02/06/2017
| Henri Wilno
Para François Chesnais 1/,
el capitalismo, inmerso en sus contradicciones internas y también abocado a la
crisis ecológica que genera, choca hoy con “límites infranqueables”.
Henri Wilno – El debate entre economistas marxistas
sobre las causas de la crisis actual no está cerrado ni mucho menos. ¿Cómo te
posicionas en este debate? ¿Cómo se articulan los distintos factores de la
crisis?
François Chesnais – El comienzo de la crisis suele datarse a finales
de julio y comienzos de agosto de 2007. En estos nueve años transcurridos, mi
posición ha evolucionado, por supuesto. En un texto de otoño de 2007 para el
congreso Marx International, publicado en el n.° 1 de la revista conjunta A
l’Encontre-Carré rouge, dije de inmediato que la crisis había comenzado de
una manera muy clásica en el sistema crediticio estadounidense, que se trataba
de una crisis de sobreproducción y sobreacumulación basadas en un endeudamiento
masivo de las empresas y los hogares, facilitado por medios de ingeniería
financiera inéditos y cuyo terreno era el mercado mundial. La crisis de
septiembre de 2008 en Wall Street estuvo a punto de llevarse por delante el
sistema financiero mundial y provocó una recesión mundial parada al vuelo por
China.
Desde una perspectiva mundial, ha habido una
reestructuración y no una destrucción del capital productivo. Este no ha sido
el caso del capital ficticio, es decir, de los títulos que dan derecho a
participar en el reparto de beneficios en el caso de las acciones y
obligaciones privadas y, en el de los bonos del Tesoro, a cobrar a través del
servicio de la deuda pública con cargo a los ingresos centralizados por el
impuesto. Para sus titulares, estos títulos, que deben ser negociables en todo
momento en mercados especializados, representan un “capital” del que esperan un
rendimiento regular en forma de intereses y dividendos (una “capitalización”).
Desde el punto de vista del movimiento del capital que produce valor y
plusvalía, no son, en el mejor de los casos, más que el “recuerdo” de una
inversión ya realizada, de ahí el término de capital ficticio.
A partir de estas formas primarias, la “ingeniería
financiera” ha engendrado formas derivadas (en inglés, derivatives). En
mis textos he subrayado la actualidad del “ciclo corto” del capital-dinero
(A-A’, es decir, recibir más dinero que el aportado inicialmente), en el que
los inversores esperan, sin salir de los mercados financieros, flujos de
ingresos regulares “como los perales traen peras” [según una expresión irónica
de Marx].
Sobre la cuestión de la tasa de beneficio, en
relación con la cual yo no tenía nada que aportar, me he adherido a la posición
clásica, que la vincula a la composición orgánica del capital, pero he
insistido en la necesidad para el capital industrial de realizar el ciclo
completo, A-M-P-M’-A’ (para obtener A’ habiendo adelantado A, hace falta que
haya habido compra de fuerza de trabajo, producción y comercialización), y por
tanto de interesarse por la demanda. En los últimos meses en que estuve
escribiendo Finance Capital Today, cayó en mis manos un texto en inglés
de Ernest Mandel de 1986, que no se ha citado nunca o casi nunca, sobre las
consecuencias de lo que él llamaba el “robotismo”, que entonces estaba en sus
comienzos.
Mandel sostiene en este escrito que “la extensión
de la automatización más allá de cierto límite conduce inevitablemente, primero
a una reducción del volumen total del valor producido, y después a una
reducción del volumen de la plusvalía realizada”. 2/
Veía allí un “límite infranqueable”, portador de una “tendencia del capitalismo al hundimiento final”. La robotización bloquea la posibilidad de rebajar la composición orgánica, es decir, la relación entre la parte constante (el valor de los medios de producción) y la parte variable (el valor de la fuerza de trabajo, la suma de los salarios), de manera que el juego efectivo de los factores que “contrarrestan la baja tendencial de la tasa de beneficio” se torna esporádico y lo que era un límite relativo se convierte en un límite absoluto.
Veía allí un “límite infranqueable”, portador de una “tendencia del capitalismo al hundimiento final”. La robotización bloquea la posibilidad de rebajar la composición orgánica, es decir, la relación entre la parte constante (el valor de los medios de producción) y la parte variable (el valor de la fuerza de trabajo, la suma de los salarios), de manera que el juego efectivo de los factores que “contrarrestan la baja tendencial de la tasa de beneficio” se torna esporádico y lo que era un límite relativo se convierte en un límite absoluto.
