Veamos cómo
se construye un mercado
… vamos a
imaginar cómo se crea un mercado, en el que se construyen relaciones de
interdependencia. No vamos a pensar un mercado de la prehistoria, sino de 100
años atrás. Imaginemos un lugar despoblado, donde no hay nada, y en un
determinado momento, instalan una estación de mantenimiento del ferrocarril, en
que trabajan 30 trabajadores, que reciben un salario. No va a pasar mucho
tiempo antes de que lleguen una o varias señoras, a ofrecer comida y refrescos,
y al rato instalen un restaurante. No mucho después seguramente abrirá una
cantina. Pero no todo lo que necesitan trabajadores se consigue en la cantina,
así que al rato alguien abre una tienda. Los trabajadores no aguantan mucho
solos y comienzan a noviar con muchachas de pueblos cercanos o traen las novias
dejaron atrás. Ahí, una vez casados, no podrían vivir en las barracas y
necesitaran viviendas, así que alguien comienza a vender materiales de
construcción, luego necesitarán amueblarlas y se instala carpintería. Ya no
basta el restaurante, porque las mujeres quieren cocinar en su casa, y quizás
las mismas mujeres, colocan un puesto de venta, una sandwichería, una
carnicería, una panadería que, para abastecerse, compran pollos, verduras,
harinas y otros insumos, a los campesinos de los alrededores.
Los
trabajadores, sus mujeres y los hijos que van naciendo, se enferman, así que
llega un doctor y se abre una farmacia. Con los años crecen, necesitan escuela
y llegan los maestros, y así le podemos seguir, porque a partir del arribo de
30 trabajadores, con necesidades, vemos cómo se generan múltiples oportunidades
de trabajo. Con una sola fuente, o inyección de dinero, se estimula la creación
de nuevos trabajos. Esto sucede así porque el dinero no sale de las manos de
quienes se encuentran empleados ni de la zona donde éstos trabajan, sino sigue
circulando en el mismo lugar: la dueña del restaurante empieza a comprar en la
tienda, en la bodega, en la pollería, en la carnicería; se enferma y va al
doctor, compra medicinas en la farmacia y manda a sus hijos a la escuela y así
sucesivamente, por cada uno de los componentes. Las chicas de la cantina
también comen, se enferman. En sentido inverso el médico, el bodeguero, el
carnicero, los maestros y hasta el cura, que no mencioné, también van a la
cantina, mientras que el cantinero se enferma, y se vuelve paciente del médico.
Cuando los
productores de los alrededores ven que hay tiendas, además de vender los
productos de sus huertas y los animales de traspatio, se vuelven clientes,
concurren al médico y llevan a sus hijos a la escuela. Así, podemos seguir
trazando interacciones. Algunas interacciones son recíprocas, como el médico
que es cliente de la panadería y el panadero paciente del doctor, al igual que
el farmacéutico, mientras que otras son unilaterales, a veces por circunstancias,
por ejemplo, si el médico no tiene hijos no recurre a la escuela, aunque los
maestros sean sus pacientes.
En el caso
de los 30 empleados (resalto o diferencio empleados de trabajadores, porque los
empleados reciben un salario) pueden ser sólo clientes y no aportar ningún bien
o servicio demandado por sus vecinos, pero es su ingreso el que pone en marcha
el mercado local. Una pequeña inyección de dinero estimula la iniciativa de
ofrecer servicios para satisfacer necesidades, y genera una serie de intercambios
recíprocos o no, una red densa por donde circula esa savia que alimenta a los
diferentes miembros. Pero podría ser dinero, semillas de cacao, sal o cualquier
otro medio de intercambio. Savia que circula internamente y sólo sale a los
alrededores, pero para integrarlos al sistema. En el espacio local se
constituye un sistema auto-regulado.
Ahora veamos
cómo se destruye este mercado.
Si bien los
primeros síntomas de desintegración de las relaciones recíprocas, se producen
cuando parte de los servicios comienzan a depender del gobierno, cuando el
médico y los maestros son sustituidos por los servicios públicos y se
transforman en empleados, esto no afecta demasiado porque siguen viviendo en la
localidad y por lo tanto consumiendo localmente. La transformación radical se
produce cuando llega el villano de la película: Wallmart. Pero igual puede ser
Inkafarma, Plaza Vea, Saga Falabela, o cualquier supermercado o cadena de
tiendas que destruye la circularidad de los intercambios.
