación igualitaria de todos en todo movimiento
importante por el cambio? Esto tiene que arraigarse en los principios de
ciudadanía y democracia que gobernaron la búsqueda de la justicia social en los
siglos pasados: no se debe más desestimar fácilmente como “democracia
burguesa”, ni insistir en que el esclarecimiento de “las masas” sólo lo puede
brindar una elite partidaria. ¿Cuántos más intentos se harán para establecer
partidos de izquierda que busquen el santo grial de una política revolucionaria
que se oponga a hacer concesiones a la política burguesa? Si aceptamos que
existen los puentes en la vida cotidiana que pueden ayudarnos a desarrollar un
movimiento popular y poderoso por el socialismo, entonces no hay nada que
perder trabajando en el seno de organizaciones existentes, sean partidos,
sindicatos o movimientos sociales de todas clases. Dados los compromisos que
nos vemos obligados a hacer cada día de nuestras vidas, seguramente podemos
vivir con compromisos en nuestro trabajo político; en muchos países tenemos
oportunidades para hacerlo en partidos socialdemócratas o verdes en los que
hallaremos personas que comparten alguna visión de un mundo mejor. Sobre todo,
ningún trabajo para desarrollar un análisis más esclarecedor del capitalismo de
hoy en día nos llevará a ofrecer un despertar político sin una gran cantidad de
arduos esfuerzos en el mundo real de vidas comprometidas y aspiraciones
confusas. Quizás ya es hora de leer y escribir menos, y en su lugar, de
sumergirse en ese mundo.
(Publicada
en Socialist Register 2015)
Artículo
enviado por el autor para su publicación en Herramienta. Agradecemos la
gentileza de Socialist Register por su autorización para publicar el
mismo en nuestra revista. Traducción de Francisco T. Sobrino
i Richard Wilkinson y Kate Pickett, The Spirit
Level: Why More Equal Societies Almost Always Do Better, Londres: Allen
Lane, 2009; Daniel Dorling, The No-Nonsense Guide to Inequality, Oxford:
New Internationalist, 2012; George Irvin, Super Rich: The Rise in Inequality
in Britain and the United States, Cambridge: Polity Press, 2008.
ii Además, la metodología de la encuesta LSE/BBC ha
sido severamente criticada por Mills, 2014: 437ss.
iii Leo Panitch, Greg Albo
and Vivek Chibber, “Preface”, Socialist Register 2014: Registering
Class, Londres: Merlin Press, 2013, pp. ix-xi. Este ensayo también incluye
ideas de Hugo Radice (cf. Radice, 2010: 27-49; y 2011).
iv ver Sheila Rowbotham,
Lynne Segal and Hilary Wainwright, Beyond the Fragments: Feminism and
the Making of Socialism, 3rd edition, Londres: Central Books, 2013. Sobre
el patriarcado en particular, ver Heidi Hartmann, ‘The Unhappy Marriage of
Marxism and Feminism: Towards a More Progressive Union’, Capital &
Class, 8, 1979, pp. 1-33.
vi Para descripciones generalmente marxistas de los
debates ver Walker, 1979; Abercrombie y Urry, 1983;
Bob Carter, 1985; Erik Olin Wright, 1989; y Rosemary Crompton, 1993.
vii Así, el propio Marx analiza la necesidad en la
producción capitalista, desde su comienzo, de un “tipo especial de asalariados”
para supervisar el proceso laboral: ver Karl Marx, El capital – Crítica de
la economía política, Tomo I, México: Siglo XXI, p. 403.
viii Ver Thorstein
Veblen, The Theory of Business Enterprise, Nueva York: Charles
Scribner’s Sons, 1904; Adolf Berle y Gardner Means, The Modern
Corporation and Private Property, Nueva York: Macmillan, 1932; James
Burnham, The Managerial Revolution: Or, What is Happening in the World
Now, Nueva York: John Day, 1941.
ix Barbara Ehrenreich and
John Ehrenreich, ‘The Professional-Managerial Class’, Radical America, 11(2),
1977, pp. 7-31; y ‘The New Left and the Professional-Managerial Class’, Radical
America, 11(3), 1977, pp. 7-22. Walker, en Between Labour and
Capital, incluye evaluaciones críticas de su obra por parte de 10
académicos y activistas de izquierda en los EE.UU. Para otras tesis
“no-proletarizadas”, ver Abercrombie and Urry, Capital, Labour,
cap. 5.
x Un notable ejemplo es Alvin Gouldner, The
Future of Intellectuals and the Rise of the New Class, Nueva York: Seabury
Press, 1979; ver también la reseña de Charles Kurzman y Lynne Owens, “The
Sociology of Intellectuals“, Annual Review of Sociology, 28, 2002, pp.
