Centenario de la Revolución rusa
04/03/2017
| Alexander Rabinowitch
[La editorial La Fabrique acaba de publicar “Les
Bolcheviques prennent le pouvoir”*, aparecido inicialmente en inglés en 1976.
Este libro de Alexander Rabinowitch tiene el enorme mérito de restituir lo que
fue realmente la Revolución rusa en Petrogrado, entonces capital de Rusia y
sobre todo epicentro de la revolución: un movimiento de insubordinación
generalizada en que las clases dirigentes se mostraban incapaces de imponer su
dominación como antes y en que las clases subalternas ya no consentían esa
dominación (la definición por antonomasia de una “crisis revolucionaria” según
Lenin), y al mismo tiempo un momento de aceleración y de bifurcación políticas,
cuyas consecuencias serán ingentes a escala mundial.
En particular, el libro examina con todo detalle la
política y la acción de los bolcheviques –tanto de la dirección del partido
como de los militantes y las organizaciones intermedias– entre julio y octubre
de 1917. Permite salvar el escollo cruzado de una disolución del papel del
partido bolchevique (que para algunos no habría hecho más que ir a la zaga de
los acontecimientos sin desempeñar ninguna función real más que canalizar la
combatividad popular) y de una fetichización del mismo (sea negativa, con los
bolcheviques como golpistas y usurpadores, sea positiva, como encarnación
política del proletariado ruso).
Leyendo el libro se ve claro que es la dialéctica
compleja entre una revuelta popular extremamente potente y creativa, una
autoorganización de masas en forma de soviets –en los barrios, las empresas, en
el frente, así como en el mundo rural, por todas partes se formaban consejos–,
y un partido que logró conquistar una audiencia masiva en las filas del
proletariado y estaba decidido a llevar a cabo la revolución (es decir, a
derribar el poder capitalista), la que explica el destino de la Revolución rusa
entre febrero y octubre de 1917.
Un aspecto importante que se desprende del trabajo
magistral de Rabinowitch: el papel específico de Lenin. Aunque su acción fue
absolutamente decisiva para enderezar en distintas ocasiones la política de la
dirección del partido bolchevique y ofrecer una perspectiva de resolución de la
crisis revolucionaria –mediante la insurrección armada–, el libro muestra muy
claramente que él no fue en modo alguno el maestro de ceremonias de la
revolución de Octubre, contrariamente a lo que da a entender una visión
policial o estalinista (que a menudo fueron lo mismo), así como cierta
ortodoxia trotskista que demasiado a menudo ha sucumbido a una especie de
heroización del dirigente bolchevique.
Una de las razones es que Lenin quedó en lo
esencial cortado del movimiento revolucionario (al menos hasta la insurrección
de octubre): al estar buscado activamente por la policía tras la insurrección
abortada de julio, los bolcheviques temían que lo asesinaran en la cárcel y le
ordenaron que se fuera de Petrogrado. Pero hay otra razón, que tiene que ver
con tres rasgos cruciales del partido bolchevique que llaman la atención al
leer el libro:
– la implantación de masas y la confianza de que
goza la organización en las filas del proletariado de Petrogrado (y más allá);
– contrariamente a una posterior redefinición
deformada del “leninismo” (que divulgó Zinóviev en 1925 y Stalin acentuó
posteriormente), la democracia interna, caracterizada por el vigor de los
debates que tuvieron lugar entonces en el partido: pese a que la amenaza de la
represión y de la contrarrevolución era permanente, en el seno de la
organización podían manifestarse divergencias tácticas y estratégicas muy
importantes, que incluso podían salir a la luz pública (a diferencia de lo que
será el PC de la Unión Soviética bajo Stalin);
– y la autonomía de las organizaciones intermedias
del partido, bien se trate de los comités locales, bien de entidades
específicas como la organización militar.
Al menos tanto como la capacidad estratégica propia
de Lenin (cuyas posiciones quedaron a menudo en minoría o fueron ignoradas o incluso
ocultadas por la dirección ante la militancia), fueron por tanto esta
implantación de masas (entre los obreros y soldados especialmente), la
democracia interna y la flexibilidad organizativa las que permitieron al
partido bolchevique mantener el rumbo en las circunstancias fluctuantes del año
1917. Como escribe Rabinowitch en el epílogo de la obra (p. 446-447): “El éxito
fenomenal de los bolcheviques también se debe en buena parte a la naturaleza
del partido en 1917. Con esto no me refiero ni al liderazgo tan audaz como
decidido de un Lenin –cuya importancia histórica, sin embargo, no se puede
negar– ni a la unidad o la disciplina organizativa legendarias de los
bolcheviques, que muy a menudo se exageran. Quisiera más bien poner de relieve
el carácter relativamente democrático, tolerante y descentralizado de las
estructuras del partido y de su modo de funcionamiento, así como el hecho de
que en aquel entonces operaba fundamentalmente como un partido de masas
abierto, en ruptura clara con el modelo leninista tradicional.”
Prosigue Rabinowitsch: “Ya lo vimos, en 1917,
cuando la organización bolchevique de Petrogrado conocía constantes
intercambios y debates tan libres como apasionados, en todos los niveles, en
torno a cuestiones teóricas y tácticas fundamentales. Los dirigentes que
estaban en desacuerdo con la mayoría con respecto a tal o cual asunto tenían la
posibilidad de defender sus puntos de vista. Y no era raro que Lenin saliera
perdiendo en esas controversias. En 1917, algunos órganos subalternos del
partido, como el comité de Petersburgo o la organización militar, gozaban de un
grado de autonomía e iniciativa notable. Sus opiniones y sus críticas se tenían
en cuenta a la hora de fijar la línea política por parte de la dirección. Y
sobre todo, esos órganos subalternos podían adaptar sus tácticas y su mensaje a
las características de sus propias bases en un contexto que evolucionaba
rápidamente.”
El extracto del libro que se reproduce a
continuación muestra lo que fue el método de los bolcheviques en general, y de
Lenin en particular: no la inflexibilidad y el sectarismo que se les suele
atribuir, sino al contrario, la capacidad de tomarse en serio los cambios
súbitos de la coyuntura y de forjar alianzas en función de las circunstancias y
de objetivos concretos. Rabinowitch describe cómo, a finales del mes de agosto
de 1917, los bolcheviques –y especialmente Lenin– respondieron a la amenaza de
un golpe de Estado impulsado por la camarilla reaccionaria constituida
alrededor del general Kornílov, que contaba entonces con el apoyo de los
sectores conservadores y burgueses que estaban hartos de lo que consideraban,
desde la revolución de febrero, un desorden insoportable.
Mientras que tan solo unos días antes Lenin acusó a
los partidos menchevique y socialista-revolucionario de desempeñar un papel
contrarrevolucionario, acto seguido recomendó constituir un frente
anti-Kornílov con esas mismas organizaciones, e incluso imaginaba –también
durante algunas semanas– un desarrollo pacífico posible de la revolución, lo
que suponía buscar y obtener el apoyo de los mencheviques y de los
socialistas-revolucionarios a la idea de una ruptura total con la burguesía (es
decir, con Kerenski) y de una transferencia inmediata del poder a los soviets
(de los que Lenin pensaba, sin embargo, desde julio, que habían perdido toda
funcionalidad revolucionaria).
