|
Página 12
24-06-2017
La Teoría de la Evolución de Darwin es
increíblemente efectiva para explicar el desarrollo de los fenómenos biológicos
hasta en los diseños más complejos de la naturaleza, como el ojo falso en la
cola de un pez, o las franjas estampadas en la piel de las cebras para
confundir la mirada de sus depredadores, etc. Su complejidad tiene un principio
extremadamente simple: no hay nada que hasta el más azaroso método de prueba y
error con algunos millones de ocurrencias no pueda corregir y adaptar.
Antes de Darwin, Adam Smith había sentado las bases
del liberalismo económico según la cual cada individuo, al perseguir su propio
beneficio, inevitablemente conduce a un “equilibrio natural” y al “bienestar
general”. El éxito de los mercaderes parecía confirmarlo: a lo largo de la
historia, fueron ellos agentes relevantes, no sólo en el intercambio de bienes
sino también en el intercambio de cultura y de conocimiento.
La exitosa (y maldita, para los creyentes de Noé)
Teoría de la Evolución de Darwin ha sido actualizada varias veces, por ejemplo,
para explicar el hecho de que un individuo se sacrifique en beneficio del grupo
o de la especie. Un pájaro que con su canto alerta a sus iguales es presa fácil
de un depredador, pero con su sacrificio el individuo salva al grupo. Distintas
particularidades intelectuales en los seres humanos (como un estado de alerta
patológico en algunas personas) se pueden explicar como un perjuicio para el
individuo en beneficio para la especie, al menos en tiempos pasados.
En casi todas las sociedades contemporáneas, el
“menos apto” sobrevive gracias a la solidaridad y la compasión del grupo. Tal
vez el bullying es un resabio de tiempos prehistóricos cuando el grupo entendía
que los débiles eran una carga inconveniente, pero hoy la cultura y la
sensibilidad moral han revertido esa práctica a fuerza de educación en nuevos
valores. La eterna disputa dialéctica entre el Poder y la Justicia (entre las
posibilidades del beneficio del individuo y las del beneficio del grupo) se ha
balanceado en favor de esta última. La disputa práctica, en cambio, parece definirse
otra vez por el Poder, por la imposición de los más fuertes, no sin primero
secuestrar la dialéctica de sus adversarios, aquellos que luchan por la
justicia, generalmente una dialéctica igualitaria en favor del grupo. Para
verlo, basta con echar una mirada al poder económico y militar acumulado por el
uno por ciento de la población del mundo, lo cual, en principio, está en
consonancia con la teoría y justificación moral de “la sobrevivencia del más
apto”, que tanto sedujo a la Europa imperial del siglo XIX, a los
estadounidenses del siglo XX y a los ricos y poderosos de todos los siglos.
Por el contrario, el hecho de que los menos aptos,
los más pobres, se reproduzcan más que los más aptos, lo más ricos, parecería
indicar que la cultura contradice el principio evolucionista de la
“sobrevivencia del más apto”. Entonces, ¿los valores morales confirman o
contradicen la Teoría de la Evolución?
Lo más probable es lo primero. La moral, la cultura
y la educación pueden significar la supresión o limitación de la violencia del
más fuerte (del más apto) contra el resto del grupo, contra el resto de la
especie. Es decir, la Justicia no es una contradicción de los principios
básicos de la Evolución darwiniana sino uno de sus elementos necesarios para la
sobrevivencia del grupo.
En contraposición con todo lo planteado
anteriormente, llegamos, finalmente, a un posible elemento de contradicción, de
quiebre o a una patología terminal, como puede serlo el cáncer en la lógica de
un cuerpo sano. La historia reciente de la humanidad, parece mostrar una seria
y crítica excepción a la lógica de la evolución. No son las sociedades más
pobres, los países menos desarrollados los que están amenazando la existencia
de la especie en la faz de la Tierra sino los más poderosos, “los más aptos”.
Este peligro no sólo radica en la mayor potencia de
destrucción militar de los países más poderosos sino en sus capacidades de
destrucción del medio ambiente. Son los más aptos (los más fuertes, los más
ricos, los ganadores) los más capacitados para poner en peligro la existencia
de la especie humana. Peligro que ha dejado de ser una potencialidad y comienza
a concretarse.
Es posible que la inteligencia humana (al menos
aquella al servicio del poder) sea una anormalidad cancerosa de nuestra
especie, si consideramos que los tiburones y las hormigas han estado en este
planeta millones de años antes que nosotros. En apenas unos pocos miles de años
y, sobre todo como consecuencia de los últimos siglos, la especie humana se ha
acercado peligrosamente, como nunca antes, a la extinción por suicidio propio.
No obstante, si es la inteligencia la enfermedad de
nuestra especie, es también la conciencia la cura y el recurso de nuestra
evolución. En el triunfo de una de ellas nos jugamos nuestro futuro en este planeta
y, probablemente, nuestra existencia en este Universo.
Jorge Majfud. Escritor uruguayo, profesor en
Jacksonville University, College of Arts and Sciences, Division of Humanities.
No hay comentarios:
Publicar un comentario