domingo, 23 de julio de 2017

A PROPÓSITO DE LOS MALLS: NO TODA INVERSIÓN EXTRANJERA TRAE PROGRESO Y DESARROLLO





Veamos cómo se construye un mercado

… vamos a imaginar cómo se crea un mercado, en el que se construyen relaciones de interdependencia. No vamos a pensar un mercado de la prehistoria, sino de 100 años atrás. Imaginemos un lugar despoblado, donde no hay nada, y en un determinado momento, instalan una estación de mantenimiento del ferrocarril, en que trabajan 30 trabajadores, que reciben un salario. No va a pasar mucho tiempo antes de que lleguen una o varias señoras, a ofrecer comida y refrescos, y al rato instalen un restaurante. No mucho después seguramente abrirá una cantina. Pero no todo lo que necesitan trabajadores se consigue en la cantina, así que al rato alguien abre una tienda. Los trabajadores no aguantan mucho solos y comienzan a noviar con muchachas de pueblos cercanos o traen las novias dejaron atrás. Ahí, una vez casados, no podrían vivir en las barracas y necesitaran viviendas, así que alguien comienza a vender materiales de construcción, luego necesitarán amueblarlas y se instala carpintería. Ya no basta el restaurante, porque las mujeres quieren cocinar en su casa, y quizás las mismas mujeres, colocan un puesto de venta, una sandwichería, una carnicería, una panadería que, para abastecerse, compran pollos, verduras, harinas y otros insumos, a los campesinos de los alrededores.

Los trabajadores, sus mujeres y los hijos que van naciendo, se enferman, así que llega un doctor y se abre una farmacia. Con los años crecen, necesitan escuela y llegan los maestros, y así le podemos seguir, porque a partir del arribo de 30 trabajadores, con necesidades, vemos cómo se generan múltiples oportunidades de trabajo. Con una sola fuente, o inyección de dinero, se estimula la creación de nuevos trabajos. Esto sucede así porque el dinero no sale de las manos de quienes se encuentran empleados ni de la zona donde éstos trabajan, sino sigue circulando en el mismo lugar: la dueña del restaurante empieza a comprar en la tienda, en la bodega, en la pollería, en la carnice­ría; se enferma y va al doctor, compra medicinas en la farmacia y man­da a sus hijos a la escuela y así sucesivamente, por cada uno de los componentes. Las chicas de la cantina también comen, se enferman. En sentido inverso el médico, el bodeguero, el carnicero, los maestros y hasta el cura, que no mencioné, también van a la cantina, mientras que el cantinero se enferma, y se vuelve paciente del médico.

Cuando los productores de los alrededores ven que hay tiendas, además de vender los productos de sus huertas y los animales de traspatio, se vuelven clientes, concurren al médico y llevan a sus hijos a la escuela. Así, podemos seguir trazando interacciones. Algunas in­teracciones son recíprocas, como el médico que es cliente de la pana­dería y el panadero paciente del doctor, al igual que el farmacéutico, mientras que otras son unilaterales, a veces por circunstancias, por ejemplo, si el médico no tiene hijos no recurre a la escuela, aunque los maestros sean sus pacientes.

En el caso de los 30 empleados (resalto o diferencio empleados de trabajadores, porque los empleados reciben un salario) pueden ser sólo clientes y no aportar ningún bien o servicio demandado por sus vecinos, pero es su ingreso el que pone en marcha el mercado local. Una pequeña inyección de dinero estimula la iniciativa de ofrecer servicios para satisfacer necesidades, y genera una serie de intercambios recíprocos o no, una red densa por donde circula esa savia que alimenta a los diferentes miembros. Pero podría ser dinero, semillas de cacao, sal o cualquier otro medio de intercambio. Savia que circula internamente y sólo sale a los alrededores, pero para integrarlos al sistema. En el espacio local se constituye un sistema auto-regulado.

Ahora veamos cómo se destruye este mercado.

Si bien los primeros síntomas de desintegración de las relaciones recíprocas, se producen cuando parte de los servicios comienzan a de­pender del gobierno, cuando el médico y los maestros son sustituidos por los servicios públicos y se transforman en empleados, esto no afecta demasiado porque siguen viviendo en la localidad y por lo tanto consumiendo localmente. La transformación radical se produce cuando llega el villano de la película: Wallmart. Pero igual puede ser Inkafarma, Plaza Vea, Saga Falabela, o cualquier supermercado o cadena de tiendas que destruye la circularidad de los intercambios.