Si bien la situación actual está muy lejos del año
1917 en Petrogrado, la Revolución rusa todavía tiene mucho que enseñar a
aquellos y aquellas que se plantean la ruptura con el orden capitalista y la
transformación revolucionaria de la sociedad. En particular permite, sin
fetichizarla a modo de “lecciones” inmutables y transparentes, replantear
algunas cuestiones complejas sobre el sujeto revolucionario (que no fue
únicamente, a todas luces, el proletariado industrial de Petrogrado), la
organización política (el partido) –su forma, su papel y sus relaciones con los
movimientos populares–, así como la cuestión del poder. Cuestiones que se nos
plantean ahora de un modo evidentemente distinto, pero que exigen retomar y
reapropiarnos de debates antiguos, so pena de sucumbir a la alternativa mortal
del olvido o de la insistencia machacona. Ugo Palheta]
“Todo el poder a los soviets”
Durante todos estos últimos días críticos del mes
de agosto, Lenin permaneció en su refugio clandestino en Helsingfors, la
capital de Finlandia. En este país, que formaba parte del imperio ruso desde
1809, las aspiraciones nacionales complicaban e intensificaban fuertemente la
efervescencia que había seguido a la caída del régimen zarista. Helsingfors
también era la base principal de la flota del Báltico, en la que los
bolcheviques eran muy activos y tenían una gran influencia. Como en otras
partes de Rusia, la conflictividad política y social y el apoyo a los programas
de la extrema izquierda crecieron con fuerza a finales del verano y comienzos
del otoño de 1917. El tercer congreso regional de los soviets del ejército, de
la flota y de los trabajadores de Finlandia, reunido en Helsingfors del 9 al 12
de septiembre, eligió un comité ejecutivo permanente (el comité ejecutivo
regional del ejército, la flota y los trabajadores de Finlandia), compuesto
casi exclusivamente de bolcheviques y socialistas-revolucionarios (SR) de
izquierda. Bajo la presidencia del bolchevique ultrarradical Ivar Smilga, este
órgano se autoproclamó autoridad política suprema de Finlandia.
Durante su estancia en Helsingfors, Lenin entró en
contacto con los dirigentes socialdemócratas locales. Es muy probable que la fuerza
de la izquierda y el carácter cada vez más explosivo de la situación política
en Finlandia hayan contribuido a orientar su reflexión sobre los avances
ulteriores de la revolución en general. Sin embargo, el líder bolchevique
estaba preocupado sobre todo por la política revolucionaria en Petrogrado. Poco
tiempo después de su paso por Razliv en Finlandia, el 9 de agosto, había
conseguido establecer un sistema de comunicación relativamente fiable con el
Comité Central, para el envío de la prensa de Petrogrado, que solía llegar al
día siguiente de su publicación por la tarde. Además de la reflexión que
acompañaba su lectura voraz de las últimas noticias, parece que repartió su
tiempo entre la terminación de El Estado y la revolución y la redacción
de comentarios para la prensa bolchevique /1.
Fue el 28 de agosto cuando Lenin recibió las
primeras noticias sobre la amenaza del general Kornílov de avanzar sobre la
capital, y hasta entrada la noche del 29 no recibió los diarios de la víspera,
que informaban sustancialmente del comienzo de la crisis. Sin embargo, ni
siquiera entonces había recibido todavía algún ejemplar del diario bolchevique Rabotchiy,
por lo que no tenía ni idea de la actitud de su partido. Aun así, en la mañana
del día 30, mientras esperaba ansiosamente nuevas informaciones procedentes de
Petrogrado, escribió una carta de recomendaciones tácticas al Comité Central
que anticipaban un cambio de perspectiva importante, aunque provisional, sobre
la cuestión del desarrollo de la revolución. La respuesta inicial de Lenin a la
amenaza de una dictadura reaccionaria era que la situación política había
experimentado de pronto un cambio fundamental y que por tanto había que revisar
la táctica del partido. Dejó de afirmar que los rumores de conspiración contrarrevolucionaria
respondían a “una estratagema bien meditada de los mencheviques y los SR”,
como todavía había hecho durante la conferencia de Moscú. Por el contrario,
llamó a los bolcheviques a unirse a la lucha contra Kornílov.
Sin pronunciarse sobre la cuestión crucial de hasta
qué punto los miembros del partido podían permitirse cooperar con los
socialistas mayoritarios en los preparativos de la defensa, exhortó a sus
camaradas a que evitaran apoyar directamente a Kerenski y trataran de
derribarlo. Los bolcheviques debían aprovechar más bien todas las ocasiones
para denunciar los puntos débiles y los fallos de Kerenski y presionar al
gobierno para que pusiera en práctica “medidas parciales” como la detención de
Miliúkov, la entrega de armas a los trabajadores, la repatriación de las
fuerzas navales a Petrogrado, la disolución de la Duma de Estado, la
legislación sobre la entrega de tierras a los campesinos y la introducción del
control obrero en las fábricas.
La aceptación tácita de la colaboración con los
demás grupos para combatir a Kornílov y la insistencia en la necesidad de
presionar a favor de “medidas parciales” se desmarcaban de las posiciones
anteriores de Lenin cuando sostenía que los bolcheviques debían mantener sus
distancias con respecto a los mencheviques y los SR y que la tarea prioritaria
del partido era la conquista directa del poder por el proletariado en el plazo
más breve posible. Como hemos visto, fue esa precisamente la posición adoptada
durante los primeros días del mes de agosto por parte de la mayoría de
dirigentes del partido en Petrogrado. Esta aprobación inesperada de su línea
por parte de Lenin la puso de relieve en una posdata añadida a su carta al
Comité Central en la noche del día 30, después de haber recibido un nuevo paquete
de diarios de Petrogrado, entre ellos varios ejemplares del Rabotchiy. “Habiendo
leído seis números de Rabotchiy después de escribir este texto”,
explicaba Lenin, en efecto, “debo decir que nuestros puntos de vista
coinciden totalmente /2.”
Esta evolución del pensamiento de Lenin por efecto
de la crisis korniloviana apareció de forma todavía más pronunciada en un
artículo titulado “A propósito de los compromisos”, que redactó el 1 de
septiembre y que se difundió en Petrogrado dos días después. De hecho, resulta
difícil interpretar este ensayo como algo distinto de un deseo de marcar las
distancias con respecto a las principales hipótesis subyacentes a las
directrices del líder bolchevique al sexto congreso: la decadencia de los
soviets como instituciones revolucionarias, la quiebra irreversible de los
mencheviques y los SR y la absoluta necesidad de tomar el poder por la fuerza.
Estimulado por la debilidad y el aislamiento evidentes de Kerenski,
impresionado por la energía desplegada por los soviets en la lucha contra
Kornílov e intrigado por la hostilidad aparentemente creciente de los
mencheviques y los SR a dar continuidad a la colaboración con los Cadetes,
Lenin pasó a plantear la posibilidad de retomar el programa táctico “pacifista”
de antes de julio, tal como lo defendía la fracción moderada del partido.
Más concretamente, proponía un compromiso con los
socialistas mayoritarios que en términos generales seguiría estas pautas: de
momento, los bolcheviques abandonarían su reivindicación de traspasar el poder
a un gobierno formado por representantes del proletariado y del campesinado
pobre y recuperarían oficialmente la consigna de antes de julio, “todo el poder
a los soviets”. A cambio de ello, los mencheviques y los SR asumirían el
control de un gobierno responsable ante el soviet de Petrogrado. En el conjunto
de Rusia, el poder político pasaría a manos de los soviets locales. Los
bolcheviques no participarían en el gobierno y conservarían la plena libertad
de defender su propio programa. En esencia, “A propósito de los compromisos”
expresaba el hecho de que Lenin estaba ahora dispuesto a abandonar la violencia
armada y a competir por el poder en el seno de los soviets con medios políticos
si los mencheviques y los SR rompían con la burguesía. El líder bolchevique
pasó a sostener que esta línea puede asegurar muy probablemente el progreso
pacífico de la revolución en su conjunto y ofrece oportunidades excepcionales
de realizar grandes avances en el movimiento mundial hacia la paz y la victoria
del socialismo.
El 3 de septiembre, cuando Lenin se disponía a
enviar “A propósito de los compromisos” a Petrogrado, se enteró de la creación
del Directorio, la reticencia fundamental de la mayoría de los socialistas
moderados a proceder a la formación de un gobierno exclusivamente socialista y,
por el contrario, sus esfuerzos por organizar un nuevo gabinete de coalición
con representantes de la burguesía no pertenecientes a los Cadetes. Bajo la
influencia de estas noticias, Lenin añadió una breve posdata a “A propósito de
los compromisos”, en la que formuló la siguiente observación pesimista:
Ahora pienso, después de leer los diarios del
sábado y domingo, que nuestra oferta de compromiso llega sin duda demasiado
tarde. Los pocos días en que el desarrollo pacífico de los acontecimientos
todavía era posible pertenecen sin duda, también ellos, al pasado /3.
