19/06/2017
¿Qué visión puede tener un revolucionario del siglo
XXI en América Latina, sobre la epopeya de los bolcheviques 100 años después?
Nadie mejor que Álvaro García Linera, para hacer una relectura de la revolución
bolchevique, en su centenario.
En el libro “¿Que es una revolución?”, con
el subtítulo “De la Revolución Rusa de 1917 a la revolución de nuestros
tempos”, (Editorial Akal) García Linera rehace toda la trayectoria y las
narrativas que se han hecho sobre la Revolución Rusa en un texto denso y lleno
de elementos para pensar la contemporaneidad de la revolución.
Antes que todo García Linera constata la dimensión
del fenómeno en sus proporciones históricas: “La revolución soviética de
1917 es el acontecimiento político mundial más importante del siglo XX, pues
cambia la historia moderna de los Estados, escinde en dos y a escala planetaria
las ideas políticas dominantes, transforma los imaginarios sociales de los
pueblos devolviéndoles su papel de sujetos de la historia, innova los
escenarios de guerra e introduce la idea de otra opción (mundo) posible en
el curso de la humanidad”.
La Revolución Rusa anunció el nacimiento del siglo
XX, poniendo la revolución como “referente moral de la plebe moderna en
acción”. “Revolución se convertirá en la palabra más reivindicada y
satanizada del siglo XX”.
Por ello, “en los últimos 100 años morirán más
personas en nombre de la revolución que en nombre de cualquier religión”, con
la diferencia de que “en la revolución, la inmolación es a favor de la
liberación material de todos los seres humanos”.
Enseguida García Linera encara la revolución como
“momento plebeyo”, que es “la sociedad en estado de multitud fluida, autorganizada,
que se asume a sí misma como sujeto de su propio destino”, antes de definir el
significado de la Revolución Rusa. Linera critica enseguida a las visiones
reduccionistas de la Revolución Rusa, las que la reducen a la toma del Palacio
de Invierno y a la instauración de un nuevo gobierno.
“La revolución no
constituye un episodio puntual, fechable y fotografiable, sino un proceso
largo, de meses y de años, en el que las estructuras osificadas de la sociedad,
las clases sociales y la instituciones se licuan y todo, absolutamente todo lo
que antes era sólido, normal, definido, previsible y ordenado, se diluye en un
‘torbellino revolucionario’ caótica y creador”.
La combinación extraordinaria de una serie de eventos
y factores es lo que hace la revolución posible: “Las revoluciones son
acontecimientos excepcionales, rarísimos, que combinan de una manera jamás
pensada corrientes de lo más disimiles y contradictorias, que lanzan a la
sociedad entera, anteriormente indiferente y apática, a la acción política
autónoma”, consagrando la imagen clásica del “viejo topo”. Una
revolución, según García Linera, “es, por excelencia, una guerra de
posiciones y una concentrada guerra de movimientos”, aproximando a
Lenin de Gramsci. En la intensa lucha ideológica previa, los bolcheviques se
van volviendo políticamente hegemónicos en las clases subalternas. “En
realidad, la insurrección de octubre simplemente consagró el poder real
alcanzado por los bolcheviques en todas las redes activas de la sociedad
laboriosa”, que “se presenta más que como ‘dualidad de poderes’, como ‘multitud
de poderes locales’”.
Así, para García Linera, la contraposición entre
revolución y democracia es un falso debate, porque una “revolución es la realización
absoluta de la democracia”. De la misma forma que es una interpretación
equivocada considerar que las revoluciones son un tipo de “guerra de
movimientos”, imposible sin una “guerra de movimientos” que construye, a lo
largo del tiempo, las condiciones del triunfo revolucionario. Por ello Lenin
defiende el concepto de “frente único” en los debates de la Internacional
Comunista, explicitado por Gramsci sobre las sociedades orientales y
occidentales.
Hay un aspecto universal de la revolución
soviética, que se radica “en la victoria cultural, ideológica, política y moral
de las corrientes bolcheviques en la sociedad civil”. Enseguida García Linera
retoma los términos con lo que caracterizó las etapas de la revolución
boliviana, al enfocar las relaciones entre el momento jacobino leninista y el
momento gramsciano hegemónico. Él se refiera al momento jacobino como “el
punto de bifurcación de la revolución”, que no tiene que ver con un momento
de ocupación de instalaciones del viejo poder, ni del desplazamiento de las
viejas autoridades. “Las revoluciones del siglo XXI muestran que esto último
llega a realizarse por vía de elecciones democráticas.”
“El punto de bifurcación o momento jacobino es este
epitome de las luchas de clase que desata una revolución”, es “un tiempo donde los
discurso enmudecen, las habilidades de convencimiento se repliegan y la
querella por los símbolos unificadores se opacan”. En la revolución cubana
fue la batalla de Girón, en el gobierno de Allende el golpe de Pinochet, en
Venezuela el paro de actividades de PDVSA y el golpe de Estado en 2002, en
Bolivia el golpe de Estado cívico-prefectural de septiembre de 2008. La
importancia de ese momento “jacobino-leninista” radica en instituir “de forma
duradera, el monopolio de la coerción, de los impuestos, de la educación
pública, de la liturgia del poder y de la legitimidad político-cultural”. Esa
combinación inseparable de los momentos “hace que una revolución con un momento
gramsciano sin un momento leninista sea una revolución trunca, fallida”.