La primera
gran transformación es que, al ser el supermercado más competitivo (léase vende
más barato y se encuentra todo junto), ahoga y hasta destruye las actividades
productivas preexistentes: tienda, restaurante, sandwichería, pollería,
carnicería, panadería y otros que no mencionamos, como la modista y el zapatero
(porque también vende ropa y zapatos baratos). Primero verán menguadas sus
ventas, al punto que la única salida que les queda es ser contratados por la
empresa y transformarse en empleados.
También
caerán los productores de los alrededores, porque si la pollería podía comprar
de 4 a 5 pollos a diferentes productores, y en el mercado de abastos compraban
unas cuantas verduras a varios productores. El secreto de los supermercados son
las compras consolidadas, es decir que compran por toneladas, a grandes
productores, que generalmente no residen en la zona.
La señora
que enviaba unos pocos pollos y tenía un ingreso extra, ya no tendrá a quién
venderlos, así que primero bajará su producción y al rato descubrirá que es más
barato comprar pollos que cuidarlos, y dejará de hacerlo. De esa manera se
destruyen capacidades productivas. Pero lo más grave de todo es que el
supermercado, como vampiro, le chupa la savia al sistema. En primer lugar,
porque las compras a grandes productores[1], drenan el dinero
de la región e inclusive del país. En segundo lugar porque las ganancias se
remiten a la matriz, a los socios, a los inversionistas que tampoco son de la
región, y la mayoría de las veces, ni del país. El hecho es que el dinero, que
gastan los consumidores, se sale por la puerta y se va de la región. La única
contribución es la que efectúan en forma de salarios, pero la mayor parte del
dinero sale del sistema, ya no circula alimentando a los miembros de la
comunidad, y éstos se secan. Los campesinos terminan migrando, los de las
tiendas se convierten en empleados, y los prestadores de servicios en
burócratas, si es que no quedan desempleados.
En una
localidad donde se generaban intercambios múltiples y relaciones recíprocas, de
mutua necesidad, al introducirse un elemento de aglutinación de la oferta, se
destruye la interdependencia y se concentra el medio de intercambio en pocas
manos. Por lo general, el dinero, así concentrado, es retirado del sistema,
enviado fuera del espacio local en forma de ganancias, a la casa matriz, o es
utilizado para las compras consolidadas, donde las mercancías se consiguen más
baratas, y también, en muchos casos, fuera del país.
Lo que era
un sistema autorregulado, donde sus partes se retroalimentaban, y el dinero —en
tanto medio de intercambio—, circulaba; se transita a una situación de falta de
oportunidades de trabajo y escasez de dinero. Pues, aunque en el supermercado
se encuentren cosas más baratas, las personas ya no consiguen dinero porque no
hay trabajo, y no hay trabajo porque la oferta se concentró, eliminando los
negocios prexistentes.
A escala
reducida, este ejemplo resulta representativo de lo que ha sucedido en el país
y a nivel global. En México, con la entrada en vigor del TLC (Tratado de Libre
Comercio), se destruyeron muchas capacidades productivas, ya por el cierre de
empresas que no pudieron competir en precio, con los productos importados, o
contra otras empresas más competitivas; por la incorporación o la compra de
empresas, por parte de cadenas trasnacionales, por los llamados procesos de
restructuración interna, que disminuyen personal, y muchos otros mecanismos que
han llevado a la concentración de la riqueza, al incremento de la pobreza y a
la multiplicación del desempleo. Pero no puede culparse exclusivamente al TLC,
y a la cara más brutal del capitalismo: el neoliberalismo. El germen
destructivo de las economías locales sanas y del trabajo efectivo es intrínseco
al capitalismo: es propio de la lógica de reproducción ampliada del capital,
que lleva a la expansión de unas empresas, en detrimento de otras, a la
competencia por los mercados y a la formación de monopolios.
Desde que
empezaron a verse los efectos destructivos del capitalismo, la gente y las
organizaciones sociales, han buscado opciones para contrarrestar sus efectos.
El siglo XX fue testigo de revoluciones que pretendieron cambiar el sistema.
Cuando cayó el muro de Berlín parecía que el capitalismo había triunfado
definitivamente, y se habló del fin de la historia. Hoy en día se habla de
otros mundos posibles… Pero eso ya es parte de otro cuento.
Fuente: Economía
solidaria: local y diversa, Laura Collin Harguindeguy, México: El Colegio
de Tlaxcala, A.C.; 2014; pág. 102 - 106
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