Sin embargo, Lenin no abandonó ni siquiera entonces
totalmente la idea de un curso pacífico. Durante la primera semana y media de
septiembre, su interés por un posible “compromiso” se mantuvo vivo, al menos en
parte, a la vista de las informaciones que le llegaban sobre las permanentes
disensiones internas que desgarraban las filas de los mencheviques y los SR en
relación con el futuro gobierno. También estaba al corriente de la creciente
antipatía entre Kerenski y los dirigentes socialistas moderados del soviet de
Petrogrado, como reflejaba, por ejemplo, la resistencia obstinada del comité de
lucha frente a los intentos del gobierno de disolver los comités revolucionarios
creados al calor de la crisis korniloviana. En todo caso, veremos a Lenin
retomar la cuestión de un posible compromiso con los moderados y la evolución
no violenta de los revolución en tres artículos consecutivos: “Las tareas de la
revolución”, “La revolución rusa y la guerra civil” y “Una de las cuestiones
fundamentales de la revolución” /4.
En “Las tareas de la revolución”, escrito alrededor
del 6 de septiembre, pero no publicado hasta finales de ese mes, Lenin expuso
de manera más detallada las propuestas políticas que había formulado
primeramente en “A propósito de los compromisos”.
“Una vez el poder en sus manos, los soviets podrían
todavía –y esta es probablemente su última oportunidad– asegurar el desarrollo
pacífico de la revolución, la elección pacífica de los diputados del pueblo, la
lucha pacífica de los partidos en el seno de los soviets /5.”
En “Una de las cuestiones fundamentales de la
revolución”, escrito uno o dos días más tarde (pero publicado el 14 de
septiembre), Lenin se extendió sobre la importancia suprema del poder estatal
en el desarrollo de toda revolución y sobre el nuevo significado que atribuía a
el traspaso inmediato de “todo el poder a los soviets”:
La cuestión del poder no se puede eludir y relegar
a un segundo plano, porque es la cuestión fundamental, la que determina todo el
desarrollo de la revolución, su política exterior e interior. […] Toda la
cuestión, ahora, radica en saber si, sí o no, la democracia pequeño-burguesa ha
aprendido algo durante estos seis meses tan importantes, tan ricos en
acontecimientos. Si es que no, la revolución está perdida, y únicamente una
insurrección victoriosa del proletariado podrá salvarla. Si es que sí, hay que
empezar a crear de inmediato un poder estable y firme. […] Únicamente el poder
de los soviets podría ser estable; es el único que no podrá ser derribado, ni
siquiera en las horas más agitadas y de la más tempestuosa de las revoluciones;
únicamente este poder podría asegurar el desarrollo amplio y continuo de la
revolución, la lucha pacífica de los partidos en el seno de los soviets.
Centrándose en los mencheviques y los SR, Lenin
prosiguió explicando el significado de la consigna “Todo el poder a los
soviets”, tal como la había resucitado en “A propósito de los compromisos”:
Sin embargo, la consigna ‘Todo el poder a los
soviets’ se entiende muy a menudo, por no decir en la mayoría de los casos, de
forma absolutamente equivocada, en el sentido de un ‘ministerio formado por los
partidos que tienen la mayoría en los soviets’ […]. ‘El poder a los soviets’
significa una refundición radical de todo el antiguo aparato de Estado, aparato
burocrático que impide toda iniciativa democrática; la supresión de este
aparato y su sustitución por un aparato nuevo, popular, verdaderamente
democrático, el de los soviets, es decir, de la mayoría organizada y armada del
pueblo, de los obreros, los soldados y los campesinos; la facultad otorgada a
la mayoría del pueblo de hacer gala de iniciativa e independencia, no solo para
la elección de diputados, sino también en la administración del Estado, en la
aplicación de reformas y de transformación sociales.
Únicamente un régimen de los soviets, venía a
decir, tendría el coraje y espíritu de decisión suficientes para instituir un
monopolio de los cereales, imponer controles eficaces de la producción y la
distribución, limitar la emisión de papel moneda, asegurar un intercambio
equitativo de trigo por productos manufacturados, etc., todas estas medidas que
resultaban necesarias a causa de los imperativos y las dificultades sin
precedentes de la guerra, el grado excepcional de desintegración económica y el
peligro de hambruna. Crear un gobierno de este tipo, “valiente y decidido”,
equivaldría a instaurar una “dictadura del proletariado y de los campesinos
pobres”, cuya necesidad ya había subrayado en sus “Tesis de abril”. Se
enfrentaría enérgicamente a Kornílov y sus partidarios y llevaría a cabo
inmediatamente la democratización del ejército.
Lenin aseguraba a sus lectores que 48 horas después
de su formación, el 99 % de los hombres en uniforme se convertirían en
partidarios entusiastas de la dictadura. Entregaría la tierra entre los
campesinos y todo el poder a sus comités locales, atrayéndose así el apoyo
indefectible de las masas rurales. Únicamente un gobierno fuerte que gozara de
una base popular, sostenía el líder bolchevique, sería capaz de aplastar la
resistencia de los capitalistas, de manifestar un coraje y una determinación
extremas en el ejercicio del poder y de asegurarse el apoyo entusiasta y la
abnegación heroica de las masas en uniforme y del campesinado. La entrega
inmediata del poder a los soviets, insistía, era la única manera de conseguir
avances graduales, pacíficos y ordenados al mismo tiempo/6.
En el último de estos ensayos, “La revolución rusa
y la guerra civil”, probablemente terminado de escribir el 9 de septiembre (y
publicado el 16), Lenin trató de apaciguar los recelos de los socialistas
moderados, que temían que una ruptura con la burguesía provocara una sangrienta
guerra civil, sosteniendo, por el contrario, que la amargura y la indignación
crecientes de las masas garantizaban que las tergiversaciones con respecto a la
formación de un gobierno de los soviets comportarían inevitablemente una
sublevación de los trabajadores y una guerra civil que, por mucho que hubiera
que hacer lo posible por evitar el baño de sangre que provocaría, concluiría de
todos modos con la victoria del proletariado.
[Ú]nicamente la entrega inmediata de todo el poder
a los soviets haría que la guerra civil fuera imposible en Rusia”, explicaba.
[…] “Frente a esta alianza, frente a los soviets de diputados obreros, de
soldados y campesinos, cualquier guerra civil desencadenada por la burguesía es
impensable, pues esta ‘guerra’ no daría pie ni a una sola batalla.
Para ilustrar su razonamiento, Lenin destacaba la
impotencia de la burguesía durante el golpe de Kornílov. La alianza de los
bolcheviques, de los SR y de los mencheviques “supuso durante esas jornadas una
victoria total sobre la contrarrevolución, conseguida con una facilidad sin
parangón en ninguna otra revolución” /7.
El hecho de que esta moderación inaudita de Lenin
no fuera acogida sin oposición es una prueba de la libertad de debate que
reinaba entonces en el seno de la organización bolchevique. En el momento en que
los dirigentes bolcheviques de Petrogrado pudieron leer el artículo “A
propósito de los compromisos”, los comités ejecutivos panrusos habían rechazado
formalmente la declaración bolchevique del 31 de agosto. Para los editores de Rabotchiy
Put’, el tipo de “compromiso” planteado por Lenin parecía impracticable.
Uno de los miembros del comité de redacción, Grigori Sokólnikov, recuerda
incluso que “A propósito de los compromisos” fue rechazado inicialmente por la
redacción. Por insistencia de Lenin, reconsideró esta decisión y publicó el
artículo el 6 de septiembre /8.
También se vio expresar objeciones contra los
puntos de vista de “A propósito de los compromisos” entre los miembros del
comité regional de Moscú /9, conocidos por su radicalismo, y entre algunos
dirigentes más izquierdistas del comité de Petersburgo. En el sexto congreso,
es decir, apenas cuatro semanas antes, estos últimos habían apoyado, en efecto,
las posiciones de Lenin en la cuestión de la ruptura total con los socialistas
moderados y de la posibilidad de tomar el poder por las armas, y estaban
visiblemente muy consternados ante este cambio de postura de última hora de su
líder. Esta reacción de determinados dirigentes locales de Petrogrado se
manifestó con motivo de una reunión de análisis de la “situación actual”
celebrada por el comité de Petersburgo el 7 de septiembre, al día siguiente de
la publicación de “A propósito de los compromisos” /10.