Mucho más recientemente, en un texto clarificador
de 2012, Robert Kurz habla de “producción real insuficiente de plusvalía” sobre
el trasfondo de la “tercera revolución industrial (la microelectrónica)”. La
debilidad de la inversión productiva hace que el capital ficticio viva cada vez
más en una esfera cerrada. Los “perales dan menos peras”, salvo en el caso de
los bonos del Tesoro, la labor de los operadores consiste en realizar
beneficios, minúsculos en la mayoría de transacciones, pasando de un
compartimiento del mercado a otro. El resultado es la inestabilidad financiera
endémica y la formación de burbujas, que es otro rasgo característico del
periodo.
¿Podemos decir que el único horizonte del
capitalismo es la perpetuación de esta crisis?
Así lo creo, máxime cuando se producirá un
entrelazamiento con los efectos económicos, sociales y políticos del cambio
climático. Dos potentes mecanismos, que se calificaban de “procíclicos”, se han
vuelto estructurales y favorecen esta situación en que la salida de la crisis,
es decir, una nueva fase prolongada de acumulación de capital, ya no es
posible. El primer mecanismo está claramente identificado, a saber, la defensa
incondicional de las pretensiones de los poseedores de títulos de deuda
pública, que implica imponer la austeridad presupuestaria y el ataque a los
derechos sociales. El segundo es un mecanismo cuya función empieza a
reconocerse, a saber, los efectos de la robotización, cuya ralentización
resulta imposible debido a la competencia capitalista, a la disminución
tendencial de la plusvalía y a la dificultad de satisfacer a los accionistas.
Solo hay que ver lo que está comenzando en el sector bancario, sin duda “la
siderurgia de mañana”.
Por otro lado, la crisis económica, al prolongarse,
se combinará con los efectos económicos, sociales y políticos del cambio
climático; las relaciones que ha establecido el capitalismo con “la naturaleza”
han conducido a otro límite, cuya caracterización está en discusión. Marx no
podía prever la destrucción por la producción capitalista de los equilibrios
ecosistémicos, particularmente de la biosfera. Apenas previó el agotamiento de
los suelos por efecto de la industrialización de la producción agrícola.
Algunos marxistas, empezando por O’Connor, han tratado de llenar el vacío. Han
empezado definiendo la destrucción de los recursos no renovables bajo sus
múltiples formas y más tarde el cambio climático como un “límite externo”.
Defiendo la tesis de la internalización del límite,
la necesidad ahora de abandonar la oposición entre “contradicción interna” y
“contradicción externa” a raíz de la imposibilidad para el capitalismo de
modificar sus relaciones con el medio ambiente. En efecto, la valorización sin
fin del dinero convertido en capital en un movimiento de producción y venta de
mercancías, también sin fin, le impide frenar sus emisiones de gas de efecto
invernadero, controlar el ritmo de explotación de los recursos no renovables.
El mecanismo que conduce a la “sociedad de consumo” y su insensato despilfarro
es el siguiente: para que la autorreproducción del capital sea efectiva, es
preciso que el ciclo de valorización se cierre con “éxito”, es decir, que las
mercancías fabricadas, la fuerza de trabajo comprada en el “mercado de trabajo”
y utilizada de manera discrecional por las empresas en los centros de
producción, se vendan.
Para que los accionistas estén satisfechos, hace
falta sacar al mercado una vasta cantidad de mercancías que cristalizan el
trabajo abstracto contenido en el valor. Para el capital, es absolutamente
indiferente que estas mercancías representen realmente “cosas útiles” o que
simplemente lo parezcan. Para el capital, la única “utilidad” que cuenta es la
que permite obtener beneficios y proseguir el proceso de valorización sin fin,
de modo que las empresas se han convertido en maestras en el arte de convencer,
mediante la publicidad, a quienes tienen realmente o de forma ficticia (el
crédito) el poder adquisitivo de que las mercancías que les ofrecen son
“útiles”.
A propósito de la crisis ecológica, para designar
la tendencia y señalar las responsabilidades se utiliza a menudo el término
“antropoceno”. Tú lo rechazas. ¿Puedes precisar qué hay detrás de este debate?