El libro desemboca en la discusión de lo que es el
socialismo. García Linera incorpora la idea de que se una revolución no se
propaga a otros países termina agotándose. Frente a esa y a otras dificultades,
observa: “Uno desearía hacer muchas cosas en la vida, pero la vida nos
habilita simplemente a hacer algunas. Uno desearía que la revolución fuera lo
más diáfana, pura, heroica, planetaria y exitosa posible – y está muy bien
trabajar por ello - , pero la historia real nos presenta revoluciones más
complicadas, enrevesadas y riesgosas. Uno no puede adecuar la realidad a las
ilusiones, sino todo lo contrario: debe adecuar las ilusiones y las esperanzas
a la realidad, a fin de acercarla lo más posible a ellas, abollando y
enriqueciendo esas ilusiones a partir de lo que la vida real nos brinda y
enseña”.
En el análisis concreto da la dinámica de la
revolución rusa, García Linera advierte de que “ninguna revolución tiene un
contenido predeterminado”, lo que fue generando el carácter de la revolución
rusa fue la forma como los bolcheviques fueron encarando las trasformaciones
revolucionarias. “El socialismo no es la estatización de los medios de
producción”, sino, en términos leninistas: “no es más que el monopolio
capitalista de Estado puesto al servicio de todo el pueblo y que, por
ello, ha dejado de ser monopolio capitalista”.
“... el socialismo jamás podrá ser la
socialización o la democratización de la pobreza, porque fundamentalmente es la
creciente socialización de la riqueza material.” “A contracorriente de lo que
la izquierda mundial creyó durante todo el siglo XX, la estatización de los
grandes medios de producción, de la banca y del comercio, no instaura un nuevo
modo de producción ni instituye una nueva lógica económica -mucho menos el
socialismo- , porque no es la socialización de la producción”. “En otras
palabras: uno de los fetiches de la izquierda fallida del siglo XX: ‘la
propiedad del Estado es sinónimo de socialismo’, es un error, una impostura.
Incluso hoy se tiene un izquierdismo deslactosado que, desde la cómoda
cafetería en la que planifica terribles revoluciones a partir de la espuma del
capuchino, le reclama a los gobiernos progresistas más estatizaciones para instaurar
el socialismo inmediatamente”.
En parte final del libro García Linera se detiene
en una de sus (justas) obsesiones actuales: el rol importante de la resolución
de los problemas económicos y su rol de conquista de tiempo. En él, se
demuestra el fracaso total del comunismo de guerra y como Lenin justifica e
introduce a la NEP, para organizar la economía soviética en las condiciones de
enorme retroceso social provocado por las devastaciones del país.
“La regla básica del marxismo de que la base material
de la sociedad influye en las otras esferas, no siempre es tomada en cuenta por
los revolucionarios, que pueden llegar a sobredimensionar la voluntad y la
acción política como motores de cambio”. Sin embargo, “sin base material,
no existen potencialidades revolucionarias que espolear y, por tanto, devienen
en impotencia discursiva”. “La NEP derrumba buena parte de las ilusas concepciones
pre-constituidas acerca de la construcción del socialismo, ayuda a precisar lo
que el socialismo es en realidad y fija con claridad las prioridades que una
revolución en marcha debe resolver.”
“El socialismo como construcción de nuevas
relaciones económicas no puede ser una construcción estatal ni una decisión
administrativa; sino, por encima de todo, una obra mayoritaria, creativa y
voluntaria de las propias clases trabajadoras que van tomando en sus manos la
experiencia de nuevas maneras de producir y gestionar la riqueza”.
Así, “la lucha por un nuevo sentido común y
estructuras organizativas de las clases laboriosas son las tareas fundamentales
en el proceso revolucionario”. “La economía y la revolución mundial representan
entonces las preocupaciones post insurreccionales”.
“En síntesis, el socialismo es un larguísimo
período histórico de intenso antagonismo social, en el que, en lo económico,
las relaciones capitalistas de producción y la lógica del valor de cambio
siguen vigentes, pero que, en su interior, desde sus entrañas, en el ámbito
local, nacional, surgen una y otra vez incipientes, intersticiales y fragmentarias
formas de trabajo comunitario, asociado, que pugnar por expandirse a escalas
regionales y nacionales”. “El socialismo no es pues un modo de producción ni un
destino. Es un espacio histórico de intensas luchas de clases...”.
¿Por qué fracasó la revolución soviética? Porque
logró ensamblarse con otras revoluciones. Y porque el Estado asumió el
protagonismo de los cambios y las decisiones sociales, lo cual es el camino
rápido del fracaso. Pero quedó de esa revolución la experiencia mas prolongada
de una revolución social.
“Hoy recordamos la revolución soviética porque
existió, porque por un segundo despertó en los plebeyos del mundo la esperanza
de que era posible construir otra sociedad...”. “Pero también la
recordamos porque fracasó de manera estrepitosa, devorando las esperanzas de
toda una generación de clases subalternas”.
Aunque citando a García Linera ampliamente, para
darle la palabra de forma textual, aunque sea un libro relativamente pequeño
–cerca de 100 páginas -, estoy seguro de que hay muchos otros argumentos que
vale la pena que sean considerados por nosotros hoy. Pero bastan esos para que
se reafirme que la mejor fuente para encarar el pasado, el presente y el
futuro, es la práctica revolucionaria, que permite a García Linera extraer ese
conjunto de extraordinarias lecciones. En comparación con seminarios tristes,
encerrados en claustros académicos, celebrados sobre los cien años de la
revolución de 1917, lejos de la realidad histórica y política contemporánea,
este es un texto más de García Linera que lo reafirma como el mejor y el más
importante intelectual latinoamericano contemporáneo.
- Emir Sader, sociólogo y
científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas
Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).
http://www.alainet.org/es/articulo/186275
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