Fue Slutski, en nombre de la comisión ejecutiva del
comité, quien abrió el debate sin morderse la lengua. Aunque aceptó la
afirmación de Lenin de que las masas y los socialistas moderados se habían
radicalizado y la idea de que, en cierto sentido, los soviets habían vuelto a
cobrar dinamismo ante la intentona de Kornilov, se rebeló contra la idea de un
acercamiento con los mencheviques y los SR, sosteniendo que las principales
tareas del partido consistían en evitar que las masas se lanzaran a acciones
prematuras y prepararse para utilizar los soviets como centros de combate en la
conquista del poder /11. Más adelante, Slutski volvió a tomar la palabra
para responder a argumentos favorables al punto de vista de Lenin:
Tanto en las fábricas como entre los campesinos
acosados por la pobreza, asistimos a una radicalización. Por tanto, es absurdo
hablar hoy de compromiso. ¡Nada de compromiso! […] Nuestra revolución no se
asemeja a las que hemos conocido en Occidente. Se trata de una revolución
proletaria. Nuestra tarea consiste en aclarar nuestra postura y en prepararnos
para un enfrentamiento militar.
En una vena similar, G. F. Kolmin, un pensador
independiente que había formado parte de las cabezas locas del partido en
julio, rechazó la idea de que los soviets, los mencheviques y los SR hubieran
cambiado fundamentalmente a raíz de la intentona de Kornilov:
“Su radicalización no nos brinda ninguna razón para
pensar que los soviets adoptarán un rumbo revolucionario. No debemos cambiar de
posición. Nuestro objetivo no consiste en ir de la mano con los dirigentes de
los soviets, sino en tratar de arrebatar a sus elementos más revolucionarios de
su influencia y movilizarlos en nuestras filas.”
También es interesante observar que las
observaciones del representante del Comité Central en el comité de Petersburgo,
Búbnov, se acercaban más a las opiniones expresadas por Slutski y Kolmin que a
las ideas de Lenin expresadas en “A propósito de los compromisos”.
Es difícil determinar el grado de popularidad de
estas posiciones radicales entre los miembros del comité de Petersburgo, dado
que la discusión del 7 de septiembre sobre la situación actual no dio pie a
ninguna resolución final. De todas maneras, del mismo modo que durante el
periodo anterior a julio, la idea de una vía pacífica era compatible a corto
plazo tanto con las concepciones programáticas de los bolcheviques moderados,
como Kámenev –quien consideraba que Rusia no estaba preparada para una
revolución socialista y de momento se planteaba a lo sumo la formación de un
gobierno de amplia coalición formado exclusivamente por los partidos
socialistas, incluidos los bolcheviques, la creación de una república
democrática y la convocatoria de una asamblea constituyente–, como con las de
dirigentes como Lenin, Trotsky y algunos cuadros locales de Petrogrado. Para estos
últimos, la entrega del poder a los soviets y la formación de un gobierno de
mencheviques y socialistas-revolucionarios se percibían como una etapa
transitoria del desarrollo de una revolución socialista, que debía desembocar
rápidamente en la instauración de una dictadura del proletariado y del
campesinado pobre.
Está claro que la línea propuesta por Lenin halló
un eco favorable entre la mayoría del Comité Central. De hecho, durante las
primeras semanas de septiembre, bajo la dirección del Comité Central, los
bolcheviques de Petrogrado dedicaron más esfuerzos a tareas acordes con la
posibilidad de una evolución pacífica de la revolución que no a la
profundización de sus divergencias con los moderados o a preparar a las masas
para la conquista armada del poder a corto plazo, de acuerdo con el espíritu de
las directrices de Lenin en el sexto congreso. En particular, hicieron todo lo
posible por ganar el apoyo de elementos todavía vacilantes del campo
menchevique-SR para la idea de una ruptura completa con la burguesía, lo que
les permitió ampliar y consolidar la influencia del partido en el seno de las
organizaciones de masas (y sobre todo del soviet de Petrogrado) y asegurarse la
más amplia representación en las filas de la Conferencia Democrática de Estado.
Esta estaba programada ya para mediados de septiembre y había sido concebida
por los mencheviques y los SR como el foro en que se resolvería finalmente la
cuestión de la coalición y de la naturaleza del nuevo gobierno.
La competición por adquirir influencia en el soviet
de Petrogrado mereció una atención especial por parte de los bolcheviques. En
la sensacional votación del 31 de agosto, en que una mayoría apoyó el programa
político bolchevique, habían participado menos de la mitad de los diputados con
derecho a voto. Buena parte de los ausentes eran soldados (un grupo hasta
entonces muy influido por los SR), todavía movilizados en posiciones defensivas
alrededor de la capital. Por tanto, no es extraño que los socialistas moderados
no dieran demasiada importancia a la victoria bolchevique del 31 de agosto,
pues confiaban en una pronta inversión de la tendencia.
Para medir sus fuerzas en el soviet de Petrogrado,
los estrategas SR y mencheviques aprovecharon la ocasión de la elección de la
directiva de este organismo. Desde sus comienzos en marzo, los miembros de la
directiva procedían exclusivamente de las filas de estas dos organizaciones.
Entre ellos estaban Chjeidse, Tsereteli, Chernov, Dan, Skobélev, Gots y
Anisímov, es decir, las figuras públicas más conocidas de los moderados y las
que gozaban de la máxima autoridad. Estas eminentes personalidades amenazaban
ahora con dimitir en bloque si no se repudiaba formalmente el voto del 31 de
agosto y si no obtenían un voto de confianza. Esta estrategia colocaba a los
bolcheviques en una posición delicada, pues era posible, e incluso verosímil,
que no lograrían reunir suficientes votos para ganar este pulso simbólico. El
repudio del voto del 31 de agosto y un voto de confianza a favor de los
mencheviques y los SR implicaban un serio cuestionamiento de los recientes
éxitos del partido en la acumulación de un apoyo de masas más amplio.
Para descartar la posibilidad de semejante derrota,
los bolcheviques trataron de minimizar el significado político del voto sobre
la directiva y desviaron la atención sobre cuestiones de procedimiento. Más
concretamente, defendieron la idea de que no era justo que la directiva
estuviera compuesta únicamente por miembros de la mayoría. En lugar de elegir
entre programas políticos opuestos y dejar que los que ganen formen la
directiva, como proponían los moderados, los bolcheviques explicaron que sería
más democrático reconstituir la directiva sobre una base proporcional,
añadiendo cierto número de miembros de grupos que hasta entonces no estaban
representados. Esta propuesta les pareció razonable a muchos delegados que se
inclinaban a la izquierda, pero que habrían dudado de alinearse con los
bolcheviques a riesgo de recusar totalmente a sus propios dirigentes /12.
En un esfuerzo por tranquilizar a estos indecisos, Kámenev defendió del modo
siguiente la tesis de la representación proporcional:
Si los mencheviques y los SR han podido considerar
aceptable una coalición con los Cadetes en la Conferencia de Estado de Moscú,
no veo por qué no podrían plantear una política de coalición con los
bolcheviques en el marco de este organismo.
El voto crucial sobre los procedimientos de
reestructuración de la directiva tuvo lugar al comienzo de la sesión del 9 de
septiembre del soviet de Petrogrado. La posición bolchevique alcanzó una exigua
mayoría /13. Posteriormente, Lenin criticaría a sus camaradas del soviet
por haber defendido la representación proporcional en la elección de la
directiva; veía en ello un nuevo ejemplo de aceptación de un grado excesivo de
cooperación con los demás grupos socialistas a expensas de los objetivos
propios del partido. Sin embargo, la pertinencia de la táctica de la
representación proporcional se confirmaría más adelante, durante la misma
sesión, cuando el debate sobre otra propuesta de los bolcheviques demostró que
estos últimos no disponían todavía de una mayoría fiable en el soviet. En este
caso, los cambios propuestos por los bolcheviques en la manera en que debían
estar representados los soldados en el soviet fue rechazada por la mayoría de
diputados, y los bolcheviques tuvieron que retirar su propuesta de resolución
en el último momento para evitar una derrota segura /14.