Lo que está en juego es la necesidad de dar un
fundamento sólido al ecosocialismo. No hay que olvidar que el artículo
publicado en Inprecor es una traducción de la conclusión de Finance
Capital Today. Para mí se trataba de proporcionar a un público anglófono un
punto de referencia. El nombre de Jason Moore le es familiar. El término
“antropoceno” lo han inventado unos científicos para designar la actual era
geológica, que se caracteriza por el hecho de que la “humanidad” se convierte en
una fuerza geológica efectiva que altera el conjunto de factores climáticos,
geológicos y atmosféricos.
En un trabajo que pretende “multiplicar los puntos
de vista”, Christophe Bonneuil y Jean-Baptiste Fressoz han propuesto una
“lectura ecomarxista del antropoceno”, consistente en “releer la historia del
capitalismo bajo el prisma no solo de los efectos sociales negativos de su
globalización, como en el marxismo estándar (cf. la noción de ‘sistema-mundo’
de Immanuel Wallerstein y la de ‘intercambio desigual’), sino también de sus
metabolismos materiales insostenibles (consistentes en fugas adelante
recurrentes hacia la ocupación de nuevos espacios hasta entonces vírgenes,
implantando en ellos relaciones extractivistas y capitalistas) y sus impactos
ecológicos”. 3/Bonneuil
y Fressoz, al igual que Jason Moore, establecen un vínculo entre el cambio de
las relaciones del ser humano con la naturaleza, teorizado por Francis Bacon y René
Descartes, y el de las relaciones entre los seres humanos con la creación de la
esclavitud y después la construcción de la dominación imperialista.
Moore es menos ecuménico que los autores franceses
y hunde el clavo. La palabra “capitaloceno” sirve para afirmar que vivimos “la
edad del capital” y no la “edad del ser humano”. “La edad del capital” no tiene
para él tan solo una acepción económica, sino que designa una manera de
organizar la naturaleza, haciendo de la naturaleza un elemento externo al ser
humano y también un elemento cheap, en el doble sentido que puede tener
esta palabra en inglés: barato, pero también el derivado del verbo cheapen,
que significa rebajar, abaratar, degradar. 4/Esto
vale para los y las trabajadoras, cuando la intensidad de la explotación del
trabajo culmina en las minas y las plantaciones.
Tú reactualizas el debate sobre los límites del
capitalismo. Esto realza la importancia de lo que está en juego en el periodo
actual. Ahora bien, a diferencia de los años treinta, asistimos sin duda a un
ascenso de las fuerzas reaccionarias de todo pelaje, pero no al del movimiento
obrero, mientras que el movimiento altermundialista, en el mejor de los casos,
está estancado y los ecologistas son capaces de ofrecer resistencias locales
feroces, pero no más… En este contexto, ¿cuáles pueden ser las perspectivas y
los puntos de apoyo de los marxistas revolucionarios?
Hay que tener cuidado con la analogía de los años
treinta, cada vez más marcada por la perspectiva de una nueva guerra mundial.
Pero por lo demás tienes razón. Todo está en manos de las y los “de abajo”. El
peso del paro lastra las luchas obreras. La tarea del momento es transformar la
indignación en cólera en todos los terrenos en que la suscitan las
desigualdades, y sembrar sus gérmenes y apoyarla cuando estalle. Es esencial
dirigirla contra el capital y la propiedad privada. Las luchas ecologistas
sacan fuerza de su convicción y de la delimitación exacta del enemigo. Por el
contrario, el movimiento altermundialista se estanca porque ha eliminado el
componente anticapitalista que ha tenido en algún momento.
01/04/2017
Publicado originalmente en la revista L’Anticapitaliste
n°86 (abril de 2017) :
Traducción: viento sur
1/ Miembro del grupo de trabajo de Economía del
Nouveau Parti Anticapitaliste (NPA) y del consejo científico de Attac, François
Chesnais ha escrito, por ejemplo, Les Dettes illégitimes (Editions
Raisons d’agir), y dirigido La Finance mondialisée (Editions La
Découverte 2004).
3/ Attac, Les Possibles, n° 3, primavera de
2014, donde resumen las posiciones defendidas en su libro L’événement
anthropocène – La Terre, l’histoire et nous, Le Seuil, 2013.
4/ Jason Moore, Capitalism in the Web of Life,
Ecology and the Accumulation of Capital, Verso, 2015.
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