63-90.
xi Para un análisis crítico integrado de las teorías
de la nueva clase en el capitalismo y en el socialismo soviético, ver Lawrence
King e Iván Szelényi, Theories of the New Class: Intellectuals and Power, Minneapolis:
University of Minnesota Press, 2004.
xii Por ejemplo, Harry Braverman, Labour and
Monopoly Capital, Nueva York: Monthly Review Press, 1974; y Guglielmo
Carchedi, On the Economic Identification of Social Classes, Londres:
Routledge & Kegan Paul, 1977. Ver también Abercrombie and Urry, Capital,
Labour, Cap. 4.
xiii Barbara Ehrenreich y John Ehrenreich han
reconocido la desaparición neoliberal de la CPG en “Death of a Yuppie Dream:
The Rise and Fall of the Professional-Managerial Class”, Nueva York: Rosa
Luxemburg Stiftung, 2013, accessible en http://www.rosalux-nyc.org.
xiv Ver en especial a Stanley Aronowitz y Peter
Bratsis (eds.), Paradigm Lost: State Theory Reconsidered, Minneapolis:
University of Minnesota Press, 2002. Geoffrey Ingham ha examinado
detalladamente cómo se forjó la unidad de la clase dominante a través de la
incipiente hegemonía de la riqueza monetaria en Capitalism, Cambridge,
Reino Unido: Polity Press, 2008.
xv No se puede atribuir a Marx el concepto de falsa
conciencia. Ver a J. McCarney, “Ideology and False Consciousness”, 2005,
accessible en http://marxmyths.org.
xvi Cf. Marx, El capital, op. cit., parte IV y
para el resto de este parágrafo, ver especialmente el capítulo XV, secciones 3,
4 y 8.
xviii Alfred Sohn-Rethel, “The Dual Economics of
Transition”. En: Conferencia de Economistas Socialistas, The Labour Process
and Class Strategies, Londres: Stage 1, 1976, pp. 26-45; y Economy and
Class Structure of German Fascism, Londres: CSE Books, 1978.
xix Ver por ejemplo André Gorz, ed., The Division
of Labour: The Labour Process and Class Struggle in Modern Capitalism,
Brighton: Harvester, 1976; Richard Edwards, Contested Terrain, Nueva
York: Basic Books, 1979; Maxine Berg, ed., Technology and Toil in Nineteenth
Century Britain: Documents, Londres: CSE Books, 1979.
xx Ver también su ensayo más reciente, “Theoretical
Foundations of an Anti-Racist –Queer Feminist Historical Materialism”, Critical
Sociology, de próxima publicación.
xxi Para una excelente introducción a esta cuestión
ver Valerie Bryson, “Production and Reproduction”, en Georgina Blakely and
Valerie Bruson, eds., Marx and Other Four-Letter Words, Londres: Pluto
Press, 2005 (agradezco a Daniele Tepe-Belfraege por informarme sobre esta
fuente).
xxii A esta “dialéctica del trabajo” también se la
puede entender como parte de una interpretación historicista de Marx, en la que
no hay una brusca ruptura entre su obra “temprana” y “madura”. Ver Paul Walton
y Andrew Gamble, From Alienation to Surplus Value, Londres: Sheed and
Ward, 1972, especialmente el capítulo 2, “Alienation and the Dialectics of
Labour”, pp. 24-50.
xxiii Este tema aparece en Hugo Radice, “Utopian
Socialism and Marx’s Capital: Envisioning Alternatives”. En Lucia
Pradella and Tom Marois, (eds.), Polarizing Development:Alternatives to
Neoliberalism and the Crisis, Pluto Press, de próxima publicación.
xxiv Ver E. Paul Durrenberger and Dimitra Doukas,
“Gospel of Wealth, Gospel of Work: Counterhegemony in the US Working Class’, American
Anthropologist, 110(2), 2008, pp.. 214-25. Para más datos sobre la politica
de la clase obrera en EE.UU ver Paul Durrenberger, American Fieldnotes:
Collected Essays of an Existentialist Anthropologist, West Branch, Iowa:
Draco Hill Press, 2013; y Michael Yates, In and Out of the Working Class,
Winnipeg: Arbeiter Ring Publishing, 2009; y sobre el Reino Unido, ver Selina
Todd, The People: The Rise and Fall of the Working Class, 1910-2010,
Londres: John Murray, 2014.
xxv Roman Rosdolsky, The Making of Marx’s ‘Capital’,
Londres: Pluto Press, 1977, cap. 28 (originalmente publicado en alemán en
1968). Las notas al pie están en la p. 414 (la segunda cita es de Marx, Grundrisse:
Foundations of the Critique of Political Economy, Harmondsworth: Penguin
Books, 1973, p. 461). Ver también la extensa explicación del concepto del
socialismo en Marx en Peter Hudis, Marx’s Concept of the Alternative to
Capitalism, Chicago: Haymarket Books, 2013.
Referencias
Abercrombie, Nicholas y Urry, John, Capital, Labour and the Middle
Classes, Londres: Allen & Unwin, 1983.
Aronowitz,
Stanley y Bratsis, Peter (eds.), Paradigm Lost: State Theory Reconsidered,
Minneapolis: University of Minnesota Press, 2002.
Baran, Paul y Sweezy, Paul, El capital monopolista: Ensayo sobre
el orden económico y social de Estados Unidos, México: Siglo XXI, 1966.
Berg,
Maxine (ed.), Technology and Toil in Nineteenth Century Britain: Documents,
Londres: CSE Books, 1979.
Berle, Adolf y Means, Gardner, The Modern Corporation and Private
Property, Nueva York: Macmillan, 1932.
Braverman,
Harry, Labour and Monopoly Capital, Nueva York: Monthly Review Press, 1974.
Bryson,
Valerie, “Production and Reproduction. En: Blakely, Georgina y Bruson, (eds.),
Marx and Other Four-Letter Words, Londres: Pluto Press, 2005.
Burnham, James, The Managerial Revolution: Or, What is Happening in
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Fuente: http://www.herramienta.com.ar/herramienta-web-20/la-teoria-de-las-clases-y-la-politica-clasista-hoy
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