Al final, la hábil estrategia de los bolcheviques
en el soviet de Petrogrado dio sus frutos. Cuando se anunciaron los resultados
de la votación del 9 de septiembre sobre la representación proporcional, los
socialistas mayoritarios que formaban la directiva saliente abandonaron la sala
en una reacción airada, así que el 25 de septiembre se procedió a reorganizar
completamente la dirección del soviet. La directiva pasó a estar formada
entonces por dos SR, un menchevique y cuatro bolcheviques (Trotsky, Kámenev,
Rýkov y Fédorov); Trotsky sustituyó a Chjeidse en la presidencia /15.
Paralelamente, la dirección del partido también
seguía con mucha atención los preparativos de la Conferencia de Estado. En un
telegrama del 4 de septiembre, dirigido a los 37 comités del partido de todo el
país y en una carta suplementaria de la misma fecha, los dirigentes bolcheviques
habían subrayado la importancia de una nutrida representación en esa
conferencia; encarecieron a los militantes que se familiarizaran con la
composición de la conferencia y que obraran, en la medida de lo posible, por
lograr que salieran elegidos miembros del partido. Todos los delegados elegidos
con el apoyo de los bolcheviques debían presentarse a su llegada a la capital
en el cuartel general del grupo bolchevique en el soviet, en el Smolny, para
recibir instrucciones /16.
La esperanza de que la Conferencia Democrática de
Estado recusara la política de coalición y adoptara medidas con vistas a la
formación de un nuevo gobierno exclusivamente socialista se desvaneció
estrepitosamente cuando se conoció el origen respectivo de los 1 198 delegados.
Estaban representados los soviets obreros, campesinos y de soldados, dumas
municipales, comités del ejército, sindicatos y una docena de otras
instituciones menos importantes. Sin embargo, la proporción de escaños
otorgados a los soviets de trabajadores urbanos y de soldados, así como a los
sindicatos, organizaciones en las que los bolcheviques tenían más influencia,
era baja en comparación con la representación atribuida a los soviets rurales,
los gobiernos locales y las cooperativas, todavía dominados por los moderados.
Ni siquiera en estas condiciones abandonaron los
bolcheviques completamente la esperanza de que la conferencia concluyera con la
formación de un gobierno socialista. En su reunión del 13 de septiembre, el
Comité Central asignó a Trotsky, Kámenev, Stalin, Miliutin y Rýkov la tarea de
redactar una plataforma ad hoc para presentar en la conferencia /17.
Basada en parte en los escritos de Lenin de comienzos de septiembre, el texto
en cuestión partía de la hipótesis de que todavía era posible una evolución
pacífica de la revolución y de que la conferencia podía y debía concluir con la
formación de un gobierno revolucionario /18.
Al igual que el artículo de Lenin “A propósito de
los compromisos”, la plataforma bolchevique para la Conferencia Democrática de
Estado era esencialmente un llamamiento dirigido a los antiguos partidarios de
la política de coalición para que rompieran con la burguesía y una expresión de
confianza en los soviets como órganos de un gobierno revolucionario. La
plataforma declaraba sin ambages que los bolcheviques no habían tratado de
tomar el poder en contra de la voluntad de la mayoría de las masas trabajadoras
y que no se les ocurriría hacerlo. En términos parecidos a los de Lenin, se
afirmaba que en virtud de la plena libertad de agitación y de la continua
regeneración de los soviets desde la base, es dentro de estos últimos donde
tendría lugar la lucha por la influencia y el poder /19. Sin embargo, al
mismo tiempo la plataforma divergía de “A propósito de los compromisos” en la
medida en que no descartaba la posibilidad de que los bolcheviques formaran
parte de un gobierno de los soviets /20; parece que esto fue obra de la
influencia de Kámenev.
En la víspera de la Conferencia Democrática de
Estado se vio claramente que los recelos de la extrema izquierda con respecto a
la probable composición de este órgano estaban justificados. Entre los
delegados que llegaban a Petrogrado y estaban dispuestos a manifestar
abiertamente su adscripción, 532 se declararon SR (de ellos, 72 SR de izquierda),
530 mencheviques (de ellos, 56 mencheviques-internacionalistas), 55 socialistas
populares y 17 sin afiliación partidaria. Solamente había 134 bolcheviques /21.
No obstante, en los debates preliminares en los
grupos de delegados de cada partido y en las reuniones de delegados por
afiliación institucional, se vio de inmediato que no había consenso entre los
moderados sobre la cuestión crucial de continuar o no la política de coalición
con los partidos no socialistas; las divergencias importantes que habían
aparecido al respecto después de la intentona de Kornílov incluso se habían
profundizado. El malestar de numerosos dirigentes mencheviques y SR, que hasta
entonces se habían mostrado fieles al gobierno provisional, lo puso de
manifiesto el menchevique Bogdánov el primer día de la conferencia:
En esta terrible coyuntura, hemos de reconocer sin
ilusión que carecemos de toda autoridad gubernamental; asistimos a un verdadero
vals de ministros en el seno del gabinete, exactamente igual que en la época
del zarismo. El resultado de este vaivén ministerial incesante es un gobierno
totalmente ineficaz, y es a nosotros a quien incumbe la responsabilidad de esta
situación. […] No me resulta agradable, como partidario que soy de la política
de coalición, tener que concederlo, pero hay que reconocer que la causa
principal de esta parálisis gubernamental es precisamente el hecho de que se
trata de un gabinete de coalición /22:
De este modo, a medida que se desarrollaba la
Conferencia Democrática de Estado, los dirigentes bolcheviques de Petrogrado
creían poder percibir todavía algunos signos alentadores que reforzaban su
esperanza de que una mayoría de delegados acabaran votando a favor de la
ruptura con Kerenski y de la formación de un gobierno socialista homogéneo. A
esta esperanza persistente se refería Zinóviev en un editorial publicado en
portada del número del 13 de septiembre de Rabotchiy Put’, que sin duda
circuló ampliamente entre los delegados recién llegados a Petrogrado:
La cuestión principal a que se enfrenta hoy
cualquier revolucionario es saber si todavía existen posibilidades de un
desarrollo pacífico de la revolución y qué hay que hacer para reforzar esas
posibilidades. Es preciso responder que estas posibilidades dependen
fundamentalmente de la adopción de un compromiso concreto, de un acuerdo
definido entre la clase obrera, que se adhiere plenamente a la línea de nuestro
partido, y las masas adeptas de la democracia pequeño-burguesa, que siguen la
línea de los SR y los mencheviques. […] Un acuerdo con las fuerzas democráticas
pequeño-burguesas es deseable y, en unas condiciones que conocemos bien,
posible. […] La conferencia panrusa que se inaugura dentro de poco todavía
puede abrir la puerta a esta salida pacífica /23.
La Conferencia Democrática de Estado inició sus
trabajos, en la tarde del 14 de septiembre, bajo los oropeles del teatro
Alexandra (hoy teatro Pushkin). Esta venerable sala de espectáculos de la época
zarista, cuyos palcos, platea y anfiteatro estaban repletos de delegados
venidos de todas partes de Rusia, ofrecía ahora una apariencia sumamente
insólita. Los lujosos acolchados de las butacas y de los palcos se confundían
con el océano escarlata de las banderas revolucionarias. En el escenario, la
escenografía mostraba una gran sala con varias puertas flanqueadas de palmeras
y enebros falsos. Los miembros de la directiva estaban sentados detrás de una
larga mesa estrecha que ocupaba toda la longitud del proscenio; delante de la
mesa, un atril revestido de rojo llevaba la inscripción: “¡Prohibido fumar!”
La esperanza bolchevique de que se formara un nuevo
gobierno con ocasión de la Conferencia Democrática de Estado quedó reflejada en
la alocución oficial pronunciada en nombre del partido por Kámenev en la sesión
inaugural y en los comentarios realizados al día siguiente por Trotsky ante los
delegados bolcheviques. En su largo discurso, Kámenev declaró que el balance de
los gabinetes de los últimos seis meses impedía albergar la mínima confianza en
las políticas propuestas por Kerenski. Subrayó que la situación se había
deteriorado tanto que ahora ya no cabía perseverar en las experiencias de
coalición gubernamental. La incapacidad del gobierno para sofocar el movimiento
contrarrevolucionario en el seno del ejército, así como las medidas equivocadas
en materia de política agraria, de abastecimiento de alimentos y de política
internacional, no podían atribuirse a tal o cual ministro socialista, sino a la
influencia política de la burguesía como clase:
No hay ni un solo ejemplo de revolución en la que
la realización de los ideales de los trabajadores no haya provocado el terror
de las fuerzas contrarrevolucionarias. […] Si las fuerzas democráticas no
tienen la voluntad de tomar ahora el poder, deben decirse a sí mismas con toda
sinceridad: ‘No confiamos en nuestras propias capacidades y, por consiguiente,
son los Burishkin y los Kishkin /24 quienes deben asumir las
responsabilidades en nuestro lugar, nosotros no sabemos qué hacer con ellas.’
[…] Pueden ustedes redactar perfectamente un programa que cumpla los requisitos
de la democracia obrera, pero es utópico creer que ese programa será aplicado
realmente de forma sincera por la burguesía. […] La única orientación posible
es que el poder estatal sea entregado a las fuerzas de la democracia; no a los soviets
de diputados de obreros y soldados, sino a los órganos de la democracia que
están muy bien representados aquí. Debemos instaurar un nuevo gobierno y una
institución ante la cual este gobierno sea responsable /25.
En las directrices que transmitió a los delegados
bolcheviques, Trotsky explicó que, en la medida de lo posible, su objetivo
prioritario debía ser el de convencer a la conferencia de que rechazara toda
coalición con las clases privilegiadas y tomara la iniciativa de organizar un
nuevo gobierno; una vez coronada por el éxito, esta iniciativa sería el primer
paso hacia la entrega del poder a los soviets /26.
Vale la pena observar que mientras Kámenev defendía
la creación de un gabinete de amplia coalición democrática (que reflejara la
diversidad de los grupos invitados a la Conferencia Democrática de Estado) y
estaba en contra de un régimen basado exclusivamente en los soviets, Trotsky
abogaba a su vez por la entrega íntegra del poder a estos últimos. Esta
diferencia importante expresaba dos concepciones fundamentalmente divergentes
sobre el desarrollo de la revolución rusa que pronto alimentarían una de las
controversias internas más feroces y más significativas de la historia del
bolchevismo. No obstante, en el contexto específico que nos ocupa aquí, lo
importante es que tanto Kámenev como Trotsky, a semejanza de la mayoría de los
bolcheviques de Petrogrado, vieran con buenos ojos los trabajos de la
Conferencia Democrática de Estado y las perspectivas de una evolución pacífica
de la revolución.
Vista la moderación que prevalecía entre los
bolcheviques en aquel periodo, y dado que desde comienzos de septiembre el
propio Lenin alentaba este enfoque, cabe imaginar la consternación que cundió
entre las filas de los dirigentes del partido cuando el 15 de septiembre
recibieron dos cartas escritas por Lenin entre el 12 y el 14 del mismo mes, en
las que abandonaba completamente las posiciones moderadas expresadas en “A
propósito de los compromisos” y exhortaba a los bolcheviques a asumir la tarea
de preparar un levantamiento armado a la mayor brevedad posible.
Lenin tenía al parecer varios motivos que se
reforzaban mutuamente para efectuar un giro tan radical. Citemos en primer
lugar, entre los factores determinantes: la fuerza de las posiciones de la
extrema izquierda en Finlandia; el apoyo mayoritario al programa bolchevique en
los soviets de Moscú y Petrogrado, además de una serie de otros soviets
regionales; la propagación masiva de revueltas de los campesinos hambrientos de
tierras en el medio rural; la desintegración creciente de las fuerzas armadas
en el frente y las reivindicaciones cada vez más insistentes de los soldados a
favor de una paz inmediata; los signos de agitación revolucionaria en las filas
de la marina alemana. Todos estos procesos parecen haber animado en Lenin la
esperanza de que la toma del poder por los bolcheviques contaría con un fuerte
apoyo en las ciudades y no chocaría con ninguna oposición sustancial en las
provincias y en el frente.
Además, podía pensar que la formación de un gobierno
verdaderamente revolucionario en Rusia catalizaría la rebelión de las masas en
los demás países europeos. Está claro que a partir del momento en que el líder
bolchevique concibió la posibilidad de una solución rápida del problema de la
creación de un gobierno de extrema izquierda, su interés por la perspectiva de
un “compromiso” con los partidos socialistas moderados amainó. Por otro lado, y
de una manera un poco contradictoria, parece que Lenin estaba realmente
alarmado ante la posibilidad de que el gobierno lograra de un modo u otro
frenar el impulso revolucionario negociando una paz separada, entregando
Petrogrado a los alemanes, manipulando las elecciones a la asamblea
constituyente o provocando una insurrección popular desorganizada. También le preocupaba
al parecer la eventualidad de que, si el partido temporizaba durante demasiado
tiempo, empezara a perder su influencia entre las masas y resultara incapaz de
detener la deriva de Rusia hacia la completa anarquía.
La primera de las cartas de Lenin, dirigida a la
sazón al Comité Central y a los comités de Moscú y Petersburgo, comenzaba así:
Habiendo obtenido la mayoría en los soviets de
diputados obreros y de soldados de ambas capitales, los bolcheviques pueden y
deben tomar el poder. Pueden porque la mayoría activa de los elementos
revolucionarios del pueblo de ambas capitales basta para arrastrar a las masas,
para vencer la resistencia del adversario, para aniquilarlo y para conquistar
el poder y conservarlo.
La Conferencia Democrática de Estado, insistió, no representa a la mayoría del pueblo
revolucionario, sino únicamente a los dirigentes pequeño-burgueses
conciliadores”. ¿Por qué debían los bolcheviques tomar el poder “justamente
hoy”? Porque según Lenin, “la rendición inminente de Petrogrado nos ofrecerá
muchas menos oportunidades”.
Correspondía a los dirigentes locales decidir sobre
el terreno el mejor momento para iniciar un levantamiento; en lo que respecta a
la dirección del partido, debía aprovechar de inmediato la presencia en
Petrogrado del equivalente a un congreso del partido para emprender la tarea de
organizar “la insurrección armada en Petrogrado y Moscú (y en la región), la
conquista del poder, el derrocamiento del gobierno”. Tomando el poder tanto en
Moscú como en Petrogrado (a Lenin no le importaba mucho quién debía comenzar),
concluyó Lenin, “venceremos sin ninguna duda, con toda seguridad” /27.
En su segunda misiva, titulada “El marxismo y la
insurrección” y dirigida únicamente al Comité Central, Lenin sostuvo que
“considerar la insurrección como un arte” no era en absoluto blanquismo, sino
un principio fundamental del marxismo. Para triunfar, escribió, la insurrección
debe apoyarse, no en un complot, no en un partido, sino en el proletariado y en
el impulso revolucionario del pueblo. En suma, la insurrección debía producirse
en el apogeo de la actividad de la vanguardia del pueblo y en el instante en
que las vacilaciones eran más fuertes en las filas del enemigo. Cuando se
cumplían estas condiciones, negarse a considerar la insurrección como un arte
equivalía a “traicionar al marxismo, […] traicionar a la revolución”.
A partir de esto, Lenin procedió a explicar por qué
una insurrección inmediata estaba “en el orden del día”. Estableció un
contraste entre la situación actual y la que prevalecía en julio, cuando el
partido no contaba todavía con el apoyo del proletariado; ahora, a raíz de las
persecuciones de que habían sido víctimas y de la experiencia de Kornílov, los
bolcheviques disponían de una mayoría en los soviets de Moscú y Petrogrado. En
julio no existía un impulso revolucionario en el conjunto del país, y la
intentona de Kornílov había suscitado precisamente este impulso. Finalmente,
los adversarios de los bolcheviques estaban muy decididos entonces, mientras
que ahora se mostraban llenos de vacilaciones. “[N]o habríamos conservado el
poder los días 3 y 4 de julio”, concluyo Lenin, porque antes de la aventura de Kornílov, el
ejército y la provincia habrían podido marchar sobre Petrogrado. Hoy, la
situación es totalmente distinta. […] Todas las condiciones objetivas de una
insurrección coronada por el éxito se cumplen.
Hacia el final de este texto, Lenin solicitó que el
Comité Central consolidara el grupo bolchevique en la Conferencia Democrática
de Estado “sin miedo a dejar a los indecisos en el campo de los indecisos”. Le
instó a redactar una breve declaración (“cuanto más breve y más tajante,
mejor”) subrayando de la manera más categórica la
inoportunidad de largos discursos, la inoportunidad de los ‘discursos’ en
general, la necesidad de una acción inmediata para salvar la revolución, la
necesidad absoluta de una ruptura completa con la burguesía, de la destitución
de todos los miembros del gobierno actual, […] la necesidad de traspasar
inmediatamente todo el poder a manos de la democracia revolucionaria dirigida
por el proletariado revolucionario.
Los bolcheviques, “[d]espués de leer esta
declaración, después de haber reclamado decisiones y no palabras, actos y no
resoluciones escritas”, debían enviar “a todo nuestro grupo a las fábricas y
los cuarteles”. Al mismo tiempo, considerando la insurrección como marxistas,
es decir, como un arte, debían organizar sin demora el estado mayor de los destacamentos
insurreccionales, distribuir [sus] fuerzas, enviar a los regimientos más
seguros a los puntos más importantes, cercar el teatro Alexandra, ocupar la
fortaleza Pedro y Pablo [y] detener al estado mayor general y al gobierno.
También debían movilizar a los obreros armados, convocarlos a una
lucha definitiva y encarnizada, ocupar simultáneamente el telégrafo y el
teléfono, instalar nuestro estado mayor de la insurrección en la central
telefónica, conectarlo por teléfono con todas las fábricas, todos los
regimientos, todos los centros de la lucha armada /28.
No es extraño que la reacción inicial de los
dirigentes bolcheviques de Petrogrado a estos mensajes de Lenin fuera harto
similar a la que había acogido anteriormente sus “Cartas desde lejos”.
“Estábamos todos estupefactos”, recordará Bujarin algunos años después /29.
Varios miembros del Comité Central abandonaron a toda prisa el teatro Alexandra
para reunirse en su propio cuartel general en sesión secreta de urgencia para
discutir sobre las cartas de Vladímir Ilíich. En esta reunión no solo
participaron los miembros del Comité Central presentes normalmente en la
capital y responsables de la gestión cotidiana de los asuntos del partido (a
saber, Bubnov, Djerzinski, Ioffe, Miliutin, Sverdlov, Sokolonikov, Stalin y
Uritski), sino también Kámenev, Kolontai y Trotsky (era la segunda reunión del
Comité Central a la que este asistía desde su salida de la cárcel), los
moscovitas Bujarin, Lómov, Noguin y Rýkov, así como Stepán Chaumian,
representante de la organización bolchevique en el Cáucaso.
Casi todos habían recibido una copia de las cartas
de Lenin antes de la deliberación /30. Lo que se ha publicado de este
debate es muy fragmentario /31. El comité entendió de común acuerdo que
sería oportuno programar rápidamente una reunión sobre las cuestiones tácticas.
Stalin propuso que se hiciera circular más ampliamente las cartas de Lenin,
pero esta propuesta fue rechazada, pese al hecho de que la primera misiva
estuviera dirigida específicamente no solo al Comité Central, sino también a
los comités de Moscú y de Petersburgo. Por el contrario, la mayoría de los
presentes parecían desear que se destruyeran discretamente. Bujarin sostuvo más
tarde que el Comité Central calibró la posibilidad de quemar las cartas, e
incluso que decidió por unanimidad hacerlo /32. Según el acta oficial
del debate, el comité votó a favor de conservar una sola copia de cada carta y
adoptar medidas para evitar que cundiera el nerviosismo.
Según Lómov, una de las mayores preocupaciones del
Comité Central en aquel momento era lo que podía suceder si las cartas llegaban a manos
de los trabajadores de Petrogrado […] y de los comités de Moscú y de
Petersburgo, pues ello habría provocado de inmediato enormes disensiones en
nuestras filas. […] Temíamos que si las palabras de Lenin llegaban a los
trabajadores, serían muchos los que dudarían de lo acertado de la posición
adoptada por el conjunto del Comité Central /33.
Para mayor seguridad, el Comité Central concluyó el
debate del 15 de septiembre confiando a dos de sus miembros, que trabajaban
respectivamente con la organización militar y el comité de Petersburgo (eran
Sverdlov y Bubnov), la responsabilidad de velar por que en los cuarteles y las
fábricas no circulara ningún llamamiento a la acción inmediata al estilo del
preconizado por Lenin.
De momento, por tanto, los llamamientos de Lenin al
derrocamiento del gobierno provisional fueron rechazados sin más ceremonia. Si
cabe señalar un cambio de actitud pública de los bolcheviques durante la
Conferencia Democrática de Estado tras la recepción de los mensajes de Lenin,
no es más que el hecho de que Trotsky comenzara a descartar la posibilidad de
que de esta surgiera un gobierno cuya creación fuera una primera etapa hacia la
entrega del poder a los soviets. Ahora insistía categóricamente en la entrega
directa del poder político a los soviets. Este cambio sutil, pero importante,
se puso de manifiesto el 18 de septiembre, en una reunión de los delegados de
los soviets de obreros y soldados a la conferencia. Trotsky emprendió allí una
encendida polémica con Mártov, quien se expresó a favor de la formación de un
gobierno socialista amplio que incluyera a representantes de todos los
principales grupos invitados a la conferencia. Trotsky sostuvo, por el
contrario, que, vista la composición de la Conferencia Democrática de Estado,
era sumamente imprudente confiarle poderes gubernamentales, y que de hecho era
necesario entregar el poder a los soviets, que se habían acreditado como fuerza
política enérgica y constructiva /34.
De todos modos, los bolcheviques no cejaron en sus
esfuerzos por convencer a los delegados a la conferencia de que debían romper
con la burguesía y adoptar las primeras medidas encaminadas a la creación de un
gobierno revolucionario. Así, en la sesión del 18 de septiembre, dieron lectura
formalmente a la declaración oficial del partido sobre la cuestión del
gobierno, es decir, de la plataforma autorizada por el Comité Central el 13 de
septiembre, que como hemos visto se inspiraba en parte en el artículo de Lenin
“A propósito de los compromisos”. Esa noche, respondiendo a los llamamientos de
los bolcheviques, 150 delegados de las fábricas y unidades de Petrogrado se
manifestaron delante del teatro Alexandra para apoyar la formación de un
gobierno exclusivamente socialista. Por tanto, en vez de abandonar la conferencia
y convocar a las masas para la insurrección, como proponía Lenin, el partido
movilizó a los obreros y soldados para presionar a la Conferencia Democrática
de Estado e incitarla a adoptar una línea más radical /35.
Para Lenin, la presentación de la plataforma
bolchevique en la Conferencia Democrática de Estado era una señal innegable de
que la dirección del partido rechazaba las tesis expuestas en sus misivas de
mediados de septiembre. No cabe duda de que se sintió todavía más perturbado al
leer la edición del 16 de septiembre de Rabotchiy Put’, que incluía su
ensayo “La Revolución rusa y la guerra civil”, debidamente atribuido a su
autor. No solo el Comité Central había tomado medidas para que el conjunto del
partido no se viera influido por sus llamamientos a un levantamiento inmediato,
sino que también se ocupaba de difundir sus puntos de vista anteriores para dar
la impresión de que el líder bolchevique seguía manteniendo las posiciones
moderadas que había defendido la semana anterior.
Este fue el momento en que Lenin decidió volver de
inmediato a Petrogrado, a pesar de que el Comité Central se lo había prohibido
expresamente, según la explicación oficial porque le preocupaba su seguridad.
El 17 de septiembre, o poco tiempo después, sin autorización del Comité Central
/36, Lenin viajó de Helsingfors a Vyborg, a 130 kilómetros de la
capital, y avisó a Krupskaya y Svérdlov –pero no al Comité Central– de que
estaba firmemente decidido a volver a Petrogrado /37.
* Alexander Rabinowitch, Les bolcheviques
prennent le pouvoir. La révolution de 1917 à Petrograd, París, La Fabrique,
2016.
Notas:
1/ G. S. Rovio, Kak Lenin skryvalsja u
gel’singforsskogo policmajstera, En Institut Marksizma-leninizma pri CK
KPSS, Lenin v 1917 godu, vospominanija, Moscú, 1967, p. 148-156 ; Starcev, V.
I. Lenin v avguste 1917 goda, p. 121-130 ; Starcev, O nekotoryh rabotah
V. I. Lenina pervoj poloviny sentjabrja 1917 g., en A. L. Fraiman, (dir.),
V. I. Lenin v oktjabre i v pervye gody sovetskoi vlasti, Leningrado, 1970, p.
30-31 ; H. M. Astrahan y cols., Lenin i revoliucija 1917 g., Leningrado,
1970, p. 277-284 ; Norman E. Saul, Lenin’s Decision to Seize Power: The
Influence of Events in Finland , Soviet Studies, abril de 1973, p. 491-505
; M. M. Koronin, V. I. Lenin i finskie revoljucionery, Voprosy Istorii,
1967, n° 10, p. 11-17.
2/ Lenin, PSS, vol. 34, p. 119-121.
3/ Ibid., p. 133-139.
4/ Los historiadores occidentales apenas han prestado
atención a estos escritos. Entre los historiadores soviéticos que trataron de
dilucidar de forma precisa la evolución de las opiniones de Lenin, estas cartas
son objeto de una gran confusión y ocasionalmente de amargas disputas. Esto se
debe en particular al hecho de que toda discusión abierta sobre el apoyo
proclamado de Lenin a un desarrollo pacífico de la revolución en septiembre de
1917 y sobre la relación entre sus opiniones al respecto y las de la dirección
del partido en Petrogrado se consideraba tabú. También se debe en parte al
desfase entre la redacción de estos ensayos y su publicación; aparentemente,
hasta hace muy poco no se ha realizado un intento prudente de comprobar la
fecha exacta de su elaboración. Para diferentes puntos de vista, véase A. M.
Sovokin, O vozmožnosti mirnogo razvitija revoljucii posle razgroma
kornilovščiny, Voprosy Istorii KPSS, 1960, n° 3, p. 50-64; B. I. Sandin, Lenin
o sootnošenii mirnogo i vooružennogo putej razvitija revoljucii posle razgroma
kornilovščiny, Učenye zapiski Leningradskogo gosudarstvennogo
pedagogičeskogo instituta, vol. 195, vyp. 2 (1958), p. 213-232; S. N. Frumkin, V.
I. Lenin o vozmožnosti mirnogo razvitija revoljucii, Učenye zapiski
Riazanskogo gosudarstvennogo pedinstituta, vol. 19 (1958), p. 29-51; Starcev, O
nekotoryh rabotah V. I. Lenina pervoj poloviny sentjabrja 1917 g., p. 28-38
; N. Ja. Ivanov, Nekotorye voprosy krizisa ‘pravjaščih verhov’ i taktika
bol’ševikov nakanune oktjabr’skogo vooružennogo vosstanija, en I. I. Minc,
Lenin i oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie v Petrograde: Materialy Vsesojuznoj
naučnoj sessii sostojavšejsja 13-16 nojabrja 1962 g. v Leningrade, Moscú, 1964,
p. 202-214. Salvo en las ediciones más recientes de las obras de Lenin, estos
ensayos están recopilados en orden cronológico de su publicación, es decir,
entre el 14 y el 27 de septiembre. Un análisis definitivo de las pruebas
textuales internas ha llevado a V. I. Startsev a concluir que los tres
extractos habían sido redactados antes de los que solía creerse (o sea, entre
el 6 y el 9 de septiembre).
5/ Lenin, PSS, vol. 34, p. 229-238.
6/ Ibid., p. 200-207.
7/ Ibid., p. 214-228.
8/ Sokól’nikov, Kak podhodit’ k istorii oktjabrja,
p. 165; Oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie, vol. 2, p. 188.
9/ Véase Perepiska sekretariata CK RSDRP(b) s
mestnymi partijnymi organizacijami, vol. 1, p. 186-187.
10/ Las actas de esta reunión están reproducidas en Pervyj
legal’nyj Peterburgskij komitet, p. 259-270.
11/ Slutski presentó una resolución de la comisión
ejecutiva que no se publicó y que al parecer reflejaba claramente su posición.
12/ Sobre esta cuestión véase Trockij, Sočinenija,
vol. 3, 1ª parte, p. 435-436.
13/ El resultado fue de 519 votos a favor del plan
bolchevique, 414 a favor de la resolución socialista moderada y 67
abstenciones.
14/ Todas las unidades de la guarnición de Petrogrado,
independientemente de su tamaño, tenían derecho a un representante por lo menos
en el soviet de Petrogrado, mientras que la representación de los obreros se
ajustaba a la regla de un diputado por mil trabajadores. En la práctica, esto
creaba un gran desequilibrio entre los soldados, entre los que los SR eran
relativamente fuertes, y los obreros, entre los que la influencia de los
bolcheviques era muy fuerte. Desde el comienzo del mes de agosto, los
bolcheviques trataron sin éxito de eliminar esta desventaja proponiendo que
hubiera un representante por cada unidad de mil soldados, como en el caso de
los obreros.
15/ Vladimírova, Hronika sobytii, vol. 4, p.
269.
16/ Perepiska sekretariata CK RSDRP(b)s mestnymi
partijnymi organizacijami, vol. 1, p. 35; Komissarenko, “Dejatel’nost’
partii bol’ševikov”, p. 300.
17/ Protokoly Central’nogo komiteta, p. 49.
18/ A este respecto, véase V. I. Starcev, Iz
istorii prinjatija rešenija ob organizacii vooružennogo vosstanija, en
“Lenin i oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie v Petrograde”, p. 472.
19/ Protokoly Central’nogo komiteta, p. 49-54 ;
Trockij, Sočinenija, vol. 3, 1ª parte, p. 293-298, p. 351-357; véase
también Oktjabr’skoe vooruzbennoe vosstanie, vol. 2, p. 196 y 206.
20/ A este respecto, véase Reiman, Russkaja
revoljucija, vol. 2, p. 271.
21/ Isvestia, 17 de septiembre, p. 7.
22/ Soldat, 17 de septiembre, p. 3.
23/ Rabočij Put’, 13 de septiembre, p. 1-2.
24/ A. A. Burishkin era un industrial moscovita y
Kishkin un Cadete de Moscú; ambos participaban entonces en las conversaciones
con Kerenski sobre un futuro gobierno.
25/ Las informaciones periodísticas sobre el discurso
de Kámenev divergen notablemente. Véase Rabočij Put’, 17 de septiembre,
p. 2-3 ; Isvestiya, 15 de septiembre, p. 5 ; Novaya Žizn’, 15 de
septiembre, p. 5.
26/ Isvestiya, 16 de septiembre, p. 5.
27/ Lenin, PSS, vol. 34, p. 239-241.
28/ Ibid., p. 242-247.
29/ N. I. Bujarin, Iz reči tov. Buharina na večere
vospominanii v 1921 g., PR, 1922, n° 10, p. 319.
30/ E. D. Stasova, Pis’mo Lenina v CK partii,
en Vospominanija o V. I. Lenine, 5 vol., Moscú, 1969, vol. 2, p. 454.
31/ Protokoly Central’nogo komiteta, p. 55.
32/ Bujarin, Iz reči tov. Buharina na večere
vospominanii, p. 319.
33/ G. Lómov, V dni buri i natiska, PR, 1927,
n° 10 (69), p. 166.
34/ Novaja Žizn’, 19 de septiembre, p. 5.
35/ Oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie, vol. 2,
p. 208-209.
36/ A. Šotman, Lenin nakanune oktjabrja, en O
Lenine, 4 vol., Moscú y Leningrado, 1925, vol. 1, p. 116.
37/ N. Krupskaja, Lenin v 1917 godu, en O
Vladimire ll’iče Lenine: Vospominanija 1900-1922, Moscú, 1963, p. 208 ; K. T.
Sverdlova, Jakov Mihajlovič Svérdlov, Moscú, 1960, p. 283.
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