La primera gran transformación es que, al ser el supermercado más competitivo (léase vende más barato y se encuentra todo junto), ahoga y hasta destruye las actividades productivas preexistentes: tienda, restaurante, sandwichería, pollería, carnicería, panadería y otros que no mencionamos, como la modista y el zapatero (porque también vende ropa y zapatos baratos). Primero verán menguadas sus ventas, al punto que la única salida que les queda es ser contratados por la empresa y transformarse en empleados.

También caerán los productores de los alrededores, porque si la pollería podía comprar de 4 a 5 pollos a diferentes productores, y en el mercado de abastos compraban unas cuantas verduras a varios productores. El secreto de los supermercados son las compras consolidadas, es decir que compran por toneladas, a grandes productores, que generalmente no residen en la zona.

La señora que enviaba unos pocos pollos y tenía un ingreso extra, ya no tendrá a quién venderlos, así que primero bajará su producción y al rato descubrirá que es más barato comprar pollos que cuidarlos, y dejará de hacerlo. De esa manera se destruyen capacidades productivas. Pero lo más grave de todo es que el supermercado, como vampiro, le chupa la savia al sistema. En primer lugar, porque las compras a grandes productores[1], drenan el dinero de la región e inclusive del país. En segundo lugar porque las ganancias se remiten a la matriz, a los socios, a los inversionistas que tampoco son de la región, y la mayoría de las veces, ni del país. El hecho es que el dinero, que gastan los consumidores, se sale por la puerta y se va de la región. La única contribución es la que efectúan en forma de salarios, pero la mayor parte del dinero sale del sistema, ya no circula alimentando a los miembros de la comunidad, y éstos se secan. Los campesinos terminan migrando, los de las tiendas se convierten en empleados, y los prestadores de servicios en burócratas, si es que no quedan desempleados. 

En una localidad donde se generaban intercambios múltiples y relaciones recíprocas, de mutua necesidad, al introducirse un elemento de aglutinación de la oferta, se destruye la interdependencia y se concentra el medio de intercambio en pocas manos. Por lo general, el dinero, así concentrado, es retirado del sistema, enviado fuera del espacio local en forma de ganancias, a la casa matriz, o es utilizado para las compras consolidadas, donde las mercancías se consiguen más baratas, y también, en muchos casos, fuera del país.

Lo que era un sistema autorregulado, donde sus partes se retroalimentaban, y el dinero —en tanto medio de intercambio—, circulaba; se transita a una situación de falta de oportunidades de trabajo y escasez de dinero. Pues, aunque en el supermercado se encuentren cosas más baratas, las personas ya no consiguen dinero porque no hay trabajo, y no hay trabajo porque la oferta se concentró, eliminando los negocios prexistentes.

A escala reducida, este ejemplo resulta representativo de lo que ha sucedido en el país y a nivel global. En México, con la entrada en vigor del TLC (Tratado de Libre Comercio), se destruyeron muchas capacidades productivas, ya por el cierre de empresas que no pudieron competir en precio, con los productos importados, o contra otras empresas más competitivas; por la incorporación o la compra de empresas, por parte de cadenas trasnacionales, por los llamados procesos de restructuración interna, que disminuyen personal, y muchos otros mecanismos que han llevado a la concentración de la riqueza, al incremento de la pobreza y a la multiplicación del desempleo. Pero no puede culparse exclusivamente al TLC, y a la cara más brutal del capitalismo: el neoliberalismo. El germen destructivo de las economías locales sanas y del trabajo efectivo es intrínseco al capitalismo: es propio de la lógica de reproducción ampliada del capital, que lleva a la expansión de unas empresas, en detrimento de otras, a la competencia por los mercados y a la formación de monopolios.

Desde que empezaron a verse los efectos destructivos del capitalismo, la gente y las organizaciones sociales, han buscado opciones para contrarrestar sus efectos. El siglo XX fue testigo de revoluciones que pretendieron cambiar el sistema. Cuando cayó el muro de Berlín parecía que el capitalismo había triunfado definitivamente, y se habló del fin de la historia. Hoy en día se habla de otros mundos posibles…  Pero eso ya es parte de otro cuento.

Fuente: Economía solidaria: local y diversa, Laura Collin Harguindeguy, México: El Colegio de Tlaxcala, A.C.; 2014; pág. 102 